Puesta en escena

El proyecto Genoma mendocino convocó a un grupo de investigadores que le dieron contenido a una línea de tiempo ilustrada sobre la historia de Mendoza. No obstante tratarse de un material de excelencia, las autoridades de la provincia redujeron el volumen de folletos impresos, acotando su impacto masivo en la educación. Para el investigador Jorge Ricardo Ponte, es preocupante cómo en Mendoza pasan los años y se sigue “haciendo la plancha” en materia cultural. 

Puesta en escena

Foto: Oscar Giammatteo

Sociedad

Unidiversidad

Eva Guevara

Publicado el 30 DE ENERO DE 2013

Cada tanto, Jorge Ricardo Ponte suelta un refrán cuyano, como que no hay un manso para acollarar a un chúcaro. Quiere decir que, tomado un conjunto de personas -por ejemplo, todas aquellas de las que pende la responsabilidad de no seguir reproduciendo ciertos “clichés” en torno a Mendoza-, todas resultan objetables. Ciertamente, exponer una historia “no comprada” y por tanto, “no conservadora” de los ejes que cómodamente se instalaron en el imaginario colectivo desde hace más de un siglo, supone un plus de ingredientes cuya ausencia lamenta el dicho popular. 

Ahora bien, otro refrán popular autóctono dice que al que quiere celeste, que le cueste. Y es ahí donde entra el conjunto más acotado de quienes mueven el avispero y reclaman una vocación política para construir cultura; no ya la de los buenos modales, la que se precia de ser prudente y demandante de un orden estable, sino aquella que modifica una muy difundida y marcada actitud.  

Esfuerzo, entusiasmo y pasión parecen así asociados en un mismo hilo tejido reconocible en ciertas y puntuales labores intelectuales. Por ejemplo, la que realiza Rolando Concati quien, a raíz del proyecto Genoma, propuso una Mendopedia, o sea, una página web donde poder desarrollar todos los contenidos mendocinos. Para el arquitecto e investigador Jorge Ricardo Ponte, también integrante del equipo que confeccionó la línea de tiempo o “Libro Mendoza” del proyecto Genoma, la Mendopedia tiene que concretarse con pleno apoyo de financiamiento, aunque advierte que en política cultural, la provincia pierde demasiado tiempo, pasan las gestiones y nunca llega al Ministerio alguien que tenga un proyecto cultural en serio para llevar a cabo.   

En su libro “La fragilidad de la memoria” se pueden leer hechos e interpretaciones muy significativas acerca de cómo se hizo la Mendoza moderna, o sea, la ciudad que surge después del shock que causó el terremoto de 1861 donde murió casi el 70% de la población. ¿Cómo es que este cataclismo se convierte en una oportunidad para cambiar la representación de Mendoza?

Mendoza siempre había tenido fama de ser una ciudad fea y de gente holgazana, lo dicen los cronistas que viajaban. Al pasar Darwin, por ejemplo, dice que tiene una imagen “pobrecita”. Es por eso que la dirigencia liberal en los inicios de la Mendoza moderna prohíbe pintar de blanco los edificios, y es que el blanco apelaba a la Mendoza antigua. El post-terremoto ya nace con esta idea de producir un corte con el pasado colonial que era la ciudad “blanca” y “chata” en las descripciones de los cronistas. Mendoza debía ser colorido, por eso en la ordenanza de 1888 se impone el color, reservándose el blanco para molduras, salientes, pilastras y ornamentaciones. En 1902 se vuelve a poner en vigencia esa ordenanza y en 1927 también. Así que toda esta cuestión hace que la Mendoza de fines de siglo XIX sea muy latinoamericana. Después se hace más conservadora, en la década del 30 y 40 comienza a ponerse gris o beige. Yo creo que la belleza tiene que ver con la homogeneidad y lo que le da homogeneidad a Mendoza son los árboles, que tapan la arquitectura fea, pero claro, los árboles son una conquista de la Mendoza moderna. No existían antes, se empieza a arbolar en 1870 porque se cambia el sistema de acequias.

Esto se lleva a cabo una vez que es contratado el Ingeniero Ballofet quien va a aportar racionalidad en el trazado de la ciudad. ¿Cómo fue la secuencia de esto?

