La hoja de coca es parte de una tradición milenaria que los americanos defienden por sus propiedades y beneficios, a pesar de las trabas del narcotráfico y las manipulaciones de la industria farmacéutica. Manuel Seminario, peruano que recorre el continente a bordo del "cocamóvil", un minialmacén andante pleno de productos hechos a base de esta planta sagrada, resalta lo esencial que es incorporar este alimento a la vida cotidiana.
Presidente Evo Morales Ayma.
Los antiguos pobladores de la región andina concebían la
hoja de coca como un principio de buen augurio que sacraliza momentos cruciales
de la existencia; el nacimiento, el matrimonio, la agricultura y la muerte son
ofrendados a la que los pueblos andinos bautizaron la “mama coca” pues, al
igual que otros elementos de la naturaleza, está
sexuado y tiene su propio espíritu.
Aunque la Iglesia Católica se encargó de erradicar la
planta por considerarla “aliada del diablo” durante la conquista, su cultivo es
una práctica milenaria que los originarios han transmitido y conservado. La
coca fue, además, una forma alternativa de mitigar la sed, el hambre, el frío,
el cansancio y otras condiciones adversas para los trabajadores americanos,
gracias a las múltiples propiedades que aporta la hoja al ser consumida en
forma de té o simplemente al masticarla.
Han sido múltiples las investigaciones que han aportado
datos certeros sobre los beneficios de la hoja de la planta de coca. Sin
embargo, aun a esta altura del siglo XXI, la inmediata relación que una buena
parte de la población establece entre el consumo de coca y la comercialización de la
cocaína sigue vigente.
Las pruebas químicas la destacan como una excelente medicina
para el sistema digestivo, el síndrome de altura (vértigo, vómito), el
agotamiento físico y los cólicos, los dolores de muelas y reumáticos. En forma
de emplasto, sirve para curar heridas por su acción antiséptica. Gran
efectividad ha demostrado también para aliviar el dolor de garganta y la
ronquera. Además, aumenta el oxígeno celular gracias a sus alcaloides, como la
globulina y la piridina, y por ello el hombre andino fue capaz de desarrollar
civilizaciones a 2000
metros de altura sobre el nivel del mar.
A pesar de que la Organización Mundial
de la Salud
aclarara, a mediados de 1990, que el consumo de té de coca y el mascado de la
hoja son totalmente inofensivos para la salud humana, continúa hoy la lucha por
la despenalización que prohíbe el consumo y la producción derivada de la hoja
de coca, con el propósito de no dejar morir una de las prácticas más antiguas e
identitarias de la región andina.
En enero de este año, gracias a una lucha sostenida de Evo
Morales, se materializó un avance considerable: Bolivia festejó la
despenalización del masticado de la hoja de coca dispuesta por las Naciones
Unidas. El presidente de Bolivia sentenció que la medida constituye "un
triunfo internacional de Bolivia frente al imperio". Pese al valor de esta
conquista a nivel simbólico, mucho hay por hacer, pues esta ley solo regirá en ese
país, donde masticar coca es una práctica milenaria.
Entre tantas pruebas de las virtudes medicinales de la hoja,
entre tanta defensa auténtica del presidente boliviano, entre tanto tabú y
tanta demonización de la planta por su relación con la benzoilmetilecgonina, o
cocaína, aparece un personaje que en el 2011 inició una travesía inédita por
toda América Latina a bordo de su "cocamóvil". Manuel Seminario tiene 56 años y
un día decidió dedicar su tiempo a resignificar esta planta con una fortísima carga
identitaria. En su paso por Mendoza, nos habla de su viaje y de su motor vital:
la coca.
Un cocalero profeta
“La coca es un quitaflojera natural, no hay
energizante que se le compare. El mundo está cansado. Es algo a lo que yo he
bautizado 'fatiga crónica universal'. La coca es, además, un superalimento.
Conocer ese dato es fundamental para incorporarla a la vida cotidiana”, cuenta
Manuel con un vigor que de pronto transmuta en sosiego, virtudes que, destaca,
solo puede aportar la milenaria planta.
El peruano tiene su propia producción y transporta
en su cocamóvil, que es algo así como una tienda rodante, una serie de
productos como harina, barritas nutritivas, galletas, galletones, caramelos. En
su paso por la provincia, ha habido un intenso interés de la prensa local por
difundir este proyecto.

¿Por qué
cree que puede ser esto? ¿Puede ser que los altos índices de consumo de cocaína
hagan que en la provincia se sumen al afán de los pueblos andinos por destacar
las bondades de la planta sagrada, que no es más que echar por tierra el
prejuicio que lleva a asociar esta planta con la droga?
