Sonia Sánchez: "Hay un Estado fiolo”

Lo dijo Sonia Sánchez, quien participó en Mendoza en una jornada sobre trata de personas. Contó su experiencia y aseguró que la prostitución no es un trabajo ni una elección libre. Críticas al proyecto de reglamentación. La historia de una mujer indispensable.

Sonia Sánchez: "Hay un Estado fiolo"

Especiales

Verónica Gordillo

Publicado el 16 DE SEPTIEMBRE DE 2014



Sonia Sánchez es una mujer rabiosa, un sentimiento que amasó desde los 16 años cuando se bajó sola del colectivo que la llevó desde su Chaco natal a Buenos Aires para escapar de la violencia del hambre, pero sólo conoció otra forma de violencia: la prostitución. Ella rumió esa rabia, la trabajó para que no se convirtiera en odio sino en la energía que le permite luchar desde hace 15 años para que mujeres y varones, jóvenes y viejos, entiendan que la prostitución no es un trabajo como cualquier otro ni una elección libre, que destruye la identidad, que sólo se soporta mintiéndote, adormeciéndote y que reglamentarla sería como legalizar la violencia.


Esa mujer que usa como combustible su rabia estuvo en Mendoza. Fue una de las expositoras en la Jornada sobre Trata de Personas, organizada por la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Federal, que se realizó en la Universidad de Mendoza.


Sonia es toda rabia. Dice que ese sentimiento le ayudó a reconstruirse como persona para dejar atrás a la adolescente de 16 años que no podía ni sabía decir que no. Ahora su voz es potente, su discurso es claro. Se paró frente a los jueces, a los abogados, a los investigadores, a los periodistas, y nos incomodó. Nos obligó a pensar y a hablar de eso que no se habla, de eso que escondemos.


Sonia le da importancia a las palabras, las elige con cuidado. Nada de eufemismos. Dice "puta", porque para ella trabajadora sexual o mujer en situación de prostitución son sólo formas de ocultar lo que no se quiere ver. Dice "proxeneta" o "fiolo" y no "marido", como cuenta que nombran las mujeres a sus explotadores; dice "prostituyente" y no "cliente" porque asegura que no compran nada, que sólo practican la violencia a través del sexo.


Sonia hizo preguntas incómodas. Nombró a muchos, pero en especial a la diputada mendocina del Frente para la Victoria (FpV) Lorena Saponara, quien presentó un proyecto para regular la prostitución, elaborado en conjunto con las integrantes de la Asociación Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar). Dice que aprobarlo sería igual a reglamentar la violencia.


Para la integrante de la organización de Mujeres Migrantes, aprobar ese proyecto implicaría empeorar aún más una situación complicada. Y explica la razón. Argentina, asegura, es abolicionista sólo de palabra, en los papeles, en los tratados internacionales, pero en los hechos hay un Estado fiolo, proxeneta, que permite que los cabarets sigan abiertos, que las prostitutas sigan en la calle y que muchos se sigan haciendo ricos con los cuerpos de otros.


La voz de Sonia deja mudos a los presentes. Su testimonio contra la reglamentación de la prostitución es irrefutable. No fue elaborado en un escritorio: sale de su propio cuerpo, de saber que no hay escapatoria, que es difícil decir que no.


La violencia de la gran ciudad


Sonia cuenta su historia, que es la de muchas. Nació en Villa Ángela, la tercera ciudad de Chaco, donde vivía con su papá, su mamá y sus seis hermanas. Desde chiquita trabajó cosechando algodón y después como empleada doméstica, por lo que abandonó la escuela secundaria en tercer año.


Discutió mucho con su mamá Ángela cuando le informó que viajaría a Buenos Aires para trabajar como empleada con cama adentro. Creía que esa sería la forma de progresar, de comer todos los días, de tener luz, de poder dedicar más horas del día a la lectura, una pasión que su mamá le inculcó desde chiquita utilizando las revistas que encontraba por ahí.


Después de viajar horas en el colectivo se bajó en la estación Retiro, donde la esperaba una persona con un cartel con su nombre. Entró a trabajar en una casa donde la jornada era eterna y el único día libre era el domingo. Leyendo el diario se dio cuenta que le pagan muy poco; pidió aumento, cuando le contestaron un no rotundo se enojó y, de atrevida nomás, le comunicó a la señora que se buscara otra empleada. A los quince días llegó una adolescente paraguaya que la reemplazó por el mismo sueldo.


En ese momento, asegura, comenzó una realidad tan violenta como la de pasar hambre. Se dio cuenta de que nadie la conocía, de que nadie podía decir: "Sonia es buena persona, no va a robar, va a limpiar muy bien la mugre". Con 16 años vivió meses en la Plaza Once. Tuvo miedo, frío y hambre, dormía de día y vigilaba de noche. Intentó buscar trabajo, pero le dijeron que la plaza no era un domicilio legal.


