“Sabíamos que ahí nuestra vida no valía nada”

En un detallado testimonio, José Osvaldo Nardi relató su detención, la de su familia y de algunos allegados. Fueron siete los integrantes de su familia que sufrieron algún tipo de acción por parte del terrorismo de Estado.

"Sabíamos que ahí nuestra vida no valía nada"

José Osvaldo Nardi brindando un detallado testimonio. Foto: Guadalupe Pregal

Derechos Humanos

Unidiversidad

Guadalupe Pregal

Publicado el 03 DE MARZO DE 2015

José Osvaldo Nardi relató con precisión la persecución y secuestro de varios miembros de la familia Nardi y allegados. Su relato inicia el 30 de marzo, una semana después del golpe de Estado. “El día 30 de marzo habíamos combinado con mi padre (José Francisco Nardi) tomar algunos recaudos. O sea, tanto mi padre como yo teníamos militancia política y sabíamos que la situación era completamente irregular, descabellada”.

Ese día sufren el primer allanamiento en su domicilio. Nardi explicó que al regreso del colegio encontró una gran cantidad de automóviles de la Policía de Mendoza frente a su casa. “Doy (sic) un rodeo, llego cerca de mi casa y estaba el auto de mi cuñado, Osvaldo Aberastain, me imaginé que estaban solos él y mi hermana y había vehículos policiales identificables. Era legal, aparentemente sin presentar una orden de allanamiento, pero había personal uniformado, con vehículos identificables como vehículos policiales”. José se presentó en la puerta del domicilio y los oficiales lo dejaron retenido en su dormitorio. “Llevaron papeles, carpetas”.

A partir de este suceso, decidieron llevar a su hermana Susana a otro domicilio y le avisaron a Lidia, su otra hermana que vivía con sus dos hijos y su marido en otra casa, para que también se fuera a lo de un familiar. “Con mi padre marcamos un encuentro a la hora de salir del colegio, presentíamos que sí, que evidentemente volverían. (…) Simplemente cenamos, nos abrazamos, nos despedimos porque sabíamos que podía ser grave. Tomamos nuevamente el trole, nos bajamos y presentimos nuevamente que estaba todo extrañamente calmo. Inmediatamente que entramos en casa sentimos en los techos, en la parte de atrás, en los vecinos, que vienen vehículos… En ese momento golpean la puerta”.
 

La noche del secuestro

El segundo allanamiento formaba parte de un operativo que incluyó los domicilios donde se encontraba Susana y el de su novio, Osvaldo Aberastain, al igual que el taller de la familia. José Osvaldo recordó un dato importante sobre la persona a cargo del allanamiento: “Mi padre, con la tranquilidad y capacidad que se adquiere con años de militancia, se presenta y dice 'Mi nombre es José Vicente Nardi', y el pobre chico este, oficial del ejército, se cuadra, hace la venia erradamente a un civil, o sea, no sabe bien el reglamento, y dice: 'Teniente Primero Navarro'. Entonces quiero que conste que el Teniente Primero Navarro en esa época lideraba grupos de policía de Mendoza, civiles y tropa de ejército en operaciones de secuestro. Yo no fui detenido, fui secuestrado con mi padre”.

Su prima María Helena Castro, junto a su novio Francisco “Paco” Jiménez Herrera, desafortunadamente habían decidido esa noche ir a visitar a la familia Nardi, por lo que también resultaron detenidos. “Debe haber demorado hasta las 5 de la mañana ese movimiento. Había mucha movilización de efectivos, yo sentía vehículos. La cuestión es que, terminado eso, nos lleva a lo que después identificaría de mañana como la 25.° de Guaymallén. Allí nos ponen a uno en cada celda. Permanezco vendado, atado con mi propio cinturón, cuando me sacan de casa”, recordó Nardi.

A la mañana siguiente, José fue trasladado. “Sólo a los hombres nos llevan; a Paco, a Osvaldo Aberastain, a mi padre y a mí nos llevan al D2. A las mujeres, perdemos el contacto. Después supe que estaban en la Compañía de Comandos y Servicios, en el Casino de Suboficiales”, explicó José Osvaldo.

Ya en el D2, a José lo pusieron en la celda 6 junto a su padre. Ese año el invierno se adelantó y ya comenzaba a hacer frío en los primeros días de abril. “Conseguimos un jergón de lana en el cual conseguíamos, por lo menos, aislarnos un poco. En ese momento estuvimos aproximadamente siete u ocho días, no consigo precisar exactamente, junto con mi padre. Durante ese período permanecimos en la celda permanentemente, no hubo un momento de salir, salvo para alimentarnos o las pocas veces que nos dejaban ir al baño”, describió el testigo.

