“Si la universidad no cambia la forma de pensar su oferta, le está dejando esa tarea al mercado”

Así lo aseguró Mónica Marquina, doctora en Educación Superior e investigadora de Conicet que participó de un encuentro con referentes del país, que se realizó en la UNCUYO. Dijo que el sistema debe ser flexible y de puertas abiertas. El desafío de incluir.

"Si la universidad no cambia la forma de pensar su oferta, le está dejando esa tarea al mercado"

Marquina repitió que flexibilidad, cambio y creatividad son palabras centrales para repensar el sistema. Foto: Prensa UNCUYO

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Verónica Gordillo

Publicado el 24 DE FEBRERO DE 2023

“Si la universidad no cambia la forma de pensar su oferta, le está dejando esa tarea al mercado, un mercado cambiante y poco inclusivo”. Con esas palabras, Mónica Marquina, doctora en Educación Superior e investigadora de Conicet, describió uno de los desafíos centrales del sistema. Dijo que es necesario dejar atrás la rigidez, ofrecer propuestas flexibles, que incluyan a más estudiantes y que les permitan concluir una etapa y volver a la universidad para capacitarse cuando lo necesiten, sin soltarles nunca la mano.

Marquina, que coordina los equipos de Educación de la Fundación Alem, que es un ámbito de formación de la Unión Cívica Radical, participó de un encuentro de referentes de universidades del país que se realizó en la UNCUYO.

Durante una pausa, la profesional habló con Unidiversidad y planteó los desafíos que enfrentan las universidades públicas del país. Repitió tres palabras a lo largo de la charla: flexibilidad, cambio y creatividad, ya que aseguró que sostener las viejas estructuras y ofrecer un camino único de carreras largas, sin analizar y pensar las necesidades de estudiantes en un mundo cambiante, solo llevará a que no ingresen o –si lo hacen– no concluyan su formación.

A lo largo de la charla, la investigadora también planteó que repensar la oferta académica y los modos de enseñar será beneficioso para todo el estudiantado, en especial para el de sectores más desprotegidos, ya que hoy, aseguró, un porcentaje bajo accede a la universidad y uno aún menor concluye las carreras.

 

Llegar y permanecer

¿Cuáles son las problemáticas y desafíos centrales del sistema universitario público?

Hay un tema permanente que es el presupuestario. También hay problemas de fondo que en muchos casos necesitan recursos, pero en otros quizás no tanto, que tienen que ver con lograr que los estudiantes que llegan a la universidad puedan permanecer y recibirse. Ahí hay todo un conjunto de problemas vinculados a cómo vienen los jóvenes del secundario, pero también a qué puede hacer la universidad una vez que estos jóvenes terminan el secundario para poder garantizarles ciertos trayectos de formación.

¿Cómo puede colaborar la universidad?

Las universidades públicas tienen la tradición de ofrecer carreras muy largas, entonces hay que revisar si realmente tienen que ser tan largas en carga horaria; hay otras opciones que quizás ampliarían la posibilidad para los jóvenes que hoy salen del secundario. Quizás no todos quieran hacer una carrera que dure seis años o más, entonces está la posibilidad de armar trayectos, carreras técnicas, de poder tener formaciones con titulaciones intermedias que les permitan salir al mercado de trabajo y luego volver y completar. Hoy el mundo está discutiendo un sistema de educación superior global donde los jóvenes y no tan jóvenes van a entrar y salir permanentemente al mercado de trabajo y volver a la universidad, porque cada vez se necesitan nuevas calificaciones y la universidad algo tiene para hacer en eso, no se lo puede dejar al mercado. Hoy hay muchos jóvenes que encuentran en el mercado esa capacitación; muchas empresas informáticas, Google u otras, ofrecen cursos muy cortos con salida laboral inmediata, que quizás en un año ya no sirven más. Entonces, si la universidad no cambia la forma de ofrecer, de pensar su oferta, le está dejando eso al mercado, un mercado cambiante y poco inclusivo, cuando es algo que las universidades pueden hacer y muy bien.

Marquina dijo que es necesario que la oferta educativa universitaria sea flexible y creativa frente a un mundo cambiante. Foto: Prensa UNCUYO

¿Existen estadísticas que permitan dimensionar esa necesidad de cambio?

Las cifras oficiales muestran que de los jóvenes que ingresan –calculando el tiempo teórico de duración de las carreras, que nunca es ese–, no llega al 20 % la cantidad que se recibe en el tiempo esperado. En ese 80 % que no termina, hay de todo: hay algunos que llegan más tarde y otros que abandonan en el camino; y esos que no terminan, en general, son los jóvenes que vienen de los sectores más vulnerables que, creyendo que con un título secundario podían llegar a la universidad abierta, pública y gratuita, se dan la cara contra la pared, porque se dan cuenta de que no tienen las competencias necesarias para avanzar. Y ahí la universidad puede hacer muchas cosas. La gran mayoría de los jóvenes de los sectores más vulnerables se queda en el camino, incluso no termina el secundario, y de los que terminan el secundario, son muy poquitos los que pasan a la universidad. Y si bien no hay datos exactos, sí podemos decir que las probabilidades de que un joven de sectores vulnerables termine en tiempo y con un título universitario es diez veces menor que los jóvenes que vienen de los sectores de mayores ingresos.

¿Qué mecanismos se pueden poner en marcha para lograr que chicos y chicas ingresen y permanezcan en el sistema?

