Las historias dantescas del D2

Entre los testimonios de la audiencia del lunes 15 de septiembre se escucharon el de Silvia Schvartzman y el de Mario Roberto Gaitán, quien identificó a un torturador en la misma sala.

Las historias dantescas del D2

Silvia Schvartzman en la audiencia. Fotos: Guadalupe Pregal

Derechos Humanos

Unidiversidad

Guadalupe Pregal

Publicado el 23 DE SEPTIEMBRE DE 2014

Algunas de las actuaciones al inicio de la audiencia del lunes 15 de septiembre, que se desarrolló en el marco del 4.° Juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en Mendoza, estuvieron referidas a la designación del abogado Juan Day, actual defensor de Luis Miret, como codefensor del exmagistrado Guillermo Max Petra Recabarren. Por su parte, tanto Carrizo como Román Ángel Puebla no presenciaron la testimonial por cuestiones de salud.

Fue una jornada de declaraciones que aportaron al esclarecimiento del funcionamiento del centro clandestino de detención D2.

 

El testimonio de Silvia Schvartzman

El 13 de mayo de 1976 una mujer caminaba por una vereda junto a sus dos hijas de dos y cuatro años. Venía de hacer las compras. Al acercase a su casa se encontró con que en la puerta había una gran cantidad de hombres que estaban entrando a su domicilio en San José. Sólo le dijeron que iban a requisar su casa, pero no le mostraron ninguna orden. Estaban de civil, pero había alguien los dirigía.

“A las 12 de la noche de ese mismo día volvieron a buscarme. Al lado de mi casa vivían mis padres, ellos habían salido; entonces, como mis hijas estaban durmiendo, yo les dije que no podía dejarlas solas. Mi esposo les dijo varias veces: 'Llévenme a mí' y ellos no quisieron. Me llevaron a mí. Entonces él se quedó con las niñas”. Esa noche fueron sólo dos hombres, que venían de civil.

La llevaron al D2. Cuando la ingresaron al edificio, la vendaron y llevaron al calabozo, donde se encontraban las celdas de personas secuestradas. Luego de unas horas la buscaron para llevarla a otra sala, donde le dijeron que se desnudase. Ante la negativa de Schvartzman, la golpearon y le arrancaron la ropa. Uno de ellos dijo: “Schvartzman, a esta judía matémosla”. La golpearon mucho. La picanearon mucho.

“Nosotros ya sabemos todo. ¡Vos decí sí!", le dijeron quienes la estaban torturando. "Cuando una está vendada y en esa situación, a veces una ve lo que no se ve. Había uno solo que hablaba en un tono porteño muy cerca, como que estuviera, me dio la sensación, sentado al lado de ese lugar donde me habían acostado y me hablaba en el oído. Me insultaba, me decía cosas” recordó Schvartzman.

La vistieron con lo que había quedado de su ropa y la llevaron de nuevo a la celda. Pasado unos días, la llevaron a un lugar donde la sentaron en una mesa y le levantaron la venda para que viera un álbum de fotografías. Ella no conocía a las personas que aparecían en esas fotos, pero ellos la golpearon y la devolvieron a la celda.

En otra de las ocasiones en las que la sacaron de su celda, “siento frío como de la mañana –contó- y digo: 'Bueno, acá me van a fusilar', pensé yo, porque pisaba como piedritas abajo, así como ripio”. La llevaron en un camión hasta un lugar donde se escuchaban risas y voces, hasta que la sentaron, le sacaron la venda y “veo 19 militares a mi alrededor, se me dio por contarlos”. Ella estaba en su consejo de guerra, en el que sólo presentaron las acusaciones que ella negó hasta que el fiscal le dijo: “Usted diga lo que quiera, que nosotros vamos a poner lo que se nos dé la gana”.

En ese momento ella pensó en sus hijas. En que como ella, las niñas estaban indefensas. Su marido, que hasta entonces trabajaba en el Poder Judicial, fue detenido el 16 o 17 de mayo. El padre de Schvartzman se hizo cargo de sus nietas y buscó todas las posibilidades de obtener la patria potestad para poder protegerlas, pero se encontró con un sistema judicial que no quería recibirlo.

