“La vida de cada mujer tiene que ver con lo público, y lo público es política”

Por su reconocida trayectoria en la lucha por los derechos humanos y su permanente actividad militante, NU Digital entrevistó a la abogada Angélica Escayola para analizar el rol femenino en la política. Se trata de una mujer que desde distintos espacios supo dar batalla a los condicionamientos sociales y culturales que ubican a los varones en situación de superioridad. Para la referente, la política es “el arte de transformar la realidad”, y bajo esta concepción dice que siente que su deber es “militar por la dignidad de las mujeres y la igualdad de oportunidades".

"La vida de cada mujer tiene que ver con lo público, y lo público es política"

Dra. Angélica Escayola Foto: Axel Lloret

Sociedad

Unidiversidad

Penélope Moro

Publicado el 08 DE MARZO DE 2012


El mayor de los últimos logros en materia de derechos de género es para Angélica la instalación en el debate social de muchos temas que antes no existían para la agenda pública. Comprometida en lo profundo con la lucha igualitaria no sólo reivindica los avances obtenidos en el último tiempo. 

Su involucramiento con la causa la lleva "necesariamente" a reconocer las principales deudas que el Estado argentino mantiene con las mujeres:  la despenalización del aborto y la efectivización de la ley que pretende erradicar todas las formas de violencia de género. Causas para las que asegura seguirá luchando junto a sus compañeras del movimiento mendocino “Con la Fuerza de las Mujeres”, creado con el fin de acompañar el proyecto nacional y popular que representa Cristina Fernández, la primera mujer elegida en el país por el voto popular para ejercer la Presidencia de la Nación en dos mandatos consecutivos, aspecto que más adelante profundizará la entrevistada.

Por su experiencia en cargos legislativos –  se desempeñó entre 1998 y 2002 como diputada provincial por el Frepaso- la referente reconoce los continuos obstáculos que sufren las mujeres que ocupan puestos de decisión al momento de ejercer sus funciones. Pese a estos embates propios del machismo imperante, Angélica no se doblega y redobla la apuesta al sostener convencida que para las mujeres “hacer política es mucho más sano que no hacer” . Así dice que lo siente "hasta en primera persona".

Con palabras cargadas de compromiso cuenta quiénes son las mujeres que la movilizan y le dan impulso en esta lucha. Los por qué de esta batalla a la que por momentos prefiere no catalogar de “feminista”, sino más bien “propia del movimiento de mujeres que buscan el reconocimiento de sus derechos”.

Para conocer de cerca la visión de Angélica sobre la participación femenina en la política y sus devenires, antes un obligado recorrido por su propia historia militante. Un camino sinuoso por los momentos políticos y sociales en el que le tocó transitarlo, pero sin dudas ya allanado "para las nuevas generaciones que empiezan a recibir la posta".

Teniendo en cuenta los prejuicios sociales que recaen sobre la mujer que “se mete en política”  ¿Cómo viviste tus primeros años de militancia?

En primer lugar hay que entender que la militancia de nosotras las mujeres siempre ha sido vista como una “cuestión no exactamente normal” porque no se me ocurre que a un hombre le hicieran una nota para hablar sobre el hombre y la política. Y por supuesto que cuando yo empiezo a hacer política, allá por los ‘60, este tampoco era nuestro tema. En esos años, al igual que muchos jóvenes me siento atraída por el peronismo, que  se renueva con mucha clase media y jóvenes estudiantes secundarios y universitarios. Esto tras las secuelas de dictadura que terminan con Onganía, Lanusse y una especie de vuelo mundial, recordemos el mayo francés y el cordobazo en nuestro país. Allí fue cuando con muchísimas compañeras decidimos salir de nuestras casas,  de los lugares de cada una,  para tomar a la política como lo que es: un asunto que involucra a todos.

En ese tiempo militar no era ni afiliarse a un partido, ni ir a reuniones y nada más. Era una cosa bastante bulliciosa y explosiva porque además tenía sus riesgos. Pintar una pared, repartir volantes, hablar con la gente, expresarse, ir a manifestaciones, todo eso resultaba peligroso y mucho más para las mujeres.

En los ‘70 el compromiso se hizo mucho mayor y lo tomamos bastante a fondo. Empezamos a perder compañeros y eso fue tremendamente dramático. Quiénes pudimos irnos para salvarnos de la dictadura vivimos el exilio como un impasse, y en el caso mío y de compañeros muy cercanos, militando.  Éramos conscientes de haber salvado nuestras vidas, por eso nuestra gran prueba era la vuelta  para poder seguir en una democracia muy nueva a la que esperábamos con una fuerte ansiedad para volver a empezar. Y nos costó darnos cuenta que era un “volver a empezar de nuevo”  y no una simple continuidad en términos de que habían quedado las terribles huellas de la derrota y del genocidio. Ya con el nuevo proceso que se abre, con la democracia, se empiezan a notar los cambios de la incidencia de la mujer y la militancia.

