Entrevista a Rafael Morán: la difícil tarea de ser periodista en la dictadura

El terrorismo de Estado no dejó nada sin dañar. Aquí el reconocido periodista mendocino contextualiza la tarea de la prensa en aquellos oscuros años de la historia argentina. Primera entrevista.

Entrevista a Rafael Morán: la difícil tarea de ser periodista en la dictadura

Especiales

Guadalupe Pregal - Fotos: Axel Lloret

Publicado el 25 DE MARZO DE 2015

Durante los años del terrorismo de Estado, el periodismo fue una de las profesiones que más sufrió: censura, persecución, proscripciones, secuestros, asesinatos y desapariciones eran la cotidianeidad de un clima de terror. El periodista Rafael Morán construye el contexto y escenario en el que los periodistas de Mendoza desarrollaban su labor.


¿Cómo se vivía el periodismo en aquellos años?

Esto no empezó el 24 de marzo del 76. Esto tuvo dos etapas anteriores: una, que es la de la guerrilla y un poco la represión del Estado. Con todos los crímenes y la colocación de bombas, que eran dos o tres por noche y se sentían en toda la ciudad, esa etapa tuvo una continuidad a fines de octubre de 1975, cuando el gobierno de Isabel Perón dispuso aquellos decretos famosos de exterminio de la subversión. Esos decretos permitieron que las Fuerzas Armadas tomaran el control operacional de las fuerzas de seguridad de todo el país por aplicación de la Ley de Seguridad Nacional. Entonces, las policías, Gendarmería, Prefectura y Policía Federal quedaron bajo la órbita de las Fuerzas Armadas. Empezó una etapa muy difícil para el periodismo, creo que la más difícil de todas porque ellos comenzaron a hacer detenciones arbitrarias, a detener a todo tipo de gente, secuestrar. Desaparecía gente y no se sabía dónde estaba; entre ellos, periodistas. El caso más emblemático fue el de Jorge Bonardel, que el 1.º, 2 o 3 de noviembre, no recuerdo bien, se lo llevaron de la casa, desnudo, después de encerrar a los hijos en el baño, a la mujer. Pero ya nosotros, por ejemplo en el Diario Los Andes, habíamos recibido un día antes de eso la visita de dos oficiales de la aeronáutica.

¿Supo quiénes eran?

Uno de ellos, creo –siempre lo he dicho así, incluso en la justicia federal– que era el entonces Capitán Piuma, que fue después brigadier, Jefe de Villa Reinolds en San Luis y que , a partir del 24 de marzo, del golpe, había sido el jefe de prensa o director de prensa del interventor federal de la dictadura, que fue “El Indio” (Jorge Sixto) Fernández.

¿Cómo fue el encuentro?

Me llamó el Jefe de Redacción, que era Alberto San Martín, del Diario Los Andes. Estaba reunido con ellos, con estos dos oficiales de Aeronáutica, en el despacho de él. Salió y me dijo: “Rafael, ¿podés venir?”. A la redacción, claro. Me dijo: "Mirá, te presento a los señores de Aeronáutica. Por favor, escuchalos”.

La primera cosa que me recuerdo como expresión de uno de ellos es: “Bueno, le queremos decir que se terminó la joda, a partir de hoy se terminó la joda. Aplicamos la Ley de Seguridad. Todo el control de las fuerzas de seguridad está bajo el mando de las Fuerzas Armadas y no se va a poder publicar absolutamente nada a partir de ahora de lo que hacen las Fuerzas Armadas. Vamos a sacar a los subversivos de sus cubiles. Vamos a hacer allanamientos, vamos a encontrar a subversivos y terroristas y no se puede publicar absolutamente nada de esto. ¿Entendió?”. “Sí, señor”. “Muy bien. Queremos decir que las responsabilidades van a ser compartidas, si se publica. No sólo los directivos del diario van a ser responsables sino aquel que escriba la información o los que escriban la información. ¿Está claro?”. “Sí, señor”.

Efectivamente, al día siguiente empezó la barbarie. Esto trajo como consecuencia una ola muy fuerte de temor grande.

¿Por qué les dijeron que “se acabó la joda”?

Porque nosotros publicábamos, me refiero a los diarios. Las radios estaban más "apagadas", más controladas por el COMFER, es decir que se les aplicaba más rápido la censura y acá la televisión tenía poca incidencia. Los diarios eran más independientes.

En aquel momento estaban el Diario Los Andes y el Diario Mendoza. El Diario Mendoza era en aquel momento de los Montes, de San Juan y Los Andes tenía un directorio de las tres viudas de los antiguos dueños.

Nosotros publicábamos los comunicados, tanto del Comando Anticomunista Mendoza, que era la Triple A en Mendoza, como de los subversivos de izquierda que se adjudicaban robos de armamento, operativos de distinta naturaleza, ataques a una comisaría, todo ese tipo de cosas. Eso lo publicábamos. Y ya antes de que las Fuerzas Armadas tomaran el control operacional de la seguridad, eso se cortó.

