Canción de adiós para Alieda, pastora y feminista

Nació en Holanda en 1938 y murió el pasado 22 de febrero en Mendoza Alieda Verhoeven, la primera pastora de la Iglesia Metodista y militante feminista. La vida de una mujer excepcional que entró en la historia de las luchas populares.     

Canción de adiós para Alieda, pastora y feminista

Alieda Verhoeven

Identidad y Género

Unidiversidad

Eva Guevara

Publicado el 09 DE ABRIL DE 2013


¿Cómo resumir 75 años de vida y 50 de servicio en la Argentina? Empecemos por el principio. Todo comenzó en un pueblo de Holanda, en el seno de una familia numerosa, donde tíos, abuelo, bisabuelo y tatarabuelo habían sido pastores metodistas. Alieda nació en 1938 y su infancia transcurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Unos años después, si bien esos terribles sucesos no se borraban con nada, aparecieron otros más simpáticos y, a la larga, trascendentales.  

Ocurrió en el año 1951, y Alieda lo recordó así en una entrevista que Susana Gamba le hizo para la Agenda de las Mujeres: “Esto fue memorable, un 23 o 24 de mayo estaba yo jugando al fútbol con mis hermanos frente a mi casa y, como se supone que las mujeres no debían correr, yo siempre estaba en el gol, atajando pelotazos. Entonces aparecen estos tres niños con los que no podíamos entendernos, pero ellos decían, fútbol y se metieron a jugar. Jugaban bien, todo el mundo contento y yo atajándolos. Habían llegado esas familias a Holanda por un acuerdo del gobierno de Juan Domingo Perón, quien mandó a hacer trenes que justamente se fabricaban a pocas cuadras de mi casa. Las familias argentinas que fueron, los ingenieros que el ferrocarril mandaba para hacer el control de la construcción de semejante cantidad de trenes, vivieron casi en la misma cuadra de mi casa. Tenían ellos 3 niños. Eran tres familias. Nosotros éramos una tribu de 11. Al día siguiente era 25 de mayo y ellos tenía una fiesta, yo pensé que era un cumpleaños; nos vinieron a buscar a todos a que fuéramos a celebrar. No entendíamos nada pero lo que vimos eran empanadas, que no sabíamos qué eran, una carne preparada como arrollado de no sé dónde. Una cantidad de comida impresionante, y más que nada ¡Coca Cola!, que en mi casa no podíamos comprar porque éramos muchísimos. Al día siguiente era el cumpleaños de mi mamá y de mi hermano Roberto. Los argentinos, ni lerdos ni perezosos vieron desde afuera que teníamos una mesa puesta y mucha comida, y no hubo quién les pudiera decir que no podían entrar. Entonces apareció mi hermano vestido de Chaplin, y al grito de ¡Chaplin! ¡Chaplin!, los chicos se metieron en la casa. Ellos tenían una profesora universitaria que les daba holandés y los chicos me llamaban a mí para que yo les leyera y repitiera con ellos La Razón de mi Vida, que la señora había traducido para ellos. A su vez ellos me enseñaron a leer en castellano, en ese libro. Ellos leían y yo repetía: “De Zin Van Mijn Leven”, o sea, “La razón de mi vida”.

Como resultado de esa relación, en 1963 Alieda viajó a la Argentina. Fue invitada por esas familias a instalarse en Córdoba y alentada también a estudiar teología protestante para ordenarse como Pastora de la Iglesia Metodista, cosa que hizo en el I.S.E.D.T. de Buenos Aires. En 1969 fue destinada a Mendoza e instaló una capilla en el barrio San Ignacio, de Godoy Cruz. De inmediato se sintió atraída por la confluencia de católicos y protestantes, una experiencia inédita en un momento muy especial de movilización general. Según el escritor Rolando Concatti, quien en su momento fue delegado en Mendoza del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, “algo se había fracturado, frente a la imposibilidad de sostener una iglesia mezclada con el armazón social tradicional se abriría otro camino y otras actitudes para aquellos que subieron un escalón más al asumir un compromiso político. Y es que se había avanzado tanto en el terreno del diálogo con los protestantes que al cabo, la guerra y los campos de prisioneros hicieron encontrarse mucho a los cristianos, y aquí la paradoja de que en definitiva se descubre que la pelea entre las diferentes iglesias cristianas se debía a detalles dogmáticos y menores, porque en realidad, la gran misión de servicio estaba postergada”.

Alieda, a quien todos llamaron desde siempre Alida, sin la “e”, en coordinación con su Iglesia hacía cursos de formación teológica que convocaban hasta 300 personas. Era como si, pasado un apagón, se encendiera de golpe la inquietud y la voluntad de cambio, al menos entre los sectores más progresistas y más ávidos de lecturas en Mendoza. Mucha gente se sumaba y participaba, allí estaba nada menos que Mauricio López, de quien se enamoró. Mauricio era también un ser excepcional, impulsor del Movimiento Estudiantil Cristiano y líder de la gran reforma de la Iglesia Protestante, así como de una de las conferencias más importantes que hubo en el mundo, titulada “Iglesia y Sociedad”. También se sumaron otros referentes importantes como José Míguez Bonino, Oscar Bracelis, José María Llorens, Rolando Concatti y el Obispo Federico Pagura. 



