Nuestra primera marcha juntes

La historia de una madre y su hijo, y un ejercicio de libertad e identidad.

Nuestra primera marcha juntes

Fotos: Paloma Cerna.

Identidad y Género

Orgullo LGBT+

Unidiversidad

Elizabeth Auster

Publicado el 18 DE NOVIEMBRE DE 2018

La marcha de este sábado 17 de noviembre fue distinta. No fue la primera de mi vida, no fue la primera del orgullo en la que participo. Sí fue la primera Marcha del Orgullo a la que asisto como familia, acompañando a Matías, mi hijo trans.

La Plaza de Mayo, donde se realizaba la primera parte de los discursos y los shows (luego, como todos los años, se peregrinó hacia la Plaza del Congreso, donde estaba montado el segundo escenario), se veía impactante. Puestos y más puestos de organizaciones de diversidad, de campañas de recolección de firmas, de venta de banderas y otros distintivos. Cada color representaba una idea. Cada bandera tricolor era el símbolo de un sector de la sociedad. Las 400 000 personas que asistieron disfrutaban de una jornada de libertad. El maravilloso arcoíris que lo signaba todo era la expresión del mundo de respeto y aceptación que queremos construir.

Matías estaba ansioso, feliz, ocupado. Esta marcha también fue especial para él porque llegó a la fecha con su nombre registral cambiado. Ese detalle dejó en el pasado muchas inseguridades que le pesaban un año atrás. El reconocimiento legal es uno de los pasos más importantes de una transición que lo abarca todo y que puede ser una experiencia demasiado dura si no se cuenta con una red afectiva.

Mi hijo hoy se llama Matías como homenaje al Pelado Almeyda, del que es fanático. Por el exjugador y DT de fútbol eligió este nombre, que también era uno de mis favoritos para hijo varón, aunque él no lo sabía. Conozco otras historias similares: personas trans que adoptan nombres que circulaban en silencio como deseos en las familias. Hay muchas formas de abrazar una identidad.

Tres generaciones recorrimos la Avenida de Mayo el sábado. Mi madre, abuela de Mati y nuestra compañera en este camino de construcción, veía conmigo la sonrisa del pibe y también se ponía contenta. La experiencia de la marcha nos mostraba cómo se entrelazan lo personal y lo político, la celebración y el reclamo, la tristeza por quienes quedaron atrás y la promesa íntima de transformar el mundo para que nadie más sufra la exclusión, el estigma y la violencia.

 

Comparto las palabras que escribió Matías para la ocasión:

Es ir a la escuela y que los directivos y profesores no nos llamen por nuestro nombre porque en los papeles aparece otro. Que nuestres compañeres se burlen de nosotres. Que nuestras familias se nieguen a llamarnos con los pronombres y el nombre con los que nos identificamos. Es que la ley nos dé mil vueltas para poder hacer el cambio de DNI. Es que nos digan "Sos demasiado joven", "No sabés lo que querés", "Deberías ir a une psicólogue". Es no saber a qué baño ir cuando estamos en la calle. Que se nos nieguen los bloqueadores, las hormonas, las operaciones.

 

No somos nuestros genitales, nuestro tono de voz, el género y el nombre que aparecía en nuestra acta de nacimiento, nuestra forma de vestir, si nos maquillamos o no, cómo llevamos el pelo, nuestros gustos, la forma de nuestro cuerpo ni cuánto vello corporal tenemos. Somos personas, con una identidad de género y un nombre que nos identifica. Por eso exigimos que se nos respete, que se nos preste atención. Que no se niegue a las personas no binarias. Que no quieran discutirnos qué es transfobia y qué no, porque les úniques que sabemos cómo se siente la transfobia somos nosotres.

 

Necesitamos salir a la calle y participar de espacios sin miedo a que nos discriminen, nos peguen, nos maten, o a que desaparezcan compañeres que se escapan de sus casas porque no les respetan. Que no tengamos que recurrir al suicidio porque sentimos que no podemos más con toda la mierda que nos rodea. Necesitamos ser escuchades.

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