Lirismo ilustrado

El artista visual y escritor Luis Scafati quiebra y expande a cada paso los “casilleros” del arte. “La palabra direcciona, la imagen expande”, dice acerca del diálogo entre las dos pasiones que dan vitalidad a sus días. Una heterogénea charla con el autor del libro y muestra “Cadáver exquisito”, que se puede ver hasta 4 de julio en la Nave Cultural.

Lirismo ilustrado

Su muestra en la Nave Cultura. Foto: Axel Lloret

Cultura

Unidiversidad

Emma Saccavino

Publicado el 15 DE JUNIO DE 2013

El cadáver exquisito beberá el vino nuevo”. La expresión que dio nacimiento al juego surrealista cobra en Luis Scafati un significado personal: “Acá encontrarán algunas tiras que tienen sus años y dibujos recientes, todos juntos, sin orden cronológico. Es lo que bien llamaban los ‘surreales surrealistas’ un cadáver exquisito. Espero puedan disfrutarlo”, explica el artista visual mendocino, autodenominado bebedor de tintas y tintos, sobre la muestra que da cuenta de su extensa y singular producción y que brilla en el galpón de la Nave Cultural.

Consecuente con su concepción del arte como juego, "Fati" evidencia desde el título de su muestra su voluntad lúdica: en “Cadáver Exquisito” encontramos, entonces, un manojo de creaciones disímiles que lo tienen como columna vertebral. El libro, que hoy nos llega en formato muestra, reúne una variada producción vinculada a su faceta de historietista y humorista. Ilustraciones y textos se mezclan con las tiras del personaje Rocamadour, que publicara en la revista Tía Vicenta y páginas de las historietas que realizó junto con Pablo De Santis para la primera época de la revista Fierro.

“El arte no es un trabajo, es un juego”, dice Luis Scafati, y apoya la frase con su inquieta manía por conjugar la literatura y la ilustración. La asociación del arte con la acción de jugar tal vez sea el secreto que utiliza para asombrarnos con su obra, poniendo al espectador frente a un artefacto que despierta sensaciones, como el cine nos hace llorar, reír o desear que triunfe el bien sobre el mal; como la literatura nos hace dormir con la luz encendida después haber leído una historia que nos atemoriza.

De ese mismo modo, "Fati" nos fue envolviendo con sus trazos; jugando con el arte, fue convirtiéndose en un referente crucial para el arte mendocino y argentino.

"Soy un traficante. Llevo mi contrabando de un territorio a otro. En la frontera siempre hay policías que vigilan y revisan mi equipaje, después ponen sellos, viejos y gastados sellos que no entiendo. Del territorio de la plástica al de la ilustración transcurre mi tráfico. Algunos artistas plásticos afirman condescendientes que soy un ilustrador, algunos ilustradores piensan que estoy equivocado, que lo mío es el arte plástico. Solo sé que hago lo que me gusta y amo. A veces lo cuelgo a una pared, otras queda impreso en papel, en un libro, en un diario o una revista", explica, con el lirismo que signa cada una de sus expresiones.

 

Escenario de la entrevista: el buffet del Centro de Comunicaciones de la Universidad Nacional de Cuyo. Una ráfaga de spleen se apodera, sin calcularlo, de la mirada de Luis. Tal vez, el pisar las instalaciones de la institución que lo expulsó apenas cayó como una sombra del horror el siniestro puñal de la última dictadura remueve sus entrañas. Desde esa vulnerabilidad, rememora: “En junio del 76, la Universidad era un descampado, prácticamente. Había pocas facultades: estaban Artes, Filosofía, Medicina, Ciencias Económicas… Subían los milicos con listas a los micros y te pedían los documentos, y una vez me bajaron. El estar en el centro de estudiantes, la acusación era tener simpatía con la subversión. Había categorías: estaban los suspendidos, los expulsados, ahí entré yo con el Chalo Tulián. Te jodían, los suspendidos no era que los suspendían por dos o tres días, eran años, tres años solo por ser amigos.

