Margarita García Robayo, sobre la falacia del parentesco, la maternidad y el abandono
En “La encomienda”, su nueva ficción, la escritora colombiana reflexiona con la protagonista sobre los lazos familiares y sociales. “En Latinoamérica —afirmó— el verdadero patriarcado es el abandono (…) a la madre la odiamos porque está, al padre lo endiosamos por ausente.
Foto: Alejandra Lopez / Télam
La novela “La encomienda”, nueva ficción de la escritora colombiana Margarita García Robayo, es una reflexión sobre la condición gestante, sobre la ejecución de la maternidad y de la filiación, y sobre el peso de la sangre, pero ante todo sobre el estado de posibilidad, lleno y vacío a la vez, un relato sobre lo que se aproxima, lo que cambia: lo que esa narradora sin nombre está gestando es un nuevo comienzo, un nuevo punto de vista.
La publicación de Anagrama investiga “sobre la falacia que propone el parentesco”, una pregunta personal de la narradora que escruta con tono de asombro a qué habilitan emocionalmente los lazos de sangre, pero también es un tránsito, una búsqueda por aferrarse a algo, “dónde buscar el principio de eso que uno llama ser parte: una familia, una sociedad, lo que sea”, dice García Robayo en diálogo con Télam.
La autora nació en Cartagena 1980, vivió junto a sus padres y cuatro hermanos mayores en un barrio suburbano de clase media y cursó la secundaria en un colegio del Opus Dei, el mejor de la zona. La situación económica era difícil y perdieron la casa familiar cuando tenía 16 años. Ahí comenzaron las mudanzas y tránsitos que, de la casa de los abuelos en la adolescencia, la llevaron a Bogotá, México, Barcelona y finalmente Buenos Aires.
Empezó a estudiar abogacía, como su padre, pero se pasó a periodismo y en paralelo consiguió trabajo como coordinadora de talleres en la actual Fundación Gabo. Publicó textos en revistas de crónicas literarias como SoHo y Gatopardo, pero quería escribir ficción. Cuando llegó a Argentina en 2005 se inscribió para aprender con Liliana Heker y compartió taller con voces potentes como las de Samanta Schweblin.
De ahí salieron los cuentos de “Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza”, 2009. El segundo libro de relatos, “Las personas normales son muy raras”, salió dos años después. La novela “Hasta que pase el huracán”, de 2012, y “Lo que no aprendí”, de 2013, se reeditaron en Argentina como “El sonido de las olas” el año pasado. En 2012 publicó los cuentos de “Orquídeas” y en 2014 el libro de relatos “Cosas peores” fue premio Casa de las Américas. Siguieron en 2017 los cuentos de “Primera persona” y otra novela, “Tiempo muerto”. Ahora llega “La encomienda”.
La encomienda puede ser el paquete, el hijo, la maternidad que se viene. Esa madre que llega de visita sin avisar y que no se termina de entender si es una proyección mental de la protagonista, un fantasma o una presencia de carne y hueso. Puede ser la incertidumbre de la gestación, del estado de posibilidad que imprime un presente con definiciones pendientes, la posibilidad de llevar a conciencia todo eso y de escribir, ese “desentrañar” que la narradora declara que le “da pereza”, aunque sea lo que se pasa haciendo a lo largo de toda la novela.
“La encomienda podía ser todo eso: básicamente la posibilidad en el aire, la expectativa de algo que se viene y que no sabés bien cómo afrontar. Al mismo tiempo es ese pasado y ese bagaje con el que uno viene y del que no se puede desprender, en este caso personificado por la madre. Como una mochila, digo yo, de la que no siempre te puedes deshacer, por muchas cosas que hagas”, dice la escritora en entrevista con Télam.
Cuando esa madre se aparece, con los labios color tierra, que no se entiende si está viva, muerta, si es un fantasma —solo un niño puede verlo y eso enrarece aún más su presencia, suena a realismo mágico.
Me interesaba hacer hincapié en el mundo de adentro de la protagonista, generar la sospecha de que todo podría estar sucediendo en el laberinto que es su cabeza; marcar la diferencia entre todo lo que puede generar el pensamiento siendo lo que llamamos realidad lo que menos importa. Si te pasa adentro, si lo piensas, ese es el mundo al que perteneces finalmente. El pensamiento funciona como si tuviera vida propia, todas esas cosas suceden más allá de ella, aunque es ella quien las piensa.
No lo busqué ni siento que sea mi búsqueda estética pero va más allá de mí. Yo crecí con esto, leí eso, es muy probable que se cuele en mis ficciones, es incluso esperable, algo que no puedo necesariamente controlar. Si estuviera en mi potestad decir cuál fue mi intención, quería hacer una novela más psicológica que fantástica o de realismo mágico o lo que sea. Por eso insisto en esto de cómo distinguir las cosas que pasan adentro de uno, de lo que pasa afuera, lo delirante, etcétera, iba más por una búsqueda kafkiana si se quiere pero claramente yo estoy echa de aquello. Leí eso, viví eso, crecí con eso y me parece súper lógico que el realismo mágico se cuele en las cosas que escribo.
