Morir en Villa Zavaleta

La Muerte, oscura, ominosa e inapelable, se cierne desde siempre sobre la Villa Zavaleta, barrio de Pompeya, ciudad de Buenos Aires. Algunas veces viste de uniforme, otras veces de civil; pero siempre, al amparo de un uniforme.

Morir en Villa Zavaleta

Foto: Facebook de “La Garganta Poderosa”

Sociedad

Unidiversidad

Horacio Ricardo Silva

Publicado el 24 DE OCTUBRE DE 2013

Ya en 2009 se llevó la vida de Kevin Ramos, un niño de cuatro años, muerto de un tiro en la cabeza cuando un vecino manipulaba su arma. La bala atravesó la débil pared de la casilla de madera donde vivía, antes de impactar en el cráneo de la criatura.

Es que la vida en Zavaleta está valuada en poco más que nada; un barrio donde las razzias policiales y los combates entre narcos convierten al humilde asentamiento en el teatro de operaciones de una guerra ajena.

En su recuerdo, los vecinos de la villa construyeron una placita que lleva su nombre: “Plaza Kevin”. Un amiguito suyo, Kevin Molina, de tan solo cinco años de edad, “ayudó con sus propias manos” a hacerla[1].

El tiempo fue pasando, y Kevin Molina llegó a cumplir los nueve años. Pero la violencia continuaba, como siempre, ofreciendo víctimas sacrificiales al ritmo de percusión de sus poderosas armas de fuego.

Así, la Muerte continuó su cosecha de sangre humana y, cuanto más joven, mejor. En la mañana del 7 de septiembre, un grupo armado de narcos entró al barrio con toda impunidad, a ajustar cuentas a los tiros con sus competidores en el mercado local, atrincherados en una casilla cercana a la Manzana 55.

La batalla consistió en tres asaltos, tres nutridos tiroteos entre los bandos enemigos. Al terminar el primero, unos vecinos se animaron a salir de sus casas y pedir ayuda al puesto de Prefectura, ubicado a 150 metros del lugar. Los soldados concurrieron, pero no encontraron más que las vainas servidas en el suelo y se retiraron tranquilamente; cuando se reanudaron los tiroteos, ya no volvieron a aparecer, dejando la zona liberada.

El niño Kevin Molina, asustado por los disparos, buscó refugio debajo de la mesada de la cocina de su casa de madera. Tal era el miedo que tenía que se orinó en los pantalones; pero una de las balas atravesó la pared de machimbre y le impactó en la cabeza, segándole la vida. Su madre, creyendo que seguía escondido cuando todo terminó, se manchó las manos con la sangre de su hijo, que manaba por el cráneo.

El crimen de la criatura llenó de ira y consternación a la humilde barriada, que junto a la revista villera La Garganta Poderosa realizó varios actos recordatorios en la Placita Kevin. Las denuncias apuntan a un posible entendimiento entre narcos y uniformados, para medrar con el fabuloso negocio de las drogas; sospecha que no carece de asidero, dado que las crónicas policiales de los diarios abundan en hechos de esa clase.[2]

 

Igual que ayer, igual que antes

La historia del Barrio Zavaleta comienza a fines del siglo XIX, cuando se constituyó el primer asentamiento humano a orillas del Riachuelo; vivían allí “ex-combatientes lisiados de la Guerra del Paraguay, negros, indios, mestizos y europeos, estimándose la población en cerca de 3.000 almas, la mayoría de ellas dedicadas al 'cirujeo' de la basura de la Quema”.

Al principio, el asentamiento fue conocido como “Pueblo de las Latas”, debido a que sus moradores levantaban las precarias viviendas utilizando grandes latas de kerosén. Pero con el tiempo, el apelativo cambió a “Barrio de las Ranas”, porque ese batracio abundante en la zona por la existencia de extensos pantanos y lagunas constituía el principal alimento de sus habitantes.

Hacia 1919, la barraca de la Casa Vasena se encontraba muy cerca de allí. Y muy cerca de allí vivía también el joven Juan Fiorini, obrero textil de 18 años de edad, cuando fuerzas policiales desataron una tormenta de fuego y plomo sobre el vecindario. Las balas de Máuser atravesaron las paredes de su casa de madera, impactándole en el pecho cuando Fiorini salía de la cocina, llevando un mate en la mano para su madre. Ese hecho originó la huelga general más cruenta y prolongada en la historia del movimiento obrero argentino, conocida como la “Semana Trágica de enero de 1919”.

En esos mismos días, se vio al patrón Emilio Vasena dispararle con su revólver a unos pibes de la actual Villa Zavaleta. Los chicos recogían latas de la basura para venderlas al peso y las arrojaban a la calle para después juntarlas; hecho que enfureció al empresario cuando este pasó por allí y una lata cayó encima de su lujoso automóvil. [3]

 

El sino de la pobreza y el mito de Frankenstein

En las reuniones previas a la impresión de la primera revista, Kiki –nueve años, redactor de La Garganta– propuso cambiar las preguntas que suele hacerse un periodista para redactar una noticia. Kiki pidió que el denominado "5 W" –qué, cuándo, dónde, quién y cómo–, se limite al porqué, y se re pregunte por qué, por qué y por qué. ¿Por qué, en el caso de un hecho policial, un pibe de 15 años llega a portar un arma? ¿Por qué ese pibe, en lugar de estar jugando, sale a robar? ¿Qué fue lo que hizo que un chico cayera en la droga y en el delito?”.[4]

La profundidad de estas preguntas, formuladas por un niño de apenas nueve años, solo pudo nacer de las entrañas de la villa. La violencia y la marginación social –una forma más sutil de la violencia, pero no por ello menos lacerante– solo pueden dar lugar a un torbellino ascendente de mayor violencia y discriminación, cuyo final es imprevisible, aunque augura dejar a su paso un reguero sin fin de sangre, ira y dolor.

