Charlie Hebdo: dos miradas sobre el horror

El semanario francés Charlie Hebdo recibía regularmente amenazas por caricaturas políticamente incorrectas y sus burlas a políticos y religiones. El ataque del que fue objeto que dejó 12 muertos y privó a Francia de cuatro figuras centrales del panorama periodístico: los dibujantes Charb, Cabu, Tignous y Wolinski. El diario Página/12, en su edición de hoy, ofrece dos análisis que condenan lo ocurrido en Francia.

Charlie Hebdo: dos miradas sobre el horror

Internacionales

Unidiversidad

Edición UNCUYO

Publicado el 08 DE ENERO DE 2015

La publicación, fundada en 1969 con una linea de izquierda libertaria, se destaca por sus ilustraciones y sus crónicas humorísticas, con ocasionales reportajes de investigación sobre el catolicismo, las sectas, el islamismo, el judaísmo, la política y la cultura.

El director de la publicación, Stephane Charbonnier, "Charb", había declarado dos años atrás al diario Le Monde que era plenamente consciente del riesgo que corría, y que prefería "morir de pie que vivir de rodillas". Nacido en 1971 en Conflans-Sainte-Honorine, al noroeste de París, vivía bajo protección policial desde 2011, cuando la sede del semanario fue incendiada tras la publicación de varias caricaturas de Mahoma. Antes de tomar la dirección de Charlie Hebdo, que recientemente se había instalado en el distrito XI, en la proximidad de las plazas de la Bastilla y la República, Charb había colaborado con L'Echo des savanes, Télérama, Fluide glacial y L'Humanité, órgano del Partido Comunista francés.

Génesis del terror (Atilio A. Borón)

El atentado terrorista perpetrado en las oficinas de Charlie Hebdo debe ser condenado sin atenuantes. Es un acto brutal, criminal, que no tiene justificación alguna. Es la expresión contemporánea de un fanatismo religioso que –desde tiempos inmemoriales y en casi todas las religiones conocidas– ha plagado a la humanidad con muertes y sufrimientos indecibles. Los políticos y gobernantes europeos y estadounidenses se apresuraron a manifestar su repudio ante la barbarie perpetrada en París. Pero parafraseando a un enorme intelectual judío del siglo XVII, Baruch Spinoza, ante tragedias como esta no hay que llorar sino comprender. ¿Cómo dar cuenta de lo sucedido? La respuesta no es simple porque son múltiples los factores que la precipitaron. No fue la obra de un grupo de fanáticos que, en un inexplicable rapto de locura religiosa, decidieron aplicar un escarmiento ejemplar a un semanario que se permitía criticar ciertas manifestaciones del Islam. Esta conducta debe ser interpretada en un contexto más amplio: el impulso que la Casa Blanca le dio al radicalismo islámico desde el momento en que, producida la invasión soviética en Afganistán, la CIA determinó que la mejor manera de repelerla era estigmatizando a los soviéticos por su ateísmo y potenciando los valores religiosos del Islam. La Agencia era en esos momentos dirigida por William Casey, un fundamentalista católico, y bajo la administración Reagan tuvo a su cargo la promoción, entrenamiento y financiamiento de Al Qaida, bajo el liderazgo de Osama bin Laden. Cuando en 2011 se consumó el fracaso de la ocupación norteamericana en Irak, Washington intensificó sus esfuerzos para estimular las guerras sectarias dentro del país con el objeto de debilitar a los chiítas, aliados de Irán, y que controlaban el gobierno iraquí. El resto es historia conocida: reclutados, armados y apoyados diplomática y financieramente por Estados Unidos y sus aliados, los radicales sunnitas terminaron por independizarse de sus promotores, como antes lo había hecho Bin Laden, y dieron nacimiento al Estado Islámico y sus bandas de criminales que degüellan y asesinan infieles a diestra y siniestra. En su afán por desarticular los países de Medio Oriente, Occidente aviva las llamas del sectarismo religioso.

Por eso la génesis de este crimen es evidente, y quienes promovieron el radicalismo sectario no pueden ahora proclamar su inocencia ante la tragedia de París. Horrorizados por la monstruosidad del genio que se les escapó de la botella el 11-S, en su criminal estupidez declararon una sorda guerra contra el Islam en su conjunto. Y sus pupilos responden con las armas y los argumentos que les fueron dados desde los años de Reagan. Aprendieron después con los horrores perpetrados en Abu Ghraib y las cárceles secretas de la CIA; de las matanzas perpetradas en Libia y el linchamiento de Khadafi, recibido con una carcajada por Hillary Clinton, y pagan con la misma moneda. Resulta repugnante narrar tanta inmoralidad e hipocresía. Sobre todo si se recuerda la complicidad de quienes ahora se rasgan las vestiduras y no hicieron absolutamente nada para detener el genocidio perpetrado hace pocos meses en Gaza. Claro, dos mil palestinos, varios centenares de ellos niños, son nada en comparación con doce franceses.

