Alma Máter

Generó el mejor clima de libertad y pensamiento crítico, formando un verdadero semillero de intelectuales. Además tuvo el don de la palabra y dejó abierto el camino de la utopía. La UNCuyo le debía un fuerte homenaje a Arturo Roig. Así se hizo el pasado 3 de setiembre en el Cicunc. 

Alma Máter

La utopía, uno de los surcos más fértiles del pensamiento de Roig.

Especiales

Eva Guevara

Publicado el 25 DE SEPTIEMBRE DE 2012

El legado intelectual de Arturo Roig se despliega en múltiples direcciones. En la raíz de todas ellas está el desafío de prolongar ese ímpetu del filosofar y romper el molde, tal como lo hizo Arturo Roig durante más de medio siglo. Cómo no intentarlo si abrió el esperanzador camino de la utopía intelectual en paralelo con las experiencias de lucha latinoamericanas. Si le dio valor a la historia regional, a su literatura periodística, si apostó al diálogo, la re-lectura, el entrenamiento de la crítica “entre iguales”, si se volcó a sistematizar, a resucitar corrientes, a producir nuevas claves de lectura, si se dio a la irrenunciable defensa de los derechos humanos. Si en los noventa, cuando todo parecía ser barrido por la globalización neoliberal operó la oportuna demolición del desencanto (“nada se habrá perdido si sabemos mirar debajo del barro”, interpeló).

Pero además, tratándose de Roig surgen otras necesidades que son del orden de la generosidad para con el compañero y el ilustre maestro. “Hay condiciones para hacer de este homenaje una celebración de la vida”, dijo Norma Fóscolo, destacada profesora de la Universidad,  en la jornada del 3 de setiembre. Y eso fue lo que ocurrió. Investigadores, profesores, discípulos, documentalistas, estudiantes de filosofía, reunieron sus aportes y se sintieron tan conmovidos como alegres de haber revisitado la trayectoria vital de Arturo Roig.

Arturo Virgilio Roig y Enrique Frank Roig, rememoraron la década del 40 y pintaron rasgos esenciales de la vida de su hermano. Contaron, por ejemplo, que realizó el servicio militar para no dejar sólo a Virgilio, su hermano gemelo, y que estando en tierras patagónicas hizo todo lo posible para escapar del clima oprobioso de la base militar para conocer la realidad de los pueblos originarios. También narraron la secuencia por la cual Arturo Roig llegó a volcarse por los estudios de abogacía, cómo tenía el temple de defensor de las causas de los olvidados, -pensadores, pedagogos, juristas, políticos de la Mendoza antigua y cuál era entonces el “libro de cabecera”: la famosa obra titulada “La lucha por el derecho” de Rudolf Von Ihering. Al pasar trascendió la anécdota de un Arturo compañero de banco en la escuela primaria de Antonio Di Benedetto, razón por la cual años después, el escritor y director de Los Andes abría un importante espacio en ese diario para los temas que planteaba Roig. Por último, revelaron el particular empeño que le puso su hermano a la causa judicial que abrió en plena dictadura tras ser expulsado de su cátedra universitaria y ser condenado al exilio (gracias a que ganó esa batalla legal con la democracia debieron reincorporarlo e indemnizarlo por el daño moral).     

Dante Ramaglia, uno de sus discípulos en Conicet, puso sobre la mesa el acto de desagravio y de bienvenida a la Facultad de Filosofía y Letras realizado en 1984 (a instancia de los estudiantes) y planteó la etapa crucial de la década anterior, porque, según dijo, aún cuesta entender la dimensión que tiene Roig en el desarrollo de un movimiento continental dedicado a la historia de las ideas y el surgimiento de lo que se dio a conocer como filosofía de la liberación. Habló del hito que fue el II Congreso Nacional de Filosofía, realizado en Córdoba durante el año 1971 y de la resonancia que tuvo en el ámbito latinoamericano otro Congreso realizado en Morelia, México, durante 1975. Allí tuvo una decidida gravitación la intervención de Leopoldo Zea, Francisco Miró Quesada, Arturo Ardao, Abelardo Villegas, Enrique Dussel, Ricaurte Soler, pero también Arturo Roig. 