Fue en esa misma geografía donde veía siempre a un grupo de mujeres. Se acercó a una con la que sintió empatía, le relató su historia y le explicó que quería volver a su pueblo. Ella le prestó plata, la mandó a bañarse y le dijo que se sentara en la plaza, que podía trabajar como prostituta. "¿Qué hago, cómo se hace?", le preguntó Sonia. "Vos no hagas nada –le dijo la mujer–, los hombres van a hacer todo". Y lo hicieron. Pero Sonia no recuerda, quiere olvidar, sólo sabe que se despertó en un hotel alojamiento y que desde ese momento la metieron presa cientos de veces; ella no sabía que a las prostitutas las llevaban presas. “Todo te empuja a ser puta o chorra, yo no pude elegir”.


Siguió buscando trabajo. Leyó un aviso en el diario que ofrecía un puesto como camarera en Río Gallegos y corrió a la dirección que aparecía en el anuncio. La recibió un hombre, le ratificó que el trabajo estaba disponible y al día siguiente se subió por primera vez en su vida a un avión, que la dejó en Río Gallegos. Otra vez una persona la esperaba con un cartelito con su nombre. En el lugar al que llegaron la recibió una mujer que, después de pedirle los documentos, le confesó que no sería camarera sino puta. Nadie podía ayudarla.


Sonia cuenta que en ese lugar sufrió una violación masiva, que es costumbre que cuando llega una chica nueva abran el lugar sólo para “los amigos” y hagan lo que se llama "el bautismo". No puede seguir hablando, su voz potente se apaga. De a poco se recompone y dice que sólo se acuerda del hospital donde estuvo internada y que no sabe cómo ni con quién volvió a Buenos Aires. No sabe, no quiere saber.


Volvió a la gran Ciudad y a la misma violencia. Recuerda muy bien el día que dijo "basta". Se animó a decirle que no a un prostituyente y la golpiza fue feroz; aún hoy, a los 49 años, sufre las secuelas, no escucha bien. Le salvó la vida el conserje del hotel, pero terminó presa.


“Entré en un shock emocional profundo; después de llorar horas me miré en el espejo y no huí, esperé que me devolviera esa imagen que no quería ver, esa imagen de puta. Me nombré "puta" y ahí me quedó clarito el lugar donde estaba, las personas que estaban a mi alrededor, empecé a nombrar las cosas por su nombre”. Tiró todo lo que fuera parte del estereotipo de la puta: en cinco bolsas de residuos metió zapatos, vestidos, maquillaje, y las sacó a la calle. “Volví a mi casa, me senté de nuevo frente al espejo y me pregunté quién era, y todavía me lo sigo preguntando. Ese "quién soy" era para poder tener una identidad propia, reconstruirme. No sabía quién era, no era ni la puta, ni la trabajadora sexual, ni la mujer en situación de prostitución, ni era esa Sonia adolescente que venía buscando trabajo, no tenía absolutamente nada”.


Ese fue el inicio de su camino de reconstrucción. Repitió cientos de veces un ejercicio que la ayudó: ponerse bajo la ducha, empezar a adueñarse de su cuerpo, a quererlo, a aceptarlo.


Decidió ensayar otra vez la única presentación que tenía para buscar trabajo: “Soy Sonia Sánchez, soy chaqueña”. Tuvo suerte y empezó a clasificar cucuruchos de helado. En sus horas libres recorría las librerías de la calle Corrientes y seguía fiel al amor por la lectura que le inculcó su mamá. Después vino su militancia, su lucha y la escritura de sus libros: Nadie nace para puta, La puta indigna y el que está por salir, Prostitución, poder y política, donde promete meterse con todos.


Ella describe el sentimiento que le produjeron esas vivencias. “Rabia, tengo mucha rabia, pero la trabajo y es un combustible, me moviliza. Esa rabia de pensar por qué me tocó a mí, por qué tuve que ser yo la puta de la familia, por qué la puta del barrio, de la escuela; esa rabia la convierto en energía positiva para luchar contra un Estado proxeneta, fiolo. Yo revierto todo eso, me ayuda a la rebeldía y la desobediencia, por eso invito a todas las personas a ser rebeldes, desobedientes, porque si no, hay sumisión y la sumisión es muerte. Para mí, ser rebelde y desobediente es vivir, porque si yo no hubiera desobedecido, no me hubiera rebelado, hubiera seguido siendo puta o fiola, pero me rebelé contra estas violencias y me sigo rebelando”.


Un concepto impuesto

Sonia provoca a los participantes de la jornada. Los invita a escribir en el pizarrón cómo será la factura que harán las prostitutas si se aprueba el proyecto de reglamentación. "No sean tímidos desafía, comencemos". Nos reímos, nos escondemos un poquito en los asientos, pero nada vale, ella sigue, es implacable. Nombra cada una de las posiciones, cada uno de los pedidos de los prostituyentes y pregunta quién pondrá el precio, en qué categoría de la AFIP se inscribirán, si el fiolo será el que certifique los aportes jubilatorios.


