El sociólogo y director de la Biblioteca Nacional, Horacio Gonzalez,
en una nota aparecida en Página12, destaca algunos rasgos de Arturo Roig. Reseña de algunos de los pasos académicos del autor.
Arturo Andrés Roig, fallecido en la provincia de Mendoza el
lunes pasado, mantuvo hasta el final la llama viva del pensamiento
latinoamericano. Difícil conmensurar lo que significa exactamente esta noción.
Roig la heredó de sus trabajos sobre el primer Alberdi, pero también de sus
estudios de ontología y filosofía antigua en la Sorbona, en años que ya parecen
muy lejanos. Formó una innumerable cantidad de profesores y discípulos, y su
vasta tarea con epicentro en Mendoza se irradió por todo el continente. El
latinoamericanismo tuvo su momento de expansión en la historia de las ideas del
siglo XX cuando se alió a la filosofía y la teología de la liberación. Roig
discutía explícita o implícitamente con Dilthey, Nietzsche o Heidegger, y
elabora lo que hoy podríamos considerar una completa antropología filosófica de
la praxis política latinoamericana.
Así lo atestigua su libro clásico Teoría y crítica del
pensamiento latinoamericano, de comienzos de los años ’80, quizá la obra
nuclear de su enorme producción. Revisó con un impulso heredado de otras
discusiones, pero en él servidas por agregados efectivamente autónomos de
razones, la filosofía hegeliana de la que tomó el profundo fragmento sobre el
amo y el esclavo, rechazando su fallida construcción sobre la “falta de
historicidad” en las nuevas tierras americanas. Erudito amable, condescendiente
con todas las implicancias del juego de las ideas, supo rescatar para el gran
cuadro del pensamiento emancipador obras relativamente ignoradas por el lector
argentino, como la del filósofo uruguayo Vaz Ferreira, y con suma perspicacia
examinó las teorías del relato folklórico del gran lingüista ruso Propp, para
desplegarlas de una manera no diversa, pero sí deslizada hacia sus intereses
historicistas, y dejar la noción de latinoamericanismo en un estado más
apropiado para construir horizontes críticos de trabajo intelectual.
No fue indiferente a ningún programa de lectura, pues por un
lado seguía con interés, pero no con pleitesía los pasos del filósofo mexicano
Leopoldo Zea, por otro lado era capaz de incorporar el pensamiento de Marx sin
esquemas prefijados, sino ligados a una dialéctica autoral, suavemente
interferida por Nietzsche, en la que depositó la esperanza de construir un
pensamiento nuevo para nuestros países. Del pensamiento argentino le interesó
tanto su aspecto folklórico como su inclinación universal, y en ese cruce
dramático deseó anclar su larga tarea. Su libro Los krausistas argentinos
devela las raíces conocidas y a la vez olvidadas del Partido Radical. Colocar
esta atípica corriente de ideas ante su “destino latinoamericano” –todavía el
presidente Alfonsín llega a citarla en su famoso Discurso de Parque Norte– fue
una de las tantas tareas que se propuso Arturo Andrés Roig, y quizás él mismo
la heredara al hacer presidir su profusa jornada intelectual por una pedagogía
y una ética profesoral consideradas como una “oración laica”.