La eternidad no imaginada

John McLaughlin and The Fourth Dimension tocaron en el Gran Rex de Buenos Aires. Crónica vibrante de un avezado autor.

La eternidad no imaginada

John McLaughlin and The Fourth Dimension tocaron en el Gran Rex de Buenos Aires.

Cultura

Unidiversidad

Unidiversidad / Ernesto Vidal

Publicado el 05 DE ABRIL DE 2016

El viernes pasado muchos fans, buceadores del goce estético y melómanos irredentos varios –sala del enorme Teatro Gran Rex de la Ciudad de Buenos Aires, a lleno total– tuvieron la posibilidad casi mágica, parecida a una suerte de iluminación, de asistir al concierto que dio el maestro guitarrista, compositor y productor inglés John McLaughlin junto a su banda, The Fourth Dimension.
 

Un poco de historia

McLaughlin nació el 4 de enero de 1942 en Doncaster, Reino Unido. Él mismo cuenta que, contando con siete años de edad, escuchó un día a un famoso guitarrista por la radio. Impactado con la audición, de inmediato le comunicó a su progenitor: “Padre, he encontrado el camino”. Vocación semejante, resumida en una sola frase pronunciada por un niño a tan corta edad, sólo podía vaticinar lo evidente: éxito asegurado en el futuro.

En 1969 editó su primer disco solista, Extrapolation, en el que daba claras muestras de un incipiente virtuosismo. Con una capacidad asombrosa, superaba todos las dificultades propias del instrumento.

Luego se sucedieron los brillantes proyectos de los 70, disímiles tanto como homogéneos en su esencia, siempre en la línea de la fusión o jazz-rock; en su caso particular, una mixtura de jazz, blues y rock, y también los folclores tanto del norte y sur de la India que dieron el color característico a su música. Luego de su paso por las filas de la banda de Miles Davis, el propio John fue uno de los pilares de esa nueva corriente: ese portento progresivo llamado Mahavishnu Orchestra, el disco a dúo con Carlos Santana; Shakti, One Truth Band, el trío conformado junto a los virtuosos Paco De Lucía y Al Di Meola primero, y con De Lucía y Larry Coryell después; el John McLaughlin Trio, The Free Spirits, The Heart Of Things…

El show

The Fourth Dimension es un cuarteto conformado por el propio McLaughlin en guitarra; el brillante Gary Husband, tecladista y percusionista británico; un bajista de origen camerunés de destacada técnica, Etienne Mbappé, y el baterista indio Ranjit Barot, quien además realiza Konnakol, canto percusivo, cuyos secretos se transmiten por tradición oral en su país natal. Este dream team de músicos dio un brillo distinto a la noche del viernes.

Exactamente a las 21.16 (el concierto estaba anunciado a las 21) aparecieron y tomaron su lugar en el escenario los protagonistas del show, Mr. McLaughlin en último lugar. La explosión de júbilo que recibió de parte del público al delinearse sobre las tablas su delgada figura, con la guitarra colgada, preanunció un éxito casi asegurado. Un inicio de show con cierto aire enigmático y a la vez vibrante, con el propio maestro interpretando junto a Ranjit Barot un Konnakol que muta luego en una base rítmica firme y, de inmediato, como una puñalada certera, el resto de la banda que suma una paleta exquisita de colores y texturas. Un desarrollo de fraseos y solos de guitarra y teclados atendidos por un público respetuoso, que siguió todo desde el principio en silencio, casi en extasiada devoción. Otro evidente acierto: la arquitectura de las luces. Serena, casi minimalista, pero cálida y elegante, aportó un marco que se ajustaba a la perfección a la propuesta de la música.

El sonido –excelente y limpio, a la vez que potente y sin estridencias innecesarias– tuvo un corte rockero. Un volumen contenido al principio (con una mezcla eficiente recién a partir del segundo tema), magistralmente operado por Sven Hoffman, ingeniero de sonido aportado por el propio McLaughlin para la presentación. Buen kick del bombo de la batería y sub-low en el bajo, sonido general de contornos graves pero, aún así, amable. Grandes detalles que marcaron una respetable diferencia. Y a medida que el show iba desarrollándose, y sobre todo en los veinte minutos finales, se fue creciendo en intensidad, lo que dio al cierre un marco de grand finale, con definición, pulso y presión sonora mayores.

