"Entretanto" #24: Huesos que hablan
Entrevistamos a Daniela Mansegosa, bioarqueóloga, investigadora del Conicet, y docente de la ...
14 DE NOVIEMBRE DE 2024
Por Pablo López , psicólogo y director académico de la Fundación INECO (Instituto de Neurología Cognitiva).
El contexto de pandemia y medidas de aislamiento ha modificado las rutinas. Esta situación representa un novedoso entorno de estrés que provoca una tensión entre las demandas de la situación y los recursos de las personas para hacer frente a ellas.
Al inicio hemos desarrollado un gran esfuerzo para adecuar las actividades diarias personales, laborales, parentales, etc. De pronto nos encontramos todo el día en casa, trabajando, estudiando, haciendo ejercicio, relacionándonos con otros, etc.
Este gran esfuerzo, en el corto plazo, nos permitió adaptarnos a las nuevas circunstancias, pero nuestros recursos son limitados y, ante una demanda sostenida en el tiempo, nos empezamos a sentir agotados.
El miedo inicial a la enfermedad fue dejando su rol preponderante a la fatiga, la intolerancia a la incertidumbre, la preocupación por problemas financieros y al aburrimiento.
La fatiga es un estado de cansancio, de pérdida de interés y motivación, que incluye dificultades en la atención y la concentración y que es acompañada por un decaimiento del ánimo y de la satisfacción.
La fatiga, en parte, es consecuencia del esfuerzo sostenido y de los cambios que produjo en los 3 pilares de la salud: el ejercicio físico, la estabilidad del sueño y la alimentación saludable. Pero, circularmente, cuando la fatiga se instala, más se exacerban las alteraciones en los 3 pilares.
Los estudios indican que la falta de ejercicio recreativo se asocia con la fatiga. Es posible que los cambios de las rutinas y la necesidad de una elevada autodisciplina hayan dificultado encontrar el tiempo o la energía para hacer ejercicio. Pero, al mismo tiempo, la falta de ejercicio podría provocar dolores musculares, un deterioro de la salud y el bienestar, cuestiones que se asocian directamente con la fatiga.
La mala nutrición también contribuye a la fatiga. Asimismo, la fatiga se asocia con un mayor consumo del alcohol. Recíprocamente, el aumento del consumo de alcohol, depresor del sistema nervioso, podría ser una consecuencia de la fatiga y la tensión mental. El aburrimiento y el estrés son amenazas que podrían llevar a perder el patrón habitual y adoptar malos hábitos, como comer en exceso o picar.
El sueño es el otro pilar seriamente afectado. Si bien los estudios describen un aumento de las horas destinadas a dormir, la calidad del sueño se ha lesionado. La presencia de pesadillas, sueños vívidos y los cambios en los horarios para dormir han afectado la función restauradora del sueño.
La convivencia con el Covid-19 durará un tiempo más, por lo que es imprescindible recuperar la columna vertebral del bienestar. La tentación podría ser hacerlo rápidamente. Paradójicamente, esto nos llevaría a más fatiga.
La recuperación de los pilares debe ser progresiva, de lo contrario, los hábitos más saludables pueden convertirse en fuente de estrés y carecer de gratificación.
sociedad, efecto cuarentena, miradas,
Entrevistamos a Daniela Mansegosa, bioarqueóloga, investigadora del Conicet, y docente de la ...
14 DE NOVIEMBRE DE 2024
Los días 15, 16 y 17 de noviembre en la Nave UNCUYO y la Nave Creativa se realizará el “Festival ...
14 DE NOVIEMBRE DE 2024