Igual, es un interés particular. Lo que está
pasando en Mendoza es sui generis. Tal vez sea la época Inti Raimi, no sé. La
razón es extraña, pero desde que partí con el cocamóvil de Perú no había
vivido algo así; de hecho, ni en Perú ni en Bolivia hemos contado con el apoyo
de la prensa. Aquí incluso ha sido extraña la actuación de la Policía, que me ha
permitido llegar hasta acá de lo más bien. Pero con la coca es así, todo es un
misterio. Es como que el universo se está abriendo a un nuevo pensamiento, que contempla, por fin, a esta ancestral y sagrada hoja.
Hoy sos una suerte de portavoz de
la coca, ¿cuál fue el punto de origen del itinerario?
La peregrinación comenzó en 2011, en una Harley Davidson 1200. Pero
tuve dos accidentes muy fuertes, uno de ellos en La Paz, en el que casi no la
cuento. Entonces volví a Lima y en 2012 volví a salir, ya a bordo de la
camioneta cocamóvil tal cual la ves ahora. Las cosas se pusieron más cómodas,
porque puedo llevar y mostrar los productos, que es el único modo de que sepas
qué te estoy mostrando.
El cocamóvil
tiene la magia de que adentro es una tienda, entonces nadie puede negar que lo
que llevo adentro son alimentos. Los policías parecen niños: agarran las cosas,
las miran, se ríen, es una cosa muy bonita. Cada puesto policial es una
aventura, pero no de tensión, contra lo que yo pensaba, sino de asombro.
Es un paso grande, si se tiene en
cuenta que, en general, se maneja todavía un nivel de ignorancia bastante alto
respecto de las consideraciones sobre la hoja de coca, que, podríamos afirmar,
es casi como la antípoda del alcaloide que se obtiene de ella. ¿Seguís viendo
resquemor en la gente?
Cuando recién empecé con esto hablaba, por ejemplo, de harina de coca, y
no sabés la cara que ponía la gente al mostrársela. “Yo sé que ustedes
esperaban que les mostrara un polvo blanco y no verde”. Y no sabés cómo se
sonrojaban, pues verdaderamente era lo que pensaban y lo que aún piensa mucha
gente. Y si la harina de coca es resultante de la molienda de la hoja, es lógico
que el producto sea verde. Por eso nosotros hemos adoptado un dicho: “Ni negra
–por la Coca-Cola-,
ni blanca –por el clorhidrato de cocaína–: verde”.

¿De dónde y de cuándo viene la
identificación de la hoja de coca como droga?
En realidad, el prejuicio acerca de la hoja de coca se creó a partir de la
prohibición del año 61. Hasta ese momento, la coca tenía un uso legal y
cotidiano en todo el mundo, de hecho había muchos productos en el mercado elaborados a base de esta planta, varios de ellos por los europeos, que
siempre se mostraron muy interesados por sus bondades. La cocaína nace
alrededor de 1860 de la mano del científico alemán Albert Niemann, quien logra
extraer el alcaloide, lo fija a unas sales clorhídricas y saca el clorhidrato
de cocaína.
Las primeras prohibiciones comenzaron a principios del 20, causadas por
una serie de metidas de pata de Freud: él fue quien la utilizó de forma
experimental para curar, entre otras cosas, la adicción al opio, pero lo que no
calculó fue que esas personas se volvían adictas a la cocaína. Luego de una
serie de casos que terminaron muy mal, vinieron las consecuencias: la Coca-Cola la sacó de sus
ingredientes, en 1949 la ONU
formó una comisión de investigación de la planta y puso a cargo a un poderoso
empresario yanqui ligado a la industria farmacéutica, llamado Howard Fonda.
Fíjate a quién pusieron en el tema, ¿no? Eso ya marca una tendencia de lo
sinvergüenzas que son, pues el tipo ya vino lleno de prejuicios y con objetivos
claros: imagínate que una de las pruebas que hicieron consistió en aplicar un
test de inteligencia italiano a una población aymarahablante.
Los resultados, obviamente, fueron desastrosos, pues las preguntas estaban
traducidas automáticamente del italiano, entre otras falencias que hablan de
cómo estuvo orquestado todo. Y fue a partir de estas pruebas que, en 1950,
salieron a decir: “La hoja de la coca es la causante del embrutecimiento del
poblador andino: miren los resultados”, y aquí presentaron como evidencia todos
los exámenes de coeficiente intelectual. Mira a lo que condujo esa serie de
malos entendidos.
Citamos aquí dos fragmentos de los textos de los artículos 26 y 49: “Las partes
obligarán a arrancar de raíz todos los arbustos de coca que crezcan en estado
silvestre y destruirán los que se cultiven ilícitamente”, “la masticación de
hoja de coca quedará prohibida dentro de los 25 años siguientes a la entrada en
vigor de la presente Convención”.
Este informe fue –cómo no– objeto de durísimas críticas por su evidente
arbitrariedad, su falta de sustento teórico y sus connotaciones racistas. Se
criticó también la calificación profesional y los intereses paralelos de los miembros
del equipo, la metodología aplicada y la selección caprichosa y uso incompletos
de la literatura científica que existía en ese entonces en torno a la hoja de
coca.
