¿El peronismo es incombustible?: sorpresas electorales
Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en psicología.
Imagen: web
El peronismo ganó 3 a 0 las elecciones del domingo. Si no fuera por la Corte, ganaba 5 a 0 en triunfos provinciales. Sorprendente. Con una inflación anual de tres dígitos y una mensual cercana a los dos, es una especie de remedo de la leyenda de El Cid Campeador: el peronismo pelea aún ya muerto, alguien pensaría. Y reasume aquella vieja fantasmagoría de la derecha argentina: contra el peronismo no se puede, te gana siempre las elecciones, y si ganas, no te deja gobernar.
Esto último es muestra de la debilidad histórica de las derechas: jamás ganaban elecciones, accedían al poder político por proscripciones o dictaduras, y aún así terminaban abdicando frente a la presión popular. Pero desde que ganaron en 2015 una elección presidencial, parecía otra cosa. Y hasta hace dos meses, Juntos por el Cambio cantaba tranquilas canciones siesteras: creía apropiada la elección nacional. Seguro que varias provincias peronistas pasaban a manos de la oposición, y todo iba a ser una seguidilla de victorias opositoras en medio de la debacle de un gobierno atenaceado por ese FMI que fue traído por el macrismo, además de golpeado por las peleas internas, y por una sumatoria inverosímil de desgracias: pandemia planetaria, guerra transhemisférica y sequía pampeana.
Pero no: contra todo pronóstico, le va bien al peronismo. Perdió la capital sanjuanina pero recuperó la de La Rioja, disminuyó ventaja en La Pampa pero ganó la provincia, esa que había perdido electoralmente en 2019. El peronismo volvió al segundo sitio en Jujuy relegando a la izquierda, formó parte de las coaliciones ganadoras en Río Negro, Neuquén, Salta y Misiones, y triunfó en La Rioja, Tierra del Fuego y La Pampa.
Salvo en Jujuy, Juntos por el Cambio perdió en todos los distritos: en algunos con buen resultado (La Pampa), en la mayoría a años luz de los ganadores (Tierra del Fuego o Salta). Las esperanzas de un gran avance se han visto frustradas, sin que aparezca una explicación clara.
En el peronismo, obvio que ha pesado la separación de las elecciones provinciales respecto de la nacional. Pero se sabe que igual lo nacional pesa: y no ha pesado mal. Es como si una sorda identidad popular resistiera desde provincias, lejos de la bullanguería mediático/judicial porteña, los embates propagandísticos de la derecha, y las acechanzas brutales de la situación económica. Los pueblos conocen a sus dirigentes cercanos: allí se atrincheran. Y además, tienen un margen de memoria histórica: los que les proponen devaluar, dinamitar todo, liquidar derechos y aumentar tarifas, quizá confiaron demasiado en que ahora podían decir cualquier cosa y los votarían igual. Están desorientados.
Las peleas en el FdT seguro que en algo han esmerilado adhesiones, pero el recuerdo de los 12 años kirchneristas no parece apagado. Tampoco el de los años de Macri, cuando se nos hundió en el endeudamiento, y las tarifas crecieron hasta cerca del 3000%.
El radicalismo quiso avanzar fuerte en estas elecciones: pronto el PRO le hizo saber que los únicos candidatos presidenciales en serio, son los del partido de Macri. Y ahora las relaciones son pésimas: Macri y Bullrich no se diferencian de Milei, al cual Gerardo Morales llama “desquiciado”. Y Lousteau amenaza con quitarle al PRO su único distrito de gobierno en todo el país: la CABA. Las relaciones en JxC están muy golpeadas, y si no fuera porque una devaluada Corte Suprema de tres miembros efectivos toma decisiones de dudosa imparcialidad (o indudable parcialidad), la caída electoral de la principal oposición podría ser más marcada.
Sin dudas que Milei es central en la decadencia que -al menos momentáneamente- muestra Juntos por el Cambio. El excéntrico personaje le saca votos a ambas coaliciones principales, pero es notorio que mucho más a la que ha encabezado Macri. Y si bien poco ha logrado Milei en las provincias (apenas 7% en Tierra del Fuego, contra 51% del peronismo), ha servido a debilitar la base electoral que atesoraba Juntos.
El peronismo disimula y silba bajito. La situación económica es complicada, y no está claro si el Fondo Monetario otorgará parvas de dólares muy necesarios. La derecha económica juega a las corridas cambiarias. Más una Corte que enjuiciada por la política, ha mostrado tantas lacras y ha recibido tantas acusaciones, que su única propuesta es atacar al gobierno (la grotesca afirmación de Rosatti sobre la emisión monetaria como “anticonstitucional” es una perla como desaguisado conceptual). La inflación, en vez de bajar, sube. Nadie diría que las cosas marchan viento en popa. Eso sí: al menos, en su último discurso Máximo Kirchner pareció retomar lucidez y habló de “integración” y de suma de todo el peronismo en vez de dedicarse a fustigar a Guzmán, según ese viejo latiguillo que hoy a nadie interesa.
Tal vez los comentaristas de política vemos demasiada tv. Tal vez nos dejamos llevar por la gritería inacabable lanzada desde las pantallas. Es cierto que las tendencias electorales son cambiantes: pero por ahora, es claro que la población parece aferrarse a creencias e identidades a las que les resbalan los permanentes y repetitivos insultos mediáticos contra el oficialismo nacional, que suelen agitar nuestras retinas y condicionar nuestros pronósticos.-
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