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03 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Juan López
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre (…) el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha.
“En esta sociedad de obligación, cada cual lleva consigo su campo de trabajo forzado. Y lo particular de este último consiste en que allí se es prisionero y celador, víctima y verdugo a la vez”
Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio.
Una vez, abrí sin querer la jaula de un canario y el canario escapó. Asustado, se posó en la rama baja de un árbol cercano. Me acerqué, sigiloso, lo atrapé con la mano y lo devolví a la jaula (había escrito «su» jaula, y más arriba dejé escrito «la jaula de un canario»). Al parecer, todos tenemos instinto de carceleros.
Fui docente varios años en la Penitenciaría de Mendoza. Allí aprendí algunas cosas que es imposible aprender afuera. Las cárceles, son sobre todo, fábricas de angustia. Todo lo que se haga para aliviar a una persona privada de la libertad es poco, pero hay que hacerlo, porque –cualquiera lo sabe, aunque la ley y los discursos oficiales intenten desmentirlo– en una cárcel no se pierde solamente la libertad.
Todo responsable directo o indirecto del sistema judicial debería pasar una temporada preso. No es una idea nueva: la sostuvo hace muchos años un jurista argentino. Pero eso no va a ocurrir. Como no suele ocurrir que vayan presos los delincuentes de las élites empresario-políticas y queden libres los ladrones de gallinas.
Algo une a las personas privadas de la libertad. Una vez que se cae preso, se ingresa en un estado especial y, aunque se recupere la libertad, es imposible borrar la marca. Como una vez que se tiene cáncer o que se pierde algo muy preciado. Entonces, estar o haber estado preso o enfermo son estigmas. Estigmas de cierta dignidad. No deberíamos tener que perder nada para poder seguir adelante. Ja.
Huyo de los que siguen sosteniendo que en las cárceles el trato es humano y que “estamos haciendo todo lo posible”. No hay por qué negarlo, si es lo que realmente sucede. Bueno, sí, hay por qué negarlo, o para qué: para que nada cambie verdaderamente y la farsa continúe.
Si el pensador coreano-alemán Byung Chul-Han tiene razón, si en las sociedades capitalistas del rendimiento el que trabaja se autoesclaviza, los presos y las presas que trabajan estarían perdiendo dos veces su libertad. Un poeta escribió: “Cada persona construye su propia cárcel”. Otro lanzó: “Estar libre es seguir impune”.
En julio, condenaron a exjueces y exfuerzas de seguridad de Mendoza por su participación en el terrorismo de Estado. A esos no hay que abrirles la jaula.
sociedad, edición u 22 cárceles y educación, juan lópez,
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