El vino de la integración

Unos 600 contratistas de viñas podrán quintuplicar el valor de la venta de la uva en la tranquera de la finca en los próximos años. ¿De qué forma? Elaborando vino artesanal, o sea, dando valor agregado al producto natural en origen. Gracias a la capacitación del Estado y al avance del Plan Estratégico Vitivinícola, que reintegra una parte de las retenciones a las exportaciones vitivinícolas, comenzará a producir Nomeolvides, primer establecimiento industrial para el vino del contratista.

El vino de la integración

Foto: Axel Lloret

Sociedad

Unidiversidad

Eva Guevara

Publicado el 04 DE MAYO DE 2013

El Plan Estratégico Vitivinícola contempla la redistribución de la riqueza, y exhibe, a medida que avanza, determinados logros para trabajadores y trabajadoras en contacto con lo que es la producción o las tareas del campo. Muy a diferencia de los ensambles a los que nos tiene acostumbrados el capitalismo salvaje, el modelo consiste en definir líneas estratégicas en función de los distintos negocios y posicionamientos de los actores en el mercado del vino, pero también en función de la integración de los eslabones más débiles a la cadena de valor. Es ahí que entra a hacer su labor el Programa de Fortalecimiento de la Cadena de Valor Vitivinícola, por el cual se ejecutan desde la Nación fondos provenientes de la devolución de las retenciones vitivinícolas. 

Digamos que la premisa fundamental es que, si la vitivinicultura crece, debe crecer también la gente que la hace. Así es como por cada litro que se elabora, se realiza un aporte al PEVI. Mucho de ese vino elaborado –el 70%– es básico, es decir, es un alimento que está todos los días en la mesa de los argentinos, y es resultado del esfuerzo de los pequeños y medianos productores entre los cuales se incluyen las cooperativas, que llegan a elaborar 25 millones de litros en tres años. El resto, –o sea, el 30%– son vinos de mayor precio que se venden en el país y se exportan al extranjero, un negocio rentable y con buenas perspectivas. 

Pues bien, tras la decisión de que la integración y la incorporación de las nuevas tecnologías en viñas y bodegas, son el camino más seguro para la economía regional, el Estado Nacional le retiene a las empresas el 5% de  lo que exporta para luego hacer el reintegro del 2,5% de ese capital. El Estado Nacional le entrega ese dinero a los gobiernos provinciales y estos lo destinan a programas que tengan que ver con la mejora de la rentabilidad de los pequeños productores, sea para integrarlos, capacitarlos o bien garantizar su bienestar.

En ese marco se inscribe la compra de la Bodega del Contratista en San Martín, la que pasará a llamarse como la flor, Nomeolvides. Está enclavada en una de las zonas más importantes de producción vitvinícola de Mendoza, con más de 80 establecimientos cuya característica principal es que traducen todo el esfuerzo posible de las pequeñas empresas familiares. El proyecto consiste en que los contratistas de viñas nucleados en su sindicato conformen una cooperativa y elaboren su propio vino. 

Rubén Cepeda, Secretario General del Sindicato de Contratistas de Viña, se muestra exultante con el nuevo posicionamiento que tendrán las familias vinculadas al proyecto. En principio son 600 productores, siendo 400 los que han completado la capacitación en un nivel certificado por el Instituto Nacional Vitivinícola. Aunque también desearía tener varios años menos para encarar la nueva etapa, lo cual no parece sino el síntoma de caer en la cuenta de la dureza de los tiempos que pasaron, bajo el signo de un círculo vicioso, el castigo de las inclemencias climáticas, el bajo precio de la uva en finca, el éxodo a las ciudades y el abandono paulatino de las tareas en el campo.  

¿Cómo surgió la idea del proyecto?

La idea surgió hace cuatro años con Carlos Sanhueza, un importante dirigente de la economía social, un hombre del cooperativismo, que lamentablemente falleció antes de verlo concretado. Nosotros siempre hablábamos de que el capitalismo salvaje no es lo que nos iba a poder dar la movilidad social, el poder poner valor agregado o sencillamente mejorar nuestra calidad de vida. Nos decíamos: "Si queremos eso, lo que tenemos que hacer es buscar otros mecanismos". El primero de ellos es la capacitación, fortalecer los lazos de la integración y ordenar ese proceso institucionalmente a través de una cooperativa.

¿Cree que el proyecto es un avance en términos de la distribución de la riqueza?