 

¿Ahí fue cuando te fuiste a Buenos Aires?

Claro, me rajaron de ahí, no pude entrar más al campo universitario. Con unos amigos hacíamos afiches en serigrafía y los pegábamos por todas las facultades, esa fue una linda idea de Luis Quesada, que era el decano en ese entonces. La idea fue de él, formar un grupo de cuatro chicos, que éramos el Drago, el Carlos Gómez, el Gerardo Gutiérrez y yo. Nos pedían un afiche para deportes, por ejemplo, las Olimpíadas Universitarias; hicimos varios, los dibujábamos, lo imprimíamos, todo por un sueldo de mierda, ¿eh? El cargo era algo así como el de celador, pero era un lindo laburo. Y cuando me expulsaron, quedé sin trabajo y sin mis cosas, me faltaban cinco materias para terminar.

 

¿Alguna vez obtuviste ese título?

Ahora; me lo dieron el año pasado como título Doctor Honoris Causa, pero aquel, nunca, porque quise retomar y me dijeron que los expulsados teníamos que recursar todas las materias. Eso fue apenas terminó la dictadura, pero todavía había mucho miedo. Yo ya tenía una carrera, pero no les importaba mucho eso. Había estado en la revista Humor, había ganado premios, pero bueno, todavía estaban vigentes muchas cosas, hay cosas que les “cuesta un huevo” mover; hay leyes que hicieron en la dictadura que todavía están. Imaginate que ni en pedo iba a ponerme a estudiar de nuevo.

 

Menos cuando, a esa altura, el peso de las huellas era mucho más contundente que un certificado académico…

Totalmente.





Correr las telarañas 

¿Vivís en Buenos Aires? ¿Vivís allá y acá? ¿Cómo es?

Vivo allá; hace más de 35 años que estoy radicado. Y acá empecé a construirme un refugio en Vistalba hace unos 10 años. Empezó muy precario y lo voy llevando, es un espacio grande donde tengo mis arbolitos, mi lavanda, y vengo cada vez que puedo. El verano lo paso casi todo acá. Allá vivo en Caballito, en un PH.

 

¿Y son ambos lugares de creación?

Sí, allá tengo el taller grande y mi casa, pero prácticamente vivo en el taller. Tiene sus cosas esto de cambiar, como cuando buscás un libro y decís “ah, pero claro, quedó allá”, pero está bueno, porque cambiás de aire.

 

Me preguntaba cómo construye su mirada de Buenos Aires un ser periférico, algo que alcanzamos a vislumbrar en Mambo Urbano, la serie de dibujos y textos que apareció en la revista Humor

Claro, esa creación es producto de mi visión primera de Buenos Aires, mi primer impacto. Me atrapó esa desmesura. Y la recepción allá fue sorpresiva, pues muchos amigos porteños me decían que veían detalles en los dibujos que no habían visto en la realidad, por ejemplo el cableado. Eran detalles que me llamaban mucho la atención, como a todo extranjero: percibe un montón de cosas que los que conviven con ellas en su cotidianeidad no ven.

 

Oliverio Girondo dice en un poema de Espantapájaros: “La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas. Y aunque los mosquitos vuelen tocando la corneta, carecemos del coraje de llamarlos arcángeles…”

¡Qué hermoso! Es así. Y esto se plasma en muchas escenas; igualmente hay cuestiones inmanejables. A mí me llamaba muchísimo la atención, por ejemplo, la mirada de la gente en el subte. Hoy yo tengo esa mirada porque la entendí, es como si bajaras la persiana, vos no mirás nada, estás pero sin mirar. Es como una especie de protección ante la invasión del otro, que está tan cercano y tan numérico.

 

Se miran, se enriquecen, se potencian, se reflejan…

 

¿Cómo diste con este trabajo de ilustrador?

