Ultraderecha y derecha liberal: ¿alejadas o convergentes?

Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.

Ultraderecha y derecha liberal: ¿alejadas o convergentes?

El polémico acto de Las Fuerzas del Cielo liderado por Gordo Dan. Imagen: redes sociales

Actualidad

Otras Miradas

Publicado el 27 DE NOVIEMBRE DE 2024

Hay una facción política liberal en la Argentina. Es minoritaria: la transitan personas como Carrió, por ejemplo, si bien ella fue hacedora de la coalición con Macri que entronizó al establishment entre 2015 y 2019. También Margarita Stolbizer y el ala más conservadora del Partido Socialista (Roy Cortina, por ejemplo), o el “peronismo de centro” cordobés, con mucho de centro y no tanto de peronismo. Todos ellos detestan al progresismo y han sido enemigos declarados del kirchnerismo, pero tienen alguna coherencia: no quieren estar demasiado cerca de Milei. Les parece inaceptable el peronismo más distribucionista –al que perciben como autoritario y demagógico–, pero también rechazan a la extrema derecha insultadora y antiinstitucional que hoy gobierna el país. No les parece un Ejecutivo nacional en apriete público a los gobernadores y, por vía de estos, en chantaje al Congreso: ni vivir de DNU que no son necesarios ni urgentes, ni sostenerse vetando las decisiones del Legislativo. En eso, guardan cierta coherencia, pero hay que convenir que cubren un espacio social y político bastante limitado.

Ese sector liberal es desplazado por otro más de derecha que es ultra, pero que se finge republicano. Es al que vemos en los canales de TV, que simula cuidado por la independencia judicial, por la separación de poderes y por la alternancia en el Ejecutivo, lo que suena muy bien, pero en realidad no son sino falsas banderas para atacar a la izquierda, al peronismo kirchnerista o al progresismo. El macrismo es la máxima prueba de esto, con sus múltiples esquirlas a los costados: la amplia derecha de la UCR (por ejemplo, De Loredo, un extremista que a veces disimula), el ala menos drástica de LLA y casi todo el PRO (quizás Rodríguez Larreta sea la excepción) son esta derecha que, cuando gobernó, apeló a todos los modos de la persecución mediático-judicial: espías que formaban carpetas para hacer luego carpetazos a jueces, empresarios y políticos con los que los obligaban a jugar los repertorios que se quisiera. El espionaje de Macri a sus propios familiares, el fisgoneo vergonzoso a los parientes de los muertos en el ARA San Juan, o el caso emblemático de la empleada doméstica puesta en el domicilio de Santilli y que era una agente encubierta son apenas algunos ejemplos de una saga lamentable.

Esos aprietes y extorsiones son todo lo contrario de lo esperable de quienes alientan un espíritu republicano. Por ello, es claro que gran parte de la derecha argentina es pseudorrepublicana: finge un cuidado de los procedimientos que, en verdad, es solo la tapadera de su ataque a cualquier intento de disminuir el poder del "círculo rojo".

Esto explica el lugar de una hija de la dictadura como es Villarruel, de larga trayectoria en la defensa de la represión ilegal y de sus actores. Ahora, ella pretende pasar (y lo logra en amplia manera) como “respetuosa de la democracia”. Para eso, no hay que hacer nada en especial: basta con hablar mal del kirchnerismo, del gobierno venezolano y de la izquierda. No se les pide que rechacen al nazismo histórico ni a la derecha ultra actual, patente en gobiernos como el de la presente Argentina o el que va a inaugurarse en enero en los Estados Unidos. Derecha extrema ampliamente desplegada en el horizonte político-cultural a nivel planetario.

Esta última “nueva derecha” es heredera indirecta de los gobiernos antidemocráticos, como fueron el de Mussolini o el de Francisco Franco. Si bien no lo reconocen claramente, y si bien para llegar al gobierno han debido aceptar –al menos, parcialmente– las reglas del juego democrático (elecciones, parlamento, legislación que reconoce derechos), en realidad se comportan acorde a la idea de liquidación del pluralismo y asunción del adversario como enemigo. Un ideólogo brusco y ultrarreaccionario como Agustín Laje, y un acto como el que condujo el “Gordo Dan” con iconografía de neto corte nazista desnudan esta tendencia que se muestra en los hechos y se reniega en las palabras. Los insultos inadmisibles del presidente a periodistas, opositores, políticos y sindicalistas dejan claro este visceral rechazo al pluralismo de ideas.

El minoritario y más auténtico republicanismo (el de Carrió y análogos) rechaza estos mecanismos autoritarios. En cambio, los falsos republicanos actúan con hipocresía y fariseísmo: aceptan, aprueban, apoyan. Y, cuando ya lo actuado por el gobierno se hace indefendible, fingen molestia y murmuran alguna excusa menor (“Son cuestiones de forma”, “Es el carácter de Milei”, etc.). En estas prestidigitaciones verbales, abunda el amable ministro Francos, siempre dispuesto a defender lo que deciden otros –él es un segundón en el gobierno– y lo que es a menudo indefendible, poniendo cara de inocente y de distraído.

De modo que, si hay diferencias entre Milei y Macri, es solo por pujas de poder. Macri está feliz de que Milei llegue a extremos que él no sabría actuar, pero cuyos efectos lo halagan. Si se liquida al Estado, si se disminuyen derechos laborales, si la represión logra aminorar la protesta social, el macrismo está feliz. Es más: le gusta que eso se haga y, a la vez, le encanta que ese trabajo sucio lo hagan otros. Ya sobre las cenizas de este presente cabrá volver con formas mejores: esa es su idea.

Poco cabe esperar, entonces, del sedicente “republicanismo” de un amplio sector de la derecha argentina. Su tolerancia a extremos del mileísmo lo muestra: por supuesto, el día que el árbol esté caído, no dejarán de afirmar que, por caso, a ellos no les gustó que Milei simulara una masturbación en público, que evocara la bajoespalda de los mandriles o que hablara de “niños envaselinados” como una condición atractiva y motivante.

Una derecha seria y auténticamente republicana no acepta los comportamientos mayoritarios de LLA, ni discursos de trolls delirantes, ni exabruptos presidenciales, ni amenazas virtuales o aprietes electrónicos. Pero la derecha dizque republicana de la Argentina es reaccionaria, siempre fue golpista, no tiene apego a la ley ni a las instituciones. Y, a la hora de la hora, es nada más que una continuidad de la ultraderecha con otros ropajes.

derecha extrema, milei, ultraderecha,