Una prisionera ejemplar

Ana María Florencia Aramburo brindó un largo y detallado testimonio sobre su detención y su paso por diferentes centros clandestinos, como la Policía Federal, el D2 y la Penitenciaría de Mendoza.

Una prisionera ejemplar

En el TOF 1, Ana María Florencia Aramburo presenta su testimonio.

Derechos Humanos

Unidiversidad

Guadalupe Pregal

Publicado el 11 DE MARZO DE 2015

Ana María trabajaba en el Ministerio de Servicios y Obras Públicas y en el Sindicato Argentino de Televisión, y estudiaba abogacía. No tenía una militancia directa con los movimientos políticos de la época, sino que participaba en algunas actividades del Frente Antiimperialista del Socialismo (FAS) que se realizaban en el Parque General San Martín y colaboraba con exiliados chilenos. “En el 74 yo había ayudado y participado de la solidaridad a los chilenos que venía huyendo de la represión por el golpe a Salvador Allende”.

En 1975 fue testigo de un allanamiento a una reunión que realizaba un artista chileno. A partir de ese momento fue víctima de amenazas, persecuciones y, finalmente, del secuestro por parte de fuerzas de la Policía Federal. “A mí, empezaron a violentarme la gavetita, a dejarme algunos mensajes amenazantes: 'Tené cuidado, que te vamos a agarrar'. Yo me asusté bastante en esa época. Si bien no estaba el golpe, tuve mi gran susto por el allanamiento que había presenciado yo, que todos quedaron presos” explicó Aramburo.

Luego del allanamiento se mudó a Buenos Aires donde formó pareja con Ernesto Ángel Defant, padre de su primera hija. Juntos volvieron a Mendoza, donde él estaba radicado. “Allá me entero (sic) de que una de las personas que yo había conocido justamente en el FAS, que es Oscar Orlando Bustamante, había caído preso. Estaba repartiendo volantes y trata de escapar, le dan un tiro en la cabeza y dos tiros en el glúteo, que por suerte no le llevó la vida. Posteriormente, sí le llevaron dos hermanos desaparecidos, que hasta el día de hoy estamos esperando dónde están”.

En Mendoza decidieron trabajar como artesanos para evitar mostrarse tanto en público; junto a su pareja pusieron un local de venta en la calle Bandera de los Andes, Guaymallén. El mismo estaba a la vuelta de la Comisaría 25.°. Tras el golpe del 24 de marzo de 1976, decidieron cerrar el local. “La cuestión es que a los dos o tres días de que nosotros nos fuimos de ese taller, que era abierto al público, allanan en ese taller”. Tras este segundo episodio se mudaron a Buenos Aires, donde ella tuvo a su primera hija, Silvia Laura Defant. Tras separarse de su pareja, regresó a Mendoza a fines de 1978.


El secuestro

Para 1979, Ana María intentaba retomar su relación con Defant por su hija, por lo que junto a su suegra, Silvia Reccia de Defant, se dirigieron hacia la estación de tren. “Estamos caminando por la calle Las Heras, a punto de doblar para la estación, y viene desde la calle Perú un auto particular, blanco, y se para delante de nosotros que estábamos justo por cruzar. Se paran delante de nosotros, se bajan cuatro personas, nos meten adentro del auto, dan la vuelta y nos llevan a la Policía Federal de Mendoza, que está en la calle Perú”, relató Aramburo. “Iba el auto de civil y ellos de civil, no iba ninguno uniformado. No iba con su hija: “Por suerte la había dejado con otra persona para no hacerla caminar tanto, por suerte no iba con mi hija”.

“Yo veo que a mi suegra la meten en una piecita, la sientan en una sillita y a mí me llevan para otra oficina. A mí me pasan por varias piezas haciéndome preguntas. (…) Era el 6 de marzo, estaba por venir Vendimia, llevaba unos jeans y una remera de manga corta. La cuestión es que se acerca una persona, me dice que es el delegado, no me dice su nombre, por supuesto, pero que era el delegado de la Federal. Era una persona alta, medio rubia, buen aspecto. Y me llevan a una pieza de más atrás, entonces allí me desvisten, me hace tirarme al suelo, directamente al suelo, totalmente desvestida, y manda a traer la picana”, describió Ana María.

En la dependencia de la Policía Federal fue interrogada y la mantuvieron secuestrada por unos días. Al ser retirada de su celda, la llevaron junto a un grupo de hombres que la buscaban para trasladarla. “Eso fue aproximadamente el 13 o 14 de marzo”, recordó Aramburo. La Policía Federal le hizo firmar su libertad al tiempo que la entregaban a los policías del D2, que la llevaron sin vendar.

“Ese día o al día siguiente, no recuerdo, me llevan a interrogación a una sala de tortura, creo que bajábamos. La persona que me llevaba me golpeaba, me tiraba los pelos, además era muy mal trato”, explicó la testigo. Relató que no siempre tenía la venda puesta pero que cuando la iban a buscar para llevarla a interrogar le hacían darse vuelta, ponerse la venda y, por la mirilla de la puerta, chequeaban. “Entonces, un día se me ocurrió no ponerme la venda y estar de frente a la puerta, y cuando abrió la puerta lo vi de cuerpo entero, que es la persona que obra en autos que yo reconozco perfectamente”, afirmó Aramburo.

En la sala de torturas le pidieron que se desvistiera, a lo que ella se negó. Entonces escuchó que una voz muy grave le dijo: “No la vamos a violar, solamente la vamos a torturar”. Fue sometida a golpes y picana eléctrica en varias ocasiones. La testigo relató: “Así me sacaron dos o tres veces. Ya las segunda y tercera sesiones fueron más suaves, más suaves en el sentido de que la picana fue más suave, las preguntas no eran tan irreales. Eran surrealistas las preguntas que me hacían, realmente”.