Uno de los puntos clave del testimonio de Schvartzman fue cuando relató un episodio sucedido en el marco del consejo de guerra. “Cuando a mí me traen de vuelta, a los dos días me vuelven a sacar vendada y me meten en una piecita donde yo siento una densidad, un olor particular. Me sacan la venda y me sientan delante de un… Yo empiezo a mirar y ¡era la sala de tortura! Estaban las paredes llenas de pelos pegados, sangre. Había un tacho. Había colgado del techo como un cinturón, parecía de cuero, donde los colgaban, y el llamado submarino donde les metían la cabeza. Había una caja cuadrada de esas donde ponen electricidad. Yo dije: 'Estos me van a matar, ¿cómo me van a meter acá y que yo vea todo esto?' La famosa cama, parrilla, no sé cómo se llame. Y abren la puerta y entra una persona vestida de militar de la fuerza aérea, un muchacho joven que me dice que es Teniente 1.° y que es mi defensor. No me dijo el nombre y me dijo el absurdo de: 'Acá traigo el Código Penal que lo acabo de comprar en la Librería Argentina' –que estaba en ese momento todavía la librería– 'para que lo leamos los dos'. Yo le digo: '¿Usted me está cargando a mí? ¿Usted se está riendo de mí? ¿Cómo va venir a decirle a una detenida que no entiende nada de una carrera de cinco años? ¿Usted me va a hacer leer a mí con usted esto?' Entonces cerró el código y se fue”.

Luego de relatar este episodio, Schvartzman reflexionó: “Ninguno del consejo de guerra dijo su nombre, entonces yo a veces me pregunto: ¿dónde están? ¿Dónde está ésta gente? ¿Quiénes son?”.

Mientras tanto, su padre obtuvo una tenencia provisoria de sus hijas. Resaltó que presentaron habeas corpus, cartas, fueron a embajadas, consulados, pero nunca les dieron respuesta. Sólo encontraron contención en el MEDH y en los organismos de derechos humanos que comenzaban a conformarse por aquella época. Estaban completamente desorientados los familiares que buscaban a los secuestrados y las secuestradas, porque estaban acostumbrados a que existiera un mínimo de justicia.

El consejo de guerra la condenó a nueve años y nueve meses. Recibió la libertad condicional el 15 de agosto de 1983.

 

El enigma

Schvartzman explicó que llevaba dos días sin que les llevaran al baño para hacer sus necesidades. Cuando finalmente los llevaron, ella decidió levantarse un poco la venda para poder ver en qué lugar se encontraba; descubrió que “había una persona muerta, tirado boca abajo. Lamentablemente no pude verle la cara. Lo más terrible era que en ese momento, que fueron segundos, uno abre todos los sentidos y era como un… Era bajo, tenía como un saco de traje y camisa clara, creo que era. Y lo que más me afectó fue verlo entre la basura. Era un hombre. Estaba con basura arriba y las manos atadas atrás”.

Entre las personas que fueron detenidas durante el período de mediados de 1976, algunas permanecen desaparecidas. Una de las teorías es que podrían haber fallecido dentro del D2, principalmente debido a las sesiones de tortura y condiciones de vida.

 

El señalador

Mario Roberto Gaitán ingresando a la sala donde se desarrolla el 4° Juicio de delitos de lesa humanidad cometidos en Mendoza.

Un tiempo antes, el 27 de abril de 1976, secuestraron a Mario Roberto Gaitán Jofré en la casa de su familia. Él dormía en el comedor cuando un grupo de civiles armados ingresó por la fuerza en el domicilio. Llevaron al comedor al resto de su familia, que se encontraban durmiendo en las habitaciones de la casa, y los pusieron a todos contra la pared. Entre ellos estaba la novia de Gaitán, Edith Arito. Él se encontraba en el piso rodeado de soldados que le apuntaban con sus armas. Allanaron la casa y ocasionaron daños en los cielorrasos, sillones y algunos muebles, además del robo de bienes y dinero. “Era increíble la cantidad de efectivos militares en el operativo”, recordó Gaitán.

“Civiles eran pocos, creo que tienen que haber sido tres o cuatro, lo que yo alcancé a ver, pero la mayoría y el que venía al frente del operativo, era un Subteniente que después yo lo vi en el 8.º de Comunicaciones; a través de algunos soldados que hacían guardia en el perímetro del predio donde estábamos detenidos me refirieron el nombre de Subteniente Suárez”.

En el operativo se llevan a Gaitán y a Arito en un camión militar. Les pusieron una capucha y los trasladaron al D2 donde los depositaron en las celdas de los calabozos. Allí Gaitán recibió una golpiza de “bienvenida”.

A los dos o tres días, un policía conocido como “El Puntano” lo buscó en su celda y lo trasladó al interrogatorio. Apenas lo entregó, Gaitán recibió un golpe en el estómago que lo tiró al suelo, donde lo patearon. Lo hicieron desnudarse y lo subieron a una mesa. Lo ataron y comenzaron los insultos, las amenazas y la picana. “El interrogatorio tenía que ver fundamentalmente con las actividades de la organización a la cual yo pertenecía. Yo era militante del Peronismo de Base y esa organización desarrollaba tareas políticas en distintos barrios, en distintos sindicatos y en distintas universidades de la provincia de Mendoza. (…) En un determinado momento me desmayo, pierdo el conocimiento y al rato me despierto y estoy en el suelo, obviamente vendado y esposado. Allí estoy un tiempo hasta que vienen de nuevo a buscarme y el que me busca es el mismo que me llevó, que fue 'El Puntano'. Obviamente tenía dificultades para caminar. Él incluso me ayudó a caminar, porque no podía caminar y llegar hasta la celda. Allí, antes de entrar a la celda me pidió que, si salía al baño, no tomara agua. Yo, la verdad que sentía esa necesidad de tomar agua. Me pidió que no tomara agua. Me deja en la celda y me saca la venda”.

