La historia de Edesio Villegas, una crónica negra

Las últimas jornadas del 4° Juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en Mendoza han sido acerca del secuestro y desaparición de un grupo de estudiantes de la Escuela Superior de Comunicación Colectiva, con el foco en Edesio Villegas.

La historia de Edesio Villegas, una crónica negra

Arnaldo Villegas brindando testimonio sobre su hermano Edesio. Foto: Guadalupe Pregal

Derechos Humanos

Unidiversidad

Guadalupe Pregal

Publicado el 01 DE OCTUBRE DE 2014

Para reconstruir la historia de una persona desaparecida durante el último gobierno militar en la Argentina se requiere de testimonios que permitan encontrar la mayor cantidad de piezas de ese rompecabezas desarmado por manos policiales y militares. Este es el caso de Edesio Villegas, quien fue secuestrado el 26 de mayo de 1976 y que engrosa las listas de los desaparecidos de Mendoza.

A través de los testimonios de Hilda Leticia Lucero y de su hermano Arnaldo Francisco Villegas se pudo conocer, al menos, el contexto previo a su detención. Sería  Edith Arito quien lo vería con vida en el D2.

Edesio Villegas nació en San Luis el 26 de abril de 1947. En Mendoza trabajaba, estudiaba y militaba. En 1975 se mudó a la casa de la familia Lucero en la calle Granaderos 470 de Ciudad, donde alquilaba una habitación para estudiantes que compartía con Miguel Rossi.

Villegas estudiaba periodismo en la Escuela Superior de Comunicación Colectiva, trabajaba en la Dirección de Comercio y militaba tanto como delegado sindical como en el centro de Estudiantes. “En el día a veces estaban, normalmente no, porque estudiaban o trabajaban. En las noches o los fines de semana sí teníamos contacto con ellos. Si bien la condición de mi madre era que no hubiera reuniones en la casa de juntarse a estudiar, grupos de estudiantes y demás, ellos normalmente estaban solos, eran chicos tranquilos”, describió Hilda Lucero en su testimonial de la audiencia del 16 de septiembre.

“A veces, los fines de semana, si de pronto nos juntábamos, venían mis primos o amigos y jugábamos a 'Dígalo con mímica' o comíamos un asado, los invitábamos a que compartieran. Esa era la relación que teníamos con ellos”, profundizó Lucero.

Hilda tenía 17 años, trabajaba en el Banco de Previsión Social en las mañanas y cursaba en el Colegio Universitario Central en el turno noche. Todos los días se comunicaba con su madre desde el banco para saber cómo estaba. El 26 de mayo “la llamé y estaba desesperada llorando. Me dijo que habían entrado unos hombres a la casa a llevarse a Roberto. Él llegó a la casa, no con el nombre de Edesio Villegas, sino con el de Roberto Herrera. Bueno, que lo habían venido a llevar, estaba muy mal realmente. Entonces pedí permiso en el banco para irme a mi casa y cuando llegué, mi casa era realmente un caos, parecía que había pasado un tsunami, porque estaban todos los libros tirados en el patio, los muebles rotos, el ropero como con piquetes, los colchones dados vuelta, todo muy desordenado”. A pesar de que ellos alquilaban sólo la habitación que daba al frente de la casa, Hilda Lucero explicó que habían revisado todos los ambientes y que habían ingresado un auto de culata para llevarse los diferentes objetos que tomaron.

Lucero relató que le habían comentado que era un 504 rojo y que cuando los hombres entraron a su casa, Edesio se encontraba en su habitación, mientras su madre estaba planchando o cocinando en la parte final de la casa. "De pronto sintió golpes, ruidos; cuando se asomó por el patio, porque ladraban los perros –teníamos dos o tres perros–, vio que entraba gente vestida de civil, no venían identificados como militares ni vestidos de policías, con anteojos y con armas grandes. Le pidieron que entrara y se metiera al baño, que no era con ella el tema, pero que se metiera en el baño. Entonces ella les preguntaba '¿Qué pasa? ¿De qué se trata?'. No recuerdo muy bien lo que le dijeron pero sí recuerdo que le decían a mi mamá que se metiera en el baño, que no era con ella el tema y que no saliera hasta que ellos le avisaran. Es más, teníamos una perra que era cruza con collie, que era muy buena pero estaba como loca –hasta los animales se asustan–, entonces le dijeron: 'O mete la perra al baño o se la matamos'. De eso sí se acuerda mi mamá, de que se encerró con la perra”.

