Los bancarios

El testimonio de Ramón Alberto Córdoba, brindado el 29 de septiembre en uno de los debates por los juicios por delitos de lesa humanidad cometidos en Mendoza, puso luz al funcionamiento del sistema policial y de algunas comisarías que operaron como Centros Clandestinos de Detención.

Los bancarios

Ramón Alberto Córdoba. Foto: Gentileza http://juiciosmendoza.wordpress.com/

Derechos Humanos

Unidiversidad

Guadalupe Pregal

Publicado el 10 DE OCTUBRE DE 2014

En el D2 fue alojada una gran cantidad de personas que trabajaban en distintos bancos de la provincia y que tenían militancia político-sindical. Entre ellos, Ramón Alberto Córdoba fue uno de los que presentó su testimonio para esclarecer los hechos de su detención.

Ramón trabajaba en la sucursal Villanueva del Banco de Mendoza y militaba en la Juventud Peronista de base gremial. El 30 de julio de 1976, como casi todas las mañanas, llevó a su esposa hasta el centro para que pudiera asistir a su trabajo. Él seguía camino hacia el suyo cuando, a la altura de la Terminal de Ómnibus, en la Costanera, fue interceptado por dos autos y detenido. Un grupo de cinco o seis personas lo sacaron de su auto y lo tiraron en el piso de uno de los otros vehículos. Ramón recordó que estas personas tenían barba, pelo largo, gorros y armas.

Lo llevaron a un edificio y lo ingresaron en un cuarto pequeño. Él no sabía dónde se encontraba porque estaba vendado. Luego de más de una hora lo llevaron a otro lado, donde le hicieron sacar la ropa y acostarse en una cama a la que lo ataron. Fue torturado con picana, golpes en la cabeza y patadas. Querían saber quiénes integraban la Juventud Peronista dentro del Banco.

El interrogatorio era realizado por una persona con acento porteño, hecho que se ha repetido en gran parte de los testimonios de quienes estuvieron en el D2. Había además otras personas; entre ellas, alguien que aparentaba ser un médico y que lo auscultaba para chequear si podían continuar con la tortura.

Luego fue llevado por una escalera e introducido en una celda pequeña, donde permaneció durante un tiempo, esposado y con los ojos vendados. Lo revisaron nuevamente y le informaron que podía recibir comida. La persona que le dio de comer fue Alicia Morales de Galamba. Ella ya llevaba un tiempo en ese centro clandestino de detención. Aunque Córdoba intuía dónde se encontraba, fue Alicia quien le confirmó sus sospechas.

El D2 “...era un desfile constante de personas. Había personas que pasaban, estaban a lo mejor una noche, un rato y después no las veíamos más. Mucho movimiento había”. Entre las personas que recuerda se encontraban David Blanco; Daniel Ubertone, detenido el mismo día que él; Eduardo “El Gordo” Morales; Savone; un chileno de apellido López Muñoz; Rosa del Carmen Gómez; Alicia Morales; Olga Marcetti; María Luisa Sánchez; Juan Carlos González; había un entrerriano que era ingeniero de YPF; Roque Argentino Luna, Elbio Benardinelli y un señor de Rivadavia. A Blanco y Ubertone los conocía del banco, pero también estaban García y Sánchez, que los conoció en el D2.

Córdoba recordó que sólo recibió una sesión de tortura, pero igualmente vivían amenazándoles, golpeándoles y con las mujeres se sumaban las violaciones: “En momentos les abrían las celdas a ellas, les hacían poner la venda, les hacían desnudar, aparentemente decían para revisión médica, cosa que era una diversión para ellos”. Córdoba confirmó que las violaciones eran dentro de la misma celda y eran habituales.

También recordó un episodio muy particular cuando, junto a otro detenido, fueron llamados para cambiar de celda a una mujer que estaba desnuda y había quedado en muy mal estado luego de la tortura. La llevaron a una de las celdas más grandes, donde se encontraban Alicia Morales, María Luisa Sánchez Sarmiento y Rosa Gómez. Al día siguiente tuvo que ser trasladada a la Cárcel de Mendoza porque su condición de salud era muy crítica. “Le decíamos “La Vikinga”, porque era rubia, con una larga cabellera. Ella era enfermera”.

Mencionó a un chico que hacía teatro y que tenía una plasticidad tal que lograba abrir su celda sacando su brazo por la mirilla. Luego de pasearse por el pasillo del D2 volvía a encerrarse. Era alto, flaco, delgado y sólo estuvo unas 48 horas allí.

Con el paso de los días le sacaron la venda, por ello pudo ver a varios de quienes trabajaban en el D2. “Yo conocía a mucha gente del D2 debido a que yo trabajé como tres años en el Banco Italia-Río de la Plata antes de trabajar en el Banco Mendoza. En el Banco Italia, quienes estaban de custodios del banco, era gente de civil que eran la mayoría del D2”.

El 12 de octubre, esposados y vendados, son trasladados en un camión de detenidos él, Benardinelli, Luna, Blanco, Ubertone, García, González y Morales. En su caso, fue trasladado a la Comisaría 7ma de Godoy Cruz. Los ingresaron por la calle Colón a través del patio y les ordenaron tirarse al piso, haciéndoles creer que estaba en un cuartel militar, pero rápidamente quedó en evidencia que estaban en una comisaría policial. Pasados unos quince días, les permitieron que se sacaran las vendas dentro de las celdas. Entre los custodios reconoció a Montoya, que era quien les llevaba la comida y se quedaba charlando con ellos; el oficial Garro; Lorenzo, que era un oficial joven y Córdoba, que a veces conversaba con ellos.