Las idas y vueltas

Luego fue trasladada a la Penitenciaría Provincial. “Ahí me dicen: 'No puede hablar con nadie', me dejan incomunicada en una celdita. Había otras presas políticas que, a pesar de la prohibición, sí se acercaron a la celda como para solidarizarse conmigo. (…) Estoy unos días, pocos días, y habré llegado el 20, 21, 22 de marzo a la Penitenciaría Provincial. Me tiene ahí con el resto y de pronto me dicen: 'Van a ser trasladadas a Devoto'”. Luego de un infructuoso viaje, quedó nuevamente incomunicada en Devoto.

Pasados unos meses, fue trasladada a Aeroparque, donde, en plena madrugada, le hicieron abordar un pequeño avión que la trajo nuevamente a Mendoza. “Cuando me sacan la venda, ya en un lugar, veo las puertas de la Penitenciaría Provincial, que en ese momento, vaya paradoja y cosa espantosa, me pareció que era algo conocido, algo familiar, como que volví a mi casa".

A los días la sacaron de la Penitenciaría para trasladarla al D2. “Me hacen pasar, me vendan, me tapan la cabeza, me hacen tirar en un suelo, en el suelo de un auto, en la parte de atrás. Me tapan con unas mantas y empieza el auto a dar vueltas como dos o tres horas, con permanentes amenazas de muerte: 'Ahora te vamos a hacer boleta'; 'Ahora te vamos a matar”. Yo realmente, como no le encontraba sentido a que me sacaran así, creía verdaderamente que me iban a matar, hasta que ingresa por un terreno que, por el oído, por las circunstancias, me doy cuenta de que nuevamente estaba en el D2. Me meten en una pieza que la recuerdo muy bien, porque vuelvo a sacarme la venda cuando me dejan sola, con unas grandes tuberías arriba. Lo que más me impresionó fueron las paredes, porque las paredes estaban manchadas de rojo y yo estimé que podía ser sangre, porque sabía que había compañeros que estaban desaparecidos, que habían desaparecido. Y bueno, me impresionaron mucho esas manchas rojas, como de sangre, salpicaduras u algunas chorreaduras”, recordó Ana María. Fue regresada a la Penitenciaría cerca de las 2.00. Aramburo explicó que en esa ocasión la Cruz Roja Internacional visitaba por primera vez el Penal.

El 5 de septiembre la sometieron a Consejo de Guerra. “El día 6 de septiembre llega la CIDH a la Argentina y el día 7 me llaman para condenarme. Me condenaron a 8 años de prisión”, afirmó. Al tiempo le iniciaron una causa en la Justicia Federal, en el marco de la Ley 20840. Fue llevada a las oficinas de los Tribunales Federales que funcionaban en la calle Las Heras, pero Aramburo se negó a presentar declaración indagatoria por falta de garantías y por la negativa a contar con abogado defensor.

Al tiempo, junto a otras compañeras, fue trasladada a Devoto. Allí fue visitada por Gabriel Guzzo, quien era juez en su causa, y por Guillermo Max Petra Recabarren, que oficiaba de defensor, y declaró. Aramburo recordó que Petra Recabarren le aconsejó que no declarara sobre lo sucedido en el Consejo de Guerra y Guzzo se negó a tomarle declaración sobre lo actuado en el Consejo, alegando que no estaba relacionado con la causa federal. “Cierto es que cuando yo quería declarar lo del Consejo de Guerra, no me apoyaba porque eran Guzzo y él, como que actuaban de común acuerdo”, dijo Aramburo.

En Devoto permanecía incomunicada, por lo que le informó al juez Guzzo que iba a interponer un recurso de amparo por las condiciones en las que se encontraba en Devoto. El magistrado levantó la incomunicación. Entonces envió varias cartas al Cels y también a su familia.

“El doctor Guzzo me condena en primera instancia a un año de prisión. Yo apelo y la Cámara me absuelve, y la Cámara en su sentencia dice que yo he estado seis meses desaparecida. Eso lo dice la sentencia de Cámara donde me absuelven, es decir que el manejo es muy raro”, afirmó Aramburo.

Su condena de ocho años fue conmutada y, a raíz de la sentencia de Cámara, Ana María Aramburo recuperó su libertad el 24 de marzo de 1982. “Es decir que estuve casi cuatro años, un poquito menos”.


Un ejemplo de prisionera

Ana María Aramburo explicó que en varias ocasiones le dijeron que ella estaba para ser mostrada a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. “En el 79, es (…) el año que iba a venir por primera vez al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Digo esto porque, tanto personal militar con, en algún momento, no sé si policía o alguien más, me dicen que a mí me van a poner de ejemplo de que a los detenidos no se los mataba sino que se les hacía un juicio, y ahí estaba yo para ser mostrada”, explicó.

Aramburo contó que la segunda vez que la llevaron al Consejo de Guerra le dijeron: “No, aquí usted está para la CIDH, para mostrarla para la CIDH”. También recordó que cuando le habló a Petra Recabarren sobre lo que había vivido en el Consejo de Guerra, el magistrado le dijo: “Mire, y sin embargo de todos los Consejos de Guerra que yo he visto, el suyo, formalmente, es el más cuidado”, a lo que concluyó: “Es decir que era lógico, estaba hecho para la CIDH”.

Fuente: Edición UNCUYO

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