Después del terremoto se encontraron con un lío, ya que había acequias que cruzaban por la mitad de la calle. Los carros tenían que pasar por badenes y, nadie lo dice, pero yo creo que pensaban que esto daba una imagen muy rural; entonces, cuando se proyecta la nueva ciudad aparece el tema vinculado: la mayoría de la gente tomaba agua de las acequias, es decir, tomaban el agua que viene del río previo filtrado. Ballofet va a cuadricular y a pensar un sistema de acequias donde algunas son proveedoras y otras recolectoras y dividen a los lotes. Él pensó en hacerlas dobles, de manera tal que de a cada lado llegara el agua a las propiedades. Otorga toda una racionalidad, dado que había que ir conectando todo el sistema. Al llegar a la calle las acequias empiezan a cruzar por las esquinas, cosa que antes no sucedía. Ahora bien, estas acequias eran para agua potable. Una vez que estuvieron hechas, los mendocinos se preguntaron: "¿Y si plantamos árboles?". O sea, los árboles nacen porque ya había acequias para llevar agua a las casas, y cuando los mendocinos ven los árboles, ahí se dan cuenta de que han vivido en un desierto.



¿Aquí es donde aparecen sentimientos encontrados respecto de la función de los árboles?

Lo que ocurrió es que hubo una pelea en torno a unos árboles carolinos. A fines del siglo XIX los árboles habían crecido mucho y las hojas, igual que ahora, caían a las acequias y se pudrían, con lo cual había un gran problema de tipo sanitario. Es entonces que contratan a un higienista, el Dr. Emilio Coni, quien propone que se eliminen los árboles. Se arma una batahola en su defensa, hoy diríamos que se trató de una defensa “ecológica”. Sucede una suerte de negociación donde Coni sostiene que si tanto les gustaban los árboles, entonces había que sacarlos de las calles, porque es ahí donde estaba el gran problema y propuso que se plantaran árboles en el piedemonte. Un “pequeño” detalle era que no había cómo llevar el agua hasta allí. Por su parte, los vecinos empezaron a tomar conciencia de que Mendoza sin árboles era una ciudad fea. Finalmente, los carolinos los van a reemplazar por plátanos y se gana esa batalla; y es luego de que se diseña este sistema para los árboles y las acequias, en 1885, que llega el agua corriente por las cañerías. A partir de entonces no hace falta todo el sistema de acequias o, mejor dicho, sí se vuelve óptimo para regar los árboles de las calles. Pero esto pasa en un sector de la ciudad, la de los ricos, porque los pobres seguían tomando agua de las acequias. Hubo un proceso progresivo, en la medida que los sectores pudientes tienen agua corriente, empiezan a usar la acequia para regar las fincas, los patios y la arboleda callejera. Cuando aparece la arboleda callejera, los mendocinos se dan cuenta de lo que significan los túneles de sombra. A pesar de las recomendaciones del Dr. Coni, los árboles no se erradican, lo que sí surge de inmediato es la necesidad de hacer la red de agua potable. Emilio Civit, que era el gobernador, dijo que no había plata para esto, y al irse Coni, decidió, en vista de la recomendación del higienista, hacer un parque. O sea, le hace decir a Coni que lo que debía hacerse era el parque. 

¿Cuál es la interpretación de esto?

Emilio Civit, sin decirlo, quería dar muestras de civilización y nada mejor que un parque, a la francesa, con un lago, una isla, como es el Bois de Boulogne, para lograr esa meta. Toda la construcción de la Mendoza moderna sostiene que el parque fue hecho por razones higiénicas, pero nadie se ha puesto a buscar textos o documentos donde estuvieran las motivaciones reales. Por eso yo titulé el libro “La fragilidad de la memoria”, porque me encontré con un texto donde se decía: "Este señor Civit ¿se cree que la posteridad no va a saber estas cosas? ¿Este señor confía acaso en la fragilidad de la memoria social?". Sí que confiaba. Además, no sólo se atribuye las obras de él sino también las que le siguieron. Como nadie le hizo control de gestión y Civit en realidad quería ser presidente, pero es Roca quien no lo eligió, entonces se propuso demostrar cómo se gobierna desde una provincia del interior. Pensemos, si no, ¿qué ciudad del interior podría tener un parque a la francesa? Solo donde estuviera Civit, que se asumía a sí mismo como una suerte de príncipe con la visión de un estadista. Es un dato importante el hecho de que Civit primero es gobernador durante unos meses y se va como ministro del presidente Roca, ya se había lanzado un plan para llevar el agua potable a todas las ciudades de las provincias, entre ellas Mendoza. 