1971 es una fecha clave en la historia de las luchas populares: es el año del trágico aluvión que azotó a las poblaciones más vulnerables del Gran Mendoza. Allí se verá a Alieda luchando junto a Ezequiel Ander-Egg y Norma Zamboni en el Instituto para la Liberación y Promoción Humana, lugar de formación de los operadores sociales que trabajaban en los barrios pobres de Mendoza, además de organizar los “campamentos ecuménicos de niños” mediante los cuales impulsó la formación y encuentro de niños de distintas confesiones en las primeras etapas de la vida.

Y a partir de allí, todo se aceleró. Alieda estaba en las habituales discusiones de ese debate intelectual que era, a su vez, práctica puntual y concreta. Cuenta Rolando Concatti: “Su presencia constituía una novedad porque los católicos y ni siquiera los protestantes tenían experiencia de un pastorado femenino. Su estilo, su enorme capacidad de trabajo, los múltiples contactos en Europa en los ámbitos reformados, la constituirían en un instrumento decisivo tanto en la difusión de los problemas argentinos cuanto en el logro de apoyos económicos, que resultaron decisivos en las tareas del Movimiento Ecuménico, entre ellas, la creación el Comité por los Refugiados chilenos (CEAS). 

Vale decir que el refugio a los chilenos fue parte de una experiencia de solidaridad inédita. Fue a Mauricio López a quien se le ocurrió pedir el apoyo de ACNUR (Agencia de la ONU para los refugiados), paraguas que facilitó inicialmente el alero protector que llegó a tener 27 hoteles alquilados aparte de casas. Finalmente la tarea del CEAS continuó para conseguir trabajos o destinos para argentinos que estaban en peor o igual situación que los chilenos tras el golpe de 1976. Fue entonces que, en el traspaso del año nuevo de ese año, lo secuestraron a Mauricio López. 

Alieda lo buscó incansablemente. Según relata Elba Morales, su amiga y referente del MEDH, ella “escribió un diario donde detallaba cada cosa que iba viviendo, en él le escribía a Mauricio y le contaba cosas, pero sobre todo, relataba también sus búsquedas. Y es que buscando a Mauricio, Alieda fue a golpear puertas a Buenos Aires, siempre de manera decidida porque efectivamente no conocía el miedo, de ahí que encaraba y presentaba notas, preguntaba, gestionaba audiencias, hasta que un día detectó que alguien de los servicios de inteligencia la seguía de cerca. Fue allí que se comunicó con la Embajada de Holanda y el embajador en persona la mandó de vuelta a su país porque indudablemente, esa mujer sola por Buenos Aires molestando a la dictadura iba a ser secuestrada”. 

Sigue diciendo Elba: “Alieda estuvo unos meses y no aguantó más. Se volvió a Mendoza a continuar con su trabajo en el CEAS, pero sobre todo hizo lo que le recomendaron en Europa, esto es, constituir la regional del MEDH que ya estaba funcionando en Buenos Aires con el apoyo de las iglesias. Por su parte, Rolando Concatti recuerda una anécdota que habla de las barbaridades que marcaron esa etapa. Tiene como contexto el conflicto por el Beagle, que casi lleva a la guerra con Chile. La situación era que muchos chilenos que se habían refugiado en Mendoza recibían múltiples amenazas y agresiones. “Frente a eso, el grupo liderado por Alieda Verhoeven, más jóvenes próximos al CEAS, varios profesores del Colegio Schweizer y otros miembros del Movimiento Ecuménico protestaron contra las autoridades y se reunieron en la iglesia metodista para intentar acciones. Se animaron a hacer algunas volanteadas y pegar afiches, como también pintar paredes con aerosol. Una de esas corajeadas casi termina muy mal, ya que fueron sorprendidos por una patrulla del "Comando moralizador Pío XII" y corridos a cadenazos, logrando esconderse en el local de la Imprenta Alfa, entonces en calle Alem”.


Al año siguiente, la fortaleza de Alieda también se ponía a prueba. Si bien la guerra con Chile pudo ser frenada a tiempo, la dictadura de Videla organizaba el Mundial de Fútbol y, pese a que lo hacía con las manos ensangrentadas, millones de argentinos, con la cara desfigurada por una alegría enajenada y triunfalista, cantaban: “El que no salta es un holandés”. El problema fue que, en muchas partes de Mendoza, el canto fue mutando hacia un amenazante: “El que no salta es un chileno”.  

Las mujeres, en un escalón más alto 

El feminismo fue una corriente que atravesó la Iglesia Metodista, afirma Elba Morales, y para graficar pone el ejemplo de Nelly Ritchie, quien 15 años atrás fue designada Obispo de la Iglesia Metodista. Con humor, Alieda la llamaba “la obispa” y refrendaba con esa y otras actitudes el planteo “empedernidamente contestatario” que implicaba “ser una feminista”. 

