Con distintos matices, nadie quiso las PASO, sino que se trató de una idea impuesta con el afán de dar una imagen de transparencia electoral. Por inversa, terminaron siendo así, pero en contra de los intereses de los partidos políticos.

A esta altura, no se discute que las llamadas listas colectoras son nocivas; ya lo sabían, pero esta fue una confirmación, ya que se registró un fuerte rechazo por parte de los votantes. El escenario, el peor, es Guaymallén, donde estas PASO quedarán en la historia como experiencia vergonzante.  

Con todo esto, se admite que debe haber un sistema de boleta única, incluso antes de la aplicación del llamado voto electrónico que establece la misma ley de las PASO. Si no implementan la boleta única es porque a los partidos políticos no les conviene y pretenden dilatar el voto electrónico.

Se afirma que las PASO deberían ser optativas. Esta opción tiene un doble filo. Es cierto que si no son obligatorias, el elector ya no las tomará como una “primera vuelta”, pero además se volverá a viejas prácticas desleales para captar votos entre los no afiliados. También puede resultar el encapsulamiento de los partidos políticos y el retorno a las peores prácticas de punteros y otras hierbas. 

A propósito, se ve al trasluz una virtud oculta de las PASO: se blanqueó el modo en que se define una elección interna en varios territorios. El caso del PJ de Guaymallén es emblemático.

También se vislumbra una nueva forma de conocer a los candidatos finales desde el momento en que comienzan a mostrarse como precandidatos. Se ve ahora cómo se construye un postulante casi prescindiendo del marketing político. La observación pública se afina en la medida en que los referentes avanzan en sus campañas. 

El dato curioso que confirmó cómo se ha polarizado la votación con vistas a la elección general del 21 de junio fue el de Las Heras, donde el Frente Cambia Mendoza logró acumular 45 510 votos contra 45 501 votos que recolectó el Frente para la Victoria. Es decir, sólo fueron 9 votos de diferencia.