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El Pensador, de Auguste Rodin (Foto tomada de wikimedia.org)
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Publicado el 27 DE OCTUBRE DE 2017
En la apertura de las recientes V Jornadas Interdisciplinarias de Investigaciones Regionales, “Enfoques para la Historia”, tuvimos oportunidad de reflexionar acerca del objetivo principal fijado desde la primera reunión en 2009, de recoger y asimilar planteos teóricos, metodológicos y posiciones diversas provenientes de diferentes disciplinas y de la propia Historia, con vistas a debatirlos y criticarlos; y, también, incorporar esos abordajes a las investigaciones locales y regionales, pero con la idea central de integrarlas a una Historia Nacional más compleja y diversa que enriqueciera los frutos de enfoques hegemónicamente centrados en el área metropolitana del país.
A lo largo del tiempo, aquel objetivo se ha ido cumpliendo, sobre todo por la alta calidad de la mayoría de los trabajos que se fueron presentando en cada una de las jornadas, cuestión esencial para colaborar en la formación de becarios y jóvenes investigadores y reforzar sus vocaciones, sobre todo si tenemos en cuenta que nuevamente avanzan viejas concepciones utilitaristas de la ciencia y reviven antiguas divisiones entre ciencia básica y ciencia aplicada, ciencia libre o ciencia orientada, ciencias duras o ciencias sociales o, por último, funcionalidad universal o funcionalidad territorial.
Frente a esas dicotomías generalmente maniqueas, hay que decir que la ciencia es, en definitiva, un sistema de generación de conocimientos con diversas ramas y especializaciones, similar a un árbol, que sin raíces no podría sustentarse, sin el tronco no podría sostener el ramaje o si le quitáramos el follaje no podría hacer la fotosíntesis en sus ciclos vitales. En todos los casos moriría, como puede desaparecer la integralidad que debe tener la actividad científica.
Con el utilitarismo se pierde de vista que los nuevos conocimientos generados, cuando se difunden, comienzan a incorporarse a las comunidades, a veces de forma casi inmediata, otras en el largo plazo; y cuando lo hacen, modifican necesariamente la cultura que sustenta e identifica a las sociedades. Además, a las fuerzas del utilitarismo se agregan las de la globalización, que promueve muchas cosas menos, la territorialización. La globalización genera e impulsa fuerzas centrífugas al territorio y modifica la cultura de las sociedades. En contraposición, hay fuerzas centrípetas que refuerzan la cultura y los valores identitarios de las sociedades, contribuyendo a cierto equilibrio de las fuerzas en tensión, en general inestable y con desigualdades que favorecen a las globales.
En este contexto, no debería descartarse la territorialidad de los resultados de determinada actividad científica, como se pretende desde algunos ámbitos, incluyendo los científicos. Acá juega la dicotomía entre funcionalidad universal y funcionalidad territorial. Desde las llamadas ciencias duras se apunta a lo primero, es decir, se plantea que sus resultados son universalmente funcionales, sea porque un descubrimiento matemático o un desarrollo de física teórica, o la creación de una vacuna efectiva contra una enfermedad infectocontagiosa, sirven o son útiles a la comunidad científica mundial en los dos primeros casos, y a la humanidad entera en el restante. Acá hay una integración de ciencia pura o básica y ciencia aplicada u orientada. Se insiste, entonces en que este tipo de actividad es la que debiera promoverse.
En cambio, en la funcionalidad territorial, la cuestión se vuelve más compleja. En este punto se encuentran, masivamente, las Ciencias Sociales y, entre ellas, la Historia. Por su naturaleza, este campo de saber tiene una gran base territorial porque las diferentes disciplinas se orientan a investigar problemas concretos en y del territorio donde se asientan los estudiosos.
Esas investigaciones, en general, carecen de funcionalidad universal. Y el utilitarismo apunta a promover sólo aquellas de las que puede extraer resultados con beneficio de inventario, por ejemplo, temas de ordenamiento territorial, desarrollo urbano sustentable, seguridad ciudadana, desarrollo social en comunidades con pobreza estructural, entre otros.
Pero con mucha cortedad de miras, rechaza o retacea apoyar otras investigaciones, y la Historia está entre las que padecen esa incomprensión. Por eso, se deberían redoblar esfuerzos hacia una mejora constante en la calidad de los trabajos y en la integración local-regional-nacional de los resultados, y así procurar una interacción interdisciplinaria que contribuya a explicar fenómenos del presente que suelen investigarse sin análisis de su historicidad.
Asimismo, debe considerarse que esta disciplina está entre los elementos creadores de identidad, territorial y de la sociedad toda, es decir, consolida las fuerzas centrípetas que mencionábamos. Reclamar, por último, la planificación de estudios comparativos dentro y fuera del país, siempre declamados y escasamente concretados. Esos estudios aportarían, sin duda, a crear caminos para integrar la funcionalidad universal con la territorial y a generar los equilibrios de las fuerzas en pugna.
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