Mujeres a la sombra de grandes éxitos científicos

Edición UNCuyo reproduce un texto publicado en Frontera de Marta Macho-Stadler, integrante del Departamento de Matemáticas de la Universidad del País Vasco.

Mujeres a la sombra de grandes éxitos científicos

La matemática Mileva Maric y su marido Albert Einstein.

Identidad y Género

Unidiversidad

Marta Macho-Stadler

Publicado el 13 DE JULIO DE 2013

Disfrazada de hombre y obligada a abrir un cabaret para sobrevivir: fue el caso de la francesa Jeanne Baret (1740-1807), la primera mujer en catalogar más de 5000 especies de plantas junto al famoso naturalista Philibert Commerson. Luchando contra las convenciones sociales y la reprobación de su familia, la contribución a la ciencia de Florence Nightingale (1820-1910) cambió para siempre la epidemiología y la estadística sanitaria al profesionalizar, con sus estrictas normas de higiene, el trabajo de las enfermeras.



Mujeres en la ciencia, relegadas a menudo a un segundo plano y cuestionadas en un mundo de hombres. “Resultaba desconcertante lo buena matemática que era”, se dice de Mileva Maric (1875-1948), la primera esposa de Albert Einstein, quien fuera, en palabras del físico, su mayor apoyo. Y sin embargo, pese a que su trabajo dio soporte a una de las teorías más importantes en el mundo de la Física, la Teoría de la Relatividad, el nombre que figura en la Academia Sueca que otorgó el Nobel no es el suyo. Maric no ha pasado a la historia, es la gran desconocida, la sombra de un hombre reconocido mundialmente como genio, que dejó sus estudios para volcarse en el cuidado del segundo hijo de la pareja, nacido con problemas mentales.


 

Olvidadas, escondidas, apartadas... Aunque las mujeres fueron oficialmente excluidas del mundo científico, sus aportaciones contribuyeron de forma innegable al avance de la ciencia, realizando en muchas ocasiones trabajos clave en sus campos. Mujeres que, en muchos casos, pertenecían a clases privilegiadas y que lucharon para vencer esta marginación de mil maneras. Algunas tuvieron que utilizar seudónimos para no ser rechazadas por sus colegas; otras renunciaron a la autoría de sus trabajos o sus éxitos fueron silenciados, siendo vinculados a padres, maridos, hermanos o colaboradores. Estas historias se recogen hoy en el libro Women in Science, editado por la Comisión Europea como un precioso homenaje a algunas de las pioneras de la ciencia en Europa.

 

Otro de los casos más sangrantes fue el de la astrónoma estadounidense Henrietta Swan Leavitt (1868-1921), que tras llevar una vida sencilla dedicada a la observación de las estrellas murió de cáncer, pobre y sin reconocimiento alguno. Edward Pickering y Edwin Hubble, supervisores de Henrietta en el Harvard College Observatory, se llevaron el mérito de sus descubrimientos y ella murió invisible, pese a la importancia de su trabajo sobre las estrellas variables –descubrió 2400, así llamadas por variar la intensidad de su brillo– y sus cálculos de las distancias estelares. Su contribución abrió la puerta a una comprensión más moderna de nuestro universo –existencia de galaxias fuera de la Vía Láctea, expansión del universo, etcétera– y permitió a Hubble y otros astrónomos –varones, por supuesto– desarrollar las teorías con las que alcanzaron el reconocimiento mundial. No en vano, el telescopio más famoso y fructífero de la NASA, con más seguidores que cualquier estrella del rock, es el telescopio orbital de nombre Hubble.


 

Afortunadamente, las políticas para alcanzar la igualdad en materia de género en la Ciencia –e incluso en la educación– están hoy en día entre las prioridades de la ONU. El tercero de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio anima a “promover la igualdad de género y la autonomía de la mujer”, y su meta consiste en “eliminar las desigualdades entre los sexos en la enseñanza primaria y secundaria, preferiblemente para el año 2005, y en todos los niveles de la enseñanza para el año 2015”.

 

En el Informe 2011 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y en referencia al cuarto objetivo: “reducir la mortalidad de los niños menores de 5 años”, queda plasmada la importancia del papel que juegan las mujeres: “La educación de la madre es un determinante primordial para la supervivencia del niño”, dice el enunciado. Solo la educación de una mujer, solo con la posibilidad de que sea capaz de leer las instrucciones para dosificar un medicamento, puede, por ejemplo, salvar la vida de su hija o hijo. La educación primaria y secundaria de las mujeres no solo es un derecho, sino que beneficia de manera inmediata a todas las personas que dependen de ella.

