Rebelde con causas

El polifacético Enrique Piñeyro visitó la semana pasada las facultades de Derecho y de Arte y Diseño de la UNCuyo, donde compartió sus singulares concepciones sobre la justicia, la educación, el cine, el teatro y un sinfín de temas que evidencian su versatilidad.

Rebelde con causas

El director Enrique Piñeyro

Cultura

Unidiversidad

Emma Saccavino

Publicado el 17 DE ABRIL DE 2013

Es médico y piloto de profesión; es actor, es productor, es guionista y director de cine. Cuesta imaginar que Enrique Piñeyro es –¿sin embargo o como consecuencia?– un tipo palpable, empírico, fluido, y desopilantemente irónico.

“Prohibido sentarse en el escritorio y hacer escenas”, dice un cartel pegado en el escritorio, que Enrique lee frente al diverso grupo de alumnos que fueron a escucharlo el miércoles a la Facultad de Artes y Diseño. Medio descolocados, observan a este transgresor que –consecuente­– se posa sobre la mesa y lanza: “¿Tampoco puedo hacer escenas? ¿Y qué si, por ejemplo, me siento acá (en la silla que está frente al escritorio) y quiero interpretar a un médico en su consultorio?”. Risa generalizada.

Aunque se perciban como devaneos, todas las acciones que el director de Whisky Romeo Zulú despliega, forman parte de un discurso antiacademicista que busca, ante todo, derribar estructuras piramidales. Sobre este complejísimo tema y luego, acerca de  las inquietudes de cada una de las carreras que se dictan en esa facultad, interpela Piñeyro a los jóvenes (“Quiero que se vayan de acá con algo que les sirva”, dice), que de a poco se sueltan e interactúan horizontalmente con él.

“El sistema educativo debe prepararte para el mundo, y lo que suele hacer es legitimar lo contrario: ¿por qué tienen que estar los alumnos mirando a ese falso entretenedor que es el profesor? ¿Por qué no nos sentamos mirándonos todos?”, dispara. Aplausos. Y los palos siguen: “El sistema memorístico de evaluación no sirve, la disociación entre mundo real y el teórico, y el individualismo que fomenta este modelo, menos: la educación debe apuntar a sacar proyectos en conjunto, eso sería mucho más útil”.

El menú de temas que maneja es impactante: habla de diseño escenográfico, pasa a las diferencias entre la actuación en teatro y cine, y de ahí, a sus multifacéticas experiencias. Ante la pregunta de por qué tantas profesiones y cuál vino primero, afirma: “Creo que todas; definitivamente soy un conflictuado vocacional”.






¿Hay alguna en la que te sientas más a gusto?

Es que nunca me interesaron las carreras, sí siempre los proyectos. Y para un proyecto tuve que ser actor; luego, como el proyecto era volar aviones, tuve que ser piloto, y así fui encarando todos los proyectos que me interesaron. Si bien hay requisitos de educación formal que tuve que cumplir para realizar otros proyectos, nunca me interesó una carrera como acumulación de conocimiento en sí.

De hecho, tu único título “formal” es el de médico…

… Y el de piloto, que en realidad no es muy formal. En teatro estudié tres años con Lito Cruz, pero eso también es bastante más informal.

Digamos que fuiste redefiniendo, o tal vez metamorfoseando una y otra vez tu vocación según tus necesidades…

Sí, pero… si tuviera que pararme en un eje, diría que soy piloto.




Es llamativa tu concepción del cine como denuncia, en el caso de tus documentales sobre el mundo de la aeronáutica, o el cine como visualizador de realidades a las que la sociedad suele cubrir con un velo, casos Bye Bye Life y El Rati Horror Show. ¿Hay una búsqueda deliberada de este tipo de historias?

