Lo vieron: el ex camarista Miret estuvo en el D2

El 4º Juicio por delitos de lesa humanidad en Mendoza sigue arrojando revelaciones. Raúl Acquaviva, un testigo del juicio, dejó en claro que vio al exjuez en el centro de detención ilegal y además identificó a uno de sus secuestradores.

Lo vieron: el ex camarista Miret estuvo en el D2

Raúl Eduardo Acquaviva ingresa a la sala del Tribunal Oral Federal N.° 1. Fotos: Guadalupe Pregal

Derechos Humanos

Unidiversidad

Guadalupe Pregal

Publicado el 11 DE SEPTIEMBRE DE 2014

En la audiencia del lunes 8 de septiembre del 4ª Juicio contra delitos de lesa humanidad cometidos en Mendoza, que tiene 35 acusados entre exmagistrados de la Justicia Federal, agentes de la Policía Provincial, Penitenciaría y Fuerzas Armadas, se escucharon los testimonios de Raúl Acquaviva y Alberto Roca sobre el accionar del D2 y la Penitenciaría.

La jornada inició con el testimonio por videoconferencia desde Río Grande de Carlos Alberto Roca, quien fuera detenido 14 de mayo de 1976 cuando cenaba en su casa a la una de la mañana. Roca relató que había regresado de cursar en una escuela técnica: “Estaba cenando en casa y escucho (sic) que golpean la puesta de calle, lo cual me pareció, por la hora, medio extraño. Dejo de cenar y me asomo por la ventana, y veo que había un grupo bastante nutrido de personas. Identifiqué que era personal, no vi si estaban uniformados pero eran un grupo de tareas, como se denominó después. Inmediatamente me voy, era mi habitación la que daba a la calle. Se despierta mi hermana, que tenía 14 o 15 años. Mi intención de ese momento es huir por el fondo de mi casa y le digo a mi hermana que les diga a mis padres que no se preocuparan, que yo iba a estar bien, porque mis padres estaban durmiendo en ese momento. Tanto es así que yo tomo unos libros de política, me los llevo y por el fondo de mi casa me subo a los techos; por los techos llego a la calle paralela a la calle Belgrano. Ahí tengo que saltar una altura más o menos de dos metros y medio y me hago una lesión en uno de los tobillos”.

Roca relató que se escuchaban ruidos de sirenas en el frente de su casa y que cuando estaba huyendo se cruzó con su primo Raúl Acquaviva, quien vivía por la misma zona. Se dirigió a la casa de un tío, Miguel Acquaviva, en el Barrio SUPE. Desde ese lugar intentó comunicarse con una chica que llamaban “Vivi” –ese era su nombre ficticio o “nombre de guerra”–, pero, como no le contestó, le hizo presumir que había pasado algo grave. Aun sin conocer el nombre real de esta mujer, Roca afirma que está desaparecida.

Estando en el domicilio de su tío Miguel, su familia se puso en contacto con otro tío que era militar retirado de la Fuerza Aérea, Enrique Miranda. Roca explicó que también intentó comunicarse con algún consulado para poder salir del país. Lo convencieron de que se entregara, por lo que lo llevaron al D2. Una vez que lo dejaron allí, el personal policial lo vendó y lo esposó. Desde ese momento comenzaron a torturarlo con picana y golpes durante tres días aproximadamente. “En principio me preguntaban nombres”.

Roca, al igual que otros testigos, habló de un detenido que se quejaba de dolor. En su relato, describió que en un momento dejó de quejarse y escucharon ruidos de una camilla, por lo que estimaba que lo habían retirado, aparentemente fallecido. El episodio sucedió a los pocos días de haber ingresado, por lo que aclaró: “No recuerdo exacto el día que fue porque uno ahí perdía la noción del día y la noche. Lo único que escuchabas de día eran –se ve que había un colegio cerca–chicos que iban al colegio, se sentía el murmullo y, en el momento en que murió, uno pensaba: ‘Si la gente supiera lo que está pasando acá abajo’. Lo que uno escuchaba afuera era una vida normal y abajo era un tormento permanente”. Entre otras de las personas mencionadas por Roca había una joven rubia de unos 22 años que estaba embarazada.

