El oficio de empuñar la escritura

Los efectos políticos de Rodolfo Walsh.

El oficio de empuñar la escritura

Rodolfo Walsh. Foto publicada por Hoy Venezuela.

Derechos Humanos

Especial Día de la Memoria

Especiales

Fabiana Grasselli - INCIHUSA - CONICET

Publicado el 24 DE MARZO DE 2016

Hay hombres y mujeres que cuando escriben producen efectos políticos, cuyo ejercicio de la escritura habilita otros modos de decir, en cuyos textos respira el diálogo entre el pasado y el presente, así como la posibilidad cierta de que la literatura no sea inofensiva sino un arma para la transformación social. Rodolfo Walsh era uno de ellos.

Hilvanar las huellas de Walsh nos enfrenta a un sinuoso itinerario en el que se fue configurando eso que él mismo llamó “el violento oficio de escritor”. Recorrió todas las etapas de la formación del escritor profesional inscripto en las exigencias de la industria del libro: se inició como corrector, una de las posiciones más periféricas, para luego ser traductor y finalmente antólogo, ambas actividades subsidiarias de la tarea de literato. Más tarde también escribiría cuentos policiales con los que ganaría prestigio en el campo literario de principios de los años cincuenta.

Sin embargo, la historia, ese campo bélico del que Walsh ya no se abstraería, le salpicó las paredes luego de 1955, cuando la autodenominada Revolución Libertadora perpetró fusilamientos clandestinos contra civiles en la localidad suburbana de José León Suárez durante el levantamiento del general Valle contra ese régimen. Investigó, caminó los basurales que sirvieron de escenario a la masacre, denunció a la policía y al gobierno militar y escribió notas periodísticas que los grandes diarios no quisieron publicar, recuperando el testimonio de Juan Carlos Livraga, un sobreviviente, “un fusilado que vive”.

En palabras de Walsh, Operación Masacre, el libro que configuró a partir de esas notas, cambió su vida. Escribiéndolo descubrió que, más allá de sus íntimas perplejidades, existía un amenazante mundo exterior. Esa constatación, que se iría intensificando durante los años sesenta, estaba ligada a una experiencia histórica común para los intelectuales de la época comprometidos con las clases populares.

A partir de la caída del segundo gobierno peronista y de la proscripción del justicialismo, se abrió un proceso social que condujo a la radicalización política de vastos sectores de la población, en el cual distintos sujetos sociales encararon novedosas experiencias de organización que pusieron en crisis las instituciones de la democracia formal y la representatividad de los partidos políticos.

Las sucesivas dictaduras, el desengaño frente a las políticas de desarrollo y modernización, contenidas fundamentalmente en el proyecto de Frondizi, y el horizonte emancipatorio que ofrecía el proceso de la Revolución Cubana redefinieron sustancialmente para muchos y muchas el significado mismo de lo político. Era ese “amenazante mundo exterior” que Walsh hizo ingresar a su literatura y en el que decidió jugarse: el conflicto social, la opresión de los regímenes autoritarios, el ascenso de las luchas obreras y populares en el país y en nuestra América.

Todos sus textos testimoniales –Operación masacre (1957), ¿Quién mató a Rosendo? (1969), El caso Satanowsky (1973)–, como tan bien lo ha sabido ver Daniel Link, rebasaron los límites del caso policial, politizando los crímenes. Ya no se trataba de hechos excepcionales sino de la puesta en funcionamiento, por parte de las clases dominantes, de la maquinaria represiva. Ya no hay individuos protagonistas, propios de la escritura policial, sino que la escritura abre el espacio para la visibilización de los colectivos como protagonistas de la historia.

Luego de ese hito, la trayectoria cultural y militante de Walsh se entrelazó con las de otros y otras escritores/as, artistas, pensadores/as. Walsh transitó el bloque temporal de los sesenta y setenta y se configuró como intelectual comprometido en un momento histórico denso, en que la política lo impregnó todo. Su camino evidencia la dialéctica entre el ser humano y su temporalidad; como dice Ferrarotti, “lo vivido dramáticamente” por un sujeto en un terreno no elegido e históricamente marcado. Así, la preocupación por los vínculos entre arte y política, por los modos de asumir una praxis estético-político-revolucionaria sería el signo de la época, la impronta repetida en los recorridos vitales de poetas, periodistas, filósofos/as.

En esa marcha vital, en ese tiempo de revueltas, Walsh escribirá cuentos memorables como Esa mujer y Un oscuro día de justicia, obras de teatro, grandes notas de periodismo antropológico; trabajará para la agencia de noticias Prensa Latina haciendo contrainformación al servicio de la Revolución Cubana, dirigirá el Semanario de la CGT de los Argentinos; hará un periódico villero; militará en el MALENA, el Peronismo de Base, las Fuerzas Armadas Peronistas y Montoneros. Siempre en búsqueda, transido de tensiones en el campo de las probabilidades y las posibilidades que, al decir de Daniel Bensaïd, propician las crisis históricas. Walsh concluirá hacia fines de los sesenta que ya no se puede hacer literatura desvinculada de la política, que la literatura debe ser desacralizada y asumida como praxis transformadora.

Testigo de su tiempo, portador de la voz de los pequeños, operará como narrador de la violencia política descargada por los poderosos sobre las espaldas del pueblo. Sus textos urgentes se vuelven literatura peligrosa, compaginada como una urdimbre de voces y fragmentos; retazos de novela, testimonio, historia, reportaje, relato policial, crónica periodística; jirones de la experiencia histórica de los sectores populares y sus narrativas. Contribuyen a una reconstrucción de la memoria colectiva de los sectores subalternos y oprimidos, pues barriendo a contrapelo la historia hacen presente lo que está “fuera de escena”: revelan el conflicto, la violencia que truncó experiencias contestatarias, las derrotas y las victorias provisorias que muestran alternativas y rechazan eso de que “siempre las cosas fueron así”.

Por ello enfrentó el terrorismo de Estado de la dictadura de 1976, resistió con las armas de la crítica y con la crítica de las armas. En este sentido se lee en la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”: “Aún si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas. Estas son las reflexiones que en el aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.