Huellas rebeldes

El 24 de marzo, miles de personas marcharon en todo el país bajo el lema de “Memoria, Verdad y Justicia”. La periodista Marta Dillon, cuya mamá fue secuestrada cuando ella tenía diez años, publicó una nota en "Página/12" en la que desanda el camino que la llevó de ser una sobreviviente solitaria a formar parte de un colectivo que reclama justicia.

Huellas rebeldes

Al igual que en Mendoza, miles de personas marcharon el 24 de marzo en el resto de las provincias por Memoria, Verdad y Justicia. Foto: Victoria Gaitán.

Sociedad

Día de la Memoria

Unidiversidad

Unidiversidad

Publicado el 28 DE MARZO DE 2018

Nunca el 24 de marzo empieza cuando lo marca el calendario; nunca, desde hace 42 años, la fecha corre al mismo ritmo. De la primera vez, recuerdo la voz marcial de los comunicados, la sensación de que hablasen de mí o de mi familia. De mi mamá y sus compañeras, al menos, que eran mi familia. Del segundo no me acuerdo, ni después, hasta que volvió la democracia, y entonces hubo un primero de demanda, de duelo colectivo, de no estar tan sola aunque no haya estado, lo haya leído a hurtadillas en los márgenes de las noticias de los diarios.

Pasó mucho tiempo antes de que encontrara mi lugar en la plaza, un sitio cómodo como para sacarme de encima eso que dijo mi hermano Andrés cuando declaró el jueves pasado en el juicio de lesa humanidad que tiene entre sus acusados a Miguel Etchecolatz y a nuestra mamá entre sus víctimas: "Me avergüenzo de mi silencio de tantos años, pero esto es también algo que nos hicieron". Aunque no hay nada por qué avergonzarse, aunque la vergüenza es de los asesinos, yo también la sentí. Porque cómo no sentirla cuando era tanto lo que sabía y tan poco lo que podía decir públicamente. Puedo perdonarme, era apenas adolescente, estaba aislada; otras lo hacían por mí y era inalcanzable la valentía de la Madres, ellas también me hacían sentir pequeña, que no había hecho lo suficiente.

Día de la Memoria: 24 imágenes de un 24 de marzo histórico

Cientos de personas recordaron el golpe de Estado de 1976. Una de las consignas centrales fue que no se le otorgue la prisión domiciliaria a los presos por delito de lesa humanidad con problemas de salud.

Dejé de mirar de costado, habité la Plaza recién en 1996. Se cumplían 20 años del golpe de Estado y a la hora exacta del aniversario, que también era exacto, y porque ese año era indispensable hacer el recorrido completo, encendimos luces propias para marchar desde la Plaza de Mayo. Nos habíamos reunido pocos meses antes en H.I.J.O.S., nos habíamos reconocido todos y todas en esa impotencia de haber crecido aislados en dolores que creíamos individuales. Estábamos descubriendo la potencia de hacer del duelo colectivo fuerza y creatividad común para reinventar en nuestros términos, en nuestros cuerpos, caminos por los que también perseguiríamos sueños y justicia, inscribiéndonos en la genealogía rebelde de nuestros padres y madres, y en la de las Madres de la Plaza para poner una voz propia. A la hora exacta del golpe, a la madrugada, sabiendo que era arriesgado convocar a una marcha a las 3 de la mañana, ahí estuvimos y éramos miles caminando con antorchas desde la Plaza de Mayo hasta Tribunales para entregar un Habeas corpus por cada uno y cada una de nuestros desaparecidos. Tenía sentido la pregunta, porque para nosotras y nosotros, no estaban muertos, aunque lo supiéramos. Estaban desaparecidos, desparecidas, y todavía fantaseábamos con que podían volver, con que la tortura les hubiera hecho perder la cabeza, que podían ser esa figura perdida en el fondo de un colectivo. Entonces, que nos dijeran dónde estaban, que el Estado se hiciera cargo. Terminamos abrazadxs después de esa acción que parecía simbólica, pero era bien concreta. Estábamos preguntando dónde están.

Al día siguiente marchamos con todos y con todas. Mientras avanzábamos con nuestra bandera nos aplaudían. Si nosotrxs sentíamos que estábamos diseñando nuestra plaza, había quienes sentían que tal vez, en algún momento, iban a poder descansar porque la Memoria, la Verdad y la Justicia eran bandera de otra generación.