Junto a otros detenidos, Roca fue sometido a un Consejo de Guerra que se realizó en unas instalaciones militares de la calle 9 de Julio. “Ahí hacen un tribunal que era un teatro y atemorizaba, porque los que eran la voz cantante estaban vestidos al mejor estilo nazi, con botas hasta las rodillas, anteojos oscuros tipo Ray Ban. Me designan un defensor que era un oficial. En un principio me condenan a 30 años de prisión y gracias a sus servicios quedo en 25”.

Luego de que pasara el Consejo los trasladaron a la Penitenciaría. Roca relató que el 19 de julio realizaron una requisa por la muerte de Mario Roberto Santucho “y una madrugada cae el Ejército a la cárcel, con FAL y todo, y nos bajan a un patio muy chiquito. Eran como las seis de la mañana. La idea de llevarnos ahí, aparte de golpearnos y demás, era que nosotros dijéramos que nos alegrábamos de la muerte de Mario Roberto Santucho, que era el máximo referente del PRT, cosa que nadie hizo”. De ese episodio, Roca recordó al Sargento Torres, quien lo retuvo en el patio cuando ya habían retirado al resto de los detenidos. Unas tres semanas después fueron trasladados a La Plata.

Roca finalizó su testimonio diciendo: “Rescato que, como sobreviviente de esa etapa, (…) hago lo que 30 000 compañeros desaparecidos no pueden hacer hoy”.

El último testimonio de la audiencia del lunes 8 de septiembre en el 4° Juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en Mendoza fue el de Raúl Eduardo Acquaviva, quien dejó al descubierto la impunidad con la que accionaban los diferentes agentes del Estado.

Acquaviva comenzó su relato diciendo: “Yo fui detenido el 14 de mayo de 1976 a la una de la mañana. Yo venía de visitar a una amiga en el Barrio Aeronáutico. Me bajé en la calle Pedro Molina y 25 de Mayo y de ahí me fui caminando hasta mi casa. Llegando a mi casa, paso por el frente de la casa de Paris. Estaban los papás y unos vecinos en la puerta, me avisan que habían detenido a Eugenio Paris y que me estaban esperando en mi casa”. Según su testimonio, él consideró que en realidad era un operativo de averiguación de antecedentes, ya que en esa época no se sabía lo que después resultaría ser “el secuestro y la tortura sistemática de 30 000 personas desaparecidas, 9000 presos y dos millones y medio de exiliados”, y continuó: "Por esa razón camino a mi casa, que estaba en la misma calle Luzuriaga donde vivía Eugenio Paris. Cruzo Martínez de Rosas y antes de cruzar me alcanza mi primo Carlos Alberto Roca. Me dice que a él lo habían ido a buscar, que se había escapado, y le digo: ‘Mirá, yo me voy a entregar porque no lo voy a dejar solo en la parada a Eugenio, lo voy a acompañar. Me imagino que esto no es más que unos días’. Él se va a la casa de unos tíos y yo llego a mi casa, golpeo y veo dos personas armadas que le preguntan a mi mamá si yo era Raúl Acquaviva”. El personal que lo detuvo estaba de civil.

Acquaviva, al inicio de su testimonio, dijo que conocía a quienes lo habían detenido. La fiscal Patricia Santoni le preguntó cómo sabía que Oyarzábal había participado en el operativo, a lo que Acquaviva respondió: “Es el que llega manejando el móvil en un 125 blando, donde me suben al asiento trasero”. Posteriormente en su testimonio, volvió a las condiciones de su detención y agregó: “En alguna oportunidad, Oyarzábal volvió a mi casa junto con Sánchez y se presentaron con el apellido y todo. Mi madre después me comenta que la iban a visitar; Sánchez sobre todo, haciéndose el dulce. De eso me entero por mi hermana, de que estaba coqueteando con mi mamá.” Acquaviva refirió que, como su madre, vio a Oyarzábal cuando fue detenido en su casa y así es como él supo que esa persona formó parte de su detención.