 

En el caso de la enseñanza superior, en particular en las áreas científico-tecnológicas, la Conferencia Mundial sobre la Ciencia para el siglo XXI, que se celebró en Budapest en 1999, recogía en su declaración: “La igualdad de acceso a la ciencia no solo es una exigencia social y ética para el desarrollo humano, sino que además constituye una necesidad para explotar plenamente el potencial de las comunidades científicas de todo el mundo (…). Habría que resolver con urgencia los problemas con que las mujeres (…) tienen que enfrentarse para emprender carreras científicas, proseguirlas, obtener promociones en ellas y participar en la adopción de decisiones en materia de ciencia y tecnología”.

 

Muy distinta hubiera sido la vida de Emmy Noether (1882-1935) si este texto hubiera visto la luz un siglo antes. Su historia transcurrió entre las aulas, pero siempre relegada a una vida de segunda, esclava de su condición de mujer. Primero asistió a clases de matemáticas en la universidad alemana de Erlangen-Núremberg, pero sólo como oyente, sin derecho a examen, y siempre que el profesor permitiera su asistencia. Después impartió clases nada menos que de álgebra abstracta, aunque sin recibir remuneración alguna y apartada del claustro universitario. “¿Qué pensarán nuestros soldados cuando vuelvan a la universidad y vean que tienen que aprender de una mujer?”, se justificaba la dirección masculina de la Universidad de Göttingen, a la que había sido invitada por dos de los matemáticos más sobresalientes de la época, Felix Klein y David Hilbert.


 

Poco importó que su tesis obtuviera en 1907 la distinción Summa cum Laude –después de Sofia Kovalevskaya, ninguna mujer había logrado doctorarse en matemáticas. Noether no conseguiría hasta 1919 que la universidad le otorgara un puesto de profesora; eso sí, sin sueldo. La remuneración no llegaría hasta 1922, pese a la enconada defensa de Klein y Hilbert: “Estimados colegas, no veo que el sexo de los candidatos sea un argumento en contra de su contratación; al fin y al cabo, el Claustro no es una casa de baños”. En sus estudios, Emmy abarca uno de los campos más abstractos de la matemática: el álgebra no conmutativa y una estructura algebraica lleva su nombre, los anillos noetherianos.

 

El interés por promover la paridad de género en el ámbito de la Ciencia y la Tecnología comenzó en Europa en los años 1980, diez años más tarde que en Estados Unidos. En particular –tras varias iniciativas en los países nórdicos y el Reino Unido– se funda en 1999 el denominado Grupo de Helsinki, cuya tarea era la de examinar la situación de las mujeres en ciencia en 30 países. El plan de acción para promover la igualdad de género en este área incluyó el llamado informe ETAN, publicado en el año 2001.

 

El Grupo de Helsinki publica periódicamente el informe She Figures, que recopila estadísticas e indicadores sobre recursos humanos e igualdad de género en los ámbitos científicos. En la última edición, del año 2009, se observa que las mujeres continúan siendo una minoría en la investigación científica, aunque el porcentaje de investigadoras crece más rápidamente que el de hombres. La carrera académica de las mujeres continúa marcada por una notable segregación vertical: la proporción de mujeres estudiantes universitarias y graduadas es mayor que la de hombres, pero ellos las superan en cuanto se llega a niveles superiores. Un pequeño porcentaje de las instituciones dedicadas a la investigación o la ciencia de alto nivel están dirigidas por mujeres.

 

Las universidades y centros de investigación españoles poseen en este momento Direcciones para la Igualdad que trabajan en particular elaborando sus respectivos Planes de Igualdad. Sorprendente, ¿verdad? En pleno siglo XXI, parece que el tema de la igualdad entre hombres y mujeres debería estar superado. Cuando se habla de este tema, la opinión de alumnas –muchas– y de profesoras e investigadoras –bastante menos– suele ser del tipo: “A mí me tratan igual que a mi colegas varones”; “Yo nunca he sentido discriminación en la universidad por ser mujer”. El tiempo suele hacer que estos convencimientos cambien, sobre todo en las áreas científico-tecnológicas.

 

También el reconocimiento de los logros tiene mucho camino por andar. No una, sino varias veces, el premio Nobel a un descubrimiento científico ha dejado fuera la labor de una mujer, ensalzando en su lugar las aportaciones masculinas. Chien-Shiung Wu (1912–1997), doctorada en física nuclear, lo sufrió en sus carnes y no hace tanto. En 1957, el equipo de científicos con los que trabajaba logró demostrar que el