Reflexiones a 50 años de la Noche de los Bastones Largos

Pensamientos y propuestas a futuro.

Reflexiones a 50 años de la Noche de los Bastones Largos

Facultad de Ciencias Exactas y Naturales

Especial La noche de los Bastones Largos

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Guido Prieto, becario de Prensa de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales

Publicado el 21 DE NOVIEMBRE DE 2016

Una noche, hace 50 años, docentes, estudiantes e investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires fueron golpeados brutalmente y arrestados por la Policía Federal. Esa "Noche de los Bastones Largos", como se la conoce por las armas que usó la policía para golpear a hombres y mujeres indefensos que protestaban contra la intervención militar en las universidades, fue un punto de quiebre para la ciencia y la educación universitaria argentinas.   

Esa noche chocaron dos modelos de país: “Los universitarios tenían un proyecto de país crítico, deudor de la línea nacional de ciencia y tecnología de Varsavsky”, explica el sociólogo y epistemólogo Roberto Follari, docente de la UNCUYO; “en cambio, el que quería y logró imponer Onganía fue el del silencio y la imposibilidad de crítica”.                  

La Noche de los Bastones Largos “significó una de las primeras grandes expulsiones de universitarios y científicos de nuestro país”, lamenta Follari, haciendo referencia a la "fuga de cerebros" que sucedió luego. Como consecuencia, “perdimos gente que se fue para siempre y laboratorios enteros, pero sobre todo se perdió el respeto por la institución y su autonomía”, destaca. Los más perseguidos fueron los mejores en sus áreas, ya que “los sectores de la derecha persiguen a los docentes e investigadores por ser críticos y sucede que si se es buen investigador o docente es porque se es inteligente, y si se es inteligente a menudo se es crítico. Esto hace que haya una correlación entre aquellos que son perseguidos y aquellos de buen rendimiento académico”, concluye el epistemólogo.
 

Intervencionismo estatal

La irrupción de la policía en Exactas y la intervención a las universidades constituyeron casos extremos de intervencionismo que ponen de relieve la pregunta de hasta qué punto el Estado debe intervenir en las políticas universitaria y científica. Follari opina que “tiene que intervenir y también fomentar que otros agentes participen en la investigación bajo una cierta reglamentación, de modo que el conocimiento no sea expropiado de modo privatista”.

La relación con la política y la sociedad civil debería ser más fluida, postula el docente, ya que “es muy grande la exterioridad de la Universidad en relación al mundo de la administración. Entonces, cuando se busca hacer puentes hay bastante dificultad” y “no es bueno que la potencia intelectual no sea utilizada sistemáticamente en la toma de decisiones”. Pero advierte que “las políticas tienen que ser genéricas y siempre debe respetarse la autonomía de las universidades”.
 

Destrucción de un ‘ambiente’

Aparte de algunas cabezas, costillas y un dedo del decano de entonces Rolando García, los bastonazos rompieron un exitoso proceso de construcción de un sistema científico-tecnológico-educativo que se estaba desarrollando en Exactas. Armando Fernández Guillermet, investigador de Conicet y docente en la UNCUYO, enfatiza: “Rolando García ha destacado que lo principal que se destruyó fue un ‘ambiente’” que propiciaba la investigación de excelencia unida a la discusión sobre el rol de la ciencia en el desarrollo autónomo del país, por lo que la Noche de los Bastones Largos significó “el final violento de un extraordinario laboratorio de ideas y realizaciones”.
 

Construcción de nuevos posibles

Ante la desazón por la supuesta imposibilidad de replicar los logros de Exactas en aquellos años, García contestaba que ellos “construyeron nuevos posibles” ante las dificultades del momento. Fernández Guillermet ve en ello un legado: “Espero que se recupere esa reflexión, actualizada, enriquecida por estos 50 años de distancia y con responsabilidad, repensando el rol del científico y la manera de servir al desarrollo del pueblo”. Para ello “quizás debamos repensar la especialización extrema, porque podría no ser adecuada para pensar problemas generales de la sociedad”.

En cuanto a la Universidad, el investigador apuesta a que “haga uso pleno de su autonomía para cumplir mejor su misión social, con investigación, docencia y en diálogo con la sociedad”, es decir, que utilice sus medios y conocimientos para “servir al bien común”.

Ello requiere que los universitarios podamos “pensarnos a nosotros mismos y sostener el proyecto de Universidad investigadora, reflexiva, humanista y solidaria”, reflexiona Fernández Guillermet, y “la Universidad asuma el desafío de reformarse a sí misma con ese objetivo”, porque –concluye citando un texto de Pablo Gentili – “la Universidad no será nunca fuente de utopías (en plural y en permanente estado de inestabilidad) si ella no es capaz de enunciar los contornos de su propio proyecto utópico”. 

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