La mujer que odiaba a todas las mujeres

Las películas en donde los personajes femeninos son vulgarmente maltratados ya podrían formar un género como el Western, en donde Lars Von Trier sería Ford, Darren Aranofsky sería Scorsese, y Lynne Ramsay sería los Coen. (spoilers)

La mujer que odiaba a todas las mujeres

Cultura

Unidiversidad

Valentina González

Publicado el 05 DE JULIO DE 2012

Esta última es la flamante directora de Tenemos que hablar de Kevin, película recientemente estrenada en el Cine Universidad.

La condición en este género parece estar basada en tener a una actriz hermosa, independiente y fuerte, y destruirla con vueltas de guión tan forzadas que llegan al ridículo. El caso de Tenemos que… es paradigmático. Tenemos al personaje femenino interpretado por una actriz hermosa, Tilda Swinton, a la que le pasa algo terrible: un adolescente mata a su esposo y a su pequeña hija. Pero eso no es todo, hay algo aún peor: Swinton no podrá vengarse del maldito asesino, adolescente insoportable y pequeño Sandro, ya que se trata justamente de su hijo mayor.

El jovencito en cuestión muestra su mal comportamiento desde muy pequeño, negándose a ir al baño, obligando a su madre a cambiarle pañales hasta los seis años, volteando la tostada con la mermelada hacia abajo y, en fin, matando a la familia. Un chico malo con mirada de malo que humilla a su madre todo el tiempo y se ampara en su padre que parece no entender nada de lo que pasa.

¿A quien se le ocurre contar esta historia? Realmente: ¿Qué es lo interesante aquí? ¿Hablar de los lazos familiares como un lugar de dolor, sometimiento y muerte? ¿Es darles una lección a aquellas madres que no ponen un buen chirlo a tiempo? ¿O es sólo el sadismo de maltratar a un personaje hasta destruirlo completamente?

Es famoso el amor de muchos directores por sus musas. Ahí está Truffaut, “el hombre que amaba a todas las mujeres”, que se decidió a desarrollar una carrera fílmica, sólo para sentir esa tensión entra las actrices de su época y su cámara. Es conocido que Favio empezó a filmar sólo porque quería enamorar a María Vaner.  Fellini, Capra, Minelli, todos ellos filmaban a hermosas mujeres y eran conocidos por ello, lo mismo se puede decir de Woody Allen. En Mi semana con Marilyn, el director Sir Laurense Olivier, arma una producción, sólo para hacer una película con Marilyn Monroe de quien se había enamorado perdidamente.

El caso de Lynne Ramsay y Tenemos que… es todo lo contrario: se filma para odiar. O, peor aún: se filma para realizar una publicidad de larga duración  con el objetivo de  hacerla pasar por cine poniendo de relieve un dramón como para estremecerse.

Porque no se trata sólo de un hijo maltratador y de un marido frío e incrédulo, Ramsay va más allá y humilla a su personaje desde lo social, desde lo económico, desde lo femenino.

En una escena, Tilda cena con su familia, la hija pequeña está internada porque ha perdido un ojo a causa de que el maldito Kevin dejó un ácido fuera de lugar, justo para que la pequeña se lastimara. Bueno, la familia está cenando y el marido obliga a Tilda a decirle a Kevin que no lo culpan por lo que le ha pasado a la pequeña. Kevin, dice no sentirse en absoluto culpable y mientras la madre le dice que la hija ha perdido un ojo, él se come una cebolla completa, mordiendo esa bola blanca mientras salta el jugo. No veíamos metáforas tan burdas desde que en XXY Darín y su esposa hablaban de operar a su hija hermafrodita y sacarle el miembro masculino, mientras rebanaban un salamín.

Luego, cuando ella ha perdido a su familia, e inexplicablemente, también su condición social y vive casi como una indigente en una casuchita, con un trabajo en una oficina deprimente con gente que hace juego;  entonces el guión le da un pequeño respiro, y la vemos en un festejo de navidad, se ha puesto un vestido rojo y sonríe. Sus vulgares compañeros de oficina bailan y todo es deprimente pero ella está contenta, como si hubiera recuperado algo de dignidad en esa pequeña alegría. Entonces uno de sus compañeros que le ha echado el ojo, la invita a bailar y ella, vergonzosa y coqueta se niega. Entonces el tipo se le acerca al oído y le dice toda clase de insultos que empiezan con “quién te crees que sos” y siguen con toda clase de humillación verbal a la que ella, acostumbrada ya a la humillación, no responde.

La película es triste y deprimente. Y si, la fotografía es linda como en un comercial de autos. Pero no respira ni un segundo. Es imposible que podamos tener un sentimiento propio ya que el autoritarismo de la dirección nos lleva por emociones pre armadas desde el principio.

Leí que Lynne Ramsay, que obviamente ya ganó en festivales con esta película, está filmando ahora con Natalie Portman, una actriz que ya sufrió los arrebatos de Aranofsky en El cisne negro, en donde es humillada hasta morir luego de una edición muy rápida de imágenes coloridas. Ahora las dos van por más.