Un pedacito de Bolivia en Mendoza

La comunidad boliviana festejó el domingo el cierre del carnaval en el predio de la Feria del Trueque, en Colonia Bombal. Hubo desfile de comparsas, homenaje a la Pachamama, comidas y bailes típicos. 

Un pedacito de Bolivia en Mendoza

Especiales

Verónica Gordillo - Fotos: Axel Lloret

Publicado el 04 DE MARZO DE 2015


A 30 kilómetros de la Ciudad de Mendoza, en el predio de la Feria del Trueque en Colonia Bombal, hay un pedacito de Bolivia. El enorme predio, ubicado en Maipú, se colmó el domingo de colores, de risas, de olores, de familias campesinas que festejaron por segundo año consecutivo el cierre del carnaval, igual que lo hacían sus ancestros, igual que lo siguen haciendo sus parientes en su tierra natal.


El cierre del carnaval fue una fiesta. La oportunidad para que la gran comunidad campesina, boliviana que cultiva verduras en pequeñas parcelas, honrara a su cultura, a sus ancestros, a sus raíces.


Luego de días lluviosos, el domingo amaneció con un sol potente, un buen presagio para una fiesta al aire libre. Después del mediodía, las familias fueron llegando al predio ubicado en calle Don Bosco donde, además de un mercado cooperativo, los jueves y sábados funciona uno de los trueques que quedaron en pie. Aquí se intercambia ropa en buen estado y mercadería por hortalizas recién salidas del surco.


Rosemary Sandoval, la coordinadora de la Feria, da la bienvenida a los visitantes arrojando un puñado de papelitos de colores sobre sus cabezas. Esa es la forma, explica, de recibir a las personas, de desearles cosas buenas.


Al igual que muchos de los campesinos que trabajan las tierras de Colonia Bombal, Rosemary inmigró desde Bolivia. Cuenta que el mercado nació hace más de diez años, impulsado por los pequeños productores que no querían seguir vendiendo sus hortalizas a terceros y a precios muy bajos.


Muchos de los 200 campesinos que venden e intercambian las verduras y frutas que cultivan, forman parte de la comunidad boliviana en Mendoza, que aglutina a 30 mil personas, 172 mil de las cuales vive en Maipú, según datos del Censo 2010.


Colores y olores de Bolivia

Al ingresar al predio, llaman la atención el colorido y los olores que despiden las comidas típicas que preparan desde temprano las campesinas. Picante de pollo, chicharrón de chancho, sopa de maní, charqui de llama con mote, chicha morada y jugo de pelón son algunas de las delicias que se publicitan en los pizarrones y carteles de los puestos.


Margarita Almasán de Flor y Adelaida Aucachi son dos de las cocineras que ofrecen delicias a los visitantes. Hace más de 20 años que dejaron su tierra natal y se instalaron en Colonia Bombal, donde cultivan frutas y hortalizas con la ayuda de toda la familia. Los fines de semana venden comidas, que para ellas es otra forma de preservar su cultura.


Además de los puestos de comidas, están los que ofrecen las verduras de estación, como el de Marta Miranda, que con una ramita de albahaca detrás de la oreja atiende a sus clientes. Ella dejó su Tarija natal hace 11 años y se instaló en Lavalle, donde continuó con las mismas labores que hacía en el campo boliviano.


La del domingo fue una fiesta familiar donde todos disfrutaron: los padres, las madres, los chicos, chicas y los abuelos. Algunos participaron del encuentro del año pasado y otros, como Matías Mendoza, llegó por primera vez con su esposa, María Sandoval y los pequeños Alexio, Luis y Brian, para festejar el cierre del carnaval.


El animador de la fiesta fue Osvaldo Arce, el mismo que todos los productores escuchan a través de Radio Bolivia (97.9) y al que conocen como el cholito potosinoArce fue uno de los organizadores de la fiesta. Contó que su máxima aspiración era preservar la tradición del cierre del carnaval autóctono, tal como aún lo hacen los campesinos en Bolivia, con comparsas, bailes y honras a la Pachamama.