Para las finanzas de Mendoza, hacer el parque representaba un gasto desorbitado y fue muy criticado por entonces por el Diario Los Andes…

Bueno, lo que pasa es que los Andes era muy reaccionario, lo cual no significa que algunas críticas fueran razonables. A su vez, Civit era despreciativo y como si dijéramos “embelequero”, tenía afición por cosas superfluas e inútiles y tenía una grandilocuencia, con lo cual, él no iba a venir a hacer las cloacas, eso lo podía hacer cualquiera. El iba a traer al mejor arquitecto de la Argentina para hacer un parque y lo trae a Thays como antes trajo al mejor higienista, aunque después no le hace caso. Es decir, los usa como usan los políticos a los técnicos, les hace decir lo que él quiere que digan. En un álbum que hizo en 1909 dice: "Mientras Mendoza tenga su parque, Civit tendrá su prestigio". En cuanto a los gastos para hacer el agua corriente y las cloacas para Mendoza, se sabe que costaban 500 mil pesos y dice Civit que no los tiene. Al tiempo, destina un millón de pesos para hacer el Parque del oeste y fomento de la agricultura; cuánto es para el parque y cuánto es para la agricultura, no se sabe. Pero él sabe que hacer obras de infraestructura no da rédito, éstas las va a hacer Néstor Lencinas en la década del 20. 


En algún sentido la élite política, incluido Civit, ¿era progresista?    

Hay una cosa importante en torno a cómo se gasta el presupuesto. El 50% se destina a la policía, con el otro 50% se cubría la administración pública, justicia, obra pública, etc. Eso era un estado policial, lleno de espías y “vichadores”. Pero es cierto que en algún sentido eran progresistas. Por ejemplo, estaban a favor del descanso dominical y el sábado inglés. Los Andes se opuso a esto diciendo que el patrón verá cuándo le da al peón el día de descanso, algo similar a lo que sucede ahora con los supermercados. Frente a esta visión reaccionaria, los que gobiernan son progresistas. El tema es que existía una lucha intraoligárquica justo cuando la élite viene a dejar el modelo harinero que existía antes en Mendoza, y empieza a reciclarse como bodegueros. Es un cambio económico muy fuerte el que se está produciendo, un verdadero cimbronazo, porque es pasar de un modelo de engorde a una ciudad moderna, con servicios, producción vitivinícola, bancos, etcétera. Tiburcio Benegas, por ejemplo, viene como gerente del Banco Nacional y se casa con la hija del jefe del partido liberal, que era Eusebio Blanco. Civit se casa a su vez con la hija de Tiburcio Benegas, entonces se arma una nueva oligarquía que no es la criolla y toda una generación se asume como modernista. Eran modernos, laicos y anticlericales. Por ejemplo, los intendentes prohibieron la costumbre de hacer tañir las campanas; este tipo de cosas generó una reacción en las familias criollas. Sostenían que el sábado inglés no tenía nada que ver con Mendoza y que todo debía seguir como hasta entonces. Ahí es donde aparece la identidad desde un punto de vista reaccionario, y quienes provocan la reacción son los que gobiernan. Por eso cuando a Civit se le ocurre hacer un parque, saltan diciendo que a quién se le ocurre, si lo que necesitamos son cloacas. En eso tienen razón, lo que faltaba eran cloacas, pero hay que ver desde qué punto de vista o interés se hace la crítica. 

Hay diferentes visiones, pero la ausente es la del pueblo ya que éste mayormente no concurría a pasear al parque. ¿Qué pasa en torno a esto?

Néstor Lencinas es quien procura que el pueblo entre y use el parque. Ya cuando asume hace una gran fiesta con comilona en la plaza Independencia y después va a meter los clubes de fútbol, ya que le preocupa que solo gente rica paseara por allí, y aun siendo el contrincante de Civit, no ordena destruirlo sino que más bien hace obras dentro de él, como el Rosedal, que es un paseo para peatones. Pero claro, hoy el parque es popular, con lo cual tenemos que hacer exactamente lo contrario, es decir, sacar los clubes de fútbol de ahí, ya que fueron fruto de aquella emergencia, hoy no hacen falta y no es el lugar adecuado.  Lo que a veces no entendemos es el dinamismo o lo que es peor, que lo que vemos como una realidad, no es así. El parque nació aristocrático y después se le inyectó contenido política para lograr el cambio. Incluso los portones tenían la finalidad de controlar la entrada, además de ser una construcción simbólica que los “gansos” han sabido explotar. No por casualidad, la calle más linda de Mendoza se llama Emilio Civit mientras que una calle perdida de Guaymallén se llama Lencinas. Esto habla del uso del espacio en función de la historia. Si Lencinas se llama esa calle, todos podrán deducir que se trató de un perejil. 


