“No es fácil saber que algo le están haciendo a la persona que vos amás”

El testimonio de María Inés Platero en el 4° Juicio por delitos de lesa humanidad esclareció lo vivido por David Blanco en su paso por el D2 y otras instalaciones penitenciarias del país. Además evidenció que los familiares de detenidos también sufrieron todo tipo de torturas.

"No es fácil saber que algo le están haciendo a la persona que vos amás"

María Inés Platero presentanto su testimonio. Foto: Guadalupe Pregal

Derechos Humanos

Unidiversidad

Por: Guadalupe Pregal

Publicado el 27 DE OCTUBRE DE 2014

María Inés Platero estaba casada con David Blanco. Ambos vivían en un departamento en el centro de la ciudad de Mendoza. David trabajaba en el Banco de Mendoza. Era el 2 junio de 1976 y la pareja se disponía a almorzar cuando golpearon la puerta. María Inés relató: “Yo abrí y se presentaron dos o tres personas de civil, nos dijeron que eran policías y que venían a buscar a una señorita que se llamaba o se llama, no lo sé, Rosa Gómez. Efectivamente, ella había estado hacía unos meses en casa porque era novia de un empleado del banco, Ricardo Sánchez. Rosa estaba embarazada y había tenido un problema familiar”.

Rosa ya no vivía con ellos, ya que se había mudado unos meses antes luego de haber tenido a su hijo. “Esto lo expliqué yo a los policías, no les expliqué con detalles, simplemente les dije que no estaba, que no vivía más hacía unos meses; aparte, yo estaba a punto de dar a luz también, entonces eso era lo que habíamos pactado, y que no estaba. Nos pidieron permiso para ingresar al dormitorio donde ella vivía en el departamento y los dejamos pasar, y recuerdo, como una foto, que estaba el moisés ya todo preparado para la llegada de nuestro bebé. Sacan (sic) un arma que yo creo que era una itaka, porque era un arma grande (…) que la puso adentro del moisés de mi bebé, que me impactó y me asusté. Entonces levantaron colchón así nomás y dijeron: 'Bueno, señor y señora Blanco, disculpen la molestia', y se van".

Cuando estaban por sentarse nuevamente a comer, se escuchó que golpeaban la puerta. Cuando Inés abrió, eran las mismas personas que acababan de retirarse y le dijeron a David: “Señor Blanco, mire, para que esto quede aclarado y usted no tenga problema, ¿nos puede acompañar hasta la Primera, para que hagamos un acta y usted firme como que esta señorita no vive acá?”. David aceptó y se despidió de su mujer. Uno de las personas le dijo a Inés: “No se preocupe, señora, que no va a tardar mucho, ya vuelve”. Pero David no volvió.

Cuando ya se estaba haciendo de noche, María Inés se comunicó con los padres de David para avisarles lo que había sucedido, por lo que el padre fue a buscarlo a la Comisaría Primera, “y no estaba, y ahí empezamos la búsqueda y no lo encontrábamos. Le dijeron que ahí no había una persona con ese nombre. Íbamos a todas partes preguntando y no estaba en ninguna parte”, relató Platero.

Dado que su embarazo estaba muy avanzado, las primeras búsquedas las realizó el padre de David. El 6 de junio nació el hijo de la pareja y, pasado un tiempo, Inés comenzó a acompañar a su entonces suegro. Pasado más de un mes desde la detención, tuvieron las primeras noticias a través de un Capellán del Ejército con el que el padre de David se había puesto en contacto. Platero explicó que el sacerdote se reunió con su suegro y “le dijo que estaba en el D2 y que fuera yo con una muda de ropa y comida. Que hiciera la cola y que si me llegaba a preguntar cómo sabía yo o porqué le llevaba yo a esa persona, yo tenía que decir: 'Porque me recibieron la comida ayer'. Entonces así lo hice. Recuerdo que la primera vez que le llevé comida fue una cena. Le llevé comida, le llevé ropa, la mujer policía que me recibía las cosas no me preguntó nada, simplemente me recibió. Y yo le dije si por favor me podía traer la ropa sucia, y me entregaron una bolsa que no me atreví a abrirla ahí cuando me la dieron. Me subí al colectivo y recién ahí la abrí, porque no sabía si era la ropa que se había llevado puesta o no. Efectivamente era la ropa de él, más allá de que estaba irreconocible porque eran jirones ensangrentados mal, pero era su ropa. Y así empezamos a llevarle almuerzo, cena, almuerzo, cena, todos los días hasta que pasó a la cárcel”.

