Elogio de lo oral

Un tipo de lectura cada vez más necesaria es la de la escucha. En Mendoza cada vez hay más experiencias de narración oral que invitan a descubrir la actitud política de tolerancia y asombro que resulta de abrir primero la oreja y luego leer en el otro, cualquier tipo de narración.

Elogio de lo oral

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Cultura

Unidiversidad

Facundo Mercadante

Publicado el 10 DE NOVIEMBRE DE 2012

Esta es la escena: sentados en ronda, con un fuego al centro, los seres humanos allí reunidos empezamos a contarnos. Hay quien habla y el resto que escucha, con la noche de fondo.  Quien habla despliega su historia y luego calla. Luego alguien más dice: "Eso me hace acordar a…" y lanza su historia; así de simple es una ronda de cuentos.

Lo hacemos a pesar del ruido, esquivando las luces artificiales que nos invaden los ojos, con hartazgo de paranoia y vomitando previamente los discursos que buscan domesticar la imaginación. Los seres humanos nos empecinamos en conectar, nos juntamos, traficamos anécdotas, nos ficcionamos, hacemos música y un campo invisible se va formando entre nosotros y nosotras,  haciéndolo todo más real, abriendo la puerta a cualquier fantasía.

Ese es el terreno de la narración oral. No podrás obtenerlo en ningún otro soporte, hay que estar ahí.

En Mendoza algo está pasando. Algo que va desde un festival internacional a talleres y laboratorios de narración, pasando por jornadas en bibliotecas populares y espectáculos -sensibles, complejos- como el de Valeria Rivas en Javiera, historias que se despliegan. Pero sucede también en la mesa con los amigos o la familia, narrar es algo que hicimos siempre. El último hombre, seguramente, se contará una historia antes de ir a dormir, o a morir.   

Palabras mágicas

Todavía funciona el "Había una vez...". ¿Qué traen los cuentos que los hace tan atractivos? ¿Por qué al decir la palabra “bosque” nos conectamos, como en algunas meditaciones profundas, con algo lejano y a la vez presente? Los cuentos llegan a las personas llenos de símbolos, que se transmiten además con sonidos, ojos, gestos. No hay papeles en esta relación, solo proximidad.

Laura Devetach, autora y propagadora, nos habla de la existencia de “textos internos” en cada uno de nosotros. Por ejemplo: los cuentos medio inventados de los abuelos, los chistes de los tíos, las canciones de cuna. Casi todos sabemos del Viejo de la bolsa, pero no hemos leído mucho de él, porque forma parte de un imaginario forjado por fuera de los manuales escolares. Este bagaje interno se expande sin necesidad de la electrónica, así es la maravilla de la transmisión boca-oreja.

Los textos internos llegan antes de que sepamos leer en papel, son parte del camino lector de una persona, operando en el presente por la edad en la que fueron incorporados y por hablar de nuestras particularidades geográficas y sociales. El Futre, la Pericana, todo está en nosotros, ¿por qué otro camino iría la historia popular si no es por lo que nos contamos? Si desapareciera esa red de textos comunes, si nos despojaran de esa memoria ancestral y de la charla en la calle, nos expondríamos a los avances de quienes tienen productos innecesarios para vendernos y relatos que, por supuesto, buscan implantar pautas de conducta desde dispositivos dominantes. 

Micropolítica de la narración

Juan Draghi Lucero, el gran recopilador, ¿cómo hacía para escribir? Escuchando, por supuesto, vivenciando. No solo hay que reeditar a Draghi en papel ilustrado, sino que podríamos esparcirlo como semilla, como hace el Flaco Suárez, o las abuelas narradoras que van por las escuelas reafirmando su niñez gracias al cuento. Sería otra forma de reconciliarnos con nuestra literatura, siempre acusada de marginal.

En Venezuela, en Colombia (matriz de cuenteros) y en Ecuador, son cotidianos los cuentos donde un personaje, el pícaro, vence al más fuerte o lo ridiculiza. En la Alemania moderna, hace 200 años, los hermanos Grimm fueron recogiendo y anotando historias. Así nos llega el cuento de un sastrecillo valiente que se enfrenta a gigantes y conquista un reino, solo con buena suerte y el espíritu dispuesto. El objetivo de los Grimm y otros románticos era rescatar lo mágico, discutir al racionalismo imperante. Los cuentos y sus fantasías son una reacción juguetona y punzante contra el hombre engreído, aquel que hace de la razón una excusa para explicar y dominar al mundo. 

Se viven momentos propicios para salir de la desagradable hipnosis mediática. ¿No será hora de reaccionar, nuevamente, desde la imaginación?

Más allá de las geografías o los personajes que utiliza, el relato oral ha ido, a través del símbolo, comunicando verdades y mentiras en un juego de preguntas y respuestas, que no puede menos que hacerle bien al trato con el resto de quienes nos rodean. La narración nos acerca, incluso cuando nos enfrentamos.  Por tanto la práctica de la narración, políticamente, es enriquecedora.

