Los riesgos de la extrema derecha

Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.

Los riesgos de la extrema derecha

Bolsas colocadas por el grupo derechista "Jóvenes Republicanos" para representar a quienes murieron en pandemia por supuesto mal manejo del Gobierno / Foto: Kala Moreno Parra

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Otras Miradas

Publicado el 02 DE OCTUBRE DE 2023

Con Villarruel haciendo tácita defensa de la dictadura más criminal de nuestra historia en el siglo XX, no puede dejar de haber preocupaciones. Que se suman a las de la intolerancia manifiesta de parte de su candidato a la presidencia: por más corte de pelo que ahora se haga y modos de hablar trabajosamente serenos en spots, todos lo hemos visto muy descontrolado, pegando gritos a cualquiera que no comulgue con sus bastante minoritarias ideas.

Porque Milei puede haber logrado popularidad: sus ideas, no. Los mismos que lo votan, a menudo quieren transporte que continúe subsidiado (no que la tarifa trepe enormemente), prefieren educación pública sin negocio y sin vouchers, prefiere salud garantizada por el Estado.  De tal modo, apenas expone sus creencias de fondo entra en contradicción con periodistas -incluso los muchos que tienen ideología cercana-, con adversarios políticos y aún con su pequeña cofradía de dirigentes allegados, que son un haz heterogéneo de personas conocidas del candidato, esas que ahora pretenden hacer aceptables sus exabruptos ideológicos (no es que el Papa sea “el maligno” sino que lo recibiremos con afecto, sostiene Mondino; y Francos pretende que no hay intolerancia en los modos de tratar a los demás políticos, esa despreciable “casta” a la cual…Francos llama a dialogar amablemente!!).

Se empieza a notar la soledad del personaje: más cerca del poder está, más funcionarios de confianza va a necesitar. Pero no hay nadie que piense como él, atado a la letra de la Escuela de Viena: tamañas ortodoxias no las cumplió ni Milton Friedman cuando colaboró con la dictadura en Chile. Tiene que llamar a gente suelta, un cúmulo variado y disperso de personajes que ha conocido de su trabajo en la corporación América, de los sets de TV, o de alguna aparición política reciente. Gente de mucha confianza o con la que comparta línea conceptual, casi nadie.

Es que Milei es lo contrario de aquel Macri coucheado, de una alegría artificiosa y forzada, con los globos amarillos de 2015. El actual candidato es sincero, dice lo que piensa: pero en eso mismo se muestra su problema. Tiene tal convencimiento que repite los libros doctrinarios como si fueran Verdad revelada, le falta adecuación operativa, y tiende al fundamentalismo de mercado como si fuera una religión.

Es cierto que no es un partidario de la represión permanente como Bolsonaro: su credo es la economía privatizada, no las armas. Lo malo es que su plan no pasa sin apelación represiva, dado que es completamente ajeno a la consideración de la difícil situación económica y social del país.

Mientras, Massa aparece con posibilidad de ir a ballotage, y logra cierto alivio a las urgencias de la población: hay miles y miles de inscriptos para obtener el crédito de 400.000 mil pesos a bajas tasas de interés, y empieza la vigencia de la supresión del IVA para los más necesitados.

A su vez, el candidato tigrense quedó bien parado con la reaparición de Cristina en la Escuela Kirchner: ella -muy en su estilo- dejó sentado claramente su apoyo electoral, y se hizo notoria la vigencia de su ascendiente sobre un sector importante del peronismo, logrando entusiasmar de nuevo a un amplio campo de militancia.

Massa, a la vez, busca dibujarse como un polo opuesto a los peligros antidemocráticos de Villarruel y Milei: su insistencia en la universidad y escuela públicas, así como en la decisión de formar un gobierno de unidad nacional, van en esa dirección, lejos de los extremos en que se definen otras opciones.

Y es que a Bullrich es difícil comprenderle algo de sus discursos de campaña, excepto la promesa reiterada -y ciertamente excesiva, por decirlo con elegancia- de “acabar con el kirchnerismo”. Cuando se le preguntó por esta poco admisible afirmación, Grindetti se ocupó cuidadosamente de decir que se trata de “acabar con el fenómeno político kirchnerista, no con las personas”. Pero si hay que aclararlo, es que no está claro.

Difícil exigirle a los kirchneristas que dejen de serlo por generación espontánea, o porque Bullrich pudiera ganar una elección (lo que por ahora parece poco probable). De tal modo, hay que explicar cómo se haría para acabar con el kirchnerismo sin hacerlo con las personas que lo sostienen. Necesitamos que Grindetti o Bullrich lo respondan, pues es de dudar que su advocación quepa dentro de cánones democráticos de pluralismo y respeto mutuo.

Por otra parte, no está claro que el radicalismo esté -al menos en todas sus expresiones- dispuesto a seguir a Bullrich, y menos a Milei si hubiera segunda vuelta. Sordos ruidos oir se dejan de disidencia y de cansancio: la UCR gana provincias, el PRO viaja para saludar y capitalizar el resultado. Pasó hasta en Mendoza: fue curioso ver que Cornejo se saliera de su puesto mientras Bullrich hacía su discurso de ocasión.

Y hay que ver qué ocurre con JxC si Bullrich no pasa a segunda vuelta: los desprecios a la UCR expuestos por Macri y el fundamentalismo libremercadista de Milei, han despertado reflejos de defensa de lo público en el radicalismo: habrá que ver cómo sigue la trama.

 

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