En una nota publicada en Revista 23 Marisa Muñoz, una
de las discípulas de Arturo Roig, recuerda al filósofo.
Fuente. Revista 23
Qué se puede esperar que diga alguien que se ha dedicado
toda su vida a la filosofía? ¿Qué es ‘filósofo’?”. Estas preguntas se hizo
Arturo Roig cuando fue nombrado Profesor Emérito en el 2003 por la Universidad
Nacional de Cuyo. Llevaba más de medio siglo poniendo en ejercicio un filosofar
arriesgado, tanto por la elaboración conceptual como por el compromiso social y
político que caracterizó su praxis intelectual. Así lo testimonia hasta el
final su mesa de trabajo repleta de proyectos: la reedición de su Platón, en el
que un prólogo sin terminar no fue más que una expresión de sus diálogos
inacabados con el maestro griego; un texto que integraría una edición en España
de la obra de su padre Fidel Roig Matons, catalán republicano, pintor y músico,
de quien heredó hábitos austeros y una especial sensibilidad ante el mundo de
la cultura. Estaba empezando a organizar el tercer tomo de la literatura
mendocina, sistematizando materiales que había logrado reunir en perseverantes
jornadas en la Biblioteca San Martín y en diarios mendocinos del siglo XIX y XX
y había separado también textos de y sobre Rousseau, pues pensaba coordinar un
dossier en la revista mendocina Estudios de Filosofía Práctica e Historia de
las ideas. También estaba corrigiendo la traducción de su libro Teoría y
crítica del pensamiento latinoamericano que será publicado próximamente en
Francia.
Asimismo, dos proyectos de largo aliento estuvieron
presentes en este último tiempo: escribir sobre Manuela Sáenz y las lecturas
ilustradas de la época, y su libro Cabalgando con Rocinante, del cual existe un
plan de trabajo y algunos capítulos escritos. Una de las secciones está
dedicada a trazar genealogías tales como: “Desde Demócrito hasta el Popol Vuh”,
“Desde Lilyth hasta Rigoberta Menchú” y “Desde Rousseau hasta el Che Guevara”.
Lo que acabamos de describir no es omnipotencia, no, es
pasión, una inmensa pasión que lo sostuvo hasta su partida y que cualificó, sin
lugar a dudas, sus modos de transitar los caminos de la filosofía. La filosofía
no se le presentó como un saber ajeno al quehacer social; esta consistía, para
Roig, en un “saber de vida” que le permitía no pensarse por fuera de los grupos
o movimientos emergentes de nuestra América. En este sentido, podemos decir que
sin dejar de sostener con rigor sus investigaciones y propuestas de orden
teórico-metodológico, lo académico siempre supo ponerlo en su lugar.
No tuvo temor de enunciar ciertas palabras prohibidas, tanto
desde las academias como desde las formas ideológicas que ha ido adoptando el
capitalismo en nuestros días a partir de la globalización neoliberal. Nos
referimos al rescate de las categorías de sujeto, alienación, humanismo, vistas
en el marco de nuestra propia historia pero sin perder de vista otras que son
como una especie de bisagra para la reflexión: tal es el caso de la categoría
de “condición humana” que conlleva dentro suyo otras no menos importantes, como
las de existencia, cuerpo, mundo, lenguaje.
En ese empeño de elaborar y proponer categorías filosóficas
articuladas a una historia social fue produciendo en su trayectoria intelectual
una especie de enriquecimiento semántico de sus propios conceptos. Estamos
pensando en las nociones de “sujetividad”, “a priori antropológico”, “función
utópica”, “universo discursivo”, “moralidad de la protesta”, “civilización y
barbarie”, las que lejos de quedar constreñidas en su significación se fueron
actualizando tanto desde una apertura a la historicidad como desde sus
intereses teóricos.
La categoría de “a priori antropológico” que aparece
desplegada en su libro Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano (1981),
es un ejemplo de lo que venimos diciendo y es, a nuestro entender, uno de los
ejes sobre el que se articuló su obra. Su construcción conceptual puede
remitirnos a la lectura y diálogos críticos sostenidos con filósofos como Kant,
Hegel, Spinoza y Marx, junto con las referencias a Platón y otras escuelas de
la antigüedad como las de los estoicos, cínicos y epicúreos. Asimismo le
proporcionaron claves de interpretación para sus indagaciones sobre nuestra
historia de las ideas, en que aparecen pensadores latinoamericanos como Juan B.
Alberdi, Simón Rodríguez, José Martí y José Carlos Mariátegui, por nombrar
algunos de los más frecuentados en sus escritos. Pero esto sin dejar de tener
en cuenta que los autores mencionados aparecen convocados por Arturo Roig en la
medida en que pueden contribuir a responder a sus propias interpelaciones y
proposiciones teóricas.
