La publicación por parte de la revista Muy de fotografias del cuerpo de Angeles Rawson entre la basura del CEAMSE fue la gota que rebosó el vaso de una cobertura periodística centrada en el morbo y el sensacionalismo. Muy lejos de la información periodística de calidad, enfocada en la responsabilidad social de la comunicación, los medios nacionales martillan las retinas y oídos, desde hace más de dos semanas, con detalles y especulaciones innecesarios para comprender este posible feminicidio. Edición UNCuyo, reproduce el texto de Comunicar Igualdad.
Como dijimos en este mismo espacio hace unos días,
los asesinatos de mujeres no son privativos de la Ciudad
de Buenos Aires, aunque para los medios nacionales pareciera que el de Ángeles Rawson fuera un caso único, que por eso merece la atención
permanente. Según los datos que releva cada año el Observatorio Maricel Zambrano de la Asociación Civil La Casa
del Encuentro, en base al reporte que hacen de los feminicidios los
mismos medios de comunicación de todo el país, en el año 2012 fueron
sido asesinadas al menos 255 mujeres por razones de género, es decir por
el hecho de ser mujeres. De esos feminicidios, 13 ocurrieron en la
ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo, con el asesinato de Ángeles Rawson hubo un ensañamiento
especial. En la mencionada columna de hace unos días esbozamos algunas
hipótesis sobre el porqué de esta atención mediática sobre un caso
ocurrido en un barrio céntrico de la ciudad. En esta, nos vamos a detener
en cómo fue esta cobertura hasta que se llegó al clímax del viernes último con las publicaciones de Muy.
Hay cada vez más probabilidades de que el asesinato de Ángeles Rawson
sea un feminicidio, pero todavía la justicia no dio su opinión al respecto,
con lo cual una buena práctica periodística sería no hablar aún de un asesinato por razones de género.
Si el asesino finalmente es el encargado del edificio, como parecen
indicar hasta la fecha la mayoría de las pruebas, y si el asesinato
hubiera sido el resultado de su abuso de poder porque ella lo rechazó
–como parece indicar la reconstrucción de los hechos– sí estaríamos
frente a un feminicidio. Pero, así como se suele pedir el respeto a las
víctimas y a sus familiares –no publicando fotografías como las que hizo
públicas Muy, pero también evitando detalles, direcciones,
nombres, que pueden afectar también a las personas allegadas que están
vivas– de la misma manera se debe mantener la cautela sobre el o los posibles victimarios hasta que la justicia se expida.
El asesinato de Ángeles fue cubierto en las últimas semanas, en particular por los medios de comunicación audiovisuales, con un
nivel de detalle y morbosidad que de ninguna manera eran necesarios
para el logro del objetivo de la información como medio de comunicación
social que debe mantener informada a la población. Para esto, habrían bastado breves comentarios
a lo largo de estas semanas informando qué avances iba haciendo
públicos la justicia sobre la investigación. Las especulaciones sobre
qué habría sucedido, infidencias sobre la orientación de la causa
judicial, el intento de mostrar emociones de familiares y amigas/os,
comentarios sobre la vida de las personas involucradas, entre otros
recursos a los que apelaron los medios, no eran necesarios. Con ninguna
de estas estrategias se logró que la población estuviera más informada;
por el contrario, la abundancia de versiones y especulaciones tiende a crear confusión. Tampoco
aporta la “información al instante”: Ángeles ya está muerta, como mucho
la justicia logrará hallar al culpable y, si se trata efectivamente de
un feminicidio y la justicia puede fallar con visión de género, la
desigualdad social y cultural entre mujeres y varones quedará relevada
en el fallo.
El diario Público de España, que se comprometió hace varios
años a cubrir los casos de violencia con perspectiva de género, y para
eso publicó un "Decálogo para informar sobre violencia de género",
resolvió –entre otras medidas para evitar una cobertura sensacionalista y
morbosa– no abundar en detalles sobre los casos en los días posteriores
a que sucediera el incidente –ya fuera maltrato o feminicidio–, debido a
la enorme cantidad de contradicciones, confusiones e información
sesgada que circula en esos primeros momentos, y en cambio publicar las
sentencias completas, o los detalles integrales del caso, una vez que
la justicia hubiera fallado. La pregunta del millón: ¿a la gente le interesa leer esas producciones periodísticas que escapan al morbo y apuntan a la comprensión integral del hecho? La respuesta que dan desde Público es que esos monográficos con información sobre las sentencias tuvieron bastante audiencia.
Una estrategia periodística que abundó en la cobertura del asesinato de Ángeles fue la entrevista a familiares, personas conocidas y amigas y amigos,
tanto de ella como del encargado del edificio que es el principal
sospechoso. Esta consulta es una de las estrategias que piden erradicar
buena parte de los manuales y decálogos sobre violencia de género; entre
otras razones, porque al ser la violencia de género un problema social
que tiene que ver con la desigualdad estructural presente entre mujeres y
varones en la sociedad, se generan
alrededor de víctima y victimario recursos y estrategias de protección y
culpabilidad que solemos tener incorporadas como parte de la violencia
simbólica inherente a las sociedades patriarcales.
Los hombres que ejercen violencia de género no son monstruos,
personas anormales que van maltratando a mujeres y eventualmente las
asesinan. No hace falta ser un asesino serial para ser un feminicida.
Pueden llevarse bien con el vecindario, ser personas en general amables
–como muchas vecinas y vecinos del edificio de Ángeles describieron
estos últimos días al encargado–, que un día abusan por demás del rol
privilegiado que como varones tienen en la sociedad. Hay un permiso de
abuso sobre el cuerpo y la psiquis de las mujeres que socialmente está
legitimado y naturalizado para los varones. Por eso es difícil “ver” en
un varón aparentemente común a un posible feminicida. Porque la sociedad nos entrena para tolerar la violencia masculina como parte del paisaje cotidiano.
La
publicación de las fotografias del cuerpo de Ángeles Rawson masacrado
puso en tensión dos derechos que venían jugándose desde el principio
de la cobertura del caso: hasta qué
punto la “libertad de expresión” que los medios invocan para sus
coberturas atenta contra el derecho a la no discriminación de las
personas cercanas a Ángeles, cuya intimidad fue violada por
esta publicación y su reproducción en muchísimos otros espacios de
información y comunicación, además de Muy. Estos derechos, en tensión
desde hace muchísimos años, reeditan su conflicto casi diariamente en
los medios de comunicación, en la medida en que estos no cumplen con su
objetivo de comunicar con responsabilidad y fomentan el morbo y el
sensacionalismo.
La publicación de Muy fue ampliamente repudiada. Desde el viernes
fueron conocidos comunicados de rechazo desde la sociedad civil y desde
los organismos que deben velar por la comunicación como servicio social y
como derecho humano a partir de la sanción, en 2009, de la Ley 26522 de Servicios de Comunicación Audiovisual. La Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual; el Observatorio contra la Discriminación
en Radio y Televisión –organismos integrado por AFSCA, el Consejo
Nacional de las Mujeres y el INADI-, la Comisión Nacional Coordinadora
de Acciones para la Elaboración de Sanciones de la Violencia de Género
(CONSAVIG); el Comité de Defensa de los Derechos de la niñez (CASACIDN);
el Plenario del Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de
la Ciudad de Buenos Aires, la Red PAR (Periodistas de Argentina en Red/
Por una comunicación no sexista); el Foro de Periodismo Argentino
(FOPEA) y la Comisión Gremial Interna de AGEA –la editorial que hace la
revista Muy– fueron algunos de los organismos que en los últimos días
emitieron comunicados.
En Argentina no existen organismos
del Estado ante los cuales denunciar la violencia mediática generada por
medios de comunicación gráficos o digitales (como sí sucede
en radio y televisión), a excepción de los avisos de oferta sexual, por lo cual la revista Muy no recibiría sanciones por la vulneración de
derechos cometida, a menos que haya particulares que le inicien una
causa ante la justicia.
¿Alcanzará la sanción social que tuvo la publicación de estas fotos para evitar repeticiones en otros casos?
Semanas atrás, los diarios de Misiones publicaron las fotografías del
cuerpo desnudo de Taty Piñeiro, asesinada un año atrás, y no se generó
el mismo revuelo. Volvemos al centralismo porteño.
Ojalá el rechazo a la publicación de Muy sirva para generar
sensibilidad y conciencia entre la población, y entre quienes comunican,
sobre la innecesaria y nociva estrategia de este tipo de publicaciones. Y
ojalá también sirva para reflexionar sobre la pésima cobertura que se está haciendo en general de este asesinato.