Creo que hay mucho para hacer a nivel de la oferta de formación superior y curricular también, porque muchas veces las carreras tienen muchas correlativas que no dejan avanzar: si un joven no puede rendir una materia, pierde un año. La otra es ofrecer carreras cortas que luego podrán ser continuadas, pero que sean carreras con una salida laboral rápida, universitaria, de muy buen nivel. Quizás esos jóvenes necesitan eso para poder salir a un mercado de trabajo y recibir un salario digno. Y luego, pueden decidir si quieren continuar, pero no entrar a una universidad que les ofrece un camino único, superrígido, que en la práctica va a durar 7 u 8 años. Eso es impracticable para un joven de sectores de bajos ingresos.

¿Las universidades brindan respuestas?

Están de a poco haciéndolo, eso no significa que las viejas estructuras no sigan y que haya que trabajar en eso. Pasa que esas carreras, no sé hasta qué punto se las está pensando en un plan dinámico, que se abre, que se cierra; lo que significa, por ejemplo, contratar docentes a término y no armarles el cargo, y que cuando uno cierra la carrera, no se sepa qué hacer con esos docentes. Eso forma parte de un plan que dura años y que hay que pensarlo muy bien.

La investigadora del Conicet dijo que siempre es bueno que el sistema universitario de un país se extienda en la medida que sea para captar más estudiantes. Foto: Prensa UNCUYO.

 

Universidad de puertas abiertas

Usted habló sobre el problema que acarrean estudiantes desde la primaria y la secundaria porque no lograron competencias básicas. ¿Qué puede y debe hacer el sistema universitario?

La universidad puede hacer muchas cosas y ya viene haciendo, en lo que sería la transición, los momentos de socialización; hay programas, hay tutorías, hay muchas cosas. El problema de los saberes con los que llegan los jóvenes no hay manera de resolverlo si no hay cursos nivelatorios, remediales, que apunten a resolver eso. Quizás no es la función de la universidad, pero es una función social. Y proponerles a los jóvenes, sin irse de la universidad, otras opciones: carreras cortas, diplomaturas, cursos de oficios, otro tipo de posibilidades que les den alguna formación que les permita conseguir un empleo y no despegarse de la universidad. Siempre tener las puertas abiertas para que entren y salgan cuando lo necesiten para capacitarse más.

La investigadora del Conicet aseguró que el sistema también debe repensar los métodos de enseñanza. Foto: Prensa UNCUYO

¿Cuáles son las estadísticas nacionales que permitan dimensionar el problema?

Las estadísticas muestran, en promedio a nivel nacional, que el 40 % de los chicos de sexto grado no tiene las competencias básicas de lectura, escritura y cálculo. Entonces, si a los 11 años hay chicos que no saben leer, escribir y calcular adecuadamente, ¿cómo podemos esperar que en el secundario avancen, se reciban con un título de secundario que realmente sea válido y que vayan a la universidad? Es imposible. O sea que el problema tiene orígenes desde mucho antes en el sistema, y la universidad puede hacer cosas, pero también las puede hacer hasta un punto. Y a partir de ahí, ver qué otras posibilidades se les pueden ofrecer a jóvenes que seguramente no están para tener un título universitario de una carrera tradicional, pero pueden tener otro tipo de certificaciones válidas para salir a trabajar.

En los últimos años, el sistema universitario público se expandió. ¿Eso colabora para achicar las brechas, las diferencias?

Siempre es bueno que el sistema universitario de un país se extienda en la medida que sea para captar más estudiantes, de eso no hay duda. El problema es si hay un plan de crecimiento para eso, que implique saber dónde se necesita una universidad para enseñar qué, o para hacer qué y con qué recursos. Esa lógica es la que no se está llevando adelante en Argentina hace mucho tiempo: no hay un plan de crecimiento, sino que ese crecimiento se debe a las demandas de municipios, de diputados o senadores, de negociaciones o de problemas internos. ¿Creo que es necesario expandir? Claro, seguro, pero hay muchas formas de expandirse, que no significa necesariamente creando universidades; se pueden expandir las universidades que hoy existen, llegando a otro territorio, con lo virtual, con la articulación. Yo siempre digo que hoy, más que crear paredes, hay que crear puentes entre universidades.

 

Otros métodos de enseñanza

Usted planteó que el sistema necesita flexibilidad. ¿Eso también incluye la forma y los métodos de enseñanza?

Absolutamente, es difícil, pero se necesita pensar en métodos muchos más activos donde los jóvenes tengan un rol protagónico, donde no haya un docente que habla tres horas y el estudiante tome nota, sino que realmente se busque una enseñanza que logre efectivos aprendizajes, y eso es desde la experiencia, desde el análisis de problemas. Eso se atraviesa no solo en el aula, sino desde cómo están armados los cursos, los programas, que no sean disciplinarmente, sino por problemas, por casos. Es decir, eso implica cambiar un modelo pedagógico.

En esa necesidad de cambio, ¿qué se puede aprovechar del proceso educativo durante la pandemia?

La pandemia dejó de todo, porque recién hablábamos del modelo pedagógico más tradicional o más moderno, y eso también se replicó en la pandemia. Que haya tecnología no significa que hubiese docentes hablando en un Zoom tres horas, cuando antes lo hacían de manera presencial. Entonces, ahí está también la prioridad que la universidad aprovecha o no de esta oportunidad. Es decir, invertimos en tecnología, en hibridez, pero también veamos cómo invertir en capacitación docente que apunte a cambiar el modelo, las formas, las metodologías. Hay muchas universidades que lo están haciendo, muchas que no, y también depende de las disciplinas, porque es mucho trabajo hacer eso, pero justamente es lo tiene que hacer un docente o un equipo de docentes, o a veces, un equipo más especializado en la universidad que ayude a los docentes a pensar estas formas.

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