Ernesto Laclau, el pensador que admiró a Néstor Kirchner

La muerte "sorprendió" a Ernesto Laclau a sus vitales 78 años. Se encontraba en Madrid para dar una conferencia magistral pero un infarto fatal cambió el rumbo. Aquí rescatamos detalles de su vida y su pensamiento, y una entrevista de Edicion UNCUYO realizada en 2011.

Ernesto Laclau, el pensador que admiró a Néstor Kirchner

El teórico político Ernesto Laclau.

Sociedad

Unidiversidad

Jorge Fernandez Rojas - Foto: Archivo - Axel Lloret

Publicado el 14 DE ABRIL DE 2014


Desde 1969, el autor de
La Razón Populista y Hegemonía y Estrategia Socialista residía en Londres, y enseñaba Ciencias Políticas en la Universidad de Essex.

Nacido en Buenos Aires en 1935, Laclau se graduó en Historia en la Universidad de Buenos Aires en los años sesenta, y desde entonces conjugó sus actividades académicas con la difusión del ideario de la izquierda nacional.

Dirigió las revistas Izquierda Nacional y Lucha Obrera, ligada a una corriente del partido socialista que se identificaba con la naciente Revolución Cubana y los movimientos para la liberación del llamado Tercer Mundo.

Cuando el gobierno del dictador Juan Carlos Onganía ingresaba en su declive tras el "Cordobazo", Laclau decidió radicarse en Londres para continuar en Europa con sus actividades académicas.

En sus obras, el académico hace una clara defensa del populismo como movimiento político que permite el acceso de las mayorías postergadas de la región al centro de la escena política.

En consecuencia, se mostró identificado con el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela, con el proceso encarado por Evo Morales en Bolivia y con el período que en 2003 inició Néstor Kirchner en Argentina.

Defendió la gestión del kirchnerismo en distintos foros e instancias académicas, y esta postura lo llevó a sumarse a la agrupación Carta Abierta, el núcleo de intelectuales que respaldaba el proyecto político que actualmente gobierna Argentina.

"El kirchnerismo llevó a cabo transformaciones en la sociedad que difícilmente pueda ser revertidas por una administración que tenga un signo político diferente", sostuvo en una entrevista que le concedió a la Agencia Télam en febrero pasado.

A continuación, la transcripción de la entrevista realizada por Edición UNCUYO (en aquel momento NU Digital) y publicada el 2 de noviembre de 2011, cuando el intelectual llegó a Mendoza y, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO, dio una conferencia sobre el rol de los populismos en América Latina.

Varios gobiernos de la región en la actualidad parecen poner en funcionamiento algunas de las  teorías esbozadas en sus libros. ¿Que reflexión le merece eso?

La verdad es que yo creo que no es que estén estos gobiernos influidos por mis libros, porque se trata de desarrollos paralelos. Es decir: lo que estos gobiernos están tratando de implementar, prácticamente es lo que yo he tratado de analizar desde el punto de vista más teórico y de dar una cierta fundamentación de por qué este proceso se produce. Pero no creo que se trate de una influencia directa de mis libros sobre los gobiernos.

¿Usted cree que es posible el equilibrio entre una dimensión más institucional y una más de movilización, de ruptura, en fin, más populista?

Yo creo que eso es a lo que hay que tender. Un régimen exclusivamente institucionalista sería un régimen puramente tecnocrático, en el cual la política hubiera sido sustituida por la administración. Este es el ideal positivista. Saint-Simon decía que hay que pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas. El lema del General Roca era “Paz y administración”, y en la bandera brasilera vemos todavía la leyenda “Orden y Progreso”, que es la expresión máxima de este administrativismo. Cuando esto ocurre, se sustituye la voluntad popular por una élite tecnocrática. Por otra parte, en el otro extremo tenemos el populismo puro, es decir, una movilización sin ningún anclaje institucional. En otras palabras, podemos decir que el institucionalismo puro sería el cementerio, pero el populismo puro sería el manicomio. Pero de alguna manera, la sociedad se construye en un punto intermedio. Yo creo que el populismo es una dimensión de cualquier perspectiva de cambio, porque las instituciones no son instituciones neutrales, sino que representan la cristalización de una relación de fuerzas entre los grupos, y cualquier proceso de cambio que intente ir más allá del statu quo necesariamente va a tener que modificar el complejo institucional existente. El discurso de la derecha critica al populismo por antiinstitucionalista, pero nunca se dice si es posible vehiculizar un proceso de cambio dentro de un orden institucional dado. Un régimen responsable tiene que combinar la movilización y la transformación institucional con la creación de nuevas formas institucionales.

¿Usted cree que el kirchnerismo está realizando este proceso?

Creo que lo está haciendo bastante bien. En 2001 tuvimos una crisis que significó una enorme expansión horizontal de la protesta social, pero esa expansión no se tradujo inmediatamente en el sistema político. Es decir, estaban las fábricas recuperadas, los piqueteros, etcétera, pero el lema era "Que se vayan todos". Ahora, si se van todos, es evacuar el campo del Estado como campo de lucha; si no se participa en este campo, siempre alguno se va a quedar, y si no ha sido popularmente elegido no va a ser necesariamente el mejor. Ahora, yo creo que como resultado de esto se llegó al 2003 con una falta total de confianza en las soluciones que podían venir del sistema político, y las cosas salieron bien porque el que fue elegido fue Kirchner, que tuvo la inteligencia, desde el comienzo, de tratar de ligar la expansión horizontal de la protesta social con los efectos verticales a nivel del Estado. Allí empezó a tomar una serie de medidas de las cuales al principio la gente desconfiaba, pero después tuvo que rendirse a la evidencia de que estaba frente a un proceso real de cambio popular e institucional.

