Cuarenta años después, el pasado 8 de mayo comenzó el juicio por los fusilamientos ocurridos en la Base Almirante Zar. Allí 16 militantes que habían sido recapturados luego de un intento de fuga del penal de Rawson fueron salvajemente asesinados por integrantes de la Armada, en un caso que fue el principio de la represión y la muerte que llegaría en 1976.
Han pasado 40 años, y sin embargo, cuando
Fernando Vaca Narvaja desciende en el aeropuerto de Trelew, siente que el
corazón se le estruja. No puede evitar recordar a su compañera de entonces,
Susana Lesgar, que no corrió con la suerte del ex número 2 de Montoneros y fue
recapturada después de la fuga del 15 de agosto de 1972.
“Aquella vez me pude despedir de mi
compañera con un beso cuando subí al pabellón de las mujeres. La tengo presente
a esa última sonrisa. Tampoco me voy a olvidar cuando uno miraba desde la
ventanilla del avión y nos alejábamos”, dice, en una entrevista con el diario
Perfil.
Vaca Narvaja vuelve porque la justicia
avanza. Lenta, en este caso, pero avanza. Va a formar parte de la primera de
las audiencias por los fusilamientos de 19 de sus compañeros, con los cuales
había tratado de huir de la cárcel de esa ciudad.
Los perros de la muerte asesinaron
salvajemente a Rubén Pedro Bonet, Jorge Alejandro Ulla, Humberto Segundo
Suárez, José Ricardo Mena, Humberto Adrián Toschi, Miguel Angel Polti, Mario
Emilio Delfino, Alberto Carlos Del Rey, Eduardo Campello, Clarisa Rosa Lea
Place, Ana María Villarreal de Santucho, Carlos Heriberto Astudillo, Alfredo
Elías Kohon, María Angélica Sabelli, Mariano Pujadas y Susana Lesgart.
"En el caso de Antonia Berger, Alberto
Miguel Camps y Ricardo René Haidar no lograron el resultado de muerte, ya que
fueron heridos gravemente y actualmente están desaparecidos en hechos
posteriores al relatado”, según puntualiza la elevación a juicio.

“Adonde
vayan los iremos a buscar”
El juicio oral por la "Masacre de
Trelew", se inició en el Centro
Cultural "José Hernández" de la ciudad de Rawson cuatro décadas después de los hechos,
sucedidos el 22 de agosto de 1972 en la base naval Almirante Zar.
En la sala estuvieron, además, cinco de los
siete imputados: Luis Emilio Sosa, Emilio Jorge Del Real, Carlos Marandino,
Jorge Enrique Bautista y Rubén Paccagnini.
En cambio, Horacio Alberto Mayorga no estará en el banquillo por haber sido declarado inimputable por motivos de salud y Roberto Guillermo Bravo, si bien
está imputado, no será parte del juicio porque no se logró su extradición desde
Estados Unidos, donde se radicó poco después de los hechos de 1972.
En la recorrida realizada durante una de
las audiencias, Bautista, el único de los imputados que se hizo presente,
aseguró que “en principio fueron 7 los
que sobrevivieron al tiroteo. Pero cuatro fallecieron en la sala de enfermería
de la base. Algunos de ellos desangrados”. Las declaraciones del sumariante de 87 años que
camina ayudado con un bastón, no aportan demasiada claridad pero acentúan las
contradicciones de la versión militar. “Había
más cadáveres en la parte de adelante que en la de atrás del pasillo. Es que
atrás era donde estaban los que lograron sobrevivir. Y ya habían sido retirados
a la enfermería para ser atendidos. De todas maneras supe enseguida que cuatro
de ellos habían muerto”, dijo Bautista.
En otra indagatoria ante el juez
Guanziroli, Bautista afirmó además que fue enviado luego de los hechos por el
mismo presidente de facto, Agustín Lanusse para investigar una supuesta fuga de los reclusos de la base
Almirante Zar, y un tiroteo que terminó con la muerte de varios de ellos.
Otra vez contradiciendo la versión oficial,
y aunque avaló la hipótesis de la fuga, el acusado aseguró que nunca se dio un
intercambio de disparos. “Depende de lo que entendamos por tiroteo. Acá no hubo
tiros de los dos lados, no hubo tiroteo", aseguró.
El entonces sumariante, ratificó el sumario
de 1972 para el que interrogó a los marinos acusados por las muertes y les
creyó todo, mientras que, tras cumplir igual trámite con los sobrevivientes, opinó
que Ricardo Haidar y Alberto Camps le dijeron que los 19 presos habían sido
fusilados con metralletas PAM y en su mayoría rematados con tiros de gracia de
pistolas calibre 45, lo mismo que sostuvieron en otras declaraciones ulteriores,
hasta ser detenidos-desaparecidos.
Estos datos son de vital importancia para
la fiscalía y para la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, porque
determinan que estos hechos puedan catalogarse como delitos de lesa humanidad.
Sólo así se podrá hablar de la existencia de la imprescriptibilidad de los
crímenes y, por ende, probar los diferentes grados de responsabilidad de los
acusados.
La investigación de los fusilamientos
comenzó con la denuncia de los Alberto Pedroncini y David Baigún, presentada en
2005 ante la Justicia Federal porteña. “Entre la documentación que presentaron
figura un manual de reglamentos del Ejército elaborado en 1968 y que rigió
desde entonces, la mayoría firmados por el entonces jefe del Ejército Agustín
Lanusse, que describen mecanismos psicológicos, operaciones antisubversivas,
exterminio del elemento subversivo, operaciones contra la guerrilla urbana”,
apunta Germán Kexel, abogado de la Secretaría en un reportaje concedido a
Página 12.
Resulta determinante comprobar a partir de
estos hechos que el genocidio argentino que se profundizó a partir de 1976, no
empezó de un día para otro, sino que se venía trabajando desde hacía varios
años.
La
historia abre las puertas de las celdas y de la memoria
La ex Base Almirante Zar no es lo que era.
Luce blanca, iluminada, ya no tiene calabozos. Fueron derribados después de los
hechos de hace 40 años.
Pero no era así entonces. El frío invierno
del 72 calaba los huesos de los militantes que después de entregarse a los
militares luego del intento de fuga del penal de Rawson, fueron trasladados a
la Base bajo la promesa de un juicio justo.
La rendición fue pactada en el viejo
aeropuerto de Trelew, adonde 19 militantes no llegaron a tiempo para alcanzar
el avión que los trasladara a Chile. Sólo seis de ellos, Mario Roberto Santucho,
Marcos Osatinsky , Fernando Vaca Narvaja, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán
Merlo y Domingo Menna, lograron huir.
Al ver frustradas sus posibilidades, los evadidos ofrecieron una conferencia de
prensa y entregaron sus armas sin oponer resistencia ante los efectivos
militares de la Armada que mantenían rodeada la zona, solicitando y recibiendo
públicas garantías para sus vidas en presencia de periodistas y autoridades judiciales.
Una patrulla militar bajo las órdenes del
capitán de corbeta Luis Emilio Sosa, segundo jefe de la Base , fue el encargado
del traslado de los prisioneros hacia ese destino, y no a la cárcel de donde
habían escapado, aduciendo que en ese lugar no estaban dadas las condiciones
para garantizarles seguridad.
Inmediatamente llegados al nuevo lugar de
reclusión, las cosas comenzaron a empeorar. El juez Alejandro Godoy, el
director del diario Jornada, el subdirector del diario El Chubut, el director
de LU17 Héctor "Pepe" Castro y el abogado Mario Abel Amaya, quienes
acompañaban como garantes a los detenidos, no pudieron ingresar con ellos y debieron
retirarse.
Después de varios días de reclusión,
sometidos a condiciones infrahumanas, la noche del 22 de agosto sobrevino la
masacre. Sosa, Bravo, Del Real y un
cuarto oficial ya fallecido de apellido Herrera "se presentaron en el
lugar de detención", según relata el requerimiento de elevación a juicio
formulado por la fiscalía.
"Encontrándose como guardia el cabo
Marandino, se les ordenó a los detenidos que doblaran sus mantas y sacaran los
colchones para que los dejaran en el extremo del pasillo por donde se ingresaba
a dicho sector, luego de lo cual se los hizo formar en fila en el
pasillo".
Les ordenaron luego que se formaran
"algunos orientados hacia el ingreso del mismo y otros hacia las celdas de
enfrente", con la vista hacia el suelo, "tras lo cual junto con los
otros oficiales y suboficiales abrieron fuego contra los detenidos",
consigna el mismo texto.
Como consecuencia de la lluvia de disparos
o de los tiros de gracia fallecieron 16 de los 19 prisioneros fusilados.
Según la prensa de la época, Horacio Mayorga, viajó hacia la zona tras la
matanza y pronunció un discurso ante sus camaradas que transparentó el
pensamiento de la fuerza en torno al cruento episodio. "No es necesario
explicar nada. Debemos dejar de lado estúpidas discusiones que la Armada no
tiene que esforzarse en explicar. Lo hecho bien hecho está. Se hizo lo que se
tenía que hacer. La muerte está en el plan de Dios no para castigo sino para la
reflexión de muchos", dijo textualmente ante la tropa. Mayorga, hoy
declarado inimputable.
El diputado nacional del Frente para la
Victoria e hijo de desaparecidos Horacio Pietragalla, sintetiza el pensamiento
de todos los que buscan en esto un nuevo paso hacia la verdad y la justicia. “El
juicio se da en un marco histórico. Hay
que tener en cuenta que se tardaron 40 años en procesar a los fusiladores, por
lo que tiene relevancia histórica. Además hay que tener en cuenta que los
fusilamientos fueron antes que la dictadura del 76, pero lo mismo son considerados
ahora como delitos de lesa humanidad, más allá de los años que hayan pasado. Es
importante saber que Trelew fue un punto de inflexión, en el que se marca lo
que vendría después. Por eso me parece que esto es algo que el pueblo de
Trelew, los argentinos y los familiares nos merecíamos, como una manera de
encontrar justicia”.