El libro como motivo de encuentro

Washington Cucurto, Juan Manuel Ceballos y José Bianchi contaron en uno de los salones del Espacio Cultural Le Parc cómo es editar en forma autogestiva. Los proyectos: la cooperativa Eloísa Cartonera y Babeuf.

El libro como motivo de encuentro

Sociedad

Unidiversidad

Verónica Gordillo - Fotos : Axel Lloret

Publicado el 14 DE OCTUBRE DE 2014

En el Salón Rojo del Espacio Cultural Julio Le Parc se instaló un mundo paralelo al de la Feria del Libro, un mundo en que el que la edición era autogestiva, en el que no importaba ganar dinero sino que los textos llegaran a los lectores, en el que consideraban al libro como un objeto precioso para el encuentro entre las personas. Ese fue el mundo paralelo que construyeron los editores Washington Cucurto, Juan Manuel Ceballos y José Bianchi.

El tema de la charla era "El arte de editar" y el gancho para escucharla, el escritor Washington Cucurto, que hace años decidió jugar a ser otra persona. Dejó el nombre que le pusieron al nacer, Dante Vega, para su documento y su vida real de trabajador y padre, y se calzó el de Cucurto, un cumbianchero de Once, incorrecto, machista y dueño de una pluma filosa que describe un mundo marginal, de excesos, de violencia.

Los escritos de Cucurto despiertan críticas e idolatría, nunca indiferencia. Ha publicada Zelarrayán, La máquina de hacer Paraguayitos, Cosa de negros y El Curandero del Amor, la primera que hizo una gran editorial: Emecé. Otra cosa por lo cual lo criticaron y mucho.

Además de escribir con la pluma filosa de ese otro yo que se calzó, Cucurto fue uno de los fundadores de la cooperativa Eloísa Cartonera, que ya cumplió diez años y que edita libros de autores desconocidos y reconocidos que se sumaron al proyecto. Las tapas de los libros las hacen con el cartón que compran a los cartoneros, sobre el que pintan con témpera el nombre del autor y de la obra. Y adentro, el texto, fotocopiado. Una obrita de arte cuya idea primigenia es que lo que importa es leer y llegar a la mayor cantidad de público posible, sin necesidad de tener 200 pesos.


Ante unos pocos presentes, Cucurto, Bianchi y Ceballos contaron cómo es eso de editar, de vender a precios accesibles, de ir contra la corriente sin culpas, sin quejas, con una idea clara.

Bianchi y Ceballos crearon en Mendoza la editorial Babeuf y ya editaron una antología poética de autores mendocinos y Después del Fin. La aventura comenzó en la imprenta de la familia de Juan Manuel, donde de forma muy “caserita” se iniciaron en la tarea de editar siguiendo su gusto caprichoso sobre los textos que les acercaban.

Ellos se alejan de la quejas y se centran en una idea: hacer libros es un acto de amor, es lo que les gusta hacer. Y lo hacen.

Cucurto aporta su visión. Define a la autogestión como una aventura, igual que escribir; dos actividades que le brindan momentos de felicidad. Aleja la idea del que escribe para “la cultura”, porque para él los textos deben llegar a muchas personas, no importa a qué género pertenezcan, incluso está convencido de que la poesía es un género popular, que puede leer y entender cualquiera.

Cucurto contó que entró al mundo de la edición en 1989 y que un tiempo después conoció en la calle a los chicos y chicas que editaban Mineta, una hoja fotocopiada colmada de poesía, que describió como “un mundo paralelo a la feria del libro”. Fue ese mundo el que evocó cuando formaron la cooperativa Eloísa Cartonera, donde veían al libro como un espacio para que la gente se conociera, se encontrara, lejos de la despersonalización que para él implicaba comprar un libro en cualquier lugar, como si se comprara un pancho, sin conocer a nadie, sin conectarse con nadie.

Unos de los presentes les preguntó si Internet los había ayudado a difundir su trabajo. Cucurto reconoció que era una gran plataforma, aunque en Eloísa Cartonera se ceñían al espíritu de su época, a su identidad, que era crear un objeto artesanal, único cada vez, que llegara a mucha gente sin necesidad de pagar un precio alto.

Los creadores de Babeuf plantearon un concepto similar. “Todo bien con Internet, pero nos gusta el objeto, legitima el trabajo, le da peso y además en ningún lado dice: 'Esto no lo podés copiar ni compartir', podés hacer lo que quieras”, coincidieron.

Cucurto contó que ocho familias seguían trabajando en la cooperativa con el mismo espíritu y, sobre todo, con el mismo respecto a los autores. Y dijo que, a diferencia de las grandes editoriales, estaban muy atentos a los escritores latinoamericanos, a los peruanos, a los bolivianos, a los brasileros, a los chilenos. Muchos les permitieron editar su obra, como el chileno Pedro Lemebel, el peruano Santiago Roncagliolo y los argentinos César Aira, Gastón Pauls y Ricardo Piglia.

Fue ese instante el único en que Cucurto dijo que el Estado debería editar, porque se vendía poco, porque los libros eran para pocos, para aquellos que podían gastar 200 pesos en el último texto. Los demás, reflexionó, no es que no quisieran o no les gustara leer; simplemente sería necesario acercarles otras posibilidades.

El público que participó de ese mundo chiquito preguntó, compartió sus anécdotas, sus ganas de editar un libro, sus opiniones. Y escuchó poemas leídos por los tres editores-escritores, por esas tres personas que crearon un mundo paralelo al de la Feria y que siguen convencidos de que un libro es un objeto para encontrarse. 

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