El riesgo de politizar todo

Politizar un tema abre la puerta al manoseo mediático más amarillista, a la exacerbación de los fanáticos, al fomento de los especuladores y a la sorna colectiva. Se desvirtúan las luchas y se diluye lo fundamental.

Sociedad

Otras Miradas

Especial para Unidiversidad / Martín Rumbo

Publicado el 01 DE SEPTIEMBRE DE 2017

“Todo es política” reza la frase del nobel en literatura Thomas Mann. Y si nos basamos en los hitos de la historia, la importancia colectiva del presente y las vistas del futuro como una cuestión evolutiva, si... definitivamente todo es política. 

Uno puede ser buen empleado y sin dudas un puñado de jefes van a estar felices y gozar con ello, uno puede ser buen empleador y tener a muchos empleados y familias satisfechas, uno puede ser buen vecino y toda la cuadra la va a pasar mejor, pero si uno es buen político le puede cambiar la vida a un pueblo y a toda su descendencia, o arruinarlos para siempre. Es por ello la importancia de la política en la historia de la humanidad. La historia es política, la religión es política, el poder es político y las guerras son políticas. La verdadera ideología de fondo es la ideología política. Blanco o negro, rozo o azul.

Pero debido a esta tendencia genética de intentar politizarlo todo, muchas veces terminamos no solo arruinando las cosas, sino que perdiendo el foco de lo importante, de lo trascendente. Cuando el arte se politiza, deja de ser para todos y pasa a ser para el goce de una parte y el repudio de otra...

Tal es el caso de lo sucedido con la desaparición de Santiago Maldonado. Como papá, cuando escuché el testimonio de los padres de Santiago respecto a su ausencia, se me hizo un nudo en la garganta, se se desmoronó el alma pensando en lo que sucedería si un día desaparece mi hija.

Stella Maris Peloso y Enrique Maldonado hablan de la soledad, del vacío, recuerdan a su hijo y la nostalgia invade cada palabra. Me los imagino envejeciendo a pasos agigantados, pendientes de los teléfonos, todo el día con el televisor prendido y en una especie de estado catatónico del que sólo van a despertar cuando aparezca Santiago. Veo también con mucho dolor y bronca cómo la noticia se ha manoseado, cómo los medios la utilizan para sus sucios fines económicos, cómo los mismos políticos se enbanderan a favor o en contra de la desaparición, cómo cientos de militantes salen a tirarse en la cara muertos, gestiones pasadas, deudas pendientes y lista de faltas... olvidando que hay una vida en el medio y una familia esperando. Y lo peor de todo... gente burlándose, haciendo humor y chistes sobre el caso.

Pero esto no es culpa de la gente, ni de los medios, es culpa de la política y sus nefastos personajes, de ambos bandos, con diferentes intereses. Cuando algo se politiza en Argentina, se ensucia y enturbia de tal manera que da lugar hasta para el humor, la chicana y la gastada barata.

Así nos terminamos riendo de la muerte de un fiscal, de un atentado de trenes, de las desapariciones, de la pobreza, del analfabetismo y de cientos de temas que, al politizarlos en bandos, terminan por diluir su fondo real y crudo: la vida de las personas.

Entonces todos son eruditos, todos opinan, todos se creen con el derecho a hablar de un tema tan delicado como una desaparición en democracia. Todos especulan llevando agua al molino ideológico que más les conviene. Y se mezcla militancia con la justicia, y se infiltran en minorías y mayorías, y los dirigentes mandan a sus descerebrados militantes a batallar al territorio terrenal y digital... hasta el punto máximo de mezclar la militancia con la educación primaria.

Porque no está mal que les enseñemos sobre los derechos humanos a nuestros niños o sobre democracia, historia y política, lo que está mal es infiltrarles un mensaje político partidario, una idea particular, una tendencia ideológica, o ponerse en la vereda de enfrente y decirle que todo eso esta mal, cosa que también está errada.

Cuando un tema se politiza, se presta hasta para ser comunicado por la más mundana y ordinaria de las maneras: la burla. Y los argentinos somos campeones de la gastada, la sorna y la chicana. Y aunque duela, la culpa es de nuestros políticos, son ellos los que, como sus gestiones y manejos, ensucian todo lo que tocan.

 

NDR: Martín Rumbo es escritor, autor del libro "Mendoza tiembla"  

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