La narradora sabe dónde posicionarse respecto al pasado: hay desamparo, hay una madre triste, están esos pájaros que sospecha quieren salir del cuerpo a su madre pero que la rasguñan por dentro, pero en esa visita extraña al departamento o en esa aparición ella desconoce a esa madre, comienza un proceso de contraponer y desandar recuerdos.
Pasa en la vida, me fui hace mucho de mi país y al volver y reencontrarme con mi madre por ejemplo empezaba poner cosas que me irritaban o me hacían daño en un contexto de ‘hace lo que puede’. Uno empieza a cambiar de ideas, básicamente porque cambiás de perspectiva, porque te ponés en otro lugar y como que uno empieza a ser un poco más condescendiente y paternalista con los padres.
El abandono es un tema de la novela.
En algún momento todo padre abandona a su hijo, está relacionado con lo cíclico, lo que florece hoy y mañana se pudre. La circunstancia de generar algo, vida, lo que sea, implica su destrucción o podredumbre o abandono. Tú traes a alguien al mundo y sabes que lo vas a abandonar y también siendo hija te sabes abandonada, nunca eres hijo para siempre. El abandono es un miedo constante de la narradora y la novela está diciendo que es una condición indefectible de la paternidad o de gestar algo, nadie se salva de ser abandonado alguna vez.
Esa narradora hace sentir a extranjeros a los locales, extrañando el lenguaje al hacer preguntas sobre cuestiones que se dan por obvias en esa lengua.
Me interesa mucho el tema de la inmigración, por obvias razones, pero además es una buena manera de entender los lugares, mirado desde ese no ser de ese lugar, de esa pertenencia, muestra matices que normalmente un local no vería o no tendría. También me llama mucho la atención cómo entre los países latinoamericanos hay una especie de discriminación tácita frente a pares, con gente que está a 5000 mil kilómetros, en un país vecino dentro de todo. Una colombiana en Buenos Aires se siente extranjera del día uno hasta el año 20 que viva ahí. Hay una diferencia que se hace sentir y no quería dejar de sentarla, con un personaje que no es de ahí, que viene completamente desprovisto de una historia personal y de una serie de cosas por las que no sabe muy bien a qué agarrarse, pero llega a un lugar en el que tiene mucho menos de que agarrarse. Ahí está la gran pregunta de esta novela, ¿dónde está el origen, dónde buscar el principio de eso que uno llama ser parte?: de una familia, de una sociedad, de lo que sea. La posibilidad es que ese origen pueda estar en el futuro.
En el tránsito hay una pertenencia.
Se puede pertenecer a la condición cambiante, esto que dice la narradora de que podría vivir en cualquier lugar del mundo siempre y cuando haya wifi. El lenguaje es una pertenencia, la escritura es una pertenencia, finalmente la literatura es armarse en un mundo propio que puedas habitar con cierta solvencia.
El libro que investiga “la falacia que propone el parentesco”.
Vengo pensando hace mucho tiempo respecto a esto de la afiliación, a veces siento que es como un elástico que uno estira, estira y nadie se pregunta si en algún momento se va a romper. Y se puede romper. ¿Hasta dónde puedes llevar esto, hasta dónde puede justificar tu conducta, tu destino? Uno vive habilitando con la única justificación de que hay un parentesco de por medio y que por eso vale y siento que no necesariamente es así.
Qué habilitan los lazos de sangre es un cuestionamiento respondido por todas las legislaciones del mundo, entonces el libro puede ser un cuestionamiento a la ley, al padre, hecho de tal manera que lo esotérico y lo metafísico está presente en ese relato.
Me interesaba plantear esa ausencia hiperpresente que son los padres. En Latinoamérica el verdadero patriarcado es el abandono más allá de que sea fáctico, padres ausentes, a la madre la odiamos porque está, al padre lo endiosamos por ausente. Eso que dice la leyenda de la foto que mira la narradora: como botellas, como recipientes, es como decir meteles algo adentro que sirva y tiralas al mar, quería ejemplificar la labor del padre: sos un envase, te meto lo que puedo, te tiro al mar, chau, arreglátela.
Es un libro también sobre la trascendencia, casi, casi, como sinónimo de traspaso.
Hay toda una reflexión sobre cómo encarna uno todo lo que no fue, venimos con algo a la vida que no se va cuando uno muere, queda en las caras de los otros, en los gestos de los otros.
Fuente: Por Dolores Pruneda Paz para Télam
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