Pide que no le tengamos miedo a las palabras y nos invita a dejar el lenguaje fiolo. “Es un lenguaje que tapa, que maquilla, que distorsiona la realidad; yo no maquillo más nada. En la prostitución no existen las trabajadoras sexuales, porque no es trabajo, es una violación de los derechos económicos, sociales y culturales y el primero en favorecer que a vos te hagan la puta de todas y todos es el propio Estado. Las putas no tienen clientes porque no son un supermercado, un kiosco; no venden un servicio, no venden nada, porque nada les pertenece. En la prostitución no existe la caricia sino el manoseo, no existen los abrazos, sólo hay violencia. Y los varones que van de putas no compran sexo, practican la violencia a través del sexo”.


El discurso del trabajo sexual, plantea, es vacío y no nació de un colectivo de mujeres, sino que fue impuesto y entró en Argentina con un programa de un organismo internacional para prevenir el VIH/SIDA. Cuenta que en ese momento ella formaba parte de la Asociación Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) y que la CTA la echó junto a seis compañeras por decir que la prostitución no es trabajo. “Se lo agradezco; a la CTA le digo 'la central de fiolos sindicalistas'”.


Sonia repite que el Estado es otro culpable, que favorece a varones y mujeres que quieren vivir de la explotación ajena. Asegura que es mentira que una puta sea dueña de su cuerpo, que la decisión siempre está en el varón prostituyente a través de su billetera, mientras la sociedad –todos nosotros– mira para otro lado cuando una mujer o un varón están encerrados en un prostíbulo o parados en una esquina.


Sonia responde todas las preguntas

-En la presentación del proyecto de ley, la representante de Ammar, Georgina Orellano, repitó que deciden libremente dedicarse a la prostitución.

No hay una elección con libertad, como el haber estudiado para periodista, para doctor. Cuando vos tenés una cama caliente todos los días, cuando tus derechos no fueron violados, ahí vos pudiste pensar qué profesión querías; acá se elige coaccionada, esa es la diferencia. Además, no es sólo la violencia en tu cuerpo. Lo primero que destruye la prostitución es tu identidad y, en ese preciso momento, te convierte en un objeto de uso y abuso. Ser puta te produce mucha vergüenza y dolor. Lo maquillás y yo las entiendo: si no tenés ese falso orgullo, ¿cómo resistís el manoseo de varios tipos? Tenés que ser falsa, sostener la mentira. Pero lo peligroso que está haciendo la diputada Saponara es que, cuando sindicalizás como trabajo a esta violencia masiva de mujeres, sacás al varón, al fiolo, del delito, lo ponés como un gran empresario del sexo, entonces ellos con este discurso vienen por nuestras hijas.


-Las integrantes del colectivo Ammar defienden el proyecto.

Es porque hay mucha plata. En el 2012 les entregaron 12 millones de dólares a través de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) para sindicalizar la prostitución como trabajo. Lo peligroso es que esto no sólo pasa en Argentina, sino en toda América Latina y el Caribe. Ya presentaron un proyecto en Bogotá, Colombia y siguen. Vienen por las mujeres pobres, porque hay mucha plata: un cuerpo de una mujer joven es vendido hasta 30 veces por noche en un prostíbulo a 1000 pesos cada vez. Sumá. La noche siguiente y la siguiente será explotada igual. Es un gran negocio, pero la que muere pobre es la mujer que ha sido prostituida toda su vida. ¿Dónde vieron a una mujer que ha sido puta y murió rica? La mayoría no tiene dónde caerse muerta, viven en hoteles.


El sueño de Sonia

Aún con quince años de militancia, siendo parte de la organización de Mujeres Migrantes, del Observatorio de Trata, siendo educadora popular, capacitando a policías, a gendarmes, recorriendo las escuelas para hablarles a los chicos, Sonia no logra encontrar el trabajo estable que fue a buscar hace años a Buenos Aires. No terminó la secundaria y eso siempre es un obstáculo. Cuando no tiene otra opción, vuelve a limpiar casas.


No le importa. Después de tantos años quiere volver a su pueblo, donde vive su hijo con el padre. Sueña con abrir un espacio cultural donde las mujeres se piensen por fuera de las ollas, de sus hijos, de sus maridos, de sus amantes. “Quiero que nos encontremos un día por semana a bailar entre nosotras y que el mundo se venga abajo, que reencontremos las fuerzas que tenemos para decir basta a las violencias que cada una está viviendo. Y que sea también una espacio para los jóvenes, para pensar en el presente, en el futuro, que entre todos podamos construir una nueva masculinidad, que los varones jóvenes no se conviertan en varones prostituyentes, que sean varones menos violentos”.


Sonia trabaja para lograr ese sueño, usa toda su rabia para alcanzarlo. Esa misma rabia que amasó desde los 16 años cuando llegó sola desde el Chaco a Buenos Aires en busca de una oportunidad. Esa misma rabia que hoy, a los 49 años, sigue siendo su motor y la fuente de su energía.

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