García Canclini nos advierte que, aún en los países en que los discursos oficiales adoptan la noción antropológica de cultura, que confiere legitimidad a todas las formas de organizar y simbolizar la vida social, incluso “en esos países existe una jerarquía de los capitales culturales: vale más el arte que las artesanías, la medicina científica que la popular, la cultura escrita que la oral”. Canclini observa que nada de esto es ingenuo: “las diferencias regionales o sectoriales, originadas por la heterogeneidad de experiencias y la división técnica y social del trabajo, son utilizadas por las clases hegemónicas para obtener una apropiación privilegiada del patrimonio común”. Se consagran como superiores ciertos objetos y saberes porque fueron generados por los grupos dominantes, o porque estos cuentan con la información y formación necesarias para comprenderlos y apreciarlos, es decir, para controlarlos mejor. Hay quienes eligen qué y cómo debe ser conservado, disponen de medios económicos e intelectuales para hacerlo.

La narración también implica conservar. Quizás el archivo es frágil, poco sistemático, pero se revela potente y expansivo.

Maravillas de la narración

  1. Implica un corrimiento del concepto de autor de literatura. ¿Quién es dueño de ese cuento que acaba de ser narrado? ¿Quien lo escribió, quien lo escuchó, ambos, todos? Es natural que un cuentero extraiga de la literatura una historia y la oralice, mencionando a su autor original. Pero lo vivencia de manera colectiva, no hay posesión. Cuando narramos sentimos que somos parte de algo que viene de antes y que nos atraviesa como si fuéramos canales, con el regalo adicional de que esa historia fluya reescrita por nuestra propia emoción.
  2. ¿Es como publicar? Es mejor. No hay papel como la piel de una oreja. Los cuentos actúan de forma misteriosa, llegan impactando a quien los escucha, se depositan levemente y luego emergen porque están en la memoria. Dicen que los cuentos viven tanto, que toman una misteriosa entidad y sobreviven mucho tiempo, de hecho los hombres se les van muriendo a los cuentos, no los cuentos a los hombres.
  3. Fugacidad, intimidad, dinamismo. Se ejercita la espontaneidad, se aprende vocabulario, se entrena la dicción y la gestualidad.

Experiencias de narración en Mendoza

Resulta amplísima la variedad y cantidad de experiencias, solo listaremos algunos referentes y actividades concretas.

Luis Martinetti, además de músico, es cuentero de alma, miembro fundador de la Ollita de los Cuentos y ofrece el Taller de narración Viva la Palabra (en la Biblioteca Mauricio López) además de haber participado del último Festival Internacional de Cuentacuentos “Te doy mi palabra”. Luis afirma que todos tenemos un narrador adentro, su trabajo es ayudar a las personas en ese proceso de descubrimiento.

La labor de campo que realizan Valeria Rivas y otros en Lavalle, la recopilación que coordinó Diego Bosquet con Las cantoras de Malargüe, son bajo el enfoque del patrimonio inmaterial.

 El Espacio de Literatura Infantil y Juvenil (EDELIJ), quizás uno de los sitios más hermosos y comprometidos con la promoción de la lectura, comandado por Silvina Juri.

 Hace unos años se editó "Las chicas de ahora lo hacen oral", un conjunto de voces femeninas que oralizan sus textos, editado por Zediciones.

 Juan Ignacio Jafella, un joven narrador ahora radicado en Buenos Aires.

 Las famosas Abuelas narradoras de Dirección General de Escuelas y del grupo A Puro Cuento, que esparcen cuentos y relatos por toda la provincia.

Las esforzadas bibliotecas populares, que trabajan muy fuerte en narración. Como ejemplo, la Biblioteca Popular Mirador de las Estrellas, de Tupungato, que organizó recientemente rondas en donde interactuaron cuenteros del lugar y narradores profesionales. La Biblioteca Alberdi de Luján, que cuenta entre su equipo a eximias narradoras.

 Alberto Bistué produce y protagoniza monólogos hilarantes, narrados con simpleza. Sergio Martínez, que trabaja hace mucho como narrador oral.

 En general cualquier ciclo de lectura, como el que organiza la editorial Pan, que se llama La primera necesidad, o el Ciclo Elefante, que reunió a más de 70 autores en 3 años de existencia, y muchos más.

 Miles de docentes mendocinos de distintos niveles, para quienes narrar es herramienta y tesoro. Músicos, actores y actrices como Marisa Terranova, titiriteros como Javier Lagrenade, padres, abuelos, hermanos, todos ellos están en lo mismo, esencialmente contar.

No se puede dejar de mencionar a miles de docentes de Mendoza, de distintos niveles, para quienes narrar es herramienta y tesoro. Padres, abuelos, hermanos, músicos, actores, todos ellos están en lo mismo, esencialmente contar.

Por supuesto que así se promociona la lectura. Se trata, más bien, de promocionar nuestro empoderamiento como productores de capital simbólico. Del cuento al libro hay un paso. Apenas se revela de quién es un cuento, se deja implantado un puente hacia el autor referenciado. Los libros son fuente y legitiman día a día su existencia, por su intimidad y el caudal de experiencia que supone. Pero además, la narración nos ayuda en un tipo de lectura cada vez más necesaria, la de la escucha. Podemos leernos en el otro cuando escuchamos. Podemos ejercer una actitud política de tolerancia y asombro si abrimos primero la oreja, que a la postre resulta el órgano más importante para un narrador. Esa es la lectura profunda que emociona y transforma: el simple hecho de tomarnos de las almas para inventar una historia, escuchar un poema, compartir un silencio.

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