Yo creo que sí. Cuando uno es tan pobre y proviene de un lugar con tantas carencias, cuando uno viene arrastrando una vida de desencuentros, frustraciones y dolor, todo termina mal. En cambio, cuando viene una época como esta, de desafíos y compromiso en la que por primera vez vemos que el Estado nos abre la puerta, le pone garra y nos ofrece las herramientas para salir adelante, todo se encarrila. Esperamos que esto sirva para fortalecer la permanencia de las familias trabajadoras en las zonas rurales. Eso hay que fomentarlo mejorando las condiciones del hábitat para criar a los hijos, generando posibilidades de emprender una huerta, las conservas de temporada, las changas en los alrededores. Por eso es tan útil que existan operaciones de control para que a los obreros no se los explote, eso permite también que el campo sea un lugar más cálido para vivir. 

¿Pero este proyecto en concreto es un ejemplo de inclusión?

Por supuesto que uno se siente incluido, tenido en cuenta, esto le ha puesto muchísimo las pilas a la gente, y eso que recién es el comienzo, recién estamos empezando a ver el beneficio económico en su etapa pionera. Y hay que decir que para llegar a este logro los trabajadores pasamos por todo un proceso.  Primero entendimos lo que era poner valor agregado, junto a eso entendimos que el mercado de vino es un mercado muy próspero y que desde hace muchos años a la gente le va muy bien, obvio que con algunas dificultades que tienen que ver con la crisis económica que vive el mundo, el Primer Mundo en especial. En ese marco, el vino sigue siendo buen negocio, a pesar de todo.

¿Cuál es la situación del contratista? ¿Es uno de los eslabones más débiles de la cadena?

El problema es la enorme diferencia entre el vino envasado y el valor de la uva. Es la brecha, digamos, que se reduce cuando uno da el salto y encara el producto. Al principio empezamos el curso como elaboradores de vino casero y artesanal, junto con el Ministerio de Trabajo de la Nación, con la supervisión de la Dirección General de Escuelas de la provincia, y bajo el estricto control del Instituto Nacional de Vitivinicultura. Ya en la vendimia de 2012 celebramos la primera fiesta vendimial del viñatero. Cuatrocientos compañeros obtuvieron matrícula en el INV y además el mercado recibió el producto de una manera inesperada, porque realmente es un nicho por cubrir, es vino artesanal de buena calidad supervisado por una docena de enólogos contratados por el sindicato y por nuestra cooperativa.  

¿Y cuáles son las perspectivas de producción? ¿Qué sigue luego de la adquisición de la bodega?

A partir ahora tenemos cinco años para devolver el crédito. Gracias al apoyo del Ministerio de Agricultura de la Nación ya contamos con maquinarias de última generación, despanilladoras, moledoras, vasijas homologadas. La bodega es un establecimiento moderno con instalaciones de última generación, con capacidad para hacer 8 millones de litros, pero tiene vasijas para 2,1 millones. Las primeras partidas las vamos a empezar fraccionando desde ahora, con vino artesanal de la cosecha anterior. O sea que pondremos en funcionamiento la planta fraccionadora, empleando el sistema más eficiente de extracción de toda molécula de oxígeno. También tenemos vino hecho con el viejo sistema a maquila, de elaboración por cuenta de terceros. Vamos a integrarlos con otros de mejor estirpe, vamos a hacer unos cortes respetando las normas y, para la próxima temporada, creemos que podremos elaborar los 2 millones de litros. 

¿Qué impacto tiene esto en las familias? Porque debemos entender que el contratista incursiona en el trabajo con su familia…

Así es, el contratista solo no existe, tanto es así que el texto de la ley en el artículo primero dice que se considera contratista al trabajador que trabaja en predios de viñedos y frutales en forma personal y con su grupo familiar. En los predios donde trabajamos los contratistas, no ingresan los menores pero ayuda el resto: la señora en los trabajos de envoltura, los hijos mayores hacen sus primeras experiencias en la tarea y a veces, cuando los contratos son grandes y de buena calidad, se quedan varios años acompañando al titular del contrato porque este trabajo es una tradición. En este proyecto se involucran unas 500 familias con capacidad para hacer un vino de primera línea y hacer algo así como 10 mil litros envasados por cada familia. Hay que tener en cuenta que en toda la provincia hay unos 4 mil contratistas, cada trabajador tiene un promedio de 12 hectáreas para trabajar. En general, no son predios grandes y cerca del 70 por ciento de nuestros empleadores son pequeños productores, no son empresas grandes. Mientras que el 30 por ciento restante trabaja en empresas más grandes que poseen tres o cuatro fincas y bodegas. 

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