La lógica que hay detrás ( Martín Granovsky)

Es obvio que no hay derecho a matar. Es obvio que hay derecho al humor.

Es obvio que la libertad de expresión es uno de los derechos individuales y colectivos más preciados.

Es obvio que ni siquiera el sentimiento de haber recibido la peor ofensa puede desembocar en el asesinato.

Es obvio que no es momento de comparaciones, porque cada muerte es absoluta en sí misma y quien diseñe un ranking corre el riesgo de terminar justificando la matanza, como sucedió el 11 de septiembre de 2001 cuando unos pocos en el mundo creyeron que era de izquierda relativizar la gravedad del ataque a las Torres Gemelas.

Y es obvio que, aun en medio de la indignación y el dolor, sería bueno superar algunas otras obviedades. No las esenciales, que tienen que ver con la vida y la muerte, sino las que subyacen debajo de los análisis más simplotes.

Parece evidente, por los primeros resultados de las investigaciones policiales francesas, que no se trató de una venganza de musulmanes indignados con los dibujos de una revista sino de una acción planificada. Y una acción programada siempre tiene una lógica política a desentrañar.

Suena razonable pensar que los jefes del comando, porque los comandos suelen tener jefes, pudieron haber actuado según el viejo criterio de seleccionar un blanco que, una vez destruido, sirva para sembrar terror. Terror sobre todos. Terror en las calles de París y en el Metro de París. Más allá de la vigilancia, la redacción de Charlie Hebdo era un blanco fácil. No se trataba de un cuartel sino de una redacción. Además, pudieron haber pensado los jefes del comando, atacarlo con éxito generaría un enorme impacto nacional e internacional. Si esa fue la lógica, el operativo logró enviar los mensajes que se proponía.

Mensaje número uno: de nuevo le puede tocar a cualquier país, inclusive a un país poderoso.

Mensaje número dos: la muerte por comandos le puede llegar a cualquier persona. No es preciso ser soldado.

Mensaje número tres: los comandos están en todos lados, en primer lugar entre los hijos de los inmigrantes miserables llegados de las excolonias del Magreb.

Mensaje número cuatro: no usar suicidas supone un despliegue logístico mayor, porque los jefes deben considerar la retirada, el escondite y la fuga. Es una exhibición de poder.

La mayoría de las sociedades europeas no está preparada hoy políticamente para recibir estos ataques y prevenir agresiones futuras o repelerlas. Hay dos formas de razonar ante hechos como el de ayer. Una, la más sabia, es pensar que la organización de comandos requiere dinero, una red y audacia pero pocos hombres, y por lo tanto el asesinato en nombre del Corán no puede ser utilizado para responsabilizar a todos los musulmanes o a todos los inmigrantes y a sus hijos nacidos en Europa. Otra, para nada sabia pero en crecimiento, como lo muestra la expansión de la ultraderecha en Francia, el Reino Unido, Grecia o Dinamarca, es pensar que el Islam es genéricamente el enemigo a derrotar. Esta segunda forma les serviría a los jefes del comando para enriquecer su lógica de guerra y espiralizar la violencia.

Los asesinatos como el de Charlie Hebdo nunca tienen justificación moral ni humana pero sí contextos.

Un factor es la guerra sin fin en Medio Oriente.

Otro factor es la dilación en una salida para el problema palestino que, naturalmente, contemple el derecho de Israel a existir sin ser agredido.

Un tercero es la escalada de fenómenos como Estado Islámico, a su vez enfrentados por Washington, Londres y París, en este último caso con 1300 soldados y oficiales, quizás con el mismo resultado de la intervención en Irak, que puso fin a una dictadura y abrió otra caja de Pandora llena de dinamita.

El cuarto, como ocurrió con Al Qaida desde sus orígenes, es la dinámica que adquieren, una vez lanzadas cuesta abajo, fuerzas que en un principio fueron alimentadas para combatir a otras. Al Qaida, para pelear contra los soviéticos. Fracciones de Estado Islámico entrenadas en Siria, para cumplir con proyectos sauditas de desestabilización en el área petrolera más caliente del planeta.

El quinto factor es el crecimiento del fundamentalismo teocrático y, en su interior, el aumento en la intensidad de los grupos violentos.

Puede imaginarse que un mundo menos desigual y con menos conflictos abiertos haría aún más injustificables, y por lo tanto más débiles, a las estructuras que preparan comandos de la muerte con alcance global. Esto también es obvio.

Fuente: Página 12

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