Hicimos una red nacional, una red internacional, nos enojamos tanto frente a la impunidad que diseñamos una manera de hacer justicia en el mismo tiempo en que vivíamos, al mismo tiempo que recuperábamos la forma en que nuestros padres y madres habían querido inventar que la Justicia no fuera sólo una institución, para que el cuidado colectivo de nuestras infancias fuera una forma de aprender la empatía con los otros, la urgencia de cambiar el mundo por encima de la protección de los mundos particulares. 

Esa experiencia no se borra, está escrita ya en la historia colectiva, en las huellas de la Plaza y la Avenida de Mayo.

Éramos hijos e hijas de nuestros padres y madres, pero, sobre todo, de la rebeldía.

La vida como militancia

La periodista y escritora Marta Dillon presentó su libro Aparecida, la historia sobre su madre.

Lo terminé de entender en estos últimos, al menos, casi tres años. Cuando la rebeldía colectiva ya no se ajusta a otras huellas, sino que las desborda al mismo tiempo que las hace profundas cada vez que es o fue capaz de interpelar también a esas formas, esos modos, esos silencios y opresiones que no se nombraban porque no era el tiempo, porque el genocidio fue tan cruel que ¿cómo ponerse a mirar en el modo en que se trataba a las mujeres, en la violencia sexual en los campos de concentración de la dictadura ejercida sobre todo contra las mujeres y los homosexuales, si todos habían sido víctimas del mismo Terrorismo de Estado? 

Ahora no hay nada que no pueda ser nombrado. Ahora que en el escenario del 24 de marzo se puede exigir por el derecho al aborto y la multitud que se siente interpelada en primera persona, en su experiencia sensible, en su historia de vida, la multitud grita y viva porque sabe, porque construimos como pueblo un sentido de los derechos humanos y un sentido de las luchas de los 70 que no se agota en la forma de entender el Estado o la distribución de la riqueza, sino que leemos esas luchas como una apuesta vital y apasionada por la libertad, por el reconocimiento y la empatía con los otros y las otras, contra toda crueldad.

Homenaje y reflexión en la UNCuyo por el Día de la Memoria

La comunidad universitaria conmemoró esa fecha con un acto para homenajear a docentes y estudiantes desaparecidos, en el que se sumó un nuevo árbol al Paseo de la Memoria, que simboliza al personal de apoyo académico perseguido y expulsado ...

Este 24 de marzo, este día de ciudad tomada entre la mañana y el anochecer, volvimos a inventar un lugar para abrirnos paso hasta la Plaza de Mayo. Lo inventamos porque lo hicimos "feminista y disidente", porque no podemos pensar que la bandera de Ni Una Menos, como tampoco los pañuelos por el derecho al aborto o las banderas de maricas, lesbianas y trans podían estar afuera del 24, porque a la vez que abrirnos los derechos humanos y la memoria de las víctimas del Terrorismo de Estado, la persistencia en la búsqueda de justicia por el genocidio nos modifica, nos modela también en los deseos disidentes que son protesta. 

Fuimos cuerpos y experiencias desobedientes que conspiramos para hacer una misma columna y a nuestro paso sentimos la alegría de tantos y tantas por sentir y saber que las reescrituras de la memoria no se cansan ni se acaban.

Contar la marcha entera hace mucho que me resulta imposible. Entre otras cosas, por la incredulidad que genera que haya todavía dos horas distintas de convocatoria y dos documentos, y cada una se pretenda la legítima. Si podemos hacer movilizaciones feministas multitudinarias y transversales, si llenamos las calles sin disputas cuando dijimos no al 2 x 1 y que la casa de los genocidas es la cárcel, ¿por qué esa necedad de seguir dividiendo lo que de todas manera está unido, porque la mayoría no quiere decidir entre una y otra convocatoria sino poner el cuerpo en la plaza, dispuesto a reescribir la historia contra toda crueldad, contra el miedo, por la dignidad de la vida? Por eso elijo volver sobre las sonrisas de quienes veían pasar la columna feminista y disidente, los gritos que festejaron el derecho al aborto, la certeza de que no hay nada quieto en la lucha por los derechos humanos porque los cuerpos en la calle son capaces de reinventarlos cada vez para, otra vez, convertir el lugar del terror que nos dejaron y con el que ahora nos amenazan en la fuente de nuestras rebeldías. Esa que es capaz de hacer de la calle y de la Plaza el lugar donde queremos estar.

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