Ineludiblemente se topó con férreas y sutiles resistencias, sobre todo de parte de los hombres. Era vista como una persona que se arriesgaba demasiado, e incluso su familia le había criticado sus posturas como si fueran muy radicales. Cada una de estas situaciones, Alieda  las sorteó con un fuerte carácter, además de ganarse el respeto en todos los ámbitos donde militó.

Cuando la disposición de un grupo de mujeres en Mendoza y en el país fue no dejar un solo espacio libre de expresión femenina y subir un escalón más alto en la recién conquistada democracia, el rol de Alieda fue superlativo. Fue una de las fundadoras del Encuentro Nacional de Mujeres e integró la Corriente Autónoma 8 de Marzo, agrupación que reunió a mujeres de diversos ámbitos de pensamiento.
Un año clave es 1988, cuando en Mendoza se reúne ese movimiento que no pasaría inadvertido en la provincia. Y es que dos años después, Alieda Verhoeven junto a Elsa Pizzi y Angélica Escayola denunciaban ante la opinión pública el caso de la empresa textil González Galiño, donde trabajaban cerca de 600 mujeres. Si bien el gobernador había visitado la firma, modelo por la cantidad de millones de dólares que ganaba exportando sus productos, las trabajadoras denunciaban que los dueños las obligaban a permanecer en el lugar colocando cadenas y candados en las puertas, además de no dejarlas ir al baño e incumplir todas las leyes laborales y de seguridad social.

Otro año célebre es 1994, cuando la Corriente 8 de marzo sienta posición frente a un tema clave: la reforma constitucional. Pidieron cuatro modificaciones, un Habeas Corpus especial para la mujer cabeza de familia en situación de pobreza, asegurando el acceso al trabajo y la vivienda y la incorporación expresa del término mujer al texto constitucional. Todo ello quedó plasmado en una carta pública a Menem y Alfonsín cuestionando el Pacto de Olivos y con él, el refuerzo de la incredibilidad en lo político y las dirigencias. Ese año además se realizó una reunión preparatoria en Mar del Plata en función del encuentro internacional en Beijing, donde Alieda participó en representación de las mujeres de Mendoza. 



Su enfermedad –mal de Alzheimer– la alejó de los distintos ámbitos de trabajo, revelándose su rol irreemplazable. “Es que inspiraba mucho respeto y se abría camino muy fácilmente, ella se acercaba a las más grandes personalidades del ámbito político o del que fuere, o personas importantes de la sociedad, y rápidamente se abría paso porque era muy segura de sí misma, de su planteo, el cual mechaba con un humor muy especial. Ella como pastora tenía un espacio en el mundo y en el movimiento feminista, de ahí el vacío que produjo su enfermedad durante los últimos años, aquí al MEDH, para contar un caso, llegó una carta de la teóloga feminista americana Mary Hunt preguntando por ella”, relata Elba. 

Por su parte, Rolando señala que también se frustró el proyecto de reconstruir la memoria de mucha gente común, de militantes, que no han sido estrictamente grandes héroes, que hicieron cosas muy importantes y constituyeron, en definitiva, la resistencia a la dictadura, proyecto que inicialmente iba a ser coordinado por ella y que, debido a su enfermedad, debió concretar Concatti  (“Testimonio cristiano y resistencia en las dictaduras argentinas” es el título de dicho trabajo). Hay muchas definiciones clave en aquella entrevista que diera Alieda para la Agenda de las Mujeres. Allí, por ejemplo dice: “Abrigo la expectativa y la esperanza de que a pesar de todos los medios electrónicos que existen, haya en las mujeres sobre todo, la voluntad de alimentar la relación de amistad a nivel personal. Porque es en el toque personal y corporal del verdadero encuentro, en donde lo más profundo del ser humano y del alma se nutre... porque si no todo eso se va”. 

A punto de sentarse frente a la computadora para darle a Mary Hunt la luctuosa noticia, Elba Morales recuerda lo bien que cantaba Alieda. Se enganchaba tanto con la música como con la lectura, pero las canciones la habitaban aun en su mente enferma. En una de las últimas visitas a la residencia donde estuvo internada, Alieda le cantó a Elba “Cambia, todo cambia”, en sus mejores tonos, como siempre. “Lamentablemente no hubo quien cantara en su despedida. Eso aún se lo debemos”, cierra Elba, su amiga, la persona que la recordará como aquella mujer “que te abría las puertas y te impulsaba a que crecieras e hicieras cosas. Una mujer que te hacía partícipe de lo suyo, pero sin exigir nada a cambio, de hecho, muchas veces almorzábamos con los pastores en el salón del MEDH, pero nunca nos exigió que fuéramos creyentes o parte de una iglesia determinada; así como ella era muy independiente, admitía plenamente la independencia ajena”.

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