Empecé a ilustrar cuentos de ciencia ficción en la revista Péndulo, pero en realidad a mí siempre me gustó la lectura…

 

Justamente quería preguntarte qué código artístico se te había atrapado primero…

Tal vez la literatura, como cosa artística, sin saber la palabra “arte”; era un niño muy introvertido, pero llegaban cosas a mis manos y leía todo. En un momento, mi gran duda era si mi expresión artística iba a ser la escritura, porque era lo que más me atraía. El dibujo era una actividad constante y natural que estaba en mí, pero no la registraba, ya lo tenía incorporado; en cambio, tenía ganas de escribir. Me gustaban la historieta y el humor. Pero recién cuando comencé Bellas Artes descubrí el arte como tal. Los primero que conocí y me deslumbraron fueron Van Gogh y Gauguin, tal vez en parte por sus vidas, también Toulouse-Lautrec…

 

Finalmente, el interés por el dibujo y la literatura se conjugaron…

Claro, llegaron a un punto de encuentro en un momento, que fue precisamente cuando comencé a despreocuparme de si usar uno u otro lenguaje. Yo escribo mucho, sin haberme asomado como escritor más que en Mambo Urbano, Drácula, algunas historietas. Pero mi entrenamiento más fuerte fue con mis diarios personales, allí me la pasaba dibujando y escribiendo. Eso es entrenar, es como cuando entrenás con un instrumento.

 

En tus obras se evidencia un vínculo fluido entre la palabra y la ilustración. ¿Cómo se genera el diálogo entre ellas?

El dibujo tiene mucho que ver con el relato; no es casualidad que muchos escritores sean grandes dibujantes y viceversa. El caso más paradigmático que me ha marcado es el de Günter Grass, escritor e ilustrador alemán. Su novela El tambor de hojalata me parece maravillosa. El punto es que son cosas que están muy cerca; en mi caso particular está el dibujo, y la palabra tal vez te marca un rumbo. Cuando vos ponés un título en un cuadro ya estás direccionando. Imaginate un pequeño texto: la imagen amplifica ese texto y el texto canaliza la imagen. Yo siempre pienso en el Guernica de Picasso, que es un caso paradigmático. Si no se llamara Guernica, si se llamara La invención de la luz, por ejemplo, tomaría un camino totalmente diferente, y es la misma obra.

 

¿Y en el caso de los dibujos asociados al periodismo político?

Eso lo aprendí de tanto estar en los medios. He estado en muchos medios, llegó un punto en que el ilustrador se transformó en alguien que suplía aquello que no se podía fotografiar. He ilustrado hasta notas de economía, cosa que no me llama para nada, hasta que empecé a darme cuenta de por dónde debía ir: yo le preguntaba al periodista qué título iba a ponerle a la nota, y a partir de ahí, texto y dibujo trabajan de otra manera. El dibujo no es un adorno, de alguna manera tiene que presentar una actitud, una forma, una idea. Igualmente por suerte no estoy más en el periodismo, porque ahora hay muchos intereses económicos.

 

¿No fue siempre así?

No, sí se sabía que La Nación, por ejemplo, era un diario de derechas, pero qué sé yo, no interferían como lo hacen hoy. Yo laburé para el suplemento de Cultura de ese matutino, hacía las tapas del ADN. Pero una vez una persona entusiasta me dijo que le gustaría que estuviera en el diario, yo le dije que no quería hacer política porque estábamos en polos opuestos, no sé por qué mierda insistió y tuvo la mala idea de mandarme una nota de Marcos Aguinis. Le dije que no quería ilustrarla porque no toleraba a ese tipo y nunca más me llamaron para nada. Hay cosas que seguía haciendo por inercia, porque no sabía cómo detenerme. Más tarde asumí otra postura: una vez un tipo en una editorial me dijo que yo dibujaba lo contrario de su idea. Le dije que eso era muy interesante porque el hecho de mostrar dos cosas disímiles que confluyen enriquecía su editorial, entonces ya no era una bajada de línea.