Su madre pasó mucho tiempo encerrada en el baño y sólo escuchaba los ruidos que provocaban estas personas, hasta que vino un momento de silencio y una vecina se acercó para avisarle que ya podía salir, que se habían retirado. “Hasta ese momento no entendíamos lo que había pasado, pero Edesio no estaba, evidentemente se lo habían llevado. Cuando llegué me encontré con la casa así, hecha un desastre. Llegó mi papá. Ahí es donde ellos, dentro del lío de todo, se dieron cuenta de que lo que tenía mi madre de oro, que estaba guardado en la habitación de mi madre, en el ropero de mi mamá, no estaba. Plata que tenía mi mamá en los cajones, no estaba. Eso fue lo más notorio al principio”.

Su padre llamó a un escribano para poder poner una denuncia sobre los bienes que faltaban en la propiedad. También intentó tener audiencia con Santuchone, pero nunca fue atendido. “En ese momento en que él insistía en que lo atendieran, en pedir la audiencia, en algún momento lo llamaron a mi papá a la casa y le dijeron de que no insistiera más con ese tema, que tuviera en cuenta que él tenía una hija que iba al Colegio Universitario Central, que entraba a tal hora y salía a tal hora”.

Como su madre quedó muy shockeada por lo sucedido y no quería estar sola en la casa, se iban a la casa de una tía. En una ocasión, “no sé si al otro día o a los dos días, la llamó la vecina y le dijo que habían venido nuevamente a la casa; que como no encontraron a nadie le pidieron a ella que querían entrar y, como en principio les dijo que no, no sé si la amenazaron o no, ella los dejó pasar y saltan por la medianera o por los techos. Volvieron a entrar a mi casa, no estando nosotros y, si había cosas que quedaban, como relojes y demás, se los terminaron de llevar. Los vieron salir con bolsas y demás. Unos días después vino un señor al mediodía, estábamos almorzando, para preguntarles a mis padres, supongo que cosas sobre Edesio, estuvieron hablando en el comedor”. Este hombre les avisó que iban a ingresar a la habitación de los inquilinos y sacaron un atado de cosas hecho con sábanas.

“Yo vi el auto un par de veces rondar por el barrio, ese auto rojo. (…) Lo vio un primo mío que iba hacia a mi casa, se quedó en la esquina viendo el operativo y se volvió a su casa a avisarle a mi tía que estaba pasando algo en mi casa. Él, por ejemplo refiere el auto rojo. Él es el que me dijo: 'Metieron el auto de culata'; yo no lo vi, eso me lo refirió mi primo que sí lo vio”.

Edesio Villegas se presentó en la casa de la familia Lucero con el nombre de Roberto Herrera. Hilda relató que se enteraron del verdadero nombre de Edesio cuando “fue un hermano de él a ver a mis padres en algún momento, porque ellos ya habían empezado a averiguar, y fueron a hablar con mis papás. Yo calculo que ahí tienen que haberse enterado pero, no tengo yo mucho recuerdo preciso, porque eran mis padres los que manejaron el tema”.


La familia Villegas

Para profundizar la reconstrucción del contexto en el que se desarrollaron el secuestro y posterior desaparición de Edesio Villegas se presentó su hermano, Arnaldo Villegas. Su testimonio inició con una breve explicación de la conformación de la familia, compuesta por Pedro Francisco Villegas y Petrona Lucero, quienes eran los padres de Zelmira Edith, Arnaldo Francisco y Edesio.