Supercoca
¿Cuáles son, concretamente, los
beneficios de la harina de coca respecto de la harina blanca?
Bueno, es que directamente no tiene ni punto de comparación con la harina
blanca de trigo, que ni siquiera tiene nutrientes. La harina blanca que
compramos a diario solo tiene volumen. En el proceso del refinamiento se pierde
todo el alimento. Si te pones a buscar un poco, verás que, paradójicamente,
la coca es una de las plantas más investigadas.
Lo que sucede y sorprende a miles es que esta planta prácticamente cura
todo, por lo que compararla con el trigo sería muy ingrato para este cereal.
Incluso comparándolo con un superalimento como la quinoa, llamada “la semilla
de los dioses” por la cantidad de aminoácidos que porta, es superior. La quinoa
se destaca sobre todo porque tiene 18 por ciento de proteínas, que es muchísimo: pues la
coca tiene 19,9 por ciento. Y eso que son muy pocas las plantas que contienen proteínas.
Tiene 2097 miligramos de calcio por cada 100 gramos de hojas. La
leche tiene 220. Imagínate, está más de la décima parte por debajo. Tiene las
cuatro formas de presentación de la vitamina B. Las señales del poder de la
coca parecen no tener fin: la
Universidad de Harvard concluye en un informe que, si una
persona consumiera 100
gramos de hojas de coca al día, podría cubrir todos sus
requerimientos nutricionales, ¡con 100 gramos! Y pensar que hay tantos prejuicios.
Hay también el concepto insano respecto de que los agricultores de la coca
están mal alimentados: “¡Mirá, solo viven de comer coca, eso los tiene
desnutridos, drogados y ni comen!", dicen. ¿Y qué van a comer, si se están
nutriendo con la planta? ¿Es que siquiera les da la honestidad para considerar
este aspecto? Ves ya cómo todo depende del cristal con que se lo mire.

¿En qué creés que reside ese valor
sagrado de la coca?
Como en otros aspectos tengo que decirte: ¡cómo saberlo! Yo me remito a
peregrinar y mostrar su valor alimenticio, tan poderoso que habla por sí solo.
Y a poner sobre el tapete el hecho de que llevamos más de medio siglo
intentando erradicar esta maravillosa creación de la madre tierra. Esta forma
de mostrarla me parece más fructífera, más novedosa y más elocuente que
ninguna.
Al ser alimento, es medicina. Yo suelo decirle a la gente: “¿Para qué me
hablas de tu enfermedad? Más bien toma la coca y luego dime qué te curó”. Y con
este razonamiento camino Latinoamérica, además de ir con la misión de ponderar su
valor ritual. Ahora mismo vamos a concretar un ritual muy simple, que consiste
en tomar tres o cuatro hojas de coca, nunca una, porque en la cosmovisión
andina nada es uno, todo es concebido en términos de dualidad; agarrarlas entre
tus manos y darles tu aliento. Luego estableces un contacto profundo y un
compromiso con su espíritu y, por último, le agradeces a ella y a la tierra, o le
pides a través de las palabras “kawsay paj”, que quieren decir “por la vida”.
Tener esto en mente es esencial: que todas nuestras acciones sean por la vida,
y la vida implica salud.
Nosotros hemos sido diseñados para estar sanos, y no hacemos más que
contaminarnos permanentemente, entre otras cosas, con alimentos que nos
perjudican la salud y, a la vez, alejarnos de aquellos que tienden a
mejorárnosla, como es el caso específico de la hoja de coca. Pues entre todos
los superalimentos, hay algo especial que tiene esta planta, algo por lo cual
nuestros ancestros la consideraron sagrada: solo con ese hecho ya nos dejaron
un mensaje implícito, ¿no crees? Yo creo que a buen entendedor, pocas palabras.
Y si hay algo que podemos afirmar a ojos ciegos es que nuestros ancestros
eran gente sabia, pues se alimentaban de manera sana, mantenían una relación
armoniosa con la naturaleza y sabían respetar a los apus (divinidades
preincaicas asociadas a las montañas). ¿Cómo no vamos a seguir su camino? Hay
que entender de una vez que todos somos uno, y hay que evitar que esa conexión
se pierda. Yo creo que reivindicar la coca es hacer algo en este sentido, y esto
es lo más importante, incluso más que la cantidad de propiedades alimenticias
de la planta.
La música del ritual empieza a sonar de fondo y marca el fin de la charla
con este peregrinopsicólogo y periodista que da su vida por defender las
bondades medicinales y nutricionales de uno de los productos más valiosos que
dio nuestra tierra, y que fue abandonado a la mala fama por una sociedad ambiciosa,
desinformada y temerosa.