Cuando cerraron las puertas de la celda y la puerta del calabozo, el resto de los detenidos comenzaron a preguntarle sobre su estado. “Una cosa muy particular es que no nos llamábamos por el nombre sino que, en principio, nos llamábamos por el número de celda que teníamos. Nosotros mirábamos por la mirilla y alcanzábamos a divisar un par de celdas. Yo a través de ellos supe que estaba en la celda número 2”.

A los pocos días del interrogatorio de Gaitán, llevaron a su novia, Edith Arito. Cuando la regresaron, tanto él como el resto de los detenidos le preguntaron cómo estaba, pero ella no respondió. Pasadas unas horas, habló de que estaba bien. Ambos le pedían a los policías el poder verse, hasta que pasados varios días un oficial de “mechón blanco” les permitió verse por unos minutos. Gaitán recordó que no podía creer el estado en el que estaba ella cuando la vio. Tenía todo su cuerpo con hematomas.

El testimonio también rondó sobre las violaciones que sufrieron las mujeres secuestradas en el D2. Gaitán afirmó: “Yo estuve 45 días en el D2, he visto entrar a las celdas y he escuchado el acoso sexual de los policías a las compañeras. (…) Nosotros escuchábamos el murmullo, el acoso que les hacían a las compañeras. (…) Y eso era una práctica corriente ahí de los policías con las detenidas, de entrar a las celdas a acosar a las compañeras. Nosotros lo escuchábamos y obviamente no podíamos hacer nada”.

En un segundo interrogatorio, Gaitán fue llevado por un policía que tenía un mechón blanco. El eje fue el Padre Jorge Contreras y sus actividades en el Barrio Santa Elvira de Guaymallén. Gaitán participó, junto a un grupo de chicos del grupo de la iglesia, en varias actividades que realizaba la agrupación en la que militaba. Los torturadores entendían que el Padre era un formador de militantes políticos. También lo interrogaron por el Padre Llorens, que en el Barrio San Martín realizaba similares actividades a las de Contreras.

Gaitán recordó que los policías que estaban en el D2 usaban sobrenombres: “Carlos”, “El Padrino”, “El Porteño”, “El Puntano”. Aseguró que había visto a este último y además comentó que gracias a este oficial podían saber más o menos en qué día estaban porque “”El Puntano” tenía una radio chiquita, una Spika. Él era hincha de Independiente Rivadavia y escuchaba los partidos los domingos en la tarde, entonces nosotros, a través de eso, sabíamos que era día domingo. (…) Recuerdo a algunos, a uno que le decían “El Padrino”, que si no me equivoco está aquí detenido. Esa persona era de contextura grande, tez oscura, ojos negros, un jopo muy pronunciado”. El abogado del MEDH, doctor Carlos Varela, le solicitó que lo identificara, para lo cual Gaitán se puso de pie y señaló a Julio Lapaz. Este expolicía era uno de los que acosaba a su novia. También reconoció a “mechón Blanco”, “El Chino” y a un agente que llamaban “Cepillo”, un exboxeador de apellido Pintos.

Héctor Julio Lapaz, imputado por delitos de lesa humanidad.

 

Comunicaciones

Una noche de junio del 76 los trasladaron a las instalaciones de la 8.ª Compañía de Comunicaciones. Gaitán pidió ver a su compañera: “Pedí yo hablar, despedirme de mi compañera, en realidad no sabíamos a dónde íbamos. Yo creo que todos los que hemos pasado por ahí siempre pensábamos lo peor, porque habíamos convivido 45 días con el terror en el D2. (…) Nos dijimos algunas palabras, nos deseamos suerte porque en realidad no sabíamos cuál era el destino de cada uno”.

En la 8.ª de Comunicaciones fueron recibidos por el Suboficial Sargento Peralta, quien estaba de guardia. Los llevaron a un barracón donde había una gran cantidad de detenidos, entre 90 y 100 personas. Hacía 45 días que no se bañaban, lo que sorprendió a quienes se acercaron para preguntarles de dónde venían y quiénes eran. Algunos detenidos les ofrecieron elementos para higienizarse. Gaitán recuerda que las condiciones en Comunicaciones eran un poco mejores que en el D2.

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