Los mesones de los puestos se fueron poblando. Las familias degustaban las especialidades de su tierra, mientras escuchaban canciones típicas.


En este pedacito de Bolivia que hay en Maipú, la bebida oficial no es el vino sino la cerveza o la chicha. Para jugar al carnaval, los chicos y chicas no usan bombitas sino espuma, que se tiran hasta quedar blancos.


En este pedacito de Bolivia, la mayoría de los campesinos es bilingüe. Hablan castellano, pero también quechua y algunos hasta se animan a recitar poemas en la lengua de sus ancestros, para agasajar a los visitantes.


Arce animaba a los presentes: les pedía que los chicos le tiraran espuma a las chicas, que se persiguieran para ver quién terminaba más lleno de espuma. Las mamás limpiaban presurosas los ojos de los más chiquitos, para que pudieran seguir corriendo y disfrutando de la fiesta.


Después del almuerzo, y pese al sol impiadoso, muchas parejas se animaron a bailar. Sus pasos levantaban polvareda en el piso de tierra, al ritmo de los sonidos típicos y de las expresiones musicales de las nuevas generaciones.


Al baile le siguieron los números musicales. El locutor invitó a subir al escenario a la cholita Gilda, que cantó cuatro temas.


Ya entrada la tarde llegaron las comparsas de campesinos. Mujeres y varones lucían una corona de ramas de albahaca y alzaban las banderas de su agrupación. Ellas, ataviadas con las típicas faldas de colores, y ellos, con sencillas ropas campesinas, desfilaron en medio del público, al son de las anatas (flautas).


El desfile de las comparsas fue incesante. Bailaron los hombres y mujeres de Los Chicheños, de Unión San Lorenzo, de San Carlos; Los Dapchiquira, de Potosí; Los Tambileños, de Chuquisaca, y Los Tigres de San Bartolomé, entre muchas otras.


Los integrantes de la comparsa Unión de San Lorenzo, de San Carlos, llegaron bailando hasta el escenario y agasajaron al locutor con un collar en el que colgaban las verduras y frutas de la tierra. De sus hermosas carteras bordadas, sacaron papelitos para dar la bienvenida y cohetes, que encendieron, para alegrar la tarde.


Sandra Cristina Lamasaque dirige esta comparsa que llegó desde San Carlos. Para ella, el carnaval es una fiesta, la oportunidad de divertirse en medio de las labores diarias. 

En las comparsas no hay límite de edad: desfilan desde los abuelos hasta los nietos. Claudio Beizaga (19) muestra los pasos del caporal y cuenta que su sueño es conservar las costumbres de su papá, que es boliviano.


Dueños de la tierra

El locutor de la fiesta, Osvaldo Arce, conoce a su comunidad y lucha para que no dejen de lado sus raíces. Cuenta que muchos bolivianos se instalaron en Colonia Bombal, que primero alquilaron las tierras pero que ahora son dueños de las propiedades. Osvaldo explica que la mayoría de sus coterráneos son campesinos, aunque otros tienen negocios de venta de comida o de ropa.


Para el locutor, pese a los avances que se dieron en los últimos años, aún existe discriminación de los criollos (como llaman a los argentinos) hacia los bolivianos. Asegura que eso se nota en el trato diario, en el barrio, en la escuela, en la calle.


Irenea Hilarión comparte esa idea. Esta argentina, hija de padres bolivianos, cuenta que aún son discriminados, pero asegura que las nuevas generaciones tienen otra cabeza, más libre, a la que interesa más el ser humano que de dónde viene.

Mientras Irenea insistía en la importancia de mantener las tradiciones, la fiesta seguía. Los chicos y chicas correteaban, al tiempo que los mayores bailaban al ritmo de las comparsas. Disfrutaban de su fiesta e invitaban a otros a disfrutarla, en este predio mendocino donde siempre hay un pedacito de Bolivia.

Fuente: Edición UNCUYO

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