¿Cómo les llegaba esa información?

Nos llamaban. A mí me llamaban por mi nombre desde el Comando Anticomunista Mendoza, la Triple A. Un tipo con voz imperativa y grave, preciso y corto, me decía: “Señor Morán, hemos procedido a la voladura de dos cuevas de subversivos. Puede buscar el comunicado en el baño de mujeres del Vía Veneto”, o de la Iglesia de San Agustín o de la Confitería Colón, en fin, y nosotros íbamos a buscarlo; algunas veces, yo, otras, mi colaborador –yo era jefe de policiales–. Íbamos con cierto resquemor, pero lo buscábamos y publicábamos el comunicado, hasta que un día me llamó este individuo y me dijo: “Señor Morán, hemos procedido a tal cosa…”. Le dije: “Mire, le tengo que informar que a partir de ahora no se publica ningún comunicado, tanto de ustedes como de la subversión”. “¿Quién ha dado esa orden?”, dijo. “El directorio del diario”. “Muy bien, hasta luego”. Y cortó. No me llamó nunca más.

Pero después vino esto de los militares, la censura total. ¿Qué pasaba en los diarios? Me refiero a lo que pasaba en el Diario Los Andes, pero también sé que pasaba en el Diario Mendoza. Esos primeros días que accionaron las Fuerzas Armadas, los primeros días de noviembre y durante mucho tiempo, empezaron a llegar los familiares de los desaparecidos, de los detenidos en los allanamientos. Hermanos, padres, amigos, hijos.

¿Qué pasaba antes del golpe militar?

Fue más terrorífico para nosotros desde fines de octubre del 74 al 24 de marzo del 76 que después, porque después estuvimos presos. Si bien estuvimos a disposición del Poder Ejecutivo, todos los que estuvimos presos, que habremos sido 400, 450, en los Campos de Concentración el Liceo Militar, la 8ª Brigada de Comunicaciones, la 4ª Brigada Aérea (después ya para Tupungato hubo también, pero poca cantidad de gente), acá en la calle Boulogne Sur Mer, éramos muchísimos.

Ahí, de todos los que estuvimos, yo no tuve conocimiento de que hubiese desaparecido alguien. Es decir, los que estuvimos presos ahí, la mayoría quedamos a disposición del Poder Ejecutivo, digamos en el 90 por ciento, salvo los que se fueron primero, en los primeros 15 días. Me acuerdo de que había gente reconocidísima, que después fueron ministros de la Nación, de las provincias, gente muy conocida.

¿Cómo era estar allí?

Estábamos ahí, en un campo de concentración, con ametralladoras que nos apuntaban, alambres de púas, en fin. Nosotros teníamos que limpiar: hacer la limpieza de los baños, del lugar donde comíamos, del lugar donde estaban las camas, todo eso. Hasta que los fueron liberando y a otros los mandaron a las cárceles de Buenos Aires y de Mendoza. A mi mujer la mandaron a una cárcel de Mendoza y a otros, a Buenos Aires.

¿Qué pasó a partir del golpe militar?

¿Qué pasó después del 24 de marzo? Nadie dijo más nada en los diarios, hubo una censura absoluta. Desaparecía gente, la mataban, había un terror... Había terror antes. Yo recuerdo que muchas veces con mi mujer, que era también periodista del diario, salíamos por la parte de atrás del diario, por la calle Primitivo De la Reta, porque teníamos miedo de que nos mataran en la vereda de la calle San Martín.

Este ánimo era cambiante de acuerdo a qué habíamos publicado. Denunciábamos el latrocinio, los allanamientos, la inescrupulosidad, los robos, las vejaciones, todo tipo de cosas que hacían estos milicos, tanto de las Fuerzas Armadas como de las fuerzas de seguridad y, eso me acuerdo, incluso muertes. Aparecieron muertos, casos famosos que aparecían tirados, muertos en distintos lados, en la calle Coronel Díaz o en la precordillera. Por ahí aparecían llenos de balas o quemados; primero los asesinaban y después los quemaban. Según la magnitud que tenía la noticia o cómo entendíamos nosotros que eso iba a incomodar a las Fuerzas Armadas, nos daba un poquito de miedo justificado y de paranoia también, entonces salíamos por la parte de atrás.

Hay una frase de Woody Allen que dice: “El drama más tiempo es comedia”. No quiero decir con esto que transformo en comedia todo aquello que pasó, pero la historia se vuelve más laxa en el recuerdo. En aquel momento era de terror, terror puro. Yo me pongo en el lugar de los familiares que han desaparecido, que han sido terriblemente torturados, eso es tremendo.

¿Usted sufrió amenazas o atentados antes de quedar detenido?