Ella no era la única que iba al D2: “Todos los que estábamos en la cola íbamos a llevar ropa y comida a nuestros familiares. Ahí no hablábamos. Aparte, como que todavía no entendíamos qué pasaba, por qué pasaba lo que pasaba, entonces no hablábamos mucho con los familiares. Yo creo que ellos tendrían miedo de mí y yo tenía miedo de ellos, era una situación de no confiar en nadie”, describió Platero.

Cuando fue consultada sobre las posibles acciones legales, como Habeas corpus, María Inés explicó que en Mendoza no encontraron un letrado que se atreviese a realizar el trámite, pero cuando Blanco fue trasladado a La Plata “ya los familiares como yo nos entrábamos a conocer y estábamos en los mismos lugares; alguien me dijo que había un abogado en Buenos Aires que hacía un Habeas corpus, fui y me lo hizo”.


Señales de vida

A pesar de que en el D2 le recibían la ropa y la comida, María Inés Platero explicó que no estaban seguros de que estuviese con vida. “En una oportunidad le dije a la persona que me recibía las cosas que me hiciera el favor de preguntarle a David qué nombre le poníamos al bebé. Nosotros ya teníamos los nombres: si era nena, yo elegía María Paula o Agustina; si era varón, eligió Laureano Jesús. Entonces se me ocurrió eso. Cuando volvió, la mujer policía me dijo 'Laureano Jesús'. Fue la noticia más maravillosa y me di cuenta de que estaba vivo, porque no era un nombre común. Entonces ahí sí empezamos a pedir la visita” relató.

Pasados unos meses lograron una visita para que David conociera a su hijo. Junto a su suegro y al bebé, María Inés fue una noche hasta el D2. Les habían informado que podrían ver a David, pero sólo pudieron ingresar ella y su bebé a una sala oscura. “Yo pensé que íbamos a estar un rato, que podía pasarle yo el bebé, me había hecho toda una película, y entramos a un salón chico. David estaba enfrente, en diagonal; yo, del otro lado en diagonal, todos rodeando y apuntándonos con fusiles, armas largas y a oscuras. Yo no lo veía, es decir, yo veía que había una persona con las manos atrás y la cabeza baja, barbudo, el pelo como largo, pero no le veía la cara”.

Platero recordó que el encuentro duró no más de dos minutos: “Esa fue la primer vez que yo lo vi después de que desapareció. Después él, al salir, me dijo que sí era él porque yo ni la voz le reconocí. Después él me explicó que era con luz apagada y estaba todo así, todo barbudo y todo mechudo porque estaban golpeados, estaban torturados. Entonces, para que la familia no lo viera en ese estado era de esa forma, pero sí era él el que estuvo ahí”.


La gira por las cárceles

Luego de estar en el D2, David Blanco fue trasladado por un tiempo a la Penitenciaría de Mendoza, luego a la U9 de La Plata, a Sierra Chica, a Devoto y finalmente a Rawson.

En La Plata, María Inés Platero tuvo la oportunidad de verlo “los primeros meses del 77. Nos daban un régimen especial a los que vivíamos a más de 500 kilómetros de La Plata, nos daban un régimen de visita especial, cada 45 días nos daban permiso de visita de lunes a viernes corridos. Entonces, yo cada 45 días viajaba". Durante siete años y tres meses ella lo visitó tanto en La Plata, Sierra Chica, como en Devoto. "Al sur ya no lo pude seguir”, explicó.

De lo que David le comentó sobre su tiempo secuestrado, “más allá de las torturas, algo que realmente me impactó mucho fue que cuando lo trasladaron de Mendoza a La Plata iban en el avión Hércules, que los llevaban como los esclavos que antiguamente iban en los barcos esposados a una cadena, que los escupían, los orinaban en la cara, los golpeaban. Lo que más me impactó fue que me contó que él no se acordaba tampoco el apellido, pero que era un profesor de San Juan que había desaparecido con su esposa y, según tengo entendido, nunca los han encontrado. Iba en ese avión Hércules, yo no sé el nombre del profesor, sé que fue un caso comentado en San Juan, que ese hombre estaba como dopado, él no sabía si estaba dopado, estaba desvanecido o estaba desmayado pero no estaba consciente, que le habían hecho un corte en el abdomen y lo habían tirado al mar”.