¿Tu intención es mostrar la historia como algo que tiene ver con el espacio, con nuestras vidas ligadas a un territorio también frágil? 

Yo encaro la meta de traducir la historia en el espacio, ya que no es lo mismo que te hablen de los huarpes como una población que vivió en algún lugar remoto a que te cuenten que vivían en Alto Dorrego, Pedro Molina o San José, o sea, acá nomás. Hay cosas que curiosamente nadie dice sobre la construcción del espacio, como por ejemplo, que la ciudad está atravesada por el pasado huarpe, que el zanjón tenía un nombre indígena y que, contrariamente a lo que todos piensan, no eran ningunos tontos, ya que ocuparon los mejores lugares que había para habitar. Debo decir que en los 70 yo fui un joven peronista que un día estaba atando cabos sobre qué es el ser nacional, y entonces apareció la palabra identidad, lo que nos preocupaba e interesaba era el ser nacional. Después fui descubriendo que Mendoza tiene historias preciosas para contar, como por ejemplo la del cacique Tabalqué, sobre cuyas tierras se va a fundar la ciudad. Es más que simbólico este dato: en 1951 se inventó un nombre indígena artificial, que es Cacique Guaymallén, para designar al al único accidente geográfico que había entonces; después resultó que era el más famoso cacique de la historia de Mendoza. Nunca falta quien, al transmitir una fiesta de la Vendimia, diga que llega el carro de Guaymallén, que se llama así por el cacique, cuando nada de eso es cierto. Guaymallén se llama así porque era una tierra de ciénagas, no porque allí viviera un cacique que no existió. Sin embargo existieron otros caciques, reales, a los que ignoramos. Se constata así cómo cuesta salir del cliché y hacer entender que no tenemos que inventarnos ningún nombre para homenajear los huarpes, basta con nombrar al canal del mismo nombre como lo llamaban los huarpes, o sea, Goazap Mayu. 

¿Cuál es tu apreciación del proyecto Genoma mendocino? ¿Qué rescatarías del trabajo que realizaron en el equipo? 


Yo creo que precisamente, uno de los déficits de la educación es que los chicos no tienen una ubicación temporal, no tienen una suerte de anaquel donde poner algunas cosas. Es decir, no es un problema de no saber contenidos, porque los contenidos uno siempre los puede agregar, sino de dónde poner esos contenidos. Y uno de los problemas que por lo general tienen los historiadores es considerar la historia como un relato que se narra no ubicado en el espacio. De ahí que aportar precisión en la referencia espacial y además llegar a tener un  material visual bellamente impreso lo cambia todo y para bien, sobretodo en el secundario. Hoy que tenemos una historia tan visual, es preciso que uno tenga este tipo de asociación con la imagen. Es tan seductora en la televisión y en todos lados, que no podés prescindir de ella. Además, cuando vos le ponés pasión a la historia y hablás de cosas que tienen que ver con la vida cotidiana, se genera un entusiasmo porque en el fondo hay una sed de las cosas propias. Entonces me parece que este material impreso tendría que ser repartido masivamente, no como ocurre ahora que hay 300 ejemplares; con esa cantidad no se llega a cubrir ni el protocolo de la gobernación. Estamos hablando de un material que tendría que estar en todas las casas, válido para ser empleado durante Vendimia, al menos en lugar de tantas bobadas que se dicen. 

Según Concati, la historia de Mendoza tiene algunas perlitas. A tu juicio ¿cuáles serían?

A mi juicio, la historia del lencinismo. Hemos tratado de rescatar algunas circunstancias menos conocidas u hechos olvidados porque solo con Perón y Lencinas ha pasado esto de que se arranquen las páginas de la historia, y todo lo hecho en esa etapa carece de registro o está bajo un manto de olvido. Creo que Mendoza se debe un rescate profundo de Lencinas,  porque si bien hemos tratado de aportar datos en este trabajo, continúa la tergiversación, siempre nos vienen a contar la versión conservadora de que eran unos patasucia, ignorantes, la “mersa”, digamos.  Esto por decir un tema, pero hay otros que son genuinos y especiales como el de las acequias y los molinos harineros. Creo que en esto también hay un débito de la industria vitivinícola que no está ayudando a ese rescate, siendo que los molinos son su más directo antecedente. 

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