Los músicos

Gary Husband, simplemente brillante en las líneas melódicas en los teclados y el manejo de la armonía, demostró promediando el show sus habilidades como percusionista en un set junto a Ranjit Barot que desembocó en un verdadero tour-de-force percusivo a dos baterías muy bien sincronizado. Barot representa el mix exacto entre el pulso excitante y altamente rítmico del baterista Billy Cobham (que pasara por las filas de Mahavishnu Orchestra). Además, la métrica perfecta, casi obsesiva pero bella, de Trilok Gurtu, también de origen indio y considerado posiblemente el mejor percusionista del mundo (y que tocó con McLaughlin en el famoso trío de fines de los 80 y principios de los 90) y del bajista Etienne Mbappé, ese fenómeno virtuoso que vino de Camerún y que permaneció casi quieto a la izquierda del escenario pero siempre atento a la marca de Barot y a los movimientos del responsable mayor de la banda. Mbappé es uno de los pilares que, junto con el baterista indio, conforman la sólida base a la que se integraron con naturalidad solistas, guitarra y teclados.

Sólo resta citar al maestro, cerebro (y alma) al frente del espectáculo. Mr. McLaughlin desgranó las más bellas melodías y los fraseos que lo caracterizan, por momentos sutiles y en otros, tensos y veloces; con una afinación impecable (en una sola oportunidad repasó la tensión de las últimas dos cuerdas de la guitarra, sin dejar de tocar) y una alta sensibilidad, como en "The Man Who Knows", conmovió a los presentes. "Say no more", diría Charly.

Uno de los parámetros que definen un gran show estuvo presente claramente en esta oportunidad: no fue posible detectar un solo desajuste o una nota incorrecta. Eso, en una presentación en vivo, denota el temple de quienes tocan y un grado superlativo de química entre los músicos.

El repertorio fue transcurriendo. En una performance de aproximadamente dos horas y media se sucedieron las composiciones de Black Light, el último disco de estudio de Mr. McLaughlin junto a The Fouth Dimension que es el motivo de la gira que lo trajo por estas pampas, y además, el agregado de un par de lujos que el autor se dio: por nuestros oídos entraron "Naima" (que recreara junto al mexicano Carlos Santana en Love, Devotion, Surrender; 1973), un tema de la etapa Shakti, y hasta uno de Electric Dreams, emblemático disco del 79 junto a la One Truth Band. Y para terminar de emocionar a quien se plantase en firme delante de esa comunión sonora, para el bis sobrevino la sorpresa, una de esas que un público seguidor siempre calcula como casi imposible, pero alberga igual: el maestro se descolgó con una versión nada menos que de "You Know, You Know", del Inner Mounting Flame, el increíble primer disco de Mahavishnu Orchestra, de 1971. En este punto, la emoción generada por esa suerte de nirvana auditivo tuvo que explotar en una ovación que seguramente Mr. John McLaughlin llevará impresa en los recovecos de la memoria, para siempre. Y a cambio, él retribuyó al público con un show increíble, de alta calidad, que también quedará como una impronta fijado en las emociones.

En definitiva: ser dueño de poder manejar con maestría una vorágine de melodías estremecedoras, fraseos frenéticos y otros llenos de sutil belleza, climas que elevan y profundidades sonoras inimaginables; todo eso dentro del lenguaje del jazz pero sin renegar del rock y la experimentación sin límites, aceleraciones y desaceleraciones de pulso y métricas imposibles, no es en absoluto poca cosa. Muy por el contrario, es un rico capital cultural y a la vez el legado de un gran artista que, en el caso de John McLaughlin, el eterno generador de alientos sutiles y vientos celestes, provee de esas notas que conforman una eternidad imaginable pero tan real como la propia música que por siempre vibrará en nuestros oídos.

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