Heraldo Muñoz, economista del comportamiento: “El dinero hace a la felicidad en la dosis justa; sobrando y faltando, es dañino”

Magíster en Economía, instructor de Tai-Chi, consultor y docente del ITU en la UNCUYO, es un activo impulsor en Mendoza del Sistema B o de triple impacto, una tendencia mundial que busca que las empresas no solo se orienten a ganar dinero, sino también a generar un impacto ambiental y social.

Heraldo Muñoz, economista del comportamiento: "El dinero hace a la felicidad en la dosis justa; sobrando y faltando, es dañino"

Foto: Prensa UNCUYO

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Leonardo Oliva

Publicado el 15 DE DICIEMBRE DE 2021

Heraldo Muñoz es economista, pero habla como un “bicho raro”. No aparecen en su discurso conceptos que escuchamos a diario cuando hablamos de economía, como inflación o ganancias. Especializado en comportamiento humano y triple impacto, dice que esta nueva tendencia en el mundo de los negocios le parece “clave para entender la verdad de la economía”, que es “maximizar el bienestar”.

Magíster en Economía, instructor de Tai-Chi, consultor y docente del ITU en la UNCUYO, Muñoz es un activo impulsor en Mendoza del Sistema B (del inglés “benefit”) o de triple impacto, una tendencia mundial que busca que las empresas no solo se orienten a ganar dinero, sino también a generar un impacto ambiental y social.

¿De qué hablamos cuando hablamos de economía de triple impacto?

La economía de triple impacto es una economía muy potente que está en las ramas de lo que se llama "nueva economía". Al hablar de triple impacto, nos referimos a que hay que dejar de pensar en el impacto financiero de manera exclusiva y pensar que tiene que estar en armonía y equilibrio con los impactos ambientales y sociales que genera. Esto se puede aplicar tanto a políticas públicas como a modelos de negocio de empresas, o a los modelos de negocio que ya piensen la rentabilidad como algo necesario, pero en equilibrio con lo ambiental y lo social. No hay que descuidar ninguno de los tres frentes.

El factor humano empieza entonces a ser protagonista en el mundo de los negocios y de la economía.

Hay una rama muy fuerte en la economía, que a mí me gusta, que es la economía humana. Se la confunde mucho con la economía social, pero no es lo mismo. La economía humana trata de generar modelos de negocio que están cuidando la complejidad humana, pero no desde la filantropía; no es algo vertical, como era la economía social: los poderosos, los más sanos financieramente, atendiendo a los vulnerables. La economía humana es un concepto horizontal. Nos protegemos entre todos: cuido a los públicos internos, a mis empleados, cuido a mis consumidores y tengo en cuenta la humanidad en todo el desarrollo. Es incompatible el desarrollo de una empresa sin cuidar a las personas. Empieza así a funcionar una especie de renta emocional, de salario emocional. La gente quiere trabajar en empresas que cuidan a las personas, ya sean personas consumidoras, proveedoras o empleadas. Por eso, el factor humano no solo te sirve por convicción, ya es conveniente porque es una forma de generar negocios más estables y atraer mejores talentos. Pensar en la humanidad de los públicos de una cadena de valor pasa a ser algo conveniente, no solo ético.

Es curioso hablar de emociones en el mundo de la economía y de los negocios, donde persiste la idea de que el factor humano no es primordial.

Es interesante eso porque hubo un desvío en algún momento. La economía es la ciencia que administra recursos para maximizar el bienestar. "Bienestar" es una palabra puramente emocional; el tema es que, como hace un par de siglos no sabían cómo medir el bienestar, dijeron: “Producción, generar empleo, generar consumo, PBI”. El tema es que es una simplificación que no es válida: PBI no es lo mismo que bienestar. Hoy, los economistas modernos están diciendo que no tiene nada que ver, porque hemos visto mucho crecimiento durante el siglo pasado sin bienestar, con empobrecimiento, con concentración de la riqueza, con depredación del ambiente, y todas esas cosas perjudicaron el bienestar del ser humano. Perdimos el foco, no era el PBI. Hoy se puede medir el bienestar de un montón de maneras: calidad de vida, educación, integración, transparencia, diversidad, y los países que están en los rankings de mayor bienestar no son los que están en los rankings de PBI, como los países nórdicos o algunos del sudeste asiático. El modelo de consumo, si bien generó mucho crecimiento en los países, generó mucho endeudamiento, mucho empobrecimiento, generó la enfermedad del consumismo: por más que la gente tenga algo, el bienestar no está. Más que una nueva economía, esto es reencontrarse con la esencia de la economía: el bienestar de las personas en el centro.