Luego de ser detenido fue dirigido al Palacio Judicial, donde fue vendado y esposado y lo alojaron en el calabozo. En la madrugada lo llevaron a interrogarlo. Acquaviva recordó que el lugar a donde lo llevaron generaba la sensación de fresco, clásica de los subsuelos. Por debajo de la venda que tenía puesta alcanzó a ver que lo llevaban a una habitación donde había una persona que tenía un mechón blanco, por lo que entre los detenidos le llamaban “El manchado” o “El overo”. Lo hicieron desvestirse y acostarse en un banco, donde lo ataron de pies y manos. Acquaviva recuerda que la persona que le hablaba tenía acento porteño. Lo interrogaron sobre diferentes personas entre amenazas, picana y asfixia con una almohada.

Luego de unos 15 días detenidos, el trato hacia ellos se relajó, relató Acquaviva, pero no sucedía lo mismo con quienes iban llegando. Como a mediados de junio “uno de ellos llega quejándose, se pasa quejándose casi 24 horas continuas. Algo tremendo de escuchar, el quejido de alguien pidiendo ayuda, es desesperante para los que escuchábamos como para él, en las condiciones en las que estábamos. (…) A esta persona, tengo entendido por el comentario de los mismos torturadores que le habían encontrado los nombres de ellos o las direcciones de ellos, algo así, y que por eso le estaban dando. (…) Estuvo, como les digo, 24 horas quejándose y como a las dos de la mañana, al cumplirse las 24 horas, se corta el quejido y escucho que ingresan, abren la celda de él y al rato vienen con, lo que sería para mi oído y mi entender, una camilla en el suelo y se la llevan, aparentemente muerta”.

“La situación no mejoraba en las condiciones, o sea, estábamos… Yo estuve desde el 14 de mayo al 7 de julio y recién en los últimos días, cuando se da el consejo de guerra, nos habilitan a podernos bañar y afeitar. Durante ese tiempo, aproximadamente un mes, estuvimos sin bañarnos, en una condición deplorable. A partir del 31 de mayo yo recibo la primera muda de ropa y comida que me lleva mi mamá. Ahí nos dan la ropa, que nos saquemos la ropa para sacar la ropa sucia, y ahí noto que ya habían pasado esos 10 o 15 días duros”.

Acquaviva recordó que, luego del Consejo de Guerra en el que lo condenaron a 14 años de prisión, los trasladaron a la Penitenciaría, donde fueron alojados en el pabellón 11. Afirmó que mientras estuvo en la cárcel no fue víctima de interrogatorios o tortura, pero que había casos como el de Rabanal, que sí fueron víctimas de diferentes tipos de maltratos. También reconoció que Bianchi fue el penitenciario que estaba tanto en la guardia del pabellón como en el traslado de prisioneros.

Posteriormente fue trasladado a La Plata, donde las amenazas y las torturas continuaron. Recuperó la libertad durante los primeros días de diciembre de 1986.

 

Miret, en la mira

Miret escucha atentamente la declaración de Acquaviva.

“Hay un dato ahí en el D2, que no he hecho declaraciones”, reflexionó Acquaviva. “Haciendo memoria, en ese lapso, en una mañana me abre la celda el guardia y me dice: ‘Póngase de pie, que acá está el juez’ o del juzgado federal o el juez, y yo reconozco, ahora reconozco al doctor Miret, que va a constatar la situación en la que yo estaba. No sé si después le abrió la celda a otras personas, pero en ese momento yo a él lo reconocí porque estaba vestido de traje gris plata, muy pulcro, muy pulido, y la atención que él me dio fue como de soberbio o displicente con respecto a la situación en la que yo me encontraba”. La fiscal Santoni le preguntó: “¿Usted estaba en la celda?”, a lo que Acquaviva respondió: “En la celda del D2”. La visita de Miret fue “posterior a la parte más dura de la detención en el D2, que fueron los primeros 10 o 15 días. Habrá sido junio. (…) Yo estaba en la celda, me abren la celda y: ‘Póngase de pie, que acá está el juez o vienen del juzgado’. Me mira: ‘Sí, está bien’, cierran la celda y se va. Por eso lo rescato, porque me doy cuenta de que hoy tiene importancia en el testimonio”.

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