En el caso de WRZ  había una realidad que tenía que sacar afuera, si no, hoy andaría por los zócalos diciendo: “Yo era piloto de LAPA y yo avisé que esto iba a pasar y blablablá”, y no tendría sentido. Además fue un problema que le pasó al país, no un problema personal: hubo un juicio penal, muertos, investigaciones. Después, las historias de Carrera (protagonista de El Rati Horror Show, filme en el que narra la historia de este hombre, condenado injustamente a 30 años de cárcel) y Gabriela Lifchitz (escritora y fotógrafa que se sometió a una mastectomía después de que se le diagnosticara un cáncer de mama, lo que fue disparador para su carrera artística, y que Enrique inmortalizó en el documental Bye Bye Life, centrado en los últimos días de la controversial artista) se cruzaron por mi vida. Yo siento que no elijo; bah, en realidad elijo qué hago con lo que se me cruza por delante, no elijo qué se me cruza por delante. Podría, sí, desviarme de eso que se cruza, pero lamentablemente, o no, me sale tomarlo. Además siento que en un punto somos prevíctimas de un sistema judicial como este, no hace falta más que ver el caso Carrera para comprobarlo, es tan brutal todo…

 





Decís que lo de LAPA no fue un tema personal, y la historia marca que es así. Sin embargo, en Whisky Romeo Zulú te viste en el desafío de llevar tu historia al cine, ¿cómo fue ese proceso? ¿Hubo una necesidad de distanciamiento de vos?

La verdad, fue bastante sencillo porque me sirvió a la hora de construir la narrativa de la historia. ¿Si hubo distanciamiento? No, porque la historia era tan visceral que era imposible. Sí me costó reactuar algunas escenas, por ejemplo, una en la que discutía con uno de los tipos de LAPA que a la hora del rodaje estaba muerto, pero justamente fue difícil por el grado de realidad que comportaba, y porque el hombre no tenía la chance de defenderse, pero el resto no me planteó ningún problema.






He percibido en este rato lo empírico que sos y escuché tus argumentos “antiabstracciones teóricas”. Aun así me animo a preguntarte: ¿hay, a la hora de encarar un proyecto artístico, un afán de operar en la realidad para transformarla?

La verdad que sí. Hace rato tengo ganas de hacer una película que no sirva para nada, una comedia que no cambie nada y no se muera ni sufra nadie, pero siempre se me ocurren cosas horribles, donde todo está mal (risas), pero, bueno, me interesa el cine como herramienta. Y yo qué sé, hay muchos puristas que se fastidian cuando digo estas cosas…

La verdad, puede que tus dichos suenen polémicos, sobre todo en un mundillo como el del cine, en el que el esnobismo suele emerger con asiduidad, ¿cómo sobrevivís en el círculo?

Es que no sobrevivo, soy un outsider absoluto; no es mi mundillo, o sea: ni a las fiestas me invitan.

¿Ni al Bafici (Festival de Cine Independiente de Buenos Aires)?

Al Bafici sí, cada tanto se acuerdan (risas). De todos modo,s no me interesa mi carrera de cineasta, nada me mueve menos la aguja que ir a filmar a cualquier lado que no sea acá, así que imaginate…

¿Es decir que no más Enrique realizador? Por ahí se comenta que estás planeando llevar una célebre historieta argentina a la gran pantalla, ¿qué hay de este proyecto?

Es verdad, estoy en la “prepreprepreproducción” de Nippur de Lagash (historieta creada por el guionista Robin Wood y el dibujante Lucho Olivera, y publicada entre 1967 y 1998), uno de los cómics que más leímos en mi generación. El personaje es una especie de Batman sumerio que andaba por el mundo impartiendo el bien y la justicia. Ya tengo el guion; ahora viene lo más complicado.

O sea que entrás de lleno al universo de la ficción.

Ahora, vamos a ver cuánto me dura…

Un grupo de alumnos alborotados irrumpen en la entrevista para sacarse fotos con el “famoso”. Hombre antiposes, accede sin chistar a los requerimientos de los fans ocasionales. Sobre el desenlace de la charla, ironiza acerca del acabose de su carrera como piloto –“ni yo me contrataría”, dispara– y comenta que no filmará su próxima película en 3D porque “no es algo que aún esté bien resuelto”. El diálogo adquiere matices cotidianos. La noche y la cara de cansancio del versátil Enrique –que no pierde su amabilidad ni por un segundo– anuncian la despedida. Finalmente, logró lo que buscaba: que todos, hasta quien escribe, nos fuéramos de allí no con “algo”, sino profundamente nutridos.

cine, nacional, transgresión,