Beatriz Bragoni, historiadora: “Los criterios que teníamos para pensar la sociedad hace 20 años hoy son insuficientes”

Doctora en Historia, investigadora del Conicet e integrante de la Academia Nacional de la Historia, es una de las historiadoras más destacadas del país. Su especialidad es la historia política y social del siglo XIX.

Beatriz Bragoni, historiadora: "Los criterios que teníamos para pensar la sociedad hace 20 años hoy son insuficientes"

Foto: Prensa UNCUYO

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Leonardo Oliva

Publicado el 15 DE DICIEMBRE DE 2021

Doctora en Historia, investigadora del Conicet e integrante de la Academia Nacional de la Historia, Beatriz Bragoni es una de las historiadoras más destacadas del país. Su especialidad es la historia política y social del siglo XIX. Una de las figuras a las que más horas de estudio y análisis ha dedicado es nada menos que José de San Martín, de quien escribió una “biografía política” centrada en el perfil menos abordado del Libertador.

Bragoni es, además, docente titular en la Facultad de Derecho de la UNCUYO de la cátedra Historia de las Instituciones Argentinas y Latinoamericanas, en la que aborda las particularidades institucionales de la “Patria grande” que alguna vez imaginaron San Martín y otras personalidades de aquel siglo en el que se fundaron nuestros países.

Muchas veces se piensa en la historia solo como el estudio del pasado, como un mirar para atrás. ¿Cuál es el aporte para el futuro que hace un historiador?

La historia, en sus momentos más optimistas, cuando la concepción del tiempo era más previsible y que coincide con el momento de la Ilustración, podía hacerte imaginar alguno de los futuros posibles. Sin embargo, después de la Primera Guerra Mundial, y sobre todo en las últimas décadas, la noción de vivir un tiempo presente permanente hace que las posibilidades de imaginación sobre el futuro se reduzcan cada vez más. Eso instala que hay una crisis de futuro, que esa ilusión que nuestros padres ilustrados tenían, de que era posible imaginar que el futuro iba a ser más auspicioso que el presente y que el pasado que vivieron nuestros abuelos, eso está roto. Entonces, al romperse esa secuencia, se hace muy difícil proyectar futuros posibles.

¿Cómo influye esto en la tarea del historiador?

Los historiadores o las historiadoras nos tenemos que manejar con algunos recaudos. Es como una caja de herramientas que tenemos, donde, para contar una buena historia, tenemos que ser cuidadosos con algunas cuestiones. Una de esas cuestiones es la de no anteponer los registros del presente al pasado vivido, porque ahí está la paradoja o desafío: nosotros no podemos reproducir el pasado tal como fue. No podemos hacer de nuevo el 17 de octubre del 45; podemos hacer otros 17 de octubre, pero no el del 45. Entonces, tenemos que ser muy cuidadosos con las voces del pasado para no anteponer las nociones del presente, y eso supone tener un control sobre el anacronismo. El mayor desvío en la práctica de un historiador o historiadora es abusar del anacronismo, que es, en definitiva, aplicarle al pasado categorías, concepciones e interpretaciones del mundo que no coinciden con el lenguaje de ese momento.  

Ese anacronismo se aplica mucho hoy a figuras de la historia argentina como Sarmiento o Roca, por ejemplo. ¿Cómo se revierte eso?

Hay diferentes procedimientos, pero hay dos que son muy claros. Uno es un buen conocimiento del contexto: será más rica la narración o la historia que un historiador cuenta cuanto más erudito sea. Además, el conocimiento que se tiene de los discursos o los lenguajes políticos en su momento es el que permite detectar la diferencia que hay entre el Sarmiento de 1840, el de 1860 o el de su vejez antes de morir. Un historiador que cumpla con esos requisitos de erudición y de contextualización adecuada podrá también detectar los usos del discurso sarmientino por parte de los ensayistas, escritores e historiadores que le sucedieron. 

¿Cómo se acercó usted a la historia? ¿En qué momento de su vida decidió que esto era lo que le gustaba?

