No puedo referirme al cacerolazo de ayer sin hacer mención a la foto con la mujer del cartel pidiendo que Néstor vuelva porque se olvido a alguien. En ella se ve a una mujer sosteniendo un cartel, mientras un grupo de personas a su alrededor festeja la ocurrencia. Destilan odio. Se les nota.

Sonríen ante la cámara como niños traviesos, pero no es ninguna travesura lo que están haciendo. Están celebrando la muerte.  Ya lo hicieron antes. Con Eva, vivaron el cáncer, con los 30.000 de la noche más oscura llenaron tapas y tapas de diarios y revistas justificando que algo habían hecho para que les pasara lo que les pasó, a los pibes de Malvinas les dijeron, cínicamente, estamos ganado, entre unos pocos ejemplos de la argentina trágica.

Son ellos. Son los mismos de siempre. Se pretenden salvadores de la patria y desesperan  por un puñado de dólares. Antes los cuarteles, hoy las cacerolas. Llevan en sus pancartas la sangre de muchos. Dan vergüenza. Están asustados. Los medios replican el mensaje. Tienen miedo. Los angustia la inclusión, la igualdad, el reconocimiento de derechos. No hay lugar para todos en la Argentina que ellos soñaron. Nosotros no entramos. Los ofende que intentemos. Aunque falte mucho, muchísimo todavía, ellos, por las dudas avisan que están ahí, que siempre estuvieron ahí, al borde.