Pedro Villegas vivía en Godoy Cruz y Edesio se había ido a vivir solo a una pensión de la familia Lucero en la calle Granaderos 470, “ahí es donde estaba últimamente, donde desapareció él”.  Arnaldo explicó que conocía poco a los amigos de su hermano y que no tenía mucha relación con él, pero se juntaban a jugar a la pelota.

Arnaldo Villegas recordó que él y su esposa eran seguidos por un Ford Falcon verde que muchas veces veía cerca de su domicilio; incluso ingresaron forzando la cerradura. Luego del secuestro de su hermano también fueron varias veces oficiales de la policía en busca de unas mesas y otros elementos que estaban en su casa, porque tenía una pequeña mueblería. También manifestó que Edesio le había comentado que lo seguían un Peugeot amarillo y un Ford Falcon.

El 26 de mayo secuestraron a su hermano; Arnaldo se enteró el 27 porque “me dejaron un papel debajo de la puerta. Un papelito: 'Su hermano desapareció', me habían puesto”. Un vecino que era juez o abogado les ayudó a poner un recurso de habeas corpus el 27 de mayo “y a los poquitos días, al abogado le pusieron una bomba”. Nunca les contestaron el habeas corpus.

Buscando a su hermano conoció a la familia Lucero, a quienes les habían roto los muebles en el operativo de secuestro, por lo que él se los arregló, ya que su oficio de aquel momento era el de carpintero.

También trató de comunicarse con el Capitán San Martino, que lo había tenido en el ejército, y este le dijo: “No lo busques que va a ser imposible”.


Amistades peligrosas

Arnaldo era muy amigo de un Oficial Inspector, Armando Fernández, quien siempre visitaba la casa y le decían “El Piquiyín”. A Fernández lo había conocido en San Luis.

Antes del secuestro de su hermano, Arnaldo había invitado a su amigo a un asado a su casa. Villegas relató: “Yo estaba haciendo el asado y estábamos solos, porque mi señora había salido a no sé dónde. Teníamos confianza, habíamos venido juntos a Mendoza”. Por lo que describió Villegas, mientras Fernández preparaba las ensaladas, revisó toda la casa. Ellos se habrían dado cuenta luego de comer el asado y en una siguiente oportunidad, cuando pudo plantearle el tema, Fernández lo negó, pero a partir de ese hecho comenzaron a distanciarse.

Igualmente, cuando su hermano desapareció, Arnaldo trató de contactarlo, pero Fernández se negaba. Luego de insistir un tiempo, Villegas decidió buscarlo en su casa de Dorrego, en Guaymallén, en un barrio de policías, pero no encontró respuesta. Fernández decía no saber nada de Edesio.

Armando Osvaldo Fernández Miranda se desempeñó como Oficial Inspector del Departamento de Informaciones D-2 desde el 8 de marzo de 1971 hasta el 2 de febrero de 1979. En el presente juicio está imputado como autor mediato por la privación ilegítima de la libertad, agravada por mediar violencias y amenazas en dos hechos, y agravada por haber durado más de un mes en 17 hechos, tormentos agravados por la condición de perseguido político de la víctima en 20 hechos, por el homicidio doblemente agravado por alevosía y por mediar concurso premeditado de dos o más personas por Miguel A. Gil y por violación agravada por el uso de la fuerza. También está imputado por ser el autor material por la privación ilegítima de la libertad agravada por mediar violencias y amenazas y por haber durado más de un mes en tres hechos y tormentos agravados en tres hechos. Además se le imputa el delito de asociación ilícita en calidad de jefe u organizador de la misma. Actualmente cumple una condena a prisión perpetua en el 3° Juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en Mendoza.


Las marcas del terror vigentes

Zelmira Edith Villegas, hermana mayor de Edesio, dejó en evidencia que el terror de aquellos años sigue vigente a través de un testimonio que no aportó datos de relevancia sobre la situación que vivió su familia luego del secuestro de su hermano.

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