La autoimagen de los intelectuales

Su incidencia en el proceso de construcción de la Nación.

La autoimagen de los intelectuales

José Ingenieros. Foto provista por el autor.

Ciencia y tecnología

Especial conflictividad e identidad

Unidiversidad

Marcos Olalla - Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (Incihusa) - Conicet CCT Mendoza

Publicado el 06 DE JULIO DE 2018

Las nacionalidades no son entidades que preceden al discurso, sino formas de representación narrativa de un conjunto de atributos presuntamente compartidos por una comunidad. Tales atributos, lejos de presentarse como un elenco estable de peculiaridades, son ideas o categorías, modos de enunciación de un proyecto político determinado. Ellas permiten la estructuración de relatos que promueven la legitimación o impugnación de un orden de cosas político dado o deseado.

En América Latina, el vínculo entre la construcción de la nación y la producción cultural –sobre todo literaria– fue tan ostensible como intenso. Así, por ejemplo, un intelectual, reconocido por ser, junto al chileno Francisco Bilbao (1823-1865), uno de los primeros impulsores de la idea de “América latina”, el colombiano José María Torres Caicedo (1830-1889), consideró imprescindible la complementación de su labor política, destinada a promover la efectiva integración latinoamericana, con la construcción de un canon cultural regional. En esta clave se comprende su obra en tres volúmenes Ensayos biográficos y de crítica literaria sobre los principales publicistas, historiadores, poetas y literatos de la América Latina, publicada entre los años 1863 y 1868.

Desde la independencia de las naciones latinoamericanas a comienzos del siglo XIX hasta la década de 1870, en la que habría comenzado la fase de modernización del subcontinente, la articulación entre las prácticas políticas y las literarias era explícita. La índole de este vínculo comenzó a modificarse hacia fines del siglo XIX en virtud de la creciente diferenciación de la dinámica de tales campos.

 

La "identidad nacional"

A comienzos del siglo XX, los intelectuales latinoamericanos debieron hallar nuevas fuentes para justificar algún tipo de relevancia política. La dramática modificación de la fisonomía demográfica asociada al fenómeno de la inmigración, la creciente conflictividad social y étnica y la expansión de la esfera pública a nuevos actores sociales durante este período constituyeron la base material para el desarrollo de un tópico que ofreció oportuno auxilio a la ingente búsqueda de autoridad para el discurso de los intelectuales latinoamericanos: la cuestión de la “identidad nacional”. Se perfilaron así como guardianes de una tradición inventada o utopistas esclarecidos en los extremos de la escena ideológica.

Ricardo Rojas. Foto provista por el autor.

 

Dos obras de esta índole pueden servirnos de testimonio acerca de la imagen de los intelectuales respecto de su función en el proceso de construcción de la nación argentina. Estas son Sociología argentina (1908-1913) y La restauración nacionalista (1909), la primera, de José Ingenieros (1877-1925), uno de los más prominentes representantes del positivismo en América Latina, y la segunda, de Ricardo Rojas (1882-1957), figura fundamental en la construcción del canon de la literatura argentina, cercano a las ideas espiritualistas de su época.

El positivismo fue una corriente que ofició de plataforma ideológica para el proyecto de construcción de las naciones en América Latina. Su predicamento se debió a su oferta de un modelo de explicación que oficiaría como justificación del orden político y como interpretación del atraso latinoamericano frente al ritmo del despliegue del proceso de modernización mundial. En Sociología argentina, Ingenieros concibió la formación de la nacionalidad argentina como resultado de la interacción entre factores biológico-ambientales y culturales. De la síntesis de estos dos vectores, pretendió intuir la nacionalidad en términos de una “raza argentina”. La función de los intelectuales en este discurso se asumió como la intelección de una vía de articulación armónica de estas dimensiones y el diseño de sus formas de institucionalización.

El espiritualismo nacionalista desarrolló una defensa de las tradiciones que posibilitarían una cierta cohesión social. Mientras Ingenieros pretendía hallar respuestas en la biología, Rojas lo haría en la historia. La restauración nacionalista fue una obra concebida por su autor como resultado de un viaje a Europa en el que estudió los sistemas educativos de los países visitados con el propósito de contribuir al diseño de una pedagogía nacionalista. Constituyó una forma de intervención relativamente moderada, si se la compara con las manifestaciones antidemocráticas que poblarían el espectro nacionalista posterior.

En ella, Rojas se ajustó a un proyecto de cognición de un repertorio de símbolos que presuntamente afirmaban formas de singularidad nacional en la historia cultural argentina y que oportunamente serían consagrados como tales en el ámbito de la educación y en todo otro campo en el que se desarrollasen rituales cívicos.

Así, dos ensayos de interpretación nacional contemporáneos, provenientes de tradiciones teóricas antagónicas, tuvieron en común el esfuerzo de consolidación de un lugar exclusivo para los intelectuales desde donde asignar autoridad al propio discurso.

En nuestros ejemplos, en el primer caso, mediante la afirmación de una dotación específica para el examen de la fisonomía racial de la sociedad argentina –y con ello, de las posibilidades de ingreso al ciclo modernizador de los diversos grupos que la componían–, y en el segundo caso, a partir de la afirmación de la naturaleza espiritual del relato patriótico, en cuyo orden se requerían sujetos habilitados para la determinación de los elementos de la cultura que se ajustaban a dicha narración.

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