Además explicó que cuando le preguntaba sobre las torturas que sufrió, David siempre le contestaba: “No te preocupes, porque el dolor tiene un límite; cuando llega ese límite dejás de sentir dolor, cuando pasa el umbral ya no sentís el dolor”. Platero reflexionó que lo hacía para cuidarla emocionalmente.

Con el tiempo, María Inés se enteró de que David había firmado papeles en blanco bajo tortura en el D2 y manifestó que “él escuchaba una mujer que torturaban, él no la veía ni sabía quién era pero ellos le habían dicho que era yo, que me estaban haciendo la cesárea, que me iban a dejar desangrar, que no me iban a poner anestesia y que iban a matar al bebé, entonces que él firmara, y él firmó cuanto papel le pusieron. Qué firmó, no sabía, pero que firmó en blanco, firmó, y así nos salvó tal vez la vida a mi hijo y a mí”.


La tortura de todos

Quienes fueron secuestrados y secuestradas sufrieron tormentos inimaginables y quienes quedaron afuera, familiares y amigxs, también fueron víctimas del aparato represor. María Inés explicó que “las condiciones eran horribles; cuando se cansaron de torturar físicamente siguieron, nunca estuvieron ausentes para ellos y para las víctimas que nos quedamos afuera, nunca dejaron la tortura psicológica y emocional. En Sierra Chica, por ejemplo, era la verdad indescriptible. Las visitas eran un horror. Era en una capilla con los bancos largos enfrentados a un metro. Teníamos que estar de rodillas toda la hora de visita, no nos podíamos ni tocar, ni darnos la mano ni saludarnos con un beso ni nada, estaban permanentemente detrás nuestro, bah, de todos. En La Plata hablábamos con una especie de, ellos decían teléfonos, pero eran unos tubos. El único contacto que teníamos era poner las manos en el vidrio, cerrar los ojos y transmitirnos energía, eso era lo más cercano. Más adelante, al final del 82, 83, cuando ya se entraba a hablar de democracia y demás, como que se flexibilizaron las condiciones, ya nos decían: 'Buen día, señora'; 'Hasta luego, señora'. (…) Ya al final, habrá sido en abril o mayo del 83, en Devoto nos hicieron entrar a un salón y ahí sí nos pudimos sentar, nos pudimos abrazar”.

Vista general del penal de máxima seguridad de Sierra Chica. Foto: web.

Platero continuó con su relato: “Pero fueron años sumamente duros, no sólo para él sino para mi hijo, que no lo tuvo, no lo conoció. Lo conoció cuando salió, porque lo llevaba de bebé pero cuando los niños tenían dos, tres añitos, que ya se podían parar solos, los ponían en la cola para las requisas que eran denigrantes, en la cola de los varones adultos los ponían a los chicos. Ellos querían estar con su mamá, que estaba en la otra cola. No podíamos llevar mamadera ni chupetes, ni galletitas ni agua, nada. Nada más que documento y le íbamos a dejar plata al interno, como decían ellos, la plata. Eran tantas horas que los niños lloraban, ni un pañal se les podía cambiar, o sea, era caótico. Cuando él ya fue más grandecito, David me dijo: 'No quiero que lo traigas más porque no quiero que él tenga esta imagen de su padre'. Pero siempre cartitas, poesías, cuadritos, siempre la relación se mantuvo y se mantuvo hasta el final, gracias a Dios”.


Consejo de Guerra

Como otras personas secuestradas por aquellos años, David Blanco pasó por un Consejo de Guerra en el que se le imputaba “tenencia y portación de armas, municiones, explosivos de guerra”. María Inés Platero se enteró de este procedimiento cuando ya había sucedido. “Cuando vuelven (sic) ellos del juicio, me dicen: 'Venimos del juicio, no te dijimos para que no te pongas nerviosa, pero ponete contenta porque en unos días sale porque lo han absuelto por falta de pruebas'. Sé que al abogado defensor, que lo puso el Ejército, lo castigaron por excederse en la defensa y lo mandaron al sur. Pero esa noche balearon a un militar, le dieron un tiro en la cabeza y, como medida ejemplificadora para que sirviera de escarmiento, les dieron siete años, sacaron la absolución y les dieron siete años de condena”, recordó Platero en la audiencia.

Recién en diciembre de 1983 David Blanco recuperó su libertad.

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