Yo no tuve una vocación marcada de muy pequeña, pero sí ya en la secundaria tuve una excelente profesora de Historia, Mirta Trevisán de López Jonte, que daba unas clases maravillosas. Ella era egresada de la UNCUYO. Se podía detectar en ella alguna corriente como el revisionismo, que me interesaba, y esa inclinación en mí era muy marcada, pero que combinaba con la literatura. Yo me inscribí en Letras y en Historia, pero después, una clase magistral que dio una legendaria profesora de la Facultad de Filosofía y Letras, Margarita Hualde de Pérez Guilhou, fue tan explícita y cautivadora que terminó por inclinarme a la historia.

¿Con qué sorpresas se encontró al ingresar en el estudio de la historia?

En primer lugar, algo fundamental: que la historia que estudiás y que leés es objeto de combates internos sobre la interpretación del pasado. Que la historia no viene dada, sino que es un saber que se practica, se hace, porque el conocimiento histórico es un conocimiento que se obtiene a través de la consulta de fuentes, de testimonios del pasado; por lo tanto, es un conocimiento indirecto, y nos manejamos con testimonios que son en su mayoría subjetivos, y materialidades de otra naturaleza, como las imágenes, que también son subjetivas. Entonces, esa operación intelectual tiene otro condicionante: que la historia que hacemos es una de las historias posibles, no es “la” historia. No hay una sola historia y eso no es solo en cuanto a la subjetividad, sino que tiene el freno, el control de la prueba, de la evidencia empírica que construimos en función de la pregunta y de la documentación que sirve para la comprobación del conocimiento histórico.

Como biógrafa de San Martín, ¿por qué cree que, en medio del revisionismo que ha afectado a muchas figuras del pasado argentino, sigue siendo intocable?

Que se mantenga esa imagen heroica obedece a múltiples razones, pero mi hipótesis –que desarrollé en el libro– es justamente que la imagen que se tiene habitualmente de San Martín es la acuñada por el peronismo clásico. Cuando se cumplieron los 100 años de la muerte de San Martín, el régimen peronista hizo de él el artefacto de legitimación cultural, y fue realmente muy eficaz. Había todo un clima cultural de escritores, tanto  peronistas como antiperonistas, que fortalecieron esa imagen que, en gran parte, había sido moldeada por Mitre en su biografía de San Martín, rediseñada por Ricardo Rojas en El santo de la espada y resignificada por el nacionalismo militar impreso por el régimen militar del 43, que se había iniciado en los años 30 cuando Justo había decretado que se conmemorara el año de su muerte como feriado nacional y no el del natalicio, como lo había hecho Avellaneda en el marco del republicanismo liberal. Entonces, hay un pasaje de la cosmovisión política del republicanismo liberal al nacionalismo militar, que es el que  instala a San Martín y lo convierte en un punto fijo: el militar que sacrifica sus intereses personales por el bien nacional y de la patria americana. Esa imagen se mantiene inalterada hasta ahora.

Esta visión militarista y nacionalista, ¿ha tapado al San Martín político?

Creo que sí, pero es muy interesante que, si bien está ese registro, que es el que el kirchnerismo saca mucho más a la luz, no fue el prócer preferido de Cristina Kirchner. Hay un estudio hecho por Camila Perochena, una gran historiadora, sobre el uso del pasado en el discurso kirchnerista, que detecta que, en los discursos de Néstor y Cristina, a quien más citaban era, por supuesto, a Evita, y después a Belgrano. San Martín queda en tercer lugar en ese ranking. Justamente, San Martín había sido objeto de otra lectura en la era democrática, en la administración Menem, que había modificado el perfil militar heroico del caballo, la estatua ecuestre, en los monumentos que empezó a erigir en varias ciudades europeas, sobre todo en Londres, cuando tuvo que restablecer las relaciones bilaterales con Inglaterra que estaban suspendidas desde el conflicto de Malvinas. Entonces, el San Martín que empieza a aparecer en varias plazas públicas de capitales europeas y latinoamericanas ya no es el San Martín ecuestre, subido al caballo con sable en mano, sino uno más sobrio, a veces solo el busto.

