París sin luz

París sin luz

Internacionales

Atentados en París

Otras Miradas

Beatriz Bragoni - Historiadora

Publicado el 16 DE NOVIEMBRE DE 2015

La noche del viernes, el mensaje de una amiga me advirtió que algo pasaba. En el instante que esperé su respuesta, pensé que las noticias tenían que ver con el país y el convulso clima político que anticipa el balotaje. Su primera respuesta me devolvió a París, porque me preguntaba: "¿Dónde estás?". Ahí caí en la cuenta de que no era el país lo que estaba en nuestra agenda.  

Había llegado de Archivos Nacionales tres horas antes, y venía maravillada con los testimonios que estoy recogiendo para restituir el ostracismo voluntario del Libertador del Sur. Los expedientes que había revisado confirmaban la conjetura que vengo rumiando desde más de un mes atrás, cuando había localizado los frustrados intentos de San Martín para ingresar a París en 1824 y 1828. El viernes a la tarde, el dato que saltaba de los informes de los prefectos se reveló con absoluta certeza: ninguna de las gestiones que realizó su hermano Justo Rufino ante el ministro del interior habilitó al general a insertarse entre el grupo de españoles liberales, ni tampoco en el diminuto círculo de diplomáticos sudamericanos que residían en París. 

Al salir del metro, el entusiasmo me condujo a comprar un boleto de tren para visitar su última morada en Boulogne Sur Mer. Ya había oscurecido, y la garúa que comenzó a caer anticipaba que el día siguiente no iba a ser igual. Llegué al departamento, encendí la netbook y ordené el trabajo de archivo del día. Nada hacía prever que en ese lapso, la Ciudad Luz quedaría sin luz. 

Al conocer la tragedia, encendí la tele al tiempo que los mensajes entraban a la casilla sin cesar. A la mañana siguiente la calle estaba muda, y los rostros de los pocos transeúntes que crucé eran sombríos. La conmoción pública de los atentados trajo a mi memoria eventos traumáticos semejantes. Al espanto y estupor inicial, le sigue la compasión por las víctimas y sus familiares, lo que da lugar a espontáneos homenajes callejeros en vísperas al ritual fúnebre oficial. En el medio, la puesta en marcha de la maquinaria estatal alivia sólo por instantes la persistente vigilia y sigilo del común de la gente que sigue a la parálisis, y que le permite restablecer sus hábitos cotidianos, aunque sabe que ya nada será igual.