Porque el fondo de la cuestión reside en una sola, cruel y absoluta verdad: si un pibe de la villa no es reconocido como un semejante por el resto de la sociedad –personas de clase media y alta, o incluso de clase humilde pero con mejor suerte en la vida– el niño marginado no podrá, a su vez, reconocer como un semejante a quienes no sean de su propia condición.[5]

De esa manera, la sociedad de consumo fabrica –de ser válida tal metáfora– un nuevo Frankenstein cada día. Primero instala la necesidad ficticia de que vestir zapatillas de marca o poseer el último modelo de celular –que puede llegar a costar hasta 4000 pesos– es un asunto de vida o muerte; luego, mantiene en el desempleo y la marginalidad a niños que jamás podrán acceder a esos artículos, y se les trata con asco, desconfianza y desprecio.

Llegado a este punto de desamparo, los menores recurrirán al paco, al Poxirrán y a otras destructivas drogas químicas –provistas a precio vil por la misma sociedad–, para huir de una realidad miserable, y cobrar cierta autoestima y amor propio.

Muchos de esos jóvenes sentirán que estarán en el justo derecho de apropiarse por la fuerza de lo que les es negado; porque, pensarán, al fin y al cabo, si ellos son tratados con violencia y desprecio, justo sería darles “una lección” a los privilegiados que hacen ostentación de esos suntuosos productos, aunque estos nada tengan que ver, al menos en forma directa, con su situación marginal. Tal es la mecánica psicológica de la violencia social.

El tema fue abordado hace ya dos siglos por Mary Shelley, en su novela Frankenstein o el moderno Prometeo (1818). El monstruo, creado por un experimento científico, no eligió nacer como nació: feo, de horrible aspecto, aunque de noble corazón. En sus intentos de relacionarse con la sociedad produce pánico, horror y asco. Fracasadas todas sus aspiraciones de integración, Frankenstein decide –en su lacerante soledad– que si no puede inspirar amor, entonces inspirará terror.

Morir en Villa Zavaleta

En tanto, las fuerzas de seguridad han tomado cartas en el asunto. Pero no para combatir a las bandas armadas que operan en la villa, sino para detener a los vecinos que están hartos de ellas y amedrentarlos con mayor violencia. El 18 de septiembre, pocas horas después de que la madre de Kevin Molina denunciara en Tribunales la “inacción de la Prefectura Naval durante la balacera”, un espectacular operativo de Gendarmería Nacional allanaba la redacción de La Garganta Poderosa, maltratando a un periodista que exigió la presencia del jefe del comando.[6]

Ante lo que se consideró como un hecho gravísimo de intimidación, “La Poderosa” y los vecinos constituyeron una acción de “Control Popular sobre las Fuerzas de Seguridad”. Para ello, levantaron en la Placita Kevin una casilla, a los efectos de recibir y recopilar denuncias sobre cualquier tipo de atropello.[7]

En la noche del pasado miércoles 2 de octubre, efectivos de Gendarmería realizaron disparos frente a la placita sobre una moto que perseguían, a pesar de que los fugitivos no habían hecho uso de arma alguna. Como resultado, uno de los proyectiles se incrustó –sugestivamente– en la puerta de la redacción de La Garganta Poderosa.[8]

La Muerte, oscura, ominosa e inapelable, se cierne desde siempre sobre la Villa Zavaleta. Algunas veces viste de uniforme, otras veces de civil; pero siempre, al amparo de un uniforme.

[1] http://tiempo.infonews.com/2013/09/10/policiales-109114-un-nene-murio-al-recibir-un-disparo-en-la-cabeza-en-el-barrio-zavaleta.php

[2] SILVA, Horacio Ricardo: "Hombres de Azul". En revista Caras y Caretas N° 2.219, pág. 30, febrero de 2008.

[3] SILVA, Horacio Ricardo: Días rojos, verano negro. Capítulos IV, pág. 68, y VIII, págs. 131 y 138. Ed. Anarres, Bs. As., 2011.

[4] http://sur.infonews.com/notas/con-la-gendarmeria-en-la-garganta

[5] El tema está desarrollado con profundidad en la investigación de las autoras Silvia Duschatzky y Cristina Corea Chicos en banda –los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones. Ed. Paidós, Bs. As., 2002.

[6] http://www.diariouno.com.ar/pais/Gendarmeria-allano-la-redaccion-de-la-revista-La-Garganta-Poderosa-20130919-0017.html

[7] http://www.marcha.org.ar/1/index.php/nacionales/89-territorio/4402-todo-zavaleta-por-kevin

[8] http://colectivodeprensa.blogspot.com.ar/2013/10/mas-que-nunca-digamos-desde-los-medios.html