Luego de siete u ocho días en el D2, trasladaron a su padre, a Aberastain y a Giménez Herrero. “Todos ahí, en la época, sabíamos que si íbamos a la penitenciaría de la calle Boulogne Sur Mer, automáticamente pasábamos a disposición del PEN. Todo el mundo aspiraba a ser llevado a la penitenciaría porque por lo menos éramos blanqueados, o sea, pasábamos a ser prisioneros legales y no secuestrados. Me entero después de que tanto mi padre como Aberastain y Giménez Herrero son trasladados a la Penitenciaría de tarde, pero había un remito de los prisioneros que estaba mal redactado y en la Penitenciaría no los aceptaron. En consecuencia de no ser aceptados fueron llevados al Liceo Militar que era un campo de concentración abierto. Era un campo de concentración pero se sabía quiénes estaban ahí”, precisó Nardi.

José recordó que pasó por incontables interrogatorios, pero que nunca le aplicaron picana. “Me amenazaban sistemáticamente con el ruidito. (…) Creo que en uno de esos interrogatorios, no sé precisar si al segundo, el tercero, el cuarto, se irritaron mucho conmigo, me acusaron de que estaba jugando con ellos y en una de esas que me hacen el teléfono famoso y me caigo, sufrí una golpiza bastante grande en el piso, no puedo precisar cuán grande, pero muy dolorosa”.

Entre los detalles que aportó Nardi en su testimonio, dejó en claro que “no sé si porque daba para sentir, daba para percibir, daba para darse cuenta que no sé si porque era una semana después del golpe, los servicios de inteligencia que nunca fueron muy inteligentes en este país, fueron más truculentos que otra cosa, no estaban organizados. Inclusive yo conseguí detectar que tuve interrogatorios de diferentes órganos, cosa que después comprobaríamos con los compañeros”.

“Yo digo que las mujeres eran sistemáticamente violadas, como el caso de la tía de Nelio (Negroti), fue violentísimo. Había una saña, era una mujer muy fuerte, a pesar de que lloraba mucho” recordó Nardi. Entre las experiencias que Nardi vivió en el D2, recordó que “en una oportunidad vienen dos guardias, me retiran de la celda y me permiten que me suba la venda –la venda ya era simbólica, todo el mundo andaba con una vincha en realidad, a esa altura, y los más veteranos no le dábamos mucha atención a las indicaciones–, y me retiran para hacerle curativos a Alicia (Peña). Ella tenía necrosados los tejidos en la parte de los gemelos, en los dos gemelos, y era por los roces de los choques eléctricos. (…) Fue terrible por el dolor que le causaba a Alicia así, en seco. A mí, evidentemente, no fue una actividad que me resultara tan agradable, fue terrible, pero bueno, esa era la realidad del D2 en ese momento”.

 

Regreso a casa

Nardi relató otros episodios que vivió en el Centro Clandestino de Detención. “Evidentemente, sabíamos que ahí nuestra vida no valía nada”, aseguró. Fue liberado junto a otro muchacho, de apellido Piola. Se dirigieron a lo de unos familiares de Piola para pedirles dinero para volver a sus casas. “Vi la reacción de las personas que nos miraban, medio de espanto, porque estábamos espantosos. Yo tenía sangramiento en las encías, tenía los ojos infectados, había vitaminosis, o sea, todos los dedos abiertos. No habíamos tomado sol, no habíamos comido azúcar, estábamos muy mal” describió Nardi.

Juntos se tomaron el colectivo hacia Villanueva. Cuando José llegó a su casa, encontró que las puertas estaban abiertas y que se habían llevado a su perro. Un vecino que solidariamente había alimentado al animal y se acercó cuando Nardi llegó al domicilio, le comentó que la perrera se lo había llevado. “Esa noche hice vivac en mi propia casa y al otro día fui al kiosco que estaba en la esquina a ver a la kiosquera, que era una española. (...) Me acoge en su casa, me da un desayuno y me da dinero para irme a la casa de mi hermana, a la cual llego. Se encontraba mi hermano, que vivía en Rosario, se encontraba aquí, había venido a ver qué podía hacer”, relató.

Ya una vez afuera la prioridad eran su padre, su cuñado, Osvaldo Aberastain y su hermana Susana, que seguían detenidos. “Al otro día que salgo lo fui a visitar a mi padre al Liceo Militar, o sea, fui a hacer la fila por la entrada principal del Liceo Militar donde los parientes quedaban en la vereda de enfrente hasta que iban llamando. Se dejaba ropa, alimentos, algunas cartas. Y a partir de eso se podía ir a la calle del Hospital Lagomaggiore, donde a ellos les daban baño de sol a unos 150 metros y se conseguía identificar, las familias identificaban a los que estaban en el campo de concentración del Liceo Militar” explicó José.

“Ese día, antes de ver a mi padre, fui hasta el Hospital Lagomaggiore para contactarme con la hermana de Reinaldo Puebla, para avisar que él estaba vivo. Mi tarea era intentar avisar a la mayor cantidad de gente que había gente, los nombres y apellidos de todos los compañeros que estaban allá adentro”, recordó Nardi. Sus familiares irían siendo liberados con el tiempo y luego gran parte de los miembros de la familia Nardi se trasladaron a Brasil.

Fuente: Edición UNCUYO

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