A leguas de la tibieza

 

El hecho de que hayas decidido alejarte de los medios no significa que te hayas desligado del plano político. En realidad, tus ilustraciones portan una fuerte carga en este sentido…

Claro, todo lo contrario de alejarme: tengo mi posición asumida, lo cual dificulta muchísimo, porque es como que gran parte del periodismo está en contra de esta gestión y yo, al contrario, la apoyo y la defiendo.

 

Qué importante poder decirlo.

Sí, me hago cargo, lo cual me trae sinsabores de todo tipo, porque acá la gente tiene una cultura futbolera, ve la realidad como un gran partido de fútbol, ¿viste? Ganadores y perdedores. Por ejemplo, en mi Facebook, que para mí es una tribuna, por ahí largo algunas cosas controversiales. Una vez tuve un desencuentro tremendo con mucha gente cuando opiné sobre Palestina, porque para mí es atroz lo que están haciendo los judíos. Fue increíble, incluso gente que me conoce me trató de antisemita, digo, pero ¡hijo de puta! ¿Cómo me decís eso? Y te lo dicen con una facilidad… Hay una mirada muy superficial de la política. En este momento hay errores, pero hay una realidad que no la podés negar, que hay una preocupación y una cosa equitativa, de equivalencia muy valiosa, o el juicio a los milicos, que no es poca cosa. La derecha se toma de estas medidas para decir cualquier barbaridad, y con los argumentos más estúpidos. La otra vez leía a un tipo que conozco en el diario Los Andes y no lo podía creer, se dan vuelta con una facilidad, qué sé yo, mirá a Lanata y listo.

 

¿Qué tenés para decir de Lanata?

Es un infame ese tipo, vende un discurso tan grosero que se miente él mismo. Y hay gente tan pelotuda que entra en ese campeonato futbolístico. Además, el machismo que hay en este país…

 

¿A qué arista de las muchas en que se presenta el patriarcado te referís, Luis?

Concretamente a la actitud hacia la Presidenta. Uno puede estar en desacuerdo, pero que lo planteen con inteligencia y no con eso de “yegua hija de puta”. ¡Y viene de gente que después se dice intelectual o feminista! Eso no te lo tolero, es una manifestación de machismo expresado desde los dos sexos. A mí me parece increíble y me exaspera; no quiero transformarme en una especie de vocero político, pero sí pongo cosas y a veces eso hace que no me llamen de algunos lugares. Igual está bueno, porque me gusta que no haya confusión. He escuchado muchísimo presidentes y nunca he visto a alguien tan inteligente y con discursos tan coherentes como esta mujer. Las cosas que está haciendo son indiscutibles. Además, ¿cuáles son las opciones?

 

¿Y las asombrosas alianzas de la oposición?

Uh, ¿vos sabés lo que es eso? ¿Cuánto puede durar? Es muy gracioso. Y hay cada pelotudo repitiendo esos argumentos. Es que la clase media es la cosa más pelotuda, se adhiere a cualquier cosa. Yo digo: lean. Hace poco puse algo que tenía que ver con esto, de que la noticia te envuelve y no te deja ver la realidad. El dibujo era un tipo con la cabeza envuelta en diarios, no podía ver nada. Y cerraba con una frase que le escuché a Luis Salinas, decía algo así como que “a veces apago la radio y me pongo a escuchar a Mozart para escuchar a alguien que me diga verdades”. Imaginate, un montón de gente diciéndome: “Claro, vos tenés los bolsillos llenos, escuchás Mozart mientras nos siguen afanando”. No te queda margen para la discusión, porque no podés ponerte a discutir con un pelotudo así.