¿El dinero, entonces, no hace a la felicidad?

El dinero hace a la felicidad en la dosis justa; sobrando y faltando, es dañino. Esto es muy oriental. En realidad, lo importante es la prosperidad, que está compuesta de cinco elementos: uno de ellos es el dinero. Después está la parte intelectual, la afectiva, la espiritual… Cuando te podés desarrollar en todo esos planos, en equilibrio, estás bien. Por eso, decimos que el dinero no es bueno ni malo, es bueno en una cierta dosis. La felicidad está en el dinero en armonía con un montón de otras variables; si no, es un arma de doble filo.

¿Cómo llegó a especializarse en este aspecto de la economía?

Creo que fue por mucha curiosidad y muchas crisis existenciales y vocacionales. Yo sentía que estaba trabajando en algo que no me daba satisfacción: “La única vida que tengo me la voy a gastar en hacer flujos de fondos y balances…”. A la vez, me gustaban mucho el teatro y las artes marciales. El Tai Chi tiene mucho de entender la realidad humana y ambiental, de nuestra relación con la naturaleza. Empecé a entender la economía, al principio con mucha dualidad: trabajaba unas horas, practicaba artes marciales, leía libros orientales… Empecé a entender también que había otra forma de practicar la economía y fui encontrando otros autores. Así llegué a Valos y a trabajar con la RSE, que fue mutando con el tiempo y tuvo que dar un salto. Así conocí la economía de triple impacto, el sistema B, que tiene mucha información académica para desarrollar modelos de negocio y políticas públicas de triple impacto.

Ahí entra el sistema B, que puede confundir porque muchas empresa pueden hacerse B por conveniencia.

Las que lo quieren ser por conveniencia y no por convicción tienen un arma de doble filo, porque tenés la comunidad con la lupa mirándolas. Si logramos tener una ley, esas empresas serán auditables. Es como una ISO: una empresa B certificada puede perder esa certificación. Hay que animarse porque cualquier empresa va a tener que ser coherente en esto y, con tu estatuto, estás dándoles el derecho a tus públicos de que te denuncien como si fuera un delito fiscal o laboral.

¿Cómo armonizamos esta visión en un país como Argentina, donde la economía está tan vinculada a los problemas macro y no a su costado humano?

Vos podés construir tu cadena de valor de a poquito, con paciencia. Esto es gradual, no se crea de un día para el otro. Hay que empezar a buscar proveedores que piensen parecido a vos, empleados que piensen parecido a vos, clientes que piensen parecido a vos, y, cuando te das cuenta, has construido una cadena de valor de triple impacto con gente a la que le interesa lo mismo que a vos. Pasó mucho en la pandemia que las empresas B la pasaron bastante mejor que las empresas promedio porque tienen un grupo de pertenencia, los empleados se fidelizan con un propósito trascendente, perciben una cultura todos los días…. Es lógico porque, cuando una empresa te cuida, vos la cuidás del lado que te toque: como proveedor, como cliente, como empleado, como inversor… ¿Cuál fue el problema principal de la vieja economía? Que este sentido de la competencia no fue solo entre empresas, terminó siendo dentro de las instituciones: del dueño con los empleados, por la renta; al vender lo más caro posible, terminó compitiendo con sus clientes; al pagar lo menos posible por las materias primas, les competía a sus proveedores. Entonces, la competencia era hacia dentro de la cadena de valor, en un ambiente hostil todo el tiempo. En ese clima, si te agarra una inflación o un desabastecimiento, ahí nomás todos se aprovechan y el poder de negociación va hacia el ganar-perder, no al ganar-ganar: "Te quito eso que una vez me quitaste, me lo quitás cuando puedas". Una empresa B, en cambio, dice: "Esto es lo que tenemos, ¿cómo lo cuidamos? Armando entre todas las partes un modelo de negocio". Parece utópico, pero es totalmente posible.