Aquellos eran años de terror. Un día me vino a avisar un colega y me dijo: “Rafael, mirá, estuve con el Jefe de Inteligencia Fulano de Tal y me dijo que te van a hacer volar, te van a meter una bomba y te van a volar”. Entonces, ¿qué hacía yo? Dejaba mi auto a una cuadra de mi casa, en una pared larga que había, porque si le habían puesto una bomba al auto, que acá no matara a nadie. Eran cosas así de terribles.

Dejaba mi auto en aquel entonces frente a la policía de la calle Mitre, a propósito, donde estaba Investigaciones y ahora está la Escuela Normal. Había muchos menos autos que ahora, se podía estacionar y lo dejaba ahí a propósito para que no me dejaran una bomba, o a veces en la Plaza Independencia. Aun así, yo destapaba el motor primero para ver si había algo raro, después lo cerraba y cuando le daba llave decía: “Que sea lo que Dios quiera”, y arrancaba. Eran verdaderos años de terror.

Por lo que cuenta, debe haber sido muy difícil la labor periodística.

El periodismo fue muy, muy golpeado. A muchos, yo diría que a la mayoría, les destruyó la vida. Se separaron de sus mujeres, perdieron el empleo, se tuvieron que ir al ostracismo total, irse al exterior los que podían, vivir miserablemente, y a unos pocos los fortaleció. En el caso mío, con mi mujer nos fortaleció. Teníamos una familia muy constituida. Mis padres estaban vivos, estaban bien. Mis suegros estaban bien. Uno de mis hijos fue a parar con mis suegros y otro con mis padres. El más chico sufrió el shock de abandono forzado, estuvo con psicólogo. Pero hubo contención. Después de que salimos, si bien yo tuve una proscripción de dos años en los que no podía ejercer el periodismo y mi mujer estuvo ocho años sin poder trabajar. Fueron años duros porque tuve que ser sereno de una obra en construcción, repartidor de pan. Conocí colegas que en la calle se cruzaban de vereda para no encontrarse conmigo. Fueron años de mucho terror y sobre todo en el cargo que yo tenía, que era el Jefe de Policiales y denunciaba todo eso. En ese contexto se desempeñaba el periodismo.

El periodismo que se hace hoy está exento de todas esas amenazas, no va a sufrir esos avatares. Puede ser, por otras razones, que sea descalificado, que en algún caso pueda ser humillado, que puedan armarle operaciones de inteligencia de otro tipo, pero que difícilmente pongan en riesgo su vida, salvo alguna excepción, que yo no la tengo presente. El valor de la democracia es extraordinario desde ese punto de vista, porque las generaciones que no vivieron eso tienen una idea muy aceitada de lo que fue porque permanentemente se está escribiendo sobre eso, hay testimonios, hay juicios, pero vivirlo en carne propia tiene otra dimensión.

Usted nombró a Jorge Bonardel, una de las víctimas cuyo caso se ventila en el 4° Juicio que se está llevando adelante en la ciudad de Mendoza. ¿Qué supo usted de su secuestro?

Éramos compañeros de trabajo. Eran las 9 de la mañana. Cayeron dos colegas y me dijeron: “Mirá, Rafael, se lo han llevado a Jorge Bonardel”. “¿Cómo se lo han llevado? ¿Quién se lo llevó?”, pregunté. “Dicen que el Ejército, pero dicen que se lo han llevado a la policía, que está en la policía. Vos, que sos jefe de Policiales…”. Yo con Santuchone hablaba dos o tres veces por semana. Era un tipo que no me quería: “Che, este que no nos quiere”, les decía siempre a los otros. Hablar de Santuchone es un capítulo aparte, era un personaje tan siniestro como carismático.

Entonces fuimos con Atienza y hablamos con (Julio César) Santuccione, que nos dijo: “No, estas son cosas de los verdes, no se metan”, por el Ejército. Cuando salíamos de la Jefatura de la Policía encontramos al jefe de Inteligencia de la Policía, Pedro Dante Sánchez, otro personaje siniestro. Le dije: “¿Cómo le va, Comisario Sánchez? Mire, estamos preguntando por un colega nuestro que dicen que lo tienen ustedes, es Bonardel”. Nos dijo así: “Sí, lo tenemos en un calabozo, lo tenemos desnudo para presionarlo, nada más”. Me corrió un frío por la espalda. “¿Cómo?”, le dije. “Sí, pero no pasa nada. No se metan, muchachos. Ustedes son jóvenes, no tienen nada que ver con esto. Esto es una cosa muy grave, les recomiendo que no se metan en esto”. De ahí pedimos por Bonardel, varias veces.

 

Nota del Editor: Esta entrevista da lugar a una segunda compulsa periodística denominada re-entrevista donde se profundiza sobre el entrevistado. La particularidad es que es realizada en un segundo momento y por otrx periodista tras haber leído detenidamemnte el primer abordaje periodístico, lo que garantiza otro punto de vista para enriquecer y profundizar el trabajo. Para acceder a la re-entrevista hagan clic en: Rafael Morán: "Yo no olvido".

Fuente: Edición UNCUYO

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