Con la muerte de Néstor Kirchner aparece un nuevo protagonista en esta construcción, que es la juventud. ¿Cómo ve esto?

Lo veo bastante positivo. El peronismo es una matriz histórica dentro de la cual se dan fuerzas totalmente opuestas. Fíjese que tanto el menemismo como el kirchnerismo surgen del peronismo, lo que indica que el peronismo como matriz histórica tiene sectores muy diversos. Evidentemente, Kirchner no podía pretender crear un partido de corte ideológico totalmente nuevo, sino que tenía que contemporizar con distintas fuerzas tradicionales dentro del peronismo. Lo que ha sido la política de Cristina en este último año ha sido continuar con esta contemporalización, pero al mismo tiempo propender al desarrollo de todas estas formaciones nuevas que están llevando a que el kirchnerismo sea una nueva etapa dentro del peronismo y no solamente la continuidad del peronismo histórico.

¿Es decir que Kirchner y el kirchnerismo serían hoy un significante vacío?

Está empezando a serlo. Para que haya un significante vacío lo que se necesita es que una figura, un cierto símbolo, pase a ser el símbolo de una política plural de cambio, y creo que Cristina se está transformando en eso.

¿Cómo se paran los medios de comunicación frente a este tipo de construcción?

La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual ha sido un enorme paso adelante en este aspecto, pero hay que seguir dando una serie de pasos en esa dirección. De lo que se trata es de democratizar internamente la información. Nuestras sociedades dependen cada vez más de la información. Las luchas políticas se dan en buena medida a ese nivel, por lo tanto no puede haber una sociedad democrática sana si el poder de la información permanece en manos de los monopolios. Estos monopolios tienen que ser quebrados, no en forma antidemocrática, ya que cada uno puede y debe expresar lo que quiera, pero no pueden tener un control tan total de la información que no permita el desarrollo de fuentes informativas alternativas.

Algunos funcionarios estadounidenses, como Condolezza Rice en algún momento, consideraban al populismo como el nuevo eje del mal en Latinoamérica. ¿Como se percibe ahora esta perspectiva en los círculos intelectuales del Viejo Continente?

Muchos intelectuales se muestran hoy favorables a los regímenes nacional-populares, con diversos matices, obviamente, pero pocos coinciden con ese pensamiento de Rice. Por ejemplo, Étienne Balibar, que escribió el prólogo de uno de mis libros, está hablando por estos días de la necesidad de un populismo europeo, porque dice que la idea de Europa no se ha transformado en un significante vacío, es decir que no ha representado a las masas en ningún sentido. En algún momento, hablando con desesperanza sobre el giro político europeo, Stuart Hall me dijo que lo que había que hacer era latinoamericanizar Europa. Y es que en realidad el modelo político que se está empezando a implementar en América Latina no tiene muchos precedentes, es profundamente original. Cristina Kirchner en su último viaje a Francia discute con Sarkozy y le dice que tiene que mirar a la Argentina para buscar una salida a la crisis griega, en vez de planificar una pura política de ajuste.

Para usted, ¿cuál fue el papel de la oposición en el último período electoral y qué debería hacer para repensar la estrategia a futuro?

Yo creo que es muy tarde para eso. Tuvieron su momento en 2009 y lo dejaron pasar. Lo que pasa es que la oposición está tan dividida que no puede producir efectos políticos de largo alcance. Algunas figuras, creo que van a desaparecer de la arena política, como Elisa Carrió o Eduardo Duhalde. Hoy la figura de la oposición más creíble que ha surgido es Binner, que curiosamente es el menos confrontativo con el actual gobierno nacional. Esto significa que puede crecer y formar una oposición responsable. En el caso de Alfonsín, cometió el error más importante de su carrera en la alianza con De Narváez, lo que lo hizo perder toda posibilidad de erigirse como líder de la centroizquierda. Es decir, creo que tenemos Cristina para rato.

En este caso, ¿la reelección sería un mecanismo democrático?

Yo creo que sí. Se habla mucho de mi opinión sobre este tema, pero en mi opinión no me refería a la Argentina. Yo hablaba de una consideración de tipo latinoamericano mayor. Hay dos aspectos allí. Un primer aspecto es que, tradicionalmente, los parlamentos en América Latina no han sido fuerzas de cambio, sino que han sido lugares en los que se han reconstituido las élites regionales conservadoras, y cuando ha habido proyectos más radicales de cambio se han centrado mucho más en el Ejecutivo. Es decir que el Poder Parlamentario se ha presentado como un contrapeso conservador. Esto se ha dado en una larga serie de casos concretos, como la Revolución constitucionalista de Chile en 1893.

El otro aspecto es que yo no creo que haya nada antidemocrático en una reelección indefinida; en Inglaterra el primer ministro no tiene límites en la medida en que sigue siendo votado, por supuesto, para permanecer en el cargo. En Alemania sucede exactamente lo mismo y nadie habla de que estos regímenes no sean democráticos. Lo que me parece antidemocrático es que, si hay una identificación popular con una cierta figura, la gente no la pueda seguir votando porque hay un impedimento institucional, es decir que esto es una forma de coartar la voluntad popular. Generalmente, cuando esta voluntad ha cuajado en torno a un cierto nombre que es una referencia a una serie de medidas que implican un proceso de cambio, probablemente impedir la reelección a lo que lleve es a la reconstitución de fuerzas conservadoras antagónicas, contrarias al poder popular.

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