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13 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Foto publicada en pagina12.com.ar
Maestro del soliloquio y el excurso, malabarista de la palabra barroca, habilidoso de la aproximación temática indirecta, la Covid 19 se ha cobrado una vida más, entre tantas: la del sociólogo Horacio González. Cada una de esas vidas es una huella imborrable para muchos, para familiares y amigos que no han de olvidarla: a él le tocó en tiempo en que bajan los contagios y aumentan las vacunaciones, pero aun así muchos mueren cada día, pues el índice corresponde a contagiados de semanas anteriores. Se fue como tantos otros, uno más de esos argentinos, como a él le hubiera gustado considerarse. Y es así en muchos sentidos. Pero en otros, el suyo es un caso singular: un pensador mayor, un prestidigitador del pensamiento, un rumiador de ideas en el envase de su lenguaje laberíntico y erudito.
Se ha ido una buena persona, además. Lejos de la afectación en su trato cotidiano, él era afable, sonriente, atento al otro. No es poco, si se atiende a la jactancia de algunos intelectuales. Tanto es así, que ha logrado un sorprendente milagro: la socorrida “grieta” se ha cerrado en lo relativo a su memoria. Nada menos que el abrupto Fernando Iglesias, capaz de excesos verbales inauditos, le ha dejado unas palabras afectuosas. Avelluto, encargado de las políticas culturales macristas y ferviente conservador, también le ha otorgado un saludo respetuoso. Es lo propio de los más grandes, de aquellos como fuera Mauricio López en Mendoza, aquel gran filósofo asesinado por la dictadura: logró que su valor irradiara aún frente a sus adversarios ideológicos. Su memoria no será unánime, pero sí acopio de un sector muy amplio y variado de la cultura argentina. En el otro lado del espectro en valores, ese al cual él perteneció irrenunciablemente, las Madres de Plaza de Mayo le han dejado su recado de recuerdo y de dolor.
De amplia gama en sus intereses intelectuales, su decir oracular llevó a que muchos se fascinaran con él, y algunos se fastidiaran: su oscuridad promovía adhesiones y rechazos. Tuvo legiones de estudiantes como seguidores, mientras él mostraba sus intereses por la Estética y la literatura, pero podía recorrer las más variadas sendas de la Historia de las ideas: acá en Mendoza, disertó sobre los inicios de la Arquitectura argentina, hace algunos años. Sutil en sus referencias a Lugones, a Güiraldes, Hernández o Alberdi, podía recorrer la gama de pensadores que rara vez entran en los cánones de la Sociología consagrada, pues se los considera “precientíficos”. Pero por otra parte no era menor su apego a Marx, a Weber, Habermas o Derrida: su conocimiento de lo nacional nunca lo puso lejos del pensamiento cosmopolita, y a su través siempre pudimos pensar relieves inesperados, bordes sorprendentes, filos secretos de obras y autores a los que habíamos dado por conocidos, y él era capaz de ponerlos en un escorzo nuevo y singular.
No desdeñó la escritura breve de los medios gráficos, discutiendo los temas de actualidad cultural o política. Hasta se animó sacrificialmente a la televisión, con su ritmo vertiginoso y su apego al efectismo y la puerilidad. Sufrió la decadencia del periodismo actual, la barbarie del antipensamiento instalado en las redes, la dictadura de memes, cancelaciones y monosílabos hirientes: creía en el argumento y la densidad, y se sentía perdido en el enjambre de insultos, agresiones y golpes bajos a que da lugar el reino de Internet, así como el de los medios masivos que han adoptado esa lógica.
Fue coherente militante de lo nacional/popular. Presidente del Centro de Estudiantes en Sociales de la UBA cuando joven, luego docente de las hoy famosas cátedras nacionales, junto a Roberto Carri (asesinado por la dictadura), Alcira Argumedo –también hace poco fallecida-, Ernesto Villanueva. Estuvo en Brasil cuando la dictadura, y luego inició una profusa saga escritural, donde pensó la argentinidad, lo latinoamericano, la historia, la militancia, el heroísmo, el hábito conspirativo, entre tantos otros focos de atención. Codirigió la revista cultural El ojo mocho, colaboró en proyectos editoriales, fue miembro fundador y decisivo del colectivo Carta Abierta, también director de la Biblioteca Nacional durante los gobiernos de Cristina de Kirchner. No dejó de participar de los debates necesarios en las últimas décadas, siempre desde su clara decisión popular, nunca obnubilado por las seducciones de la simplificación y el prejuicio. Para él, ser jugado nunca fue dejar de ser sutil.
Nos faltará su palabra, para ordenar ideas o desordenar fijaciones. No estará su sonrisa apacible a la hora de los momentos difíciles, ni su apelación –a veces abstracta y difícil- cuando queríamos otear para qué rumbo seguirá la historia, esa Pitonisa inescrutable. Nos iluminará su recuerdo, y la huella de un pensamiento que se quiso siempre parte de los muchos, efluvio acompañante del barro diario del trabajo, del sudor y de la historia.-
follari, opinion, horacio gonzalez,
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