Un San Martín más parecido a todos nosotros…

Más diplomático, más propicio a la negociación política que confrontativo.

Como docente de la cátedra Historia de las Instituciones, ¿qué importancia considera que tienen las instituciones para un país?

Las instituciones son las que arbitran o facilitan la convivencia ciudadana y política, que está siempre nutrida de conflictos de intereses entre los diferentes grupos y necesita de arbitraje en torno a ello. En general, se tiende a enfatizar la importancia de las instituciones políticas por sobre otras que también son importantes.

¿Cómo cuáles?

Bueno, las de la sociedad civil organizada. En general, tendemos a enfatizar lo político, los poderes del Estado, las formas de representación, de participación, pero la sociedad civil, por la crisis de representación que hay, cada vez se manifiesta más de otras maneras. Ahí suele haber problemas porque las categorías que servían para entender la vida política, su transformación, sus conflictos y demás, han quedado en desuso. Para el caso de la Argentina, es evidente: una porción de la sociedad canaliza su participación en instituciones clásicas, partidos, sindicatos y demás, y otra parte, en nuevas instituciones, como las organizaciones sociales, que muestran que los criterios que teníamos para pensar la sociedad hace 20 años son insuficientes para pensar la actual. No solamente para pensarla, sino en el diseño de las policías públicas, que no son eficaces para arbitrar esas relaciones sociales. 

En este contexto de crisis institucional argentina, ¿qué nos puede enseñar la historia, nuestra historia?

Es súper difícil la pregunta. No creo que la historia nos dé recetas de cómo mejorar o canalizar problemas estructurales del país que llevan muchas décadas, pero sí conocer más y mejor de cómo funciona el mundo. Saber cómo ha funcionado puede ayudar a mejorar los instrumentos de gobernabilidad y de transformación social que los argentinos y argentinas, yo creo, nos merecemos.

Al menos, estudiando nuestra historia, deberíamos evitar tropezar dos veces con la misma piedra.

Puede ser, pero hay que tener en cuenta que, por ser un país latinoamericano, no estás condenado, porque hay otros países que han podido arbitrar crisis y problemas de gobernabilidad serios, sobre todo después de las últimas dictaduras, y no han tenido desempeños económicos y sociales tan desastrosos. Con los países desarrollados, las diferencias son obvias, pero, cuando mirás más de cerca, incluso en políticas culturales, países latinoamericanos han logrado mejores instrumentos. Ahí te das cuenta de que la Argentina tiene desafíos enormes y uno de ellos tiene que ver con sus dirigencias políticas, sus élites.

¿Debería cambiarse la forma en la que se enseña hoy historia en las escuelas?

La historia se puede enseñar de muchas maneras. Si los chicos van al Parque San Martín y un docente tiene buena información, se puede usar el ambiente y estar enseñando historia sin necesidad de que aprendan que el parque fue una iniciativa promovida por Emilio Civit. Se puede usar el parque como campo de exploración para muchas otras cosas, y ahí le metés el contenido histórico. Dicho esto, la clase de Historia en sí misma, los contenidos históricos, muchas veces han sido renovados y otras veces han sido devaluados. Ahí se filtra otro tema, que tiene que ver con la formación de los profesores de Historia u otros profesionales habilitados a enseñarla. Con esto quiero decir que no necesariamente contenidos renovados dan una noción de historia nueva. Yo soy partidaria, promuevo una enseñanza de la historia que sirva para pensar y no que la historia sirva para militar lo que sea. Me distancio cada vez más del concepto de historia como herramienta de pedagogía cívica y me acerco cada vez más a enseñar historia como una disciplina que puede ayudar a quien la estudia a decodificar las claves del mundo que le toca vivir, de dónde vienen los problemas que tiene que enfrentar.

¿Qué problema tiene la pedagogía cívica?

Es como era entendida la historia en el siglo XIX y que sigue casi intacta hoy, porque algunos profesores creen que, enseñando bien la historia, van a transmitir de mejor manera las identidades provinciales, nacionales, regionales y demás. Como un modelador de conciencia. Yo prefiero que la gente, que mis alumnos, tengan posibilidad de acceder a un concepto.