Carlos Pérez Zavala, de la Universidad Nacional de Río Cuarto, y amigo personal de Arturo Roig, hizo llegar una ponencia titulada “Caballero de la esperanza” que incluyó textos que no se conocían del mendocino volcados en una correspondencia personal del 2001. El tema de qué es la esperanza es un tema que viene ligado a la utopía, seguramente uno de los surcos más fértiles del pensamiento de Roig. “La justicia y la inclusión que soñamos, no tiene topos, no tiene lugar, es una u-topía. Pero también era una utopía, agregamos, la Independencia americana, y se logró en su primera etapa. La utopía es un sueño, pero no un imposible. Se conecta, así, con el tema de la esperanza, es decir, con esa conciencia de mundo. Porque el mundo es eso, el lugar de la esperanza y de la desesperanza, pero sólo la conciencia nos permite ver a ambas moverse  como peces en el mar. Al sumergirnos en el mundo, nos damos cuenta de que el mundo no es “mundus”, es decir “limpio”.

Por su parte, Norma Fóscolo habló sobre su asombro ante la capacidad de leer la actualidad que tenía Arturo Roig, por su fertilidad para la posibilidad de desarrollos posteriores.  Mencionó un libro fundamental: Ética del poder y moralidad de la protesta. Respuestas a la crisis moral de nuestro tiempo (es una recopilación de trabajos de la década del 90), donde Roig se anticipa al tema de la filosofía de la corporeidad, es de decir, de un pensamiento que se ponga por encima de los peligros que efectivamente afronta la vida planetaria.

Horacio Cerutti, filósofo radicado en México, rescató el paradigma del filosofar universitario público, destacando que nada hay más alejado de los modelos al uso que la práctica llevada adelante por Arturo Roig. Puso de relieve la famosa metáfora de la cuerda floja en la que están los intelectuales, que tanto puede funcionar como una evasión como de un compromiso irrenunciable a pensar qué se puede aportar en concreto. En este punto Horacio Cerutti destacó la reforma de los planes de estudio universitarios que impulsó Arturo Roig en 1973. Eso ocurrió cuando el proceso político democrático recién se iniciaba y gracias al cual se le ofreció el cargo de Secretario  Académico de la UNC (UNCuyo). Dicha reforma consistió en un quiebre de la noción de cátedra. Roig vino a señalar que dicha noción no era la única posibilidad de formar a los estudiantes.  Fue entonces que propuso la práctica del seminario, espacios de interlocución donde se formarían verdaderos semilleros. Para terminar, Horacio Cerutti cerró diciendo “que perfectamente podríamos decir que estamos frente a un clásico. Pero eso a Roig, le habría interesado muy poco. No así el que nos considerásemos sus discípulos o mejor aún, sus compañeros.”

Al cierre, la investigadora de Conicet, Marisa Muñoz, destacó el aporte de Roig en la construcción de una democracia participativa, en la problemática de género, y en general, el lugar de la sociedad civil. Dijo que haber trabajado tantos años con él llevó a sus discípulos a respirar demasiado la obra de Arturo Roig y que ahora el desafío es no olvidar que ese “aire” produce cosas, es decir, hay que tomar conciencia de lo que significa en nuestras trayectorias.

En palabras de Marisa Muñoz: “Hay muchas cuestiones que en Arturo Roig han sido decisivas y se mantienen desde el inicio hasta el final, como es el tema de las categorías. Arturo es un filósofo con todas las letras y desde el inicio está proponiendo categorías que no es más que ofrecer ideas como una obligación moral de compromiso, no significa que sean verdades, pero sí pueden ser fructíferas; pensemos por ejemplo los cruces que hizo Arturo Roig entre filosofía e historia, filosofía y política, filosofía y literatura, filosofía y orden de lo social, filosofía y economía, filosofía y cultura…En todo ello fructificó una posición ya que no hizo filosofía de la historia, ni filosofía política sino que denunció las políticas de la filosofía, se sustrajo a hacer una historia de las ideas sin condicionamientos políticos, y lo más sustancioso, aquello que le da espesor a su obra, es que sus propuestas de lectura respecto del siglo XIX y XX no parten solamente de enunciados. Él pasó horas, días, años, trabajando en sus objetos, artículos, autores, escuelas, todo eso es lo que le dio esa densidad para pensar y para proponer formas de entender la actualidad, nuestro pasado así como el reconstruir la memoria”.  

“…La verdad que después de haberlo conocido tantos años, cuando uno se pregunta después de haber compartido tantos años con él, quién es Arturo Roig, se tiene la sensación de estar ante una pregunta legítima en el sentido de que a veces la cercanía también puede producir miopía, es decir, puede ser que los que estuvimos más cerca no seamos los que más lo conocemos. Por eso entiendo que muchos de nosotros que hemos tenido el privilegio o la oportunidad de dialogar, de hacer nuestra apuesta teórica y humana en compañía de Arturo tenemos el gran desafío de volver a leer su obra,  una obra que de ninguna manera está cerrada ni la podemos cerrar nosotros y que ha sido apropiada por la gente, que tiene una capacidad increíble de decir cosas nuevas”, concluyó.

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