Una noche detuvieron a Pablo Seidel, Amaya y Moretti y los torturadon en la comisaría: “Los gritos eran estremecedores, muy desgarrantes. (…) Estaban en muy malas condiciones físicas, hasta habían sido sometidos a violación y con un ensañamiento muy particular hacia ellos”. Fueron torturados más de una vez y luego de unos pocos días, trasladados. Volvieron a encontrarse en la Penitenciaría de Mendoza.

En la Comisaría 7ma de Godoy Cruz estuvo hasta el 11 o 12 de enero de 1977. Para Navidad recibió visitas de su esposa y su suegra: “Mi madre no quiso ir a verme porque le hacía muy mal verme allí”.

“En esa época tenían prácticas muy violentas. Por ejemplo, a mí me tocó presenciar, lo vi eso, en el patio de la comisaría, que torturaban a un niño que tenía 10 u 11 años. Estaba detenido allí porque había robado en un supermercado. Fue llevado a la comisaría, lo llevaron al patio y lo torturaron salvajemente. Le hicieron sacar las zapatillas y le golpeaban en la planta de los pies hasta hacerlo sangrar, prácticamente. El niño lloraba… era un niño. No tuvieron ningún tipo de compasión. Era un niño”. El personal que golpeaba al niño eran uniformados “y aparentemente eran prácticas comunes, que yo no las haya vivido no quiere decir que no existieran”, aclaró Córdoba sobre el episodio.

Luego fue trasladado a la Penitenciaría. En ese momento sólo quedaban Luna y él en la 7ma, porque a Benardinelli lo habían trasladado o lo habían dejado en libertad. En el recorrido pasaron por diferentes Comisarías en busca de otros detenidos. De Godoy Cruz fueron a Guaymallén, luego a la 6ta de Ciudad y de allí a la cárcel. Córdoba recordó que “nos dicen que nos llevan a la cárcel, de alguna manera para nosotros era un alivio que nos lleven a la cárcel, porque era una forma de blanquearnos, hasta ese momento estábamos sin blanqueo. Entrar a la cárcel era una garantía más, una garantía de vida”.

En la Penitenciaría compartió su celda con tres personas más, porque había un gran hacinamiento. Desde enero hasta octubre del 77 permaneció en el pabellón de presos políticos. El trato que recibieron “era bastante duro”, afirmó Córdoba. Estaban totalmente incomunicados, no podían recibir visitas, sólo les permitían salir al patio durante una hora y el resto del tiempo debían permanecer dentro de las celdas. Las requisas eran constantes y “eran bastante violentas, rompían todo lo que podían romper, los paquetes de yerba, desarmaban todo, lo tiraban por el piso, azúcar… rompían todo y desparramaban todo. Tuvimos algunos incidentes dentro del pabellón, como por ejemplo en una oportunidad pretendían que nosotros limpiáramos el lugar donde estaba el guardia, que era un escritorio donde él se sentaba y nos vigilaba, nos controlaba y ensuciaba con cigarrillo, tiraba el cigarrillo al piso y pretendían que nosotros les limpiáramos el lugar. Nos negamos a hacerlo y después en la noche nos abrieron uno por uno la celda para que reafirmáramos nuestra posición y el que se negaba iba directamente al pabellón de castigo. Así es que en ese traslado al pabellón de castigo estaba el cuerpo de vigilancia externa de la cárcel con los bastones que “cobrábamos” desde que salíamos del pabellón hasta que llegábamos al pabellón de castigo, a discreción”.

Córdoba recordó algunos de los custodios de la Penitenciaría como Suchetti, con quien se cruzó hace un tiempo atrás en un banco. Además mencionó a Bonafede, Barrios, Bianchi y Linares y aseguró que varios compañeros pasaron situaciones muy feas con éstos agentes penitenciarios.

En una ocasión, Córdoba recuerda que los fueron sacando de a uno y los interrogaron en “La peluquería”. Estaban vendados y recibieron golpes. Esto fue en los días previos al Consejo de Guerra que se realizó en 1977. En el Consejo podía asistir la familia, y aludió a que “parecía más una parodia,  obra de teatro porque quienes nos iban a defender tenían rango militar. (…) En el tribunal se decía que por más de que a nosotros no nos hayan secuestrado, se nos acusaba de tenencia de armas y explosivos y material subversivo, por el sólo hecho de que nosotros podíamos saber dónde podían estar, nos cabía la causa”. Córdoba fue condenado a 4 años y medio de prisión y además tenía una causa en la Justicia Federal, que estaba en manos del Juez Guzzo. En una ocasión prestó declaración en el Tribunal Federal, pero fue tomada por un Secretario y alguien que escribía a máquina. Nunca conoció a su abogado defensor, quien era Max Petra Recabarren. Por estas causas obtiene dos condenas que luego fueron combinan y termina cumpliendo 5 años y 2 meses de prisión y un año de libertad vigilada.

Con la sentencia del Consejo de Guerra son trasladados a Sierra Chica desde octubre del 77 al 79. Luego un poco más de 1 año en la U9 de La Plata y luego a Caseros y el 21 de septiembre de 1981 obtiene la libertad vigilada.

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