 

Con razón hace poco vi una entrevista que te hicieron en un medio local que es propiedad de Clarín y…

Y era como lavada, claro. Yo a esos medios los utilizo. Mirá, una vez, cuando era chico, leí un reportaje que le hacían a Cortázar en la revista Life, y el tipo lo primero que decía era: “Yo sé que muchos de los lectores me van a criticar diciendo: ‘Qué hace hablando acá este que es tan de izquierda’ Y yo sé que estoy acá entre las páginas que auspician Marlboro, las páginas que están legitimando Vietnam, pero quiero llegar a alguna gente que no tiene otra oportunidad”. Bueno yo, en esta línea, a los medios nunca les digo que no. Me gusta difundir mis cosas, hay gente que lee esos medios y está bueno llegar a ellos.

 

Volvamos a ese dibujo en Facebook del hombre que tenía la cabeza tapada de diarios y el texto que lo acompañaba para retomar el vínculo palabra-imagen. Si bien me decías que una direcciona y la otra amplifica, cada una tiene poder semántico autónomo…

Claro, sí. Por ejemplo, las imágenes que hay ahora en La Nave son casi todas ilustraciones de libros. A veces no hace falta leer el texto; el texto generó la imagen, pero después se transforma en una cosa autónoma, es como si vas a ver la Capilla Sixtina sin leer la Biblia, no importa.

 

Juguemos a hacer arte, mientras la razón no está

 

¿Cómo se manifiesta el juego surrealista del cadáver exquisito en tu muestra?

Le llamé así por el ejercicio de yuxtaponer diferentes cosas de diferentes personas. En este caso vienen de la misma mano pero de diferentes autores, porque está Poe, porque está Piglia, porque está Sábato, está Kafka, y se juntan en esto para formar ese cadáver exquisito. La muestra es eso. Además, me dieron la oportunidad de armar otras cosas: hice una pequeña instalación en donde muestro mis primeras historietas, fotos de mis amigos, unos títeres que usábamos con mis hermanos para hacer funciones en el barrio, en la Cuarta, desde la ventana.

 

¿Títeres? Maravilloso cómo, sin saberlo, has coqueteado desde niño con los distintos lenguajes del arte…

Sí, sí, en realidad es la necesidad de un pibe de jugar. Y ahí te das cuenta de que el arte no es un laburo, es un juego; un pibe que escribe un cuento está inventando, está jugando. Yo, cuando invento algo, me obsesiono con eso, es un juego. Cuando escribo algo, me gusta ver cuando alguien lo lee y cómo va reaccionando con la lectura, siempre lo he hecho, pues mi objetivo es que se entienda. Cuando mis hijos eran chicos hacía estas pruebas con ellos: les preguntaba: ‘¿Qué hay acá, qué estás viendo?’ y ellos me explicaban. Siento que ese es el juego con la materia artística, como con los títeres, o como cuando contábamos con mis amigos cosas de terror. Esto de hacer reír al otro, de hacerlo tener miedo. Todo eso es un juego, y el arte también lo es.

 

Supe que estás por publicar una versión ilustrada de un libro de Sabato. ¿Eso está en la muestra?

Sí, es la sección inédita, digamos. Es el Informe sobre ciegos, un insert de Entre héroes y tumbas. Pienso que está por salir ahora, la idea era presentarlo en el contexto de la muestra, pero veremos cómo se da.

 

¿En qué estás trabajando?

Tengo ganas de darle cuerda a esto de conjugar dos lenguajes, algo propio, en eso estoy. El libro como canal me interesa mucho, porque es algo democrático, que llega al que está en Ushuaia y al que está en la Quiaca; no es como la exposición, que tenés que andar moviendo de un lado a otro; el libro te lo llevás a la cama. Siempre tengo cuadernos donde voy escribiendo, donde voy dibujando ideas, cosas que se manifiestan con una imagen, lo que intento es también describirlas con textos. Que el texto y el dibujo armen esa totalidad, ese es el ideal mío.

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