¿Cuáles son los cambios que comienzan a darse llegada la democracia respecto de las políticas de género?

No recuerdo que hubiera menciones a políticas de género, al cuidado del medio ambiente, a problemas de identidad o de discriminación en medio de la lucha revolucionaria por la patria socialista. Digamos que no eran temas de combate  aunque estaban implícitos, los llevábamos a cuestas.

Pero ya no fue así a partir del  1983. Yo recuerdo que en ese año empezaron los encuentros nacionales de mujeres. En Mendoza organizamos el tercero bajo la gobernación de Octavio Bordón y se inauguró el Instituto de la Mujer a nivel gubernamental. Esto habrá sido en el ´87, cuando todavía todas las políticas de género eran absolutamente nuevas. Se militaban dentro de una lógica política mucho más amplia y adaptadas a las posibilidades de la democracia, aunque siempre de alguna forma con algún espíritu de vanguardia.  En esos primeros encuentros ya se empezó a hablar de la despenalización del aborto, aunque otros temas fundamentales como la trata o  la visibilización de las diferentes formas de violencia contra la mujer llegaron al debate público, o lo hicieron con mayor fuerza, a partir del 2000.

¿Qué lleva a que a partir del nuevo siglo salgan a la luz estos temas y se reclamen soluciones al respecto?

Yo creo que en el periodo que se abre con Néstor Kirchner se empieza a responder con políticas públicas a determinadas cuestiones que eran como que tenían más peso en la vida pública de toda la sociedad. Un ejemplo clave son todas las reivindicaciones de derechos humanos que comienzan a hacerse con mayor ímpetu. Esta era como la primera búsqueda con respuestas de la verdad y la justicia, luego llega el afianzamiento de la memoria.

 A partir de allí hemos ido avanzando, aunque a veces con dificultades, en una democracia que prácticamente no fue “volver a empezar”  sino un “volver a aprender a hacer política”. Siempre con el horizonte fundamental de no desconectarse de lo que llamamos históricamente las bases. Yo te estoy hablando de la izquierda peronista que existió y cuya virtud más grande de Néstor y Cristina (Fernández)  fue haber podido retomar la historia del peronismo a partir de la primera presidencia de Perón y del accionar esencial de Evita y transformarlo,  adecuarlo a los nuevos derechos, derechos humanos que en forma amplia abarcan todo derecho a una vida digna, como salud, educación, trabajo, etc. Entonces en ese espectro es cuando aparecieron con mayor fuerza esos nuevos derechos vinculados al género.

De todas maneras si pensamos que toda mujer que hace política por ser mujer tiene necesariamente en  su agenda los temas de política de género nos equivocamos. Yo he sido diputada en la provincia en el periodo de entre el Frepaso y la Alianza y lamentablemente desde esa experiencia te puedo decir que no todo el cupo que se cubre comprende compañeras que tengan  esta concepción.

¿Por qué pensás que ocurre esto de parte de las mismas compañeras de género?

Con las compañeras que hacemos política y nos preocupan los temas de género básicamente lo que vemos es que hay muchas mujeres que no pueden superar las limitaciones que existen en la política en general como herramienta para transformar la realidad. Hay temas muy arraigados culturalmente, por ejemplo los casos de pedidos de aborto o las cuestiones de violencia familiar, que les cuesta tanto a los varones como a las mujeres dirigentes abordar. Porque en realidad son rémoras o cuestiones muy enlazadas con costumbres, hábitos y formas culturales que en ocasiones nosotras mismas como mamás reproducimos.

Por eso creo que hemos avanzado más en la teoría que en la práctica. De todas maneras no está para nada mal ni este avance teórico ni en el punto en que se encuentra hoy el debate sobre temas que antes se escondían. Te ilustro con la visibilización actual que hay sobre el recrudecimiento de la violencia familiar, sobre todo del varón hacia su compañera, o  con el problema de la trata de mujeres  que es un tema de esclavitud femenina que data de hace mucho tiempo. Estas eran realidades antes ocultas y que hoy están en el tapete.

Respecto a la situación concreta de las mujeres que ejercen en puestos de decisión ¿Creés que perduran los obstáculos propios de esa raigambre machista que describiste?

Gracias a una maestría en economía que hice en México alcancé  un lugar importante en un área de planificación de agroindustria familiar dentro del gobierno. En ese marco, un compañero casualmente vino a ofrecerme que me quedara tranquila en el sillón “que me habían dado”, porque él podía encargarse de hacer todo y yo nada más de firmar. Y yo le respondí: “Mirá,  el día que me saquen de acá quiero que sea por mi culpa, no por la tuya”.

Creo que en el ámbito político es habitual esto del auxilio a la mujer, aunque no en casos de mujeres como nuestra Presidenta que detentan gran poder por el respaldo popular obtenido.

Durante siglos,  por la concepción occidental y eclesiástica que nos rige,  las mujeres cumplimos un lugar fuera de lo público,  entonces hacer política siempre fue entendido como un riesgo para nosotras, una extravagancia, y muchos hombres de política actúan en consecuencia.

¿Y qué efectos tiene esto sobre la mujer política en pleno ejercicio?

Hace tiempo en una consulta médica le conté al doctor un poco mi vida y me dijo: “También, con la vida que usted lleva…”. Entonces le contesté que no conozco stress más agudo que el del ama de casa. Las mujeres que solo cumplen ese rol – algunas, no todas – tienen una gravísima cantidad de stress en los términos de los objetivos de su vida. Por ejemplo  cuando se hicieron grandes los hijos y se fueron o cuando se fue el marido,  y la frustración adentro de las cuatro paredes de  la casa en muy brava.

Por eso, lo que más debería ocuparnos a las mujeres es no quedarnos en una visión individual de lo que le pasa a nuestra familia porque así nos han educado a todas. Debemos aprender que la vida de cada una de nosotras tiene que ver con lo público y lo público es la política y eso siempre es sano. Por supuesto que sin las connotaciones sucias con las que se vinculó a la política durante mucho tiempo.

Digamos entonces que para la mujer que decide involucrarse en política el esfuerzo debe ser doble…

A las mujeres siempre nos es difícil todo: salir de la casa para estudiar o para trabajar, y seguir con la cabeza puesta en lo que pasa en casa. Seguro que para nosotras meternos en política todavía representa un plus donde corremos riesgos de valoración porque debido a esa raigambre cultural que presenta el machismo tenemos como naturalizada la idea de optar por una cosa o por la otra, ya que las obligaciones y los esfuerzos se potencia en nuestro caso. Desgraciadamente vivimos en una sociedad donde la valoración de los otros sobre lo que una hace es algo que pesa.

¿Pensás que puede llegar a equilibrarse esta situación en la que la mujer se ve obligada a optar por su desarrollo político, personal o profesional y el rol de salvaguarda incondicional de la familia?

Sin dudas, y ya hay avances. Estos son cambios generacionales, hay papás y mamás que se reparten las responsabilidades. Porque justamente lo que más nos pesa a las mujeres son las responsabilidades: si el nene tiene fiebre, pagar los impuestos antes de que se venzan, presentar un trabajo a tiempo, y todo eso junto. Así nos terminamos echando  encima la carga de ser “supermujeres”. Pero bueno, estamos en medio de un  proceso de cambio y de a poco estas situaciones comienzan a equilibrarse con los varones que se hacen cargo de las situaciones machistas.

Respecto a estas nuevas situaciones que se presentan ¿El feminismo tiene que hacerse nuevos planteos en vista a que los procesos evidentemente han ido cambiando?

En el feminismo hay un problema que yo no sé si es de forma o de fondo. Uno de los temores que siempre señalé en los movimientos de mujeres donde he militado es que a veces nos comportamos como una elite, como un sector que observa la sociedad, a nosotras mismas, y que avanzamos  principalmente en el análisis teórico pero que no podemos bajar o materializar con facilidad.

Vuelvo a una anécdota de una compañera de un barrio que venía militando muchísimo con nosotras y luego de un tiempo nos pregunto qué queríamos decir cuando hablábamos de género. Entonces creo que falta dar un salto y lo vamos a dar cuando las mujeres de los sectores populares se sientan realmente involucradas y entiendan de qué hablamos cuando hablamos de perspectiva de género. Es ahí donde está el rol del Estado porque las políticas públicas son las que deberían traducir los análisis teóricos  del feminismo a respuestas que puedan ir dando solución a las situaciones de sumisión.

¿Y en esta dirección cuales deberían ser las prioridades del Estado?

Yo te diría básicamente el tema de la violencia familiar, las mujeres aun se sienten desamparadas, y te lo digo desde mi experiencia de abogada que me ha tocado acompañar a cantidad de mujeres en estos trances. Terminan afectadas desde el lugar hacia dónde ir para evitar las secuencias de violencia hasta en su propia revalorización como persona para hacer frente a toda esa circunstancia. Es imprescindible poner efectivamente en marcha la Ley N° 26485 contra todas las  formas violencia hacia la  mujer. Es una norma muy completa pero que exige muchos recursos.

También hay que profundizar en el tema de la trata.  Ya existe una ley sobre este problema, pero requiere correcciones. Es que se trata de un delito que no podría existir con la gravedad que tiene sin las complicidades políticas y judiciales que hoy se están denunciando en el juicio por Marita Verón.

El otro tema que está en el debate pero que sobre el que urge avanzar  es la despenalización del aborto en tanto cuestión de salud pública y de derechos humanos, partiendo que las mujeres que ponen en juego su cuerpo y su vida son las más pobres, las que no pueden costear condiciones dignas dentro del sistema de salud al momento de decidir sobre sí mismas, como sí lo hacen las que tienen el dinero para hacerlo. De todas maneras este asunto ha avanzado gracias a la Campaña por el Aborto, Legal, Seguro y Gratuito que ha presentado su proyecto al Congreso de la Nación y que espera ser debatido. Este derecho debe concretarse, así como hemos dado pasos enormes con temas como el matrimonio igualitario y otras medidas que son muy importantes que partan desde el Estado porque eso legaliza las nuevas figuras y los nuevos derechos.

¿Sentís que las mujeres estamos verdaderamente organizadas para continuar esta lucha?

Como te decía anteriormente estamos en medio de un proceso de reorganización, las crisis políticas de representación y del capitalismo todavía  no tienen una solución a la vista. Por lo tanto hay que aprovechar esas situaciones de crisis donde hay cierta debilidad para juntar la fuerzas de las mujeres y hacer un giro porque es obvio que sin fuerza es difícil conseguir el reconocimiento del derecho y que sea llevado a la práctica cultural y social. Eso nos obliga a no callarnos, a hablar con la familia, con las vecinas y a la vez que no se nos tome como conflictivas por poner en la mesa del almuerzo estos temas.

Nosotras tenemos que tener el arte de tejer todos estos puntitos en una red. Después de todo la política es un arte, es el arte de transmitir ideas, de discutir opiniones. Es un  arte de pelea adecuado a las herramientas que tenemos como lo son las ideas y las palabras.

Me acuerdo de las anarquistas que decían “ni marido, ni patrón, ni Estado”. Bueno te tocó un marido tenés que ver qué haces con él, el patrón es necesario porque hay que trabajar y el Estado nos obliga a participar como ciudadanas, a tomar el bastón y a decir yo necesito esto. Hay que tener fuerza, organizarse, y que florezcan mil flores.

¿De qué mujeres aprendiste y aprendes aún hoy?

Mi generación aprendió de Evita, la combativa, la que tenía un micrófono en la mano y peleó tanto por las causas del pueblo que se murió luchando. Y ahora la verdad es que hay que aprender de Cristina.  En el toque que ella le da al ejercicio del poder confluye lo público y lo privado.

Cristina es una gran docente – lástima por lo que dijo sobre el conflicto docente – pero hay que destacar que es una gran maestra porque dialoga.  Además de dar sus cifras y el marco general de sus decisiones, dialoga con todos los que la escuchamos y con ella misma: “…mis hijos me van a matar porque cuento esto… “, ese poder de comunicación es impresionante. Revela solidaridad y humanidad además de decisión política.

También hay muchas otras mujeres, pero siempre hay una que es vecina tuya, que está cerca tuyo, que admirás por su inteligencia o por humanidad, o porque hace confluir todas estas cosas.

¿Para qué mujeres militás?

Siento que milito para algunas mujeres que conozco en especial, para no hablar en general, con las que la vida ha sido terriblemente injusta por pobreza, por miseria - que es más que pobreza -, por ignorancia. Conozco una chica que siendo joven tiene 10 hijos y que pudiendo o no eligió prostituirse para sobrevivir y mantener sus niños. A mí la falta de posibilidades de una vida digna para esta chica  y sus hijos me representa un compromiso ineludible.  

También hay algunas mujeres grandes que llegan a la vejez muy mal, me parece que hay que trabajar en esto. Que a veces pasan como políticas de escaso nivel y que por lo poco que me pude asomar alguna vez a la pancita del Estado veo que hay cosas elementales que no se hacen y que tienen que ver con considerar esas opciones de vida que no son los grandes temas de Estado pero que debieran estar insertos entre sus principales políticas.

 A veces uno se cansa, pero la presencia de una mujer como Cristina en la presidencia, a quien a veces también se la ve agotada, es muy bueno porque en realidad ser valiente no es no tener miedo y ser luchador no significa que uno no se canse. A veces el asunto es sólo retomar la fuente de la vida y de las ganas. Y al fin y al cabo, una vida que no tenga tantos desafíos por ahí tampoco vale la pena ¿No?