La “voluntad de fundamentación” que recorre sus escritos no
olvida lo complejo de la constitución de los sujetos sociales y lo obliga a
tener cierta vigilancia respecto de las tendencias a esconder o sustancializar
a los sujetos. La dimensión antropológica que es recuperada en sus
elaboraciones filosóficas se afirma a partir de la historicidad, es decir, de
la capacidad de creación de propia historia por parte de los actores sociales
en su autoafirmación y emergencia. La formulación de un “a priori
antropológico” así como la de un “nosotros/as” remite a sujetos empíricos en el
marco de una “ontología social” que se cuida permanentemente de no caer en
ontologismos como meras máscaras ideológicas. Así, para Roig los modos de
“ejercicios de sujetividad” se darán inevitablemente mediados por los
lenguajes, por los discursos, por la corporalidad, atravesados por las
tensiones entre “ser” y “deber ser” presentes en la sociedad que remiten a un
hacerse y un gestarse de esos sujetos que no podrán entenderse sin la matriz
social que los constituye.
Pero si la cuestión del sujeto y las formas de sujetividad
ocuparon un lugar central en su obra, la categoría de sujeto no se disolvió con
la crítica sino que la fuerza se centró en mostrar su complejidad, denunciando,
asimismo, tanto una construcción trascendental de la misma como su negación u
ocultamiento en la fragmentación desde la cual pasó de ser sujeto a
transformarse en “sistema”. No hay sujetos absolutos –nos dirá Roig– ni
abstractos, ni ideales. En este sentido, la “sujetividad”, en tanto construcción
categorial, nos devuelve a los “sujetos situados”, cuyas voces se enuncian en
el discurso pero no de modo transparente.
Así como hemos señalado la importancia de la categoría de
sujeto en su obra también debemos decir que no quedó afuera la problemática de
la “subjetividad”, pero que en determinado momento pareció ser desplazada por
la exigencia de la constitución de un “yo social”. Los procesos de liberación,
dentro de los cuales Roig quiso entrever las formas de emancipación, los leyó
como expresiones de emergencia, en las que el “yo” se resiste a ser pensado
como mera individualidad. La emergencia, en este sentido, no niega lo
subjetivo, sino que necesariamente lo incluye. Pensemos en la pasión, el amor,
la emoción, el sentimiento, como horizontes de vida presentes en los ejercicios
sujetivos. No hay una praxis real y completa si se escinde lo sujetivo de lo
subjetivo. Vivir la vida plena, para nuestro filósofo, no es sólo posible sino
que es un derecho, un ejercicio que todos y cada uno de nosotros y nosotras
podemos llevar a cabo en medio de las contingencias de la vida.
Otro de los temas de los cuales se ocupó es el que denomina
como una moral de la emergencia, especialmente en su libro Ética del poder y
moralidad de la protesta (2002), surgido en la fragua de esos conflictivos años
de nuestro país. El rescate de una moral que no puede desconocer la
conflictividad social desde la cual emerge parte de un enfrentamiento entre lo
subjetivo y lo objetivo y se revela como una protesta contra el ejercicio del
poder. El esfuerzo de Roig se encaminó a rescatar la sujetividad como un modo
de expresión, de emergencia, frente a situaciones opresivas y deshumanizadoras.
Los ejercicios de la sujetividad-subjetividad han sido puestos en juego en
distintos momentos de nuestra historia como expresión y respuesta contra las
diversas formas de alienación de los seres humanos y como afirmación de la
dignidad como necesidad esencial.
Denunciar las políticas epistémicas que están a la base de
todo planteo ético-moral fue una tarea que Arturo Roig emprendió, no dejando
que la presencia de los sujetos sea negada desde instancias teóricas que
esconden intereses ideológicos tales como la apelación a una naturaleza humana,
el planteo de una ética del deber, las falsas contraposiciones entre
universalistas y comunitaristas y otros planteos o contraposiciones estériles
que sólo pueden contribuir a la desocialización de la moral.
Roig interpeló los conflictos actuales con profundidad y
compromiso: el impacto de la globalización neoliberal, las políticas del
capitalismo en su fase actual, así como también la construcción de una
democracia participativa, la problemática del género, el lugar de la sociedad
civil, en suma, el divorcio entre el derecho y la justicia. Indudablemente su
obra inacabada se ubica en un rescate del ser humano como sujeto moral
ponderando los momentos de emergencia.
Si hacemos un repaso histórico podríamos decir que en la
década del ’70 él asumió una decidida posición filosófica y política en clave
liberacionista. Su pionero y creativo trabajo en el campo de la historia de las
ideas iniciado en la década del ’60 y continuado de modo ininterrumpido se
articuló y profundizó en el marco de nuevos procesos sociales, políticos y
culturales que acontecieron en la Argentina y en América latina. Esta instancia
puede ser enunciada como el pasaje de una filosofía entendida como teoría de la
libertad al planteo de una “filosofía de la liberación” luego formulada desde
una teoría y crítica del pensamiento latinoamericano. No menor fue el esfuerzo
dedicado a la reforma de estudios universitarios que corrió paralelo a la
elaboración de una nueva doctrina pedagógica participativa afín al espíritu de
la Reforma de 1918 y a la pedagogía de origen krausista de fuerte presencia en
Mendoza.
La renovación de la historia de las ideas y de la
historiografía filosófica de esta etapa se configuró con la lectura crítica de
los presupuestos de la filosofía hegeliana de la historia y el rescate de la
problemática de la alienación en clave histórico-social. En este sentido las
lecturas del filósofo argentino Carlos Astrada y del francés Henri Lefebvre
fueron fundamentales no sólo por su crítica a las consecuencias de la filosofía
hegeliana sino por el redescubrimiento de los Manuscritos económicos
filosóficos de 1844 de Carlos Marx y la concepción antropológica que estos
suponían.
La crítica radical a las “filosofías de la conciencia”
contempló la tarea de ampliación teórica y metodológica en el ámbito de la
historia de las ideas y la filosofía latinoamericana que propuso Arturo Roig,
en la que podemos señalar algunos momentos: la incorporación del análisis de lo
ideológico en el discurso filosófico y el intento por correlacionar el
“discurso filosófico” con el “discurso político”; la investigación de la
narrativa desde la problemática de la cotidianidad y la equiparación entre
literatura fantástica y discurso político; el análisis de la filosofía de la
historia desde el punto de vista de una teoría de la comunicación; la propuesta
de una teoría del discurso junto a la elaboración de la categoría de “universo
discursivo” y la incorporación de la problemática de los “discursos referidos”;
la ampliación de las funciones del lenguaje y la identificación de la función
epistémica o fundamentadora del discurso; el análisis de la “función simbólica”
y la propuesta de una simbólica latinoamericana; la identificación de la
“función utópica” del discurso; las categorías sociales, su naturaleza y su
función de ordenación semántica del universo discursivo; el problema mismo de
la constitución de una historia de las ideas con sus alcances teóricos y
epistemológicos y la búsqueda de una definición de la filosofía
latinoamericana.
De hecho todas las instancias señaladas fueron estudiadas
mayormente en los grandes pensadores latinoamericanos del siglo XIX y dieron
lugar a una nueva e inédita revisión de nuestras ideas desde marcos filosóficos
renovados. Su teoría del sujeto y de la subjetividad, junto a los trabajos de
una filosofía práctica planteada en términos de una “moralidad de la
emergencia” en América latina ha dejado suficientemente argumentada la
inescindible relación de la filosofía con un marco ético y político.
La filosofía tal como la entiende Arturo Roig parte de un
compromiso vital y se nutre del deseo de emancipación. Su pensamiento y
magisterio fecundo se evidenció en la producción de nuevas reflexiones y
creaciones. En este sentido, su obra es un impulso para pensar y para
comprometernos en un horizonte común de dignidad humana. Filosofar para Arturo
Roig fue una gran aventura que implicó riesgos y tomas de decisiones que muchas
veces adoptaron un signo trágico.
No podemos evitar imaginarlo montado a su Rocinante, símbolo
de la utopía que sostiene al jinete aun cuando esté acechado por la desesperanza.
Siempre valió la pena recorrer los caminos del pensar y escribir, alimentado
por ansias de justicia y dignidad, rescatando y dibujando una antropología de
la emergencia. Recuerdo sus palabras, tan ilustrativas de una vida: la de él,
aunque estrechamente ligada a un nosotros, del que siempre se sintió parte: “Ya
lo dijo José Martí: ‘El hombre se mide por el poder de erguirse’, así como se
hace plenamente humano cuando entiende que la vida es aventura, así como que
vida y muerte son inescindibles y esta última es la que nos empuja precisamente
en nuestros intentos y riesgos por lo mismo que hemos de dejarla construida.
Constantemente pasa delante nuestro, cabalgando, la sombra de Don Quijote…
‘Llevo al costado izquierdo –decía el autor de Nuestra América– una rosa de
fuego que me quema, pero con ella vivo y trabajo, en la espera de que alguna
labor heroica o por lo menos difícil me redima’. ‘Siento en mis talones las
costillas de Rocinante’, les escribió el Che Guevara a sus padres antes de su
muerte–. Si el capitalismo ha impuesto una eticidad